La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle
Augusto Pi Suñer
Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo
Sr. Redactor de Cataluña
Muy señor mío y distinguido amigo:
Agradezco su recuerdo y con placer tomo parte en la campana de Cataluña sobre la Cuestión de la Moral Pública. Procuro contestar concretamente a cada una de las preguntas incluidas en el cuestionario.
I. El Cinematógrafo, como el teatro, es medios eficaz de educación, siempre que de él se haga buen uso. Por la difusión del mismo y porque las escenas por él reproducidas impresionan especialmente a las inteligencias menos capaces de reacción (niños, gente inculta, degenerados) se torna con enorme facilidad un muy peligroso agente de disolución social. Como la sugestión puede ser únicamente visual, la acción ha de tener gran intensidad para dar el necesario interés al asunto; por esta razón, constituye argumento frecuente de las películas preparación y ejecución de crímenes de toda clase y es común presenciar escenas hemofílicas de tormentos o ejecuciones capitales o ejemplos de inmoralidad sexual agravada por otras acciones deshonestas: robo, juego, asesinato. Escenas de tal índole, contempladas un día y otro día, han de impresionar nocivamente la imaginación del niño.
La tramoya ha venido a desterrar la escena natural y así el Cinematógrafo se ha hecho insoportable, perdiendo todo su valor estético y educativo.
La misma índole del mal nos muestra que no estaríamos en lo justo prescribiendo el Cinematógrafo como espectáculo público. Lo que importa es corregir la desviación antes apuntada: proyectar cosas reales, vívidas, no ridículas escenas de pantomimas terroríficas o grotescas.
Nuestra acción ha de constreñirse, hoy por hoy, a pedir el previo examen de las películas y a aconsejar al público el apartamiento de aquellas salas que no se distingan por una discreta selección de sus proyecciones. Sería éste el procedimiento más eficaz. Mediante una buena educación colectiva, el público movería a los propietarios a escoger asuntos sanos y desechar aquellos que provocaran estimulaciones morbosas. Más en la hora actual, cabe tener muy poca confianza en esta acción directa del público. Por ahora no resta más que la aplicación de la medida recientemente impuesta en Alemania: la previa censura de las películas, medida dolorosa, pero la única práctica y que podría realizar una junta de vecinos.
II. Supuesta una cuidada selección de los cuadros proyectados, de ningún modo deben ser excluidos los niños del Cinematógrafo, mientras las condiciones del local sean irreprochablemente higiénicas. La variedad y la plasticidad de los asuntos amplían en ellos las enseñanzas de la vida real, las que más firmes prenden en su inteligencia, les agrandan su campo de curiosidad en el espacio y a lo largo de los tiempos.
III. Por la índole del espectáculo, no hay otro –a no ser el teatro– que pueda con ventaja substituirlo en análogas condiciones. Pero el teatro tiene su especial y limitada esfera de acción, muy distinta de la del Cinematógrafo. La gimnasia, los paseos, los sports al aire libre, claro está que gozan de grandes ventajas higiénicas, de que se halla desprovisto el Cinematógrafo; pero no pueden con él compararse, porque con él no tienen paridad alguna. Conseguido el saneamiento del Cinematógrafo, no es necesario pensar en substituirlo.
IV. Me parece inútil conceder jurisdicción al maestro para moralizar su calle, porque aun suponiendo –y es mucho suponer que con su esfuerzo lo consiguiera, quedarían las demás ejerciendo la que Cataluña llama coacción de inmoralidad... Y el niño no pasa únicamente por las calles que rodean su escuela. Este problema de la lucha contra la pornografía enlazado con otras cuestiones públicas pertinentes a la vida sexual es muy complejo y difícil; se han escrito acerca de él muchos volúmenes, y, sin ir más lejos, en la hora presente se desarrolla una acción popular en Inglaterra y, de otro lado, el reciente Congreso de las Juventudes Republicanas francesas ha decidido con gran entusiasmo, una campaña antipornográfica. La discusión, como se ve, es actualísima y agita todos los países cultos. Pero la acción moralizadora no debe reducirse a la calle, al teatro, al Cinematógrafo, al libro y al periódico; no hay que poner fuera de ella a la escuela misma, donde la convivencia de niños de muy diversa educación y diferentes espiritualidad y moralidad entraña también graves peligros. Por la complejidad del problema, no creo que puedan conseguirse resultados suficientes con esta simple encuesta. Yo, por mi parte, no me atrevo a ofrecer soluciones concretas en estas cuartillas escritas a vuela pluma.
V. Respecto a la manera de imposibilitar la propaganda de obscenidades, la exposición de pornografismos, de conseguir la neutralización de la calle, no es necesaria la creación de órganos especiales, de juntas, de consejos de barrio, ni tampoco conceder jurisdicción al maestro; basta que se cumplan las Ordenanzas Municipales vigentes a pesar de sus enormes imperfecciones. (Véase lo dispuesto en la Sección 7ª, art. 319; Sección 11ª, art. 341; Cap. LXV, arts. del 866 al 871)... Pero ¿quién cumple aquí y quien hace cumplir las Ordenanzas Municipales?
Interín no se prolonguen las nuevas Ordenanzas (en proyecto desde tanto tiempo y en cuya confección sería de desear una intervención enérgica por parte de la Ciudad entera) bueno sería exigir el exacto cumplimiento de las actuales y la aplicación del Código penal cuando ellas no bastaran en su acción coercitiva. Pedimos, bien se ve, algo muy difícil y es que ¡no nos faltan leyes, lo que nos falta es cumplirlas!
Hé aquí, brevemente expuesto, lo que se me ocurre en respuesta a su carta y a su cuestionario. Me complace que la presente ocasión me dé motivo de reiterarle el testimonio de mi consideración más distinguida.
Augusto Pi Suñer.
Barcelona, 6 de noviembre de 1911.