Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Federico Rahola

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

Voy a contestar brevemente a las preguntas que me dirige sobre dos problemas complejos de moral pública:

A. Es de todo punto imposible substituir actualmente, en tanto no se invente algo que le sobrepuje, el Cinematógrafo por otro espectáculo o diversión popular. El Cinematógrafo es la diversión más intensa, la que más se ha difundido y la que resulta más económica de cuantas ha inventado el hombre. Nos proporciona goces maravillosos, ya que percibimos la sensación de las cosas que jamás llegaríamos a ver de cerca, y asistimos a los grandes espectáculos de la naturaleza y a las hondas tragedias humanas sin la penalidad de las costosas excursiones ni el peligro del daño inmediato.

Jamás los potentados ni los monarcas de la antigüedad pudieron admirar los sitios de toda la tierra y las cosas de todos los lugares como el más humilde y mísero hombre de nuestros tiempos, gracias al Cinematógrafo.

No se puede negar que el ambiente deletéreo de ciertas ciudades se difunde fácilmente por medio del Cinematógrafo y llega a todas partes; pero en todos los grandes avances de la humanidad, lo que produce el bien, algo también engendra el mal. No es posible evitarlo. El Cinematógrafo, como la dinamita, es origen de grandes beneficios, muy superiores a los daños que origina.

Seguramente cuando comenzó a propagarse el libro y después el periódico, surgieron los mismos temores y recelos contra su perniciosa influencia. Y, sin embargo, la imprenta ha sido causa de mayores bienes que males.

No hay que alejar de este espectáculo a los niños, antes al contrario, hay que llevar el Cinematógrafo a la escuela.

Sin llegar a la previa censura, por medio de la acción de los maestros, de los padres de familia y de las juntas de protección a la infancia, hay que procurar que los Cinematógrafos para niños (los jueves por la tarde, pongo por caso) se limiten a películas de paisaje, verdaderas lecciones de geografía, como nunca pudieran imaginar nuestros abuelos. Y lo más, películas de circo ecuestre o cuentos infantiles que no estimulen la precocidad morbosa de los niños.

Se pudiera conseguir con facilidad que los Cinematógrafos se sometieran voluntariamente a la censura de una Junta Protectora de la Infancia, haciéndolo así constar de una manera visible para garantía de los padres y de los maestros.

El Cinematógrafo se presta indudablemente a una gran propaganda, y por ello, contra la que peque de inmoral o de anarquista, hay que oponer otra en sentido contrario. Parodiando una frase antigua, podemos decir que los males del Cinematógrafo con el Cinematógrafo se curan.

B. El segundo problema, o sea el de la propaganda en la calle de los vicios industrializados, queda reducido a una cuestión de imprenta y a otra de policía urbana.

Con las ordenanzas municipales y con la ley penal de la pornografía, habríamos resuelto el problema.

Federico Rahola