Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín
acompañado de las “notas críticas” de la redacción de Nuestra Bandera
Confusión entre vía pacífica y evolución
Si la fase última de la liquidación del franquismo como forma política de dominación del capital monopolista, coincidiera con otros factores Internos o externos que contribuyeran a agudizar el proceso, todas las contradicciones actuales, a crear efectivamente una crisis nacional revolucionaria, todo ese proceso podría acelerarse aunque siempre necesitaría una etapa de maduración. Pero está coincidiendo, por el contrario, con una coyuntura de auge económico, con un período de distensión internacional, que puede permitir al capitalismo español incluso encontrar ciertas salidas hacia los mercados socialistas, incluso aunque no haya por ahora normalización diplomática.
La distensión internacional contribuye a estimular el proceso de liquidación de las formas fascistas de Estado en España, pero al mismo tiempo contribuye también a dar a ese proceso un carácter evolutivo y pacífico.
En la misma dirección influye el temor a la guerra civil, aunque haya perdido su intensidad anterior, tanto en los grupos de las clases dominantes, que marchan en la dirección de un cambio, como en las masas populares y, sobre todo, en las capas burguesas y pequeñoburguesas.
El que sectores cada vez más decisivos de las clases dominantes, del capital monopolista, de la Iglesia, del Ejército, tomen conciencia de la inevitabilidad del cambio político y al mismo tiempo vean la posibilidad de mantener el sistema capitalista bajo otras formas políticas, desarrollando iniciativa en esa dirección, contribuye también en medida importante al carácter gradual del proceso.
La lucha de las masas es el factor fundamental de todo el proceso de liquidación del franquismo; puede en un momento dado acelerarlo, pero dadas las limitaciones de esa lucha en la etapa actual, por las razones antes expuestas, y que más adelante analizaré en detalle, no es probable que pueda cambiar esencialmente el carácter gradual y pacífico que está teniendo, de acuerdo, por cierto, con nuestras previsiones, desde 1956, el paso de las formas fascistas a las formas caracterizadas por una mayor libertad política.
Por todo ello, la perspectiva más probable del desarrollo político y social de España en los años próximos, a mi juicio, será: un desarrollo capitalista-monopolista bajo nuevas formas políticas y con distintas características económico-sociales que las de la etapa transcurrida bajo el fascismo. Hoy es imposible prever la duración de esta etapa, pero puede ser relativamente larga. [24]
Nota crítica
El primer párrafo de esta parte del documento-plataforma de F. C. es obscuro y confuso. ¿Qué factores internos o externos pueden agudizar el proceso? A juzgar por la segunda parte del primer párrafo F. C. se refiere aquí a un conflicto bélico o a una crisis económica –más adelante, en su documento, lo especifica claramente–. Nuevamente se comprueba que F. C. permanece anclado en la concepción dogmática de que no hay revolución posible sin guerra o sin una tremenda crisis económica, es decir, sin catástrofe. En este aspecto la concepción de Claudín se aproxima a la que vienen defendiendo los camaradas chinos, y se aleja de la que sostienen la mayoría de los partidos comunistas.
Para él la distensión internacional, la coexistencia, no es un factor revolucionario, contra todo lo que demuestra la experiencia internacional. La coexistencia da al proceso político español un carácter evolutivo y pacífico y favorece la continuidad de la dominación del capital monopolista.
Al dar, de esta manera, una explicación falsa de las consecuencias de la política de coexistencia en la situación española, F. C. se transforma objetiva e involuntariamente en un propagandista de la «guerra fría» entre las masas trabajadoras españolas. Se sitúa contra la declaración de los 81 Partidos Comunistas y Obreros que afirma: «En las condiciones de la coexistencia pacífica surgen posibilidades favorables para el despliegue de la lucha de clases en los países capitalistas y del movimiento de liberación nacional de los pueblos que viven en las colonias y países dependientes».
La coexistencia o la distensión influyen en el carácter del proceso que se desarrolla en España de manera distinta a como dice Claudín.
Para empezar, las corrientes de coexistencia y su influencia, a la cual no pueden sustraerse las clases dominantes españolas, han privado al régimen fascista de una de sus armas políticas e ideológicas principales: la «justificación» de la dictadura terrorista como un recurso «necesario» para mantener «preparada» a la nación contra la «agresión soviética», para el «inevitable» y «fatal» afrontamiento armado entre el mundo socialista y el mundo capitalista. Ese ha sido durante largos años el leitmotiv de Franco y de Arias Salgado. Con él se ha logrado mantener el aislamiento del Partido Comunista, y un amplio y concreto estado de ánimo antisoviético y anticomunista en diversos sectores sociales. Es decir, la coexistencia pacífica ha desarrollado condiciones favorables para la creación de un amplio frente democrático, ha contribuido a romper nuestro aislamiento y a aislar, en cambio, al franquismo y ha tenido un efecto positivo en la disminución de la represión y el terror.
A la vez, esto ha contribuido hasta cierto punto a facilitar el desarrollo de la lucha de masas contra el régimen, a crear condiciones más favorables para la recomposición de las fuerzas democráticas.
El mantenimiento de la paz y de la coexistencia agudiza las contradicciones entre los diversos grupos imperialistas, particularmente la lucha por mercados. Frente a la débil economía española surgen competidores colocados en mejores condiciones en la competición; esto obliga a la oligarquía española a explorar las posibilidades de salida de sus productos hacia los mercados del campo socialista. Pero esto no es ningún síntoma de las condiciones favorables que crea la coexistencia a la oligarquía monopolista; sino al contrario, de las dificultades, de los nuevos y complejos problemas que le plantea.
La política de coexistencia pacífica entre Estados de diferente régimen social no tiene nada que ver con que la lucha por eliminar el régimen fascista sea llevada por una vía pacífica. Que la lucha se desarrolle por una vía pacífica está determinado sobre todo por factores internos, de los cuales [25] Claudín sólo señala uno: el peso político y moral que la guerra civil del 36-39 tiene aún dentro de la situación del país. Las previsiones hechas por el Partido en 1956, a que hace referencia Claudín, no relacionaban en ningún sentido la coexistencia y la vía pacífica.
Tampoco tienen en cuenta esas previsiones un proceso exclusivamente evolutivo y gradual. El Partido no ha caracterizado nunca con esos términos el proceso de liquidación del fascismo y de realización de la revolución democrática. Son las fuerzas de la oligarquía, los sedicentemente «liberales» quienes emplean ese lenguaje. El Partido ha hablado de una vía pacífica, en el sentido de la posibilidad de cumplir esas tareas sin insurrección armada, sin guerra civil. La confusión de la vía pacífica con una vía evolutiva y gradual es una interpretación oportunista de la política del Partido, que sólo daño puede hacernos. En cualquier proceso revolucionario hay un período de cambios graduales, evolutivos; pero hay un momento de salto, de cambio de calidad, de revolución. Esta puede ser más o menos violenta, pacífica o armada, e incluso tener de las dos cosas a la vez; pero en todo caso es una revolución que exige una lucha potente y resuelta de las masas.
F. C. habla de las «limitaciones de esa lucha» como si esas «limitaciones» fuesen en todo momento las mismas. Como si las «limitaciones» de hoy, cuando la clase obrera ha impuesto el derecho de huelga, en la práctica, y en muchos aspectos el de manifestación y reunión, pudieran compararse a las limitaciones de hace unos años; como si los límites a que la lucha ha llegado hoy no fueran a ser rebasados mañana. Como si no pudiera preverse que en un momento determinado el movimiento de masas, de los obreros, los campesinos, los intelectuales y las capas medias, romperá todos los límites que le frenan y terminará no sólo con Franco, sino a un nivel dado, con todas las trabas a las libertades democráticas, abriendo el camino a la revolución democrática.
F. C. se muestra así como un hombre carente de la más elemental confianza en las posibilidades de crecimiento del movimiento de masas hasta un punto en que pueda romper la actual situación. Y esta falta de confianza se manifiesta en un período en que ese movimiento ha arrancado ya importantes concesiones económicas y políticas, como la llamada «liberalización», y en que asume formas cada vez más elevadas y conscientes.
Falto de esa confianza indispensable a cualquier revolucionario, F. C. propone que el Partido decline la iniciativa revolucionaria, se prosterne ante el desarrollo del capital monopolista, durante una etapa cuya duración «es imposible prever», pero que ya anuncia larga.