Filosofía en español 
Filosofía en español


Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín
acompañado de las “notas críticas” de la redacción de Nuestra Bandera

Un proceso de descomposición y no un «período constituyente»

Es posible en esta etapa que las nuevas formas políticas cristalicen en un régimen democrático que, para entendernos, llamaremos de tipo occidental, digo bien, tipo, y no idéntico al de tal o cual otro país capitalista europeo. A mi juicio la evolución presente parece ir en esa dirección.

En primer lugar, la liquidación del franquismo abrirá, está abriendo ya, un período constituyente que desembocará en un régimen de mayor o menor libertad política; la amplitud de ésta, el carácter de las instituciones dependerá de la intensidad de la acción de las masas y de otros sectores sociales interesados en la democracia. Bajo la presión de esa lucha, el nuevo régimen estatal, aun siendo la expresión del poder del capital monopolista, puede llegar a tener formas más o menos democráticas. La política de nuestro Partido puede ser un factor fundamental en este proceso a condición de que parta de una apreciación real del mismo y se [26] plantee objetivos y formas de acción susceptibles de ser apoyadas por amplias fuerzas sociales, y éstas las apoyarán en la medida en que las iniciativas del Partido correspondan realmente al carácter del proceso actual. Susceptible, por eso mismo, de contrarrestar las maniobras de aislamiento del Partido que son ya, y serán, muy intensas, por parte de las fuerzas políticas del capital monopolista y de otros sectores burgueses y pequeñoburgueses.

Y, en segundo lugar, es indudable que esta etapa se caracterizará por agudas luchas económicas y políticas entre las fuerzas monopolistas y antimonopolistas, y que en el curso de estas luchas pueden lograrse importantes conquistas políticas y transformaciones económico-sociales; pueden irse resolviendo aspectos parciales de los problemas pendientes de la revolución democrática; pueden, sobre todo, desarrollarse las formas democráticas del Estado y del régimen político, sin dejar de ser éste esencialmente el poder del capital monopolista. En el curso de esta etapa madurarán las condiciones objetivas y subjetivas para el paso a la fase radical de la revolución democrática, a la fase en la que se ponga realmente al orden del día la posibilidad de la toma del poder por una alianza de fuerzas antimonopolistas dirigida por la clase obrera.

Del grado en que puedan lograrse, en la etapa hacia la que marchamos, transformaciones democráticas importantes; avanzar en el camino de la reforma agraria; limitar el poder de los monopolios –que es compatible con que éstos sigan detentando lo esencial del poder político, del Estado–; extender la democracia a la esfera económica; desarrollar la enseñanza y la cultura; tomar posiciones en el aparato estatal; desarrollar el contenido democrático de las instituciones representativas, &c.; de la correlación de fuerzas que se cree en el curso de las luchas por esos objetivos, dependerá en gran medida el carácter y las formas del paso de esta etapa a la de transformaciones democráticas más radicales y a la etapa socialista, y el que este paso sea pacífico o se produzca por la vía revolucionaria, violenta.

En resumen, la tarea de la revolución española, que hoy está al orden del día, cuya solución ha entrado en la fase final, es la liquidación de la forma fascista, franquista del poder político del capital monopolista. Y la solución de esta etapa, de esta tarea, será una gran victoria popular y nacional, un gran paso hacia otras transformaciones democráticas y, en definitiva, hacia el socialismo. Lo que no está al orden del día, en la etapa actual, es la liquidación del poder político del capital monopolista. O más precisamente, el desalojamiento del capital monopolista de su posición dirigente en el Estado español. La única fuerza que puede realizar esa tarea en la España de hoy, dado el desarrollo del capitalismo español y del sistema del capitalismo monopolista estatal, es una coalición de fuerzas antimonopolistas dirigida por la clase obrera; la toma del poder por esa coalición sería, prácticamente, el comienzo de la revolución socialista en España.

Las tareas pendientes de la revolución democrática se realizarán: primero, con la liquidación de la forma fascista de Estado; segundo con sucesivas transformaciones democráticas tanto en la esfera política como económica, que las fuerzas antimonopolistas irán imponiendo con su lucha en la etapa posterior a la liquidación del franquismo, aunque el capital monopolista, unos u otros grupos de éste, sigan teniendo el poder político. Tercero, en la etapa de la toma del poder por una coalición antimonopolista, dirigida por la clase obrera, es decir en la etapa más radical de la revolución democrática y del comienzo de su transformación en revolución socialista.

Nota crítica

El Partido ha declarado que «se está iniciando –aunque lentamente, a través de un proceso complejo y contradictorio– la marcha hacia la eliminación de las formas fascistas de la dictadura del capital monopolista», advirtiendo que esa fase se halla sólo en su inicio y puede pasar aún por alternativas diversas. Pero F. C. va mucho más allá: él, que es de un pesimismo negro al apreciar las posibilidades de las fuerzas democráticas, es de un optimismo deslumbrante al calibrar la situación; para él se «está abriendo ya un periodo constituyente».

El concepto «periodo constituyente» en términos políticos no se presta a equívocos; se refiere al período de organización de un nuevo régimen político social. Sin embargo, para que se abra el periodo constituyente de un nuevo régimen es condición previa indispensable haber dado en tierra con el antiguo régimen. Y que sepamos, todavía no ha desaparecido el régimen fascista de Franco. [27]

No se crea que Claudín incurre aquí en un lapsus; es consciente de lo que dice; ha elaborado sus ideas durante largo tiempo. Su concepción es, en realidad, que el régimen de Franco no será eliminado, sino que se modificará de por sí mismo. La oligarquía monopolista, hoy en el poder, sin abandonarle, hará el prodigio de convertir desde arriba el régimen fascista en un régimen democrático. F. C. se alinea, voluntariamente o no, entre los que propugnan la «revolución por arriba». De las cenizas del ave fénix de la dictadura monopolista, surgirá el ave fénix de la «democracia» monopolista.

Esta concepción, como toda la línea general de su discurso, muestra que las posiciones de F. C. son el reflejo, dentro del movimiento obrero, de las posiciones de los «liberales» ligados al capital monopolista.

¿Quiénes se atreven hoy a decir que España está ya en período constituyente o cosa parecida? Probablemente Franco, que proclama su régimen como de «constitución abierta». Con Franco, algunos de sus ministros como Solís y Fraga. Y en general todos los partidarios de hacer abortar un cambio democrático, sustituyéndole por una especie de «reorganización liberal» del régimen actual que dé la posibilidad de expresarse a las diversas tendencias ligadas con el capital monopolista.

Pero, ¿puede no ya un comunista, sino un simple demócrata, considerar la política de «liberalización», la mil veces proyectada y nunca realizada «reorganización» del régimen como un período constituyente? ¿Puede tolerarse que se trate de adormecer al Partido y al pueblo con tales chácharas?

¿Puede declararse en serio que esa «reorganización» llevará a un «nuevo régimen estatal», más o menos democrático?

La diferencia entre nuestro punto de vista, que no es sólo el de los revolucionarios, sino el de todos los verdaderos demócratas, y el punto de vista liberal de F. C. consiste en que nosotros no consideramos ciertas modificaciones que bajo el impacto de la lucha de masas y de la situación objetiva puedan hacer quienes detentan el poder, como «un período constituyente» de un «nuevo régimen estatal», sino como un episodio, un momento de la disolución y descomposición del régimen actual.

Para considerar abierto el período constituyente en España es indispensable acabar antes con el régimen fascista. Mientras no acabemos con el franquismo, habrá «liberalización», «reorganización», lo que sea, pero siempre dentro del cuadro del régimen. Sólo cuando éste sea eliminado podrá decirse que se abre un período constituyente.

Todas las palabras de F. C. sobre el «carácter del proceso actual», sobre la necesidad de que «las iniciativas del Partido correspondan realmente al carácter» de ese proceso quedan claras a la luz de su concepción de que ya estamos en «un período constituyente», y de que vamos a pasar de una forma del poder de la oligarquía a otra –como se verá más adelante en su documento-plataforma– por iniciativa de la oligarquía. Lo que propone F. C. es que la iniciativa del Partido se acompase a la iniciativa de la oligarquía; a eso le llama tener una «apreciación real» del proceso. Si nuestra iniciativa no se acompasa a la de la oligarquía, no toma cuenta del «proceso real» articulado trabajosamente por F. C., graves peligros nos amenazan. Esos peligros son «las maniobras de aislamiento del Partido que son ya, y serán, muy intensas, por parte de las fuerzas políticas del capital monopolista». F. C. se olvida de que «las fuerzas políticas del capital monopolista» han estado fusilándonos durante varios lustros; si ahora se limitan a tratar de aislarnos algo hemos progresado. F. C. olvida que en todos los países donde [28] hay capital monopolista, las fuerzas ligadas a él, maniobran no ahora, sino desde siempre para aislar a los comunistas, cuando no hacen cosas peores.

Lo verdaderamente nuevo, lo prometedor en esta situación es que el Partido tiene más ligazones con las masas y con los grupos más activos en el seno de éstas, particularmente los católicos, que las ha tenido jamás.

Si el Partido siguiera a F. C. la oligarquía no necesitaría destruirnos ni aislarnos; hasta podría utilizarnos. Si nosotros proclamamos que en esta etapa no hay más poder que el de la oligarquía, si nos adaptamos a ese poder, si nos comprometemos a no amenazarle, a tratar de ir «resolviendo aspectos parciales de los problemas pendientes de la revolución democrática», si nos hacemos tan buenos chicos, a lo mejor ¡quién sabe!, hasta nos harían un hueco dentro de los planes de «liberalización».

Aunque algunas de las fórmulas que a continuación utiliza en esta parte de su discurso sean deliberadamente confusas, y aunque en algún momento, por inercia, F. C. siga hablando de «revolución democrática», el contenido es claro: para él no hay más perspectiva en esta etapa que cambios en la forma del poder político, realizados por la oligarquía misma; que la «revolución por arriba».

El Partido ha resaltado siempre la gran importancia que tiene la liquidación del poder franquista; ha insistido siempre en que ésta es una fase previa indispensable para desarrollar la revolución democrática antifeudal y antimonopolista; ha mostrado su voluntad de colaborar con todas las fuerzas dispuestas a ello, en esa tarea; su propósito de apoyar cualquier paso en esa dirección. Ha presentado un programa previo para esa fase que contiene medidas esencialmente políticas. En este punto el Partido ha insistido e insiste tanto que no cabe pensar que F. C. intente esclarecer esa fase, el contenido de esa fase, sumamente claro para el Partido, y sobre el que F. C. sabe mejor que nadie que no tenemos dudas.

No, F. C. no se refiere a esa fase, porque entonces su enorme documentoprograma estaría combatiendo molinos de viento; se refiere a toda la etapa actual de la revolución española. Y ahí está la divergencia. Toda esta larga etapa histórica la ve prácticamente como un largo proceso de liberalización de la dictadura del capital monopolista. Para él ése será un cambio de «tipo occidental», sin tener en cuenta que en occidente los cambios surgieron de la derrota militar del fascismo, y de un período –44-47– en que el poder político no estuvo en manos de la oligarquía sino de una coalición democrática con participación de los comunistas. Y que con esos orígenes se han establecido regímenes de democracia, que aunque con el plan Marshall hayan vuelto a caer bajo el poder del capital monopolista, crean un terreno distinto de todas maneras para la lucha democrática. El y los «liberales» piensan que se puede crear una situación semejante en España, sin derrota del fascismo, sin gobierno democrático con los comunistas, &c., &c. Como decía Lenin, F. C. quiere «lavar la piel al capital monopolista, sin mojarla».