Filosofía en español 
Filosofía en español


Lecturas

[ María Zambrano ]

El poeta italiano Marino Piazzola

El sentimiento del exilio ha sido el supuesto de toda poesía lírica, porque la poesía lírica nace del sentir la diferencia irreductible del hombre con el mundo que le rodea, conciencia de prisionero que clama por la libertad y que por instantes la goza. Sin estos instantes de pura libertad el canto lírico no sería posible; de ella brota el ímpetu y la visión que la acompaña y ella revela su propia ausencia o su frustración. Esta doble experiencia –goce de la libertad y padecer de encadenado– transciende los límites de la vida concreta, del tiempo que se cuenta, del espacio que ilusoriamente nos brinda amplitud, pues el instante de libertad nos lleva fuera del tiempo y por ello nos hace tener conciencia de su limitación; nos hace en cierto modo “salir de sí”. Luego al volver se tiene conciencia de que no sólo la realidad –el mundo y las cosas– y el tiempo son prisión, sino también lo que llamamos “yo” correlato y sujeto del “mundo”: de que si no hubiera “yo” tampoco habría tiempo.

Y así, la poesía lírica desde Anacreonte canta ese instante de libertad –experiencia indeclinable anterior al pensamiento– y la visión de la vida que desde ese instante se presenta, y el dolor de que al pasar el instante pase también la visión pura y clara y la comunicación perfecta y aun la irremediable vuelta a lo efímero, a lo que a medida que respira se consume –la respiración, aliento destructor.– Que algo no ha podido ser sentido sino después del instante en que se lo vivió como eterno, desde un instante en que la realidad apareció libre de su prisión temporal.

De este sentir, experiencia diamantina de la poesía, ha brotado el largo poema de Marino Piazzola “Esilio Sull’Himalaya”, aparecido en el libro del mismo título{1}. Y sin embargo no canta el exilio ni a la ausencia en modo directo; el título viene a ser así una clave, más bien una marca de origen, un escudo genealógico que muestra su inspiración: la más profunda y persistente de la poesía lírica de todos los tiempos. Podría servir de paradigma del género.

Y como tal realización ejemplar de la lírica, es un viaje, un largo viaje a través del tiempo, por entre las raíces de la vida; descenso a los orígenes de lo viviente, de la palabra al silencio, [103] de la luz a la sombra. De la substancia al borde mismo donde la substancia se disuelve o se anega.

Porque el exilio es la vida misma; ser una substancia incompleta; es tener rostro y voz, es el mismo uso de la palabra que nunca alcanza lo indecible, que deja bajo su luz no sólo una sombra de sí misma sino la tiniebla, el abismo primero y último inalcanzable. “M'hai dato voce umana/e mi sopporti come un raggio/che mai, mai te raggiunge./Forse io sono inutile/come il bulo/ che scoppia nella notte.”

Todo el poema parece estar contenido, enunciado como en átomo en la invocación y confesión en tres versos de la primera estrofa: “O tu maturi/questo corpo d’un uomo/in tanta solitudine.” Mas no es un lamento este dolor de ser hombre, sino tan sólo el punto de partida, la situación desde la cual se invoca a lo viviente y al viviente entre todos, la fuente misma de la vida. No es el dolor que se cierra en sí mismo, que vuelve sobre sí, pues no está encerrado en una teoría o en una “visión de universo” pesimista, como en Leopardi. Pues veamos… no hay poesía pesimista ni optimista, bien entendido. Los datos de la poesía, latos instantes de experiencia que el poeta vive, fuente de su poesía, son siempre ciertos, siempre válidos. Pero el poeta es un hombre de su época y ha habido ciertas épocas cuyas creencias e ideas predominantes no permitían al poeta ceñirse estrictamente a su poesía, limitarse y al par entregarse a ella, con la certidumbre de que la poesía es por sí misma pensamiento, pues lleva consigo su propio pensamiento o lo presume. Por el contrario, la poesía aparecía contenida en una “filosofía” previa, más bien por una “concepción del universo” como si el poeta previamente a su experiencia poética poseyera un saber que le proporciona horizonte y juicio. Y así su poesía no viene a ser sino una comprobación, un texto sentimental explicativo, no una aventura del conocimiento, una forma irreductible de la expresión humana.

Esilio Sull’Himalaya (Exilio en el Himalaya) de Marino Piazzola tiene ante todo ese valor de ser la expresión de una aventura, de un viaje del alma desde la ignorancia y el olvido a la más despierta vigilia; el dolor de ser hombre es ansia de metamorfosis y es todavía invocación de esperanza: “Se un mattino sara per me nuovo il tuo/lume, muta il mio nome/in una fonte/dove piu secche –sono le rocce tue che non conosci.”

Sed de transformación, de transubstanciación más que de simples metamorfosis que no niega ni reniega de la condición humana, sino que a fuerza de adentrarse en ella halla lo que más importa: ser respuesta al autor de la creación, enriquecerla, ser vida allí donde todavía no ha germinado; “ser frescura y rumor allí donde habita el olvido”.

Pues Esilio Sull’Himalaya es un diálogo, un diálogo con el silencio y la tiniebla y un largo monólogo de la esperanza en verdad, que al ser nacido y movido por la esperanza no puede ser cerrado; ensimismado soliloquio sino llamada, íntima conversación en hondo silencio con aquel que escucha siempre, de quien no se dice el nombre.

Pues no hay propiamente yo y tú en este poema; por eso tanto es monólogo como diálogo. Cuando en lo más secreto del corazón se habla ¿de quién es la voz? ¿quién habla a quién? La soledad del corazón no es la misma que la soledad de la conciencia, que Descartes para siempre mostrara. En la conciencia solitaria se revela la existencia del yo, del yo que piensa; en la soledad del corazón no se sabe quién habla, pues es el silencio donde la palabra resuena como venida de lejos, como si alguien abandonado y al fin atendido comenzara a desgranar su secreto; es la tiniebla que se entreabre y una claridad no vista comienza a brillar; algo que brilla sin ser iluminado.

Al entregarse el poeta a su íntima aventura la soledad y el silencio se convierten en signos positivos, en semejanza de una vida total: “O come ti somiglia/chi non respira/e piu non apre gli/occhi. Come ti chiama/chi tace e non ascolta/ dal suo abisso./E allora che il silenzio fa da guida al suo cuore fino a te.”

Con el silencio por guía llega con el pensamiento allí donde la eterna vida no es más que “fábula de luz”. Y sólo entonces el clamor de la propia vida en su prisión se desata: una enumeración de dones recibidos que son al mismo tiempo tormento, pasión de ser, pues la pasión del hombre es vida no cumplida, es no acabar de vivir, no acabar de ser; requerimiento de la esperanza que es también sed y privación. Y la queja brevemente enumerada se concentra en queja de amor: “Io porto un nome fra le tue stelle e non me chiami.” Ansia de ser llamado para reintegrarse al orden de la creación; de ser palabra o signo en el lenguaje silencioso del cual nuestra palabra es la decadencia. Ansia de vivir simplemente, de ser como se era, libre de historia y de cuidado: “E lascia crescere la mia innocenza/ nel tuo rifugio que mi fa da guida.” Y esta larga invocación que es todo el poema se acaba en una invocación a sí mismo: “Ch’io me perda,/ come sopra un nevaio,/per acostarme a te/o antica mia innocenza.”

¿Quien llama a quién? Tendría aquel a quién se llama múltiples nombres, pues es el Dios del corazón cuyos nombres no se agotan, a quien se dan tantos nombres como congojas se padecen; el nombre de todo lo que esencialmente nos falta, el nombre del pan que satisface [104] y de la luz que conforta, el nombre de lo más próximo y de lo más lejano. Y es lo inalcanzable y es también yo, yo mismo, el yo en vías de ser, el perseguido, por quien se padece, aquel nuestro yo mejor del que la vida diaria es lento, agónico nacimiento.

Esilio Sull’Himalaya no es una elegía, como el título parece indicar, sino un recorrido inacabado, un trozo del viaje que a lo largo de la vida se cumple por secretas galerías en busca de la vida verdadera. Camino por un país sin frontera donde al fin obediencia y libertad sean la misma casa: recobrar la inocencia de una estrella, palabra en el lenguaje de la creación según número y ritmo en una órbita.

Quizá tenga un nombre aquel a quien el monólogo se dirige el silencio que escucha y la tiniebla fueron nombradas, hace tiempo, Dios Desconocido.

María Zambrano

——

{1} Marino Piazzola: Esilio sull’Himalaya. Ed. del Canzoniere. Roma, 1953.