Cristiandad
Revista quincenal
año I, nº 10, páginas 225-227
Barcelona, 15 de agosto de 1944

Plura et unum

Jaime Bofill Bofill

León XIII
y la intelectualidad cristiana

Uno de los nombres con que universalmente se saluda la figura de León XIII es el de «restaurador de la ciencia cristiana». Sigue en esto la tradición de los supremos Pastores de la Iglesia, que siempre consideraron ser cosa tocante a su ministerio elevar la verdadera ciencia. ¿Bajo qué punto de vista les compete ocuparse de ella? Evidentemente, en cuanto afecta a lo que constituye la razón de ser del Magisterio supremo y universal de la Iglesia: conservar a los hombres la libertad de hijos de Dios, por medio de la verdad de Cristo.

León XIII, en efecto, subraya enérgicamente que la restauración intelectual del humano linaje en nuestros días es ante todo una obra divina:

«Al ser instituida la religión cristiana, el universo recobró su primitiva dignidad mediante la admirable luz de la fe, difundida, no con argumentos de humano saber, sino con la manifestación del Espíritu y el poder de Dios. (I Cor. II, 4). De la misma manera en nuestros días. La disipación de los errores que entenebrecen la humana inteligencia hay que esperarla ante todo del omnipotente auxilio divino».{1}

Este planteo sobrenatural del problema, su invitación a los fieles a pedir los dones del Divino Espíritu, no excluye, en el ánimo del Pontífice, los medios naturales; entre cuyos auxilios, dice, consta ser el principal el recto uso de la filosofía. Un primer problema se nos plantea, pues, al estudiar la restauración intelectual emprendida por León XIII, a saber, la

Importancia de la Filosofía

La importancia de la Filosofía es doble: en primer lugar, en el orden especulativo. Ella, en efecto, influye en la índole de todas las demás ciencias, tanto físicas como morales; pues de ella toman, a menudo inadvertidamente, sus supuestos fundamentales{2}. En segundo lugar, en el orden social. León XIII razona:

«siendo natural en el hombre seguir en sus acciones el juicio de la razón, si en algún punto se desvía la inteligencia, fallará también la voluntad; y así acaece que la maldad de las opiniones, cuyo sujeto propio es el entendimiento, pervierte los actos humanos.»

Por el contrario.

«Cuando el entendimiento está sano y estriba con firmeza en prinpicios sólidos y verdaderos, es causa de muchos bienes, así públicos como privados.»

Ahora bien: la influencia histórica de la Filosofía se ha desarrollado, en la época moderna, tan marcadamente en sentido corruptor, que León XIII no vacila en atribuir a la perversidad de los sistemas filosóficos la culpa principal de los males que nos afligen y de los que nos amenazan:

«Si alguno fija la vista en la acerba condición del siglo abrazando mentalmente la razón de los sucesos públicos y privados, caerá en la cuenta de que la causa fecunda de los males que actualmente nos oprimen y de los que nos amenazan es haberse infiltrado en todos los órdenes de la vida social, siendo recibidas de mucho con aplauso, las malvadas sentencias que ya hace tiempo salen de las escuelas filosóficas acerca de Dios y del hombre.»

La Filosofía ha corrompido a la Sociedad. ¿Puede la Filosofía regenerar a la Sociedad? La respuesta de León XIII es ciertamente opuesta «per diametrum» al orgullo del siglo: Las solas fuerzas de la razón humana no son suficientes para rechazar y desarraigar todos sus errores. «No son suficientes» dice el Papa; esto no es decir que sean inútiles, que no deben emplearse en la obra de restauración de la sociedad, sobre todo intelectual, que León XIII se propone activar. Queda planteado entonces el problema de

La misión de la Filosofía

a) Concepción de Ortega y Gasset

Antes de entrar a exponer el pensamiento de León XIII, el lector me permitirá que transcriba, y leerá seguramente con gusto, un significativo fragmento de Ortega y Gasset.

«La definición más verídica, dice, que de la Filosofía puede darse (y harto más rica en contenido de lo que al pronto parece, pues parece no decir casi nada) sería ésta de carácter cronológico: la Filosofía es una ocupación a que el hombre occidental se sintió forzado antes de Jesucristo y que con extraña continuidad sigue ejercitando hasta la fecha actual. Para que la Filosofía nazca, es preciso que la existencia en forma de pura tradición se haya volatilizado, que el hombre haya dejado de creer 'en la fe de sus padres'. Entonces queda la persona suelta; con la raíz de su ser en el aire, por tanto desarraigada, y no tiene más remedio que buscar por su propio esfuerzo una nueva tierra firme donde hincarse para adquirir de nuevo seguridad y cimiento. Donde esto no acaece, o en la medida en que no acaece, no hay Filosofía. Esta no es una diversión ni un gusto, sino una de las reacciones a que obliga el hecho irremediable de que el hombre 'creyente' cae un día en la duda. La Filosofía es un esfuerzo natatorio que nace para ver de flotar sobre el 'mar de dudas' o, con otra imagen, el tratamiento a que el hombre somete la tremebunda herida abierta en lo más profundo de su persona por la fe al marcharse. Como la pura tradición era un substituto de los instintos desvanecidos, la Filosofía es un substituto de la 'tradición' rota. En el hombre no hay más que substituciones y cada una de éstas conserva adherido a su espalda el cadáver de aquella que está llamado a substituir. Por esto la Filosofía parece ir contra la 'tradición' y contra la 'fe'. Mas no hay tal. No es ella quien mató a ésta sino al contrario, porque éstas murieron o se [226] debilitaron no tuvo más remedio la filosofía que intentar, bien que mal, substituirlas.»

El texto anterior –cuya filiación habría reconocido con facilidad el lector experto– define pues la Filosofía como el substitutivo de la fe. La Filosofía aparece cuando el hombre ha dejado de creer en «la fe de sus padres». «Donde esto no acaece, o en la medida en que no acaece, no hay Filosofía». Y para que no quede ninguna duda, una nota aclara: «En la Edad Media va habiendo Filosofía conforme va atenuándose la fe»{3}.

No podrían oponerse, claro está, a esta argumentación ejemplos individuales de ciencia unida a la Santidad, pues el autor se refiere evidentemente a la Filosofía como hecho social. En el mismo fragmento transcrito lo indica, por ejemplo, la frase que él mismo recalca: «la fe de sus padres». Una tradición de racionalismo substituye en la sociedad, bien que mal, a una tradición de fe, que ha venido a substituir, a su vez, «el sistema de los instintos que (el hombre) como animal perdió».

No sé si la palabra «sucedáneo» que Ortega Gasset no teme emplear unas líneas antes de las transcritas conserva bajo su pluma el sentido depresivo que tiene en el vocabulario vulgar de nuestras sociedades empobrecidas. Pero el texto mentado deja planteada una pregunta inevitable: Si «en el hombre no hay más que substituciones» ¿puede preverse cuál será el sucedáneo de la Filosofía?

Donoso Cortés, vate mal educado pronunció un día una frase brutal: «Después de los sofistas vienen los verdugos». En un lenguaje más civilizado, habría cabido pronosticar, tal vez, que el substitutivo de la filosofía sería «aquel perdido sistema de instintos» a que Ortega alude. Y tendríamos entonces, por añadidura, una bonita concepción cíclica de la Historia, no del todo ajena a nuestra experiencia presente.

b) El proceso de degeneración de la filosofía moderna

Ante la hipócrita sinceridad de textos como el citado, expresivos de un ambiente por boca de quien mejor la resume y representa en España, el espíritu se pregunta angustiado: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?

León XIII describe el proceso penoso de degeneración de la Filosofía moderna con lúcida precisión:

«Gracias a los novadores del S. XVI, hízose moda discurrir en materias filosóficas sin miramiento ni respeto alguno a la fe, no negándose a nadie la licencia que pedía y otorgaba a su vez para excogitar cada cual a su placer la doctrina que le sugiriese su propio ingenio. De donde acaeció multiplicarse sin medida los sistemas de Filosofía, y nacer sentencias diversas y contradictorias hasta sobre las cosas que son principales en los conocimientos humanos.
De la multiplicidad de opiniones se pasó a la incertidumbre y a la duda; y todos saben que de la duda al error no hay más que un paso.
Este amor a la novedad pareció en algunas partes haber inficionado el ánimo hasta de los filósofos católicos –que es muy común en los hombres ser inducido a obrar por el espíritu de imitación; los cuales, dejando de lado el patrimonio de la antigua sabiduría, prefirieron en lugar de aumentar y completar lo antiguo con lo nuevo, esforzarse en construir novedades a su vez.
Menguado consejo en verdad, y perjudicial para la ciencia: porque esta misma multiplicidad de doctrina sólo estriba en la autoridad y arbitrio de determinados maestros (fundamento esencialmente mudable) y por consiguiente la Filosofía que de aquí procede lejos de tener la firmeza, estabilidad y fortaleza de la antigua, adolece de los vicios contrarios, resultando fluctuante y ligera.
No es maravilla pues que, cuando se le oponen razones contrarias carezca a veces de medios eficaces de defensa; a nadie puede imputar su falta sino a sí misma.
Y no es esto decir que desaprobemos el estudio de los sabios que aplican su talento y erudición y los tesoros de los nuevos descubrimientos a cultivar la Filosofía: pues tal estudio sabemos perfectamente que conduce a desarrollar las doctrinas; pero sí, que hay que cuidar, que en tal estudio no se cifre todo, ni tan siquiera la parte principal del trabajo.»

Este fragmento no tiene desperdicio. Fijémonos en diversos momentos del proceso que describe. Empieza con los novadores del S. XVI que aplican a la Filosofía la libertad de pensamiento. Las consecuencias se encadenan. En la primera, la multiplicidad de sistemas. Su diversidad y oposición alcanza pronto estratos fundamentales. Las dudas que se siguen de ello no pueden menos de conducir a errores peligrosos. El espíritu de novedad se contagia a los mismos católicos, y sus sistemas, sometidos a la fe sólo negativamente, pero no fundamentados en ella sino en la mera autoridad y arbitrio de cada uno carecen con frecuencia de vigor para rechazar los ataques adversos. La Filosofía, «arma defensiva y muro firmísimo de la religión» no puede cumplir ni tan siquiera este último aspecto de su misión.

c) La misión de la Filosofía en la síntesis de León XIII

A exponer esta misión de la Filosofía dedica León XIII, precisamente, la Encíclica «Aeterni Patris» que sirve de base a este comentario.

El Papa hace constar (ya lo hemos visto) que la Filosofía por sí sola no puede reparar el daño que ha hecho: Las solas fuerzas de la razón humana no son suficientes para rechazar y desarraigar todos sus errores.

«Pero no por esto es razón despreciar ni preferir los medios naturales con que, gracias a la sabiduría divina que todas las cosas ordena con suavidad y eficacia, es ayudado el humano linaje; entre cuyos auxilios consta ser el principal el recto uso de la Filosofía.»

Misión auxiliar, misión de servicio, múltiple y grave: preparar el camino de la fe{4}, defenderla{5}, estructurar en un sistema las verdades reveladas{6}; y en el cumplimiento de esta misión de servicio –«ancilla theologiae», precisamente, encuentra la Filosofía su máxima perfección:

«la razón, lejos de ser extinguida ni disminuida por la luz sobreañadida de la fe es antes perfeccionada por ella, acrecentada su virtud y hecha hábil para cosas mayores.»

Perfección de la Filosofía

«La fe libra a la razón y la defiende, y la instruye, además con la noticia de muchas cosas.» [227]

Fijémonos únicamente, en atención a la brevedad, en el último de estos aspectos, que es el que responde más al presente epígrafe y el menos se tiene en cuenta. Es el célebre debate (no se escandalice el lector) sobre si existe una «filosofía cristiana»; es decir, si el adjetivo de «cristiana» modifica el substantivo «filosofía» de una manera intrínseca, de tal suerte que sea esencialmente diferente de la que no lo es.

El más elevado de los actos intelectuales a que en este mundo es dado al hombre aspirar, tiene en la fe su imprescindible fundamento: me refiero a aquella

«inteligencia algún tanto esclarecida de los misterios de la fe que Agustín y otros Padres se esforzaron por alcanzar y que el Concilio Vaticano declaró ser de mucho fruto»{7}

en otras palabras, a la contemplación.

A la luz de este «máximo» de orden sobrenatural el sentido de la Filosofía cristiana se ilumina. Es la Filosofía que no se contenta con ser compatible con la fe, sino que nace de aquel «pius credulitate affectus» que es un amor personal a la verdad. «Fides quaerens intellectum». Por esto, dice León XIII: «los que unen el cultivo de la Filosofía con la submisión a la fe, son los que filosofan mejor».

La Filosofía escolástica

Este fue el espíritu de la filosofía escolástica, a cuya restauración acompaña el voto de la Iglesia; entendiendo por tal, en especial la filosofía de Santo Tomás de Aquino; ya que

«si algún punto fuera de los doctores escolásticos investigado con nimia sutileza, o enseñado con poca madurez; o algún punto resultase menos conforme con verdades descubiertas posteriormente, o de cualquier manera improbable, no está en modo alguno en nuestro ánimo proponerlo a la imitación de nuestra época.»

En trazos vigorosos resume las características principales de su sistema; que sobresale de mucho –«longe eminet»– entre los demás. Entre ellas figura en particular:

1º Haber difundido orgánicamente las doctrinas de todos sus antecesores con sus propios descubrimientos, como si hubiera recibido la ciencia de todos ellos.

2º A esto se allega un segundo carácter de su genio metafísica: de tal manera «especuló las conclusiones filosóficas en las razones y principios más universales», que, no sólo «alcanzó a develar por sí solo los errores de los tiempos anteriores», sino, incluso «proporcionar armas incontrastables con que expugnar y destruir los que necesariamente habían de nacer en adelante».

3º ¿Es poco esto? ¡Mirad que los adversarios lo encuentran exorbitante! Pues el Papa da un paso más. «Las hombres de las edades pasadas que merecieron más de la Teología y la Filosofía por la extensión y profundidad de su saber, después de haber explorado con asiduidad increíble los inmortales volúmenes de Tomás, entregáranse a su angélica sabiduría para cultivar su espíritu, y más todavía: para sustentarse y nutrirse con ella.»

¡Formador de hombres, maestro de maestros! ¡Y este elogio en boca de la Iglesia!

* * *

Que el lector excuse esta rápida enumeración de temas, escogidos entre las que por todas partes se presentan al estudiar la encíclica «Aeterni Patris». Y que me permita proponer todavía uno, sugestivo como el que más, y que en este punto viene por sí mismo a la pluma: es el que puede expresarse en la siguiente antítesis, apasionante para el pensador católico: «¿filosofía escolástica, o filosofía tomista?»

Con la ayuda de Dios, espero tratarlo un día en estas páginas.

Jaime Bofill

Notas

{1} Aeterni Patris. A la misma Encíclica pertenecen las demás citas que no lleven mención especial.

{2} Cfr. Encíclica «Inscrutabili»: «Ex philosophia, recta aliarum scientiarum magna ex parte dependet».

{3} «Dos prólogos». Revista de Occidente, 1944, Pág. 185-189.

{4} «Porque, lo primero, cuando los sabios emplean como deben la Filosofía, no hay duda sino que puede allanar el camino de la fe y guardarlo, y disponer convenientemente los ánimos que la cultivan a recibir las verdades reveladas...» («Aeterni Patris»).

{5} «A la filosofía pertenece, defender religiosamente las verdades reveladas por Dios, y resistir a todos los que sean osados a combatirlas. Grande es el honor que por esta parte corresponde a esta ciencia, pues merece ser tenida por arma defensiva y baluarte al mismo tiempo firmísimo de la Religión. La doctrina del Salvador, dice Clemente de Alejandría, por sí misma perfecta y acabada como virtud y sabiduría que es de Dios, no ha menester de ninguna otra: mas si ella se allega la filosofía griega, aunque ésta no le dé a la verdad más fuerza que la que tiene, pero sí debilita las fuerzas de los sofistas que arguyen contra ella, y rechaza sus insidiosas maquinaciones...» (Ibid.).

{6} «Establecidos de esta forma esos fundamentos solidísimos, todavía se requiere el uso constante y múltiple de la Filosofía para que la Sagrada Teología reciba la naturaleza, hábito e índole de verdadera ciencia: porque en esta nobilísima disciplina es muy necesario que las múltiples y diversas partes de que consta la celestial doctrina sean reunidas como en un cuerpo...» (Ibid.).

{7} Dice el Concilio Vaticano (Denz., 1796): «La razón ilustrada por la fe, cuando con diligencia, piedad y sobriedad busca, consigue, con la gracia de Dios, alguna fructuosísima inteligencia de los misterios; ya por medio de la analogía con lo que naturalmente puede conocer ya por el nexo que guardan entre sí y con el fin último del hombre; sin embargo, nunca es hecho idóneo para conocer estos misterios, como conoce lo que constituye su objeto propio. Los misterios divinos exceden por su esencia de tal manera al intelecto criado que, incluso después de entregada la revelación y recibida la fe, permanecen como envueltos en el velo de la misma fe, mientras peregrinamos en esta vida mortal: «peregrinamur a Domino: per fidem enim ambulamus et non per species» (II Cor. 6, ss.).


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