Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Fernando de Urquijo y Marín de Aguirre (1882-1936) ]

Lectores y libros
De mi cartera


Todos recordáis haber leído en los periódicos unas enérgicas reclamaciones con la firma de “Un estudioso”, “Un intelectual” o  “Un amigo de aprender”. Esa serie de anónimos comunicantes decían siempre lo mismo.

«La Biblioteca Nacional no nos permite ilustrarnos ni responde al objeto a que se la destina. La juventud que no admite como ideales nobles aplaudir una “faena” del Gallo o ver bailar a una ex cocinera el “garrotín”, si quiere aprender ciencia y literatura necesita disponer de un caudal saneado para poder adquirir libros buenos. ¿Es que la Biblioteca Nacional, abierta un par de horas al día, y para eso con un horario absurdo, permite a los estudiosos instruirse?»

¡Qué pena de chicos! –hemos pensado todos al leer esas justas lamentaciones–. ¡Seguramente hay en Madrid un millar de muchachos pobres, pero inteligentes, y con hambre de cultura, que abominan del chulismo y de las corridas de toros como “espectáculo nacional!”

¡Cuánto genio malogrado! ¡Cuánto futuro príncipe de la literatura y del asabiduría, teniendo que renunciar a tan alto puesto por carecer de libros y no poder hallarlos gratis en nuestra Biblioteca, cerrada a piedra y lodo!

Pero he aquí que al frente de la Biblioteca Nacional se pone un erudito, una bellísima persona. Rodríguez Marín. El nuevo director entonces, se apresura a abrir de par en par la Biblioteca, dando todo género de facilidades al público, estableciendo un horario cómodo, y hasta rodeando de un exquisito confort aquellos espléndidos salones.

Un amigo me dio la noticia.

¡Vaya! –díjeme–. Rodríguez Marín, que es un hombre bueno e inteligente, ha leído, como hemos leído todos, aquellas quejas de “la juventud estudiosa”, y apenas ha podido poner mano en el asunto, ha dejado satisfechas las justas y plausibles aspiraciones de esa legión de chicos aplicados. Como es lógico, la Biblioteca Nacional estará ahora de bote en bote, y bien merece que le hagamos una visita para dar cuenta de ese admirable espectáculo, altamente consolador…

Y, dicho y hecho… Allá fue “Curro Vargas” con una crónica optimista, dispuesta “in mente”.

¡Jóvenes estudiosos, esperanza de la Patria. Artistas de veinte años, “formándose” entre docenas de volúmenes. Los legionarios de la cultura, huyendo del prosaísmo y el materialismo ambiente para elevarse y superiorizarse por la inteligencia!…

Con todos estos pensamientos revoloteadores me asomo al salón de lectura de la Biblioteca Nacional. Hay allí escasamente treinta personas… todos más cerca del ocaso de la vida que de la florida edad juvenil.

¿Qué es esto? ¿Dónde está “la juventud de las quejas”? ¿Dónde los genios en canuto? ¿Dónde?… Ya tienen libros, ya tienen horas para el estudio, ya tienen todo género de comodidades dentro de la Biblioteca. ¿A qué esperan para acudir al santuario de la cultura?… Reservemos aún nuestro juicio definitivo… ¡Quizá “Curro Vargas” ha llegado a la Biblioteca en un día de “vacaciones”!…

Interrogo á un amable empleado:

—Dígame usted, ¿cómo hay hoy tan poca gente en el salón de lectura?…

—¿Poca, dice usted?… ¡Más que ningún día, yo creo!…

— Entonces… “la juventud que reclamaba libros y pedía horas para estudiar”…

El empleado ríe de firme.

—Caballero –díceme al cabo– , la juventud no aparece por aquí. Los asiduos a la Biblioteca son precisamente los viejos o los hombres maduros… Y la gente joven, cuando viene, sólo pide novelas, y novelas… “verdecitas”, ¿sabe usted?, cuanto más “verdecitas”, mejor…

—¡Caramba… pues no cabe duda que nos han dado “el timo del portugués” aquellos señores que pedían libros con mucha necesidad!

—Sí, señor; en este país la cosa es quejarse, pedir, gritar, reclamar, y luego… ¡ya ve usted!

—¿Vienen muchos extranjeros?

—Bastantes, sobre todo señoras…

—De los novelistas “decentes”, ¿cuáles son los más solicitados?…

—Según… cada escritor ya sabe usted que tiene “su” público. Piden mucho a Pereda, a Ricardo Marín, a Arturo Reyes… Son muy solicitadas las novelas de Galdós, de la primera serie de los Episodios, y uno de los libros más leídos, ¿sabe usted cuál es? “Pequeñeces”, del padre Coloma… De ciencias, obras grandes piden muy pocas… De teatro clásico, mucho.

—¿Y los mocitos “aplicados”?

—¡Ah, esos, en su inmensa mayoría, obras de D. Felipe Trigo!…

—¡Y para eso querían los muy galopines que estuviese abierta la Biblioteca de sol a sol y que les diéramos un “bombo”, considerándolos legítimas esperanzas de la Patria!

Un viejecito acartonado y marfileño, con unas gafas de oro, apoyadas en la punta de una nariz, picuda y rojiza, pide un montón de libros de Arqueología… No quiero ver más.

¡La juventud!… ¡Cómo se está abusando de esa palabreja, señores!…

Curro Vargas