Cristiandad
Revista quincenal
año III, nº 48, páginas 117-119
Barcelona-Madrid, 15 de marzo de 1946

<<< Plura et unum

La búsqueda de un fundamento ideológico sólido
para la civilización moderna

Jaime Bofill Bofill

También Francia participó en la iniciación de la neoescolástica:
la aportación del P. Ramière {1}

Una súplica a León XIII del Instituto Católico de Tolosa

«Entre los principales beneficios que Dios Nuestro Señor ha otorgado a Francia, descuella la disposición de su providencia por la que mandó a Santo Tomás de Aquino a la Universidad de París para que desde allí difundiera los rayos de su celestial doctrina no tan solo por Francia, sino por todo el mundo católico.
Y cuando, después de su muerte, diferentes regiones se disputaron el honor de guardar su santo cuerpo, de nuevo Francia, en la Universidad de Tolosa, recibió del Vicario de Cristo tan precioso tesoro. [...]
Nosotros hoy, Santísimo Padre, acudimos a ti para suplicar de Tu Santidad la ayuda que permita a Nuestra Escuela recobrar su primitivo esplendor.
Danos por Patrono aquel que en otro tiempo nos concedió Dios por Maestro: devuélvenos a Tomás, para que restaure en nuestras Universidades las antiguas tradiciones; para que nos enseñe a armonizar las disciplinas sagradas con las profanas, la filosofía con la teología, la física con la metafísica, el derecho eclesiástico y natural con el derecho civil.
Aprendamos todos de él a unir el celo de la verdad con la dulzura de la caridad; las plácidas discusiones en lo dudoso con una firme unanimidad en lo necesario; el ardor en la disputa con el respeto a los contradictores...
Todo esto nos será permitido esperar si Santo Tomás de Aquino es constituido por tu suprema autoridad, Patrono de las Escuelas católicas... Te rogamos encarecidamente que no vaciles en darnos, por medio de esta solemne proclamación, el auxilio de este poderosísimo protector.
Y ¿cómo no conseguiríamos lo que te pedimos, si no pedimos otra cosa que lo que sabemos constituye uno de tus mayores deseos?»

Esta súplica –«Postulatum»– dirigida a León XIII por el claustro del Instituto católico de Tolosa tenía por inspirador a Enrique Ramière profesor, y en cierto sentido director de este centro. Estamos en 1878.

Hacía ya tiempo que nuestro Padre Ramière, (al que ninguno de los intereses de la Iglesia dejaba indiferente) andaba buscando la manera de restaurar en las escuelas católicas la tradición escolástica, por desgracia debilitada o perdida. Y ¿qué modo mejor para este fin que obtener del Papa la designación de Santo Tomás como Patrono de las mismas? El tomismo, de León XIII era de todos conocido: esta súplica, por consiguiente, no podía dejar de satisfacerle. Con esta designación, a la par que se conseguiría del Santo su celestial auxilio, se propondría a los estudiosos el espíritu más universal en sus concepciones, el más enamorado de la verdad sola que fuera posible mostrarles como modelo de auténtica vida intelectual.

Ramière esperaba grandes bienes de esta designación. No ignoraba, en efecto, la virtualidad del ejemplo; no ignoraba la extraordinaria fuerza que adquiere una idea cuando se la muestra encarnada en un hombre que ha hecho de ella sangre de su sangre; cuando se consigue hacerla entrar por los ojos, revestida de formas que impresionen la imaginación, al propio tiempo que ella trata de penetrar en nuestra inteligencia.

El patronato de Santo Tomás, como medio para restaurar la unidad en la tradición

Y la idea que Ramière quería imponer a la atención de las Escuelas es la idea de la Unidad en la Tradición; unidad amplia, en la que todos encuentren cabida, bajo el patronato de un Santo verdaderamente universal.

Esta universalidad era necesaria; por haberla querido restringir a su particular modo de pensar algunos tomistas comprometieron, un año antes,

«...la causa del protectorado de Santo Tomás sobre las escuelas católicas. Esta causa marchaba muy bien; y el Cardenal Bartolini, que era su Postulador, tenía mucha confianza que la Sagrada Congregación de Ritos la aceptaría sin reparo, cuando una petición concebida en un espíritu demasiado exclusivo levantó una violenta agitación y motivó el abandono de la causa». [118]

Así se expresaba el P. Ramière en una carta fechada en Roma unos meses antes de tomar posesión de su cargo docente en el Instituto Católico de Tolosa.

Lo transcrito basta para mostrar que Ramière, a la par que era un sincero devoto de Santo Tomás, concebía el tomismo del modo más lato posible: mucho más lato en verdad, de lo que lo entendía León XIII, recién subido al trono pontificio, y que estaba preparando, a la sazón, su Encíclica «Aeterni Patris» sobre el estudio de la filosofía.{2}

Latitud de criterio del Padre Ramière, en su concepción del tomismo

La amplitud de criterio de Enrique Ramière era debida por una parte, a su formación suarista; por otra, al deseo de concordar la tradición con los progresos de la física y química de su tiempo, lo que le llevó al abandono de tesis tradicionales consideradas equivocadamente por él como de importancia secundaria dentro del tomismo: nos referimos, en concreto, a la teoría de la materia y forma, o «hilemorfismo».

Esta teoría (que para explicar todas las propiedades de los seres corpóreos estima necesario admitir en ellos un doble principio esencial: la forma, o principio activo, que da a cada uno su respectiva naturaleza; y la materia o principio pasivo) esta teoría tiene en el tomismo un doble fundamento: uno, metafísico, por ser un caso particular de concepciones más generales que no es preciso exponer aquí; otro, empírico, que es la existencia de transformaciones substanciales.

Todo movimiento o cambio, razona, necesita a la vez un elemento que permanezca: a saber, el sujeto del cambio, y un elemento que se modifique; sin uno y otro el cambio no es posible.

Mas hay dos clases de cambios: unos, no afectan al sujeto en su substancia misma: son los movimientos accidentales, como vgr., para un viviente el crecimiento.

Otros cambios, al contrario, afectan substancialmente al sujeto: son aquellos por cuya virtud una substancia se transforma en otra.

Pero si esto es así, si en realidad se dan transformaciones substanciales; si se generan substancias nuevas mientras que otras se corrompen, ¿cómo denominaremos al sujeto de las mismas, a su elemento permanente; y cómo a su elemento mudable?

El suarismo conserva a uno y otro elemento su nombre tradicional: llama «materia» al primero y «forma» al segundo. Lo que ocurre es que el suarismo, de hecho, tan solo conserva al hilemorfismo este fundamento empírico, y abandona las razones metafísicas de carácter más general que contribuían a apoyarla en la filosofía de Santo Tomás.

Ahora bien: el campo de la experiencia pertenece, por derecho propio, a las ciencias particulares; y por lo tanto, una tesis que se fundamenta exclusivamente en ella puede legítimamente modificarse si los progresos de las mismas hacen entrever una explicación mejor. El mismo León XIII lo reconoce en la Encíclica a la que hemos aludido.

Tal es lo sucedido, en la materia que nos ocupa, a juicio del P. Ramière: la química de su tiempo, al explicar con éxito las transformaciones de una substancia en otra como combinaciones diversas de substancias más simples, que se conservan en el compuesto desde el momento que pueden liberarse de nuevo por un procedimiento analítico adecuado, hacía parecer anticuada la teoría hilemórfica; no había por consiguiente dificultad esencial alguna para abandonarla.

Este alejarse de la tradición aristotélico-escolástica, ni que fuera en materia considerada como secundaria, producía, con todo, en el espíritu sensible de Ramière una impresión penosa. Así, cuando en medio de sus demás ocupaciones, una nueva lectura de Aristóteles y de Santo Tomás le hace descubrir textos que le parecen contener, implícitamente, los puntos de vista adoptados por él, ya no vacila y se entrega al entusiasmo. Ya le será posible escribir sobre «L'accord de la Philosophie de Saint Thomas et de la science moderne au sujet de la composition des corps».

Desconfianza de león XIII

Este digamos «laxismo» filosófico del P. Ramière llegó a oídos de León XIII, a quien lo presentaron como una solapada oposición a sus planes de restauración: por esta causa el Pontífice miraba a Ramière con desconfianza.

«Nós hemos sabido (escribía al P. Becke, general de los jesuitas) que algunos Padres de la Compañía, por ejemplo el P. Ramière de Tolosa, se muestran contrarios a esta restauración de la ciencia filosófica y se oponen ocultamente a ella. La venida y larga residencia del P. Ramière a Roma en los últimos meses no es tal vez ajena a este propósito...»

En Italia, en efecto, algunos neoescolásticos participaban de su punto de vista sobre el hilemorfismo, en especial los Padres Tongiorgi y Palmieri: y Ramière los había defendido alguna vez con su impetuosidad habitual.

Mas en esta ocasión era bien ajeno a lo que sospechaba el Romano Pontífice: prueba de ello es la súplica que, precisamente al regreso de este viaje, quiere elevar a sus augustos oídos para que Santo Tomás sea declarado Patrono de las escuelas católicas.

Así, cuando el P. General, a cuya aprobación sometió su proyecto, le notifica la mala impresión de que es objeto y le dice que, por esta razón, no mandará su documento a Roma, sino que hablará personalmente con el Romano Pontífice para mejor apoyarla a la vez que rebatir las acusaciones formuladas contra él, Ramière agradece profundamente la defensa que de su persona y actuación hace su General.

El General de los Jesuitas justifica al Padre Ramière

Los puntos principales de la «apología» de Ramière que hizo el P. Beckx son los siguientes:

1) Cuando en los Escolasticados de la Compañía se concedía demasiado al Ontologismo y al Cartesianismo, levantó su voz para preconizar el retorno a la filosofía escolástica. A este fin publicó su libro De la unidad en la enseñanza de la Filosofía en el seno de las Escuelas católicas; libro alabado, en su día, por la «Civiltá cattólica».

2) Al cabo de poco tiempo de su regreso de Inglaterra a Vals, la autoridad de Santo Tomás se restablecía de nuevo en este Escolasticado.

3) En el Concilio Vaticano, colaboró con el P. Kleutgen en la proposición de un «postulatum» para la condena del Ontologismo.

4) El en Concilio provincial de Puy, unos años después, propuso un decreto que tenía por fin imponer a los Seminarios de la provincia la doctrina y el método escolásticos: propuesta que fue aceptada en parte.

5) Siendo profesor del Instituto Católico de Tolosa acaba de tomar la iniciativa de una «súplica» de los Maestros para obtener del Papa que Santo Tomás sea declarado Patrono de las Escuelas católicas.

6) El P. Ramière se pregunta de dónde vienen las acusaciones de que ha sido objeto. ¿Tal vez de la posición adoptada por él en las controversias sobre el «hilemorfismo»?

Había pensado que su posición, más fácilmente conciliable, a su parecer, con las ciencias modernas, era legítima en sí. Mas en esto como en todo está pronto a obedecer los deseos del Romano Pontífice.

Y en cuanto a su larga residencia en Roma, era debida a que le ha sido preciso esperar todo este tiempo para alcanzar las audiencias que deseaba.

Razón de la estancia del Padre Ramière en Roma, era debida a que le ha sido preciso esperar todo este tiempo para alcanzar las audiencias que deseaba. [119]

Razón de la estancia del Padre Ramière en Roma

¿Qué cuestión quería resolver Ramière con estas audiencias? Algo bastante distinto, en efecto, de los proyectos que se le atribuían: obtener la aprobación de los nuevos Estatutos del Apostolado de la Oración.

No pensaría seguramente León XIII por aquel entonces que, veinte años más tarde, su Encíclica «Annum Sacrum», por la que consagraría todo el linaje humano al Corazón de Cristo{3}, vendría a poner espléndido coronamiento a un movimiento universal de piedad y de fervor que se estaba iniciando, casi, con aquel viaje a Roma que excitaba su desconfianza... Mas esto es una historia distinta de la que nos ocupa, y por lo mismo no me corresponde contarla en este momento.

* * *

Volvamos a nuestro tema. El resumen que hemos transcrito de la intervención del P. Beckx en favor de Ramière nos lo hace conocer en un aspecto muy interesante de sus actividades filosóficas: como uno de los protagonistas de la querella ontologista, en la que defendió denodadamente la posición escolástica. No menos vigor había desarrollado en la lucha contra el error opuesto a saber: el tradicionalismo filosófico: dueños del todo, casi, entre uno y otro, del pensamiento católico francés.{4}

También Francia participó, por consiguiente, en la iniciación de la neoescolástica

Me ha interesado aludir a una y otra querella tan sólo para acabar de insistir en el hecho de que nuestro Padre Ramière aparece entregado desde mediados del pasado siglo, a una intensa actividad en favor del movimiento neoescolástico; actividades que atrajeron hacia su persona, dicho sea de paso, la consideración de hombres tan eminentes, en su tiempo, como Gratry o el director de los «Annales de Philosophie».

Ahora bien: Este hecho obliga a modificar la opinión corriente todavía de que Francia no participó en la iniciación de la neoescolástica.

Francia tiene, al contrario, en la figura de Enrique Ramière, un representante ilustre entre los iniciadores del neoescolasticismo; cuya relevante personalidad intelectual debían respetar sus mismos adversarios.

Valor del Padre Ramière como filósofo

Quédanos por preguntar: ¿Cuál es el valor del Padre Ramière como filósofo?

A pesar de sus largos años de actividad docente en diversas disciplinas filosóficas, veo que a veces sus biógrafos le regatean este valor. Parecen creer que no merece este título quien no se aísla en su gabinete entregado a meditaciones abstractas; quien no se ocupa de la filosofía por la filosofía misma; quien aspira abrazar, con su mirada, la totalidad de los problemas que preocupan a la Iglesia, en vez de especializarse en algunos...

Si este es realmente su pensamiento, hay que concederles en efecto que el temperamento de Ramière no era en lo más mínimo de aquellos que la palabra «filósofo» suscita en su imaginación; mas yo pregunto: ¿se atreverán a sostener que hubiese sido tal el de Santo Tomás o de San Agustín? ¿Qué es lo que caracteriza al temperamento filosófico? ¿No es precisamente esta amplitud y precisión de pensamiento, unido al espíritu de síntesis y al amor a la verdad? ¿No es la busca y hallazgo de unos pocos principios fundamentales que sirvan de punto de mira para considerar la creación entera?

Poder de síntesis, amplitud de visión, tales son las dotes principales del pensamiento del Padre Ramière

Y ¿quién puede negar estas dotes, en el grado más eminente, a Enrique Ramière? No se especializó, en efecto, en los estudios más técnicos de metafísica o epistemología, a pesar de que el conocimiento que tenía de ambas disciplinas no era despreciable; ciertamente su espíritu se siente atraído por problemas más directamente relacionados por su contenido, sino por sus repercusiones, con la marcha de la Sociedad. Mas la manera ancha, segura, irrefutable, como va descubriendo, por ejemplo, las grandes leyes que rigen providencialmente el curso de la Historia en sus artículos del Méssager du Sacré Coeur, publicados después de su muerte bajo el título «El Corazón de Jesús y la divinización del Cristiano, ¿no demuestran un espíritu que reúne en grado excepcional los caracteres del filósofo?

El modo en extremo vigoroso y ceñido como en su Soberanía social de Jesucristo{5}, descubre los principios en los que debe sentarse, en adelante, todo progreso de la Sociedad, y los obstáculos principales que se oponen a él, ¿no nos manifiestan un pensador profundo como pocos? ¿Qué otro escritor de nuestros días ha visto, como él, adoptadas oficialmente por la Iglesia sus intuiciones fundamentales? Necesidad de que el mundo reconozca de buen grado y de corazón la Realeza de Cristo, negada por el liberalismo: eficacia de la devoción al Corazón de Jesús para conseguir este triunfo de nuestro Rey; necesidad de considerar a la Iglesia, con mirada sobrenatural, como Cuerpo místico de Cristo. ¿No reconocemos todos en estas ideas las que ha tomado como centro de su doctrina la Iglesia de nuestros días? ¿Pueden encontrarse otras comparables con ellas en fecundidad y eficacia salvadora?

No ignoro que haber descubierto antes que nadie la importancia que estas ideas tomarían en la Iglesia es algo independiente del título filósofo; mas entonces, ¿qué apelativo va a convenirle? De la misma manera que estas materias trascienden los límites de la filosofía, trascienden también, en la forma en que él las propone, los límites de la historia. Y como no se pasó la vida, que sepamos, en un archivo, este segundo título tampoco debe, seguramente, convenirle. ¿Lo llamaremos teólogo? Se nos advierte que la especulación teológica no le interesó por sí misma, que no fue en este terreno hombre de ciencia pura: que sus condiciones denotan más bien al hombre de acción y al orador... Hay quien preferirá llamarle «periodista», dando a esta palabra el sentido un poco compasivo de quien tiene conocimientos generales de todo y no sobresale especialmente en ninguna...

* * *

Más bien me parece poder afirmar, al contrario, que el Padre Ramière sobresalió en todas: mas esto nos llevaría demasiado lejos. El presente artículo se proponía, tan sólo, dar a conocer a nuestros lectores un nuevo aspecto de nuestro Maestro: como devoto mismo de Santo Tomás y propagador de su doctrina; preocupándonos poco de poner una etiqueta a una personalidad tan rica como la suya, que desborda toda denominación que pueda incluir en su comprensión el menor matiz limitativo.

Jaime Bofill

Notas

{1} Los datos históricos de este artículo están tomados de la obra «Le Père Henri Ramière de la Cie. de Jésus», y son debidos al P. Blas Romeyer.

{2} De la Encíclica «Aeterni Patris» me he ocupado yo mismo otras veces en Cristiandad: vgr. en el artículo: «León XIII y la intelectualidad cristiana», nº 10, p. 225.

{3} Vd., entre otros, mi artículo «Oporto y Fátima» aparecido en el nº 6 de Cristiandad, p. 28; el de Domingo Sanmartí Font, en el nº 6, p. 124; &c.

{4} En otra parte de este mismo número Francisco Hernánz facilita algunos datos sobre el contenido de una y otra corriente filosófica.

{5} Esta obra, agotada en el mercado español, será reeditada, Dios mediante, por Cristiandad, que ha reproducido ya fragmentos de la misma. Vd. por ejemplo, nº 1, p. 18.

¿Qué es, qué pretende, el movimiento que reseñamos?
«Una insólita tendencia de los espíritus hacia la especulación
filosófica se manifiesta universalmente, y todos claman por el
perfeccionamiento de esa ciencia que entre las naturales tiene la
categoría de suprema. A esto se añade lo persuasión, producida
hasta en los más pertinaces, de la gran eficacia que tienen las ideas
sobre el giro de la acción».
Por sus repercusiones en el terreno especulativo o la por que en el
moral, no iba sin riesgo la restauración filosófica intentada. Nada lo
manifiesta mejor que ver tropezar, apartarse del recto camino,
a algunos que, imprudentemente, quisieron apoyarse en demasía en
las fuerzas de su propio ingenio, en vez de humillarse a los pies de
quienes la Iglesia de Cristo ha consagrado como maestros suyos.
La neoescolástica, en efecto, tiene a su base la humildad.
Mas dejemos ya la palabra a quienes supieron penetrarse de este
espíritu para que ellos mismos nos expongan las luchas que sostuvieron...

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