Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Eugenio D'Ors

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

Sr. Director de Cataluña.

Mi querido amigo:

Siento verme forzado a contestar a las preguntas de una encuesta tan interesante entre apremios de trabajo, y sin casi poder otra cosa que referirme a algunas notas de “Glosari”, publicadas días atrás, como que corrían los años de 1907 y 1908.

Lo más sustancial de esas glosas se cifraba en una defensa de la institución de la Censura, en ocasión de agitarse en Francia, en los medios más inteligentes, la cuestión de su restablecimiento. Porque la Censura es una consecuencia lógica del gran principio de la Intervención, característico de nuestro Imperialismo; principio que, a su vez, es un corolario del que fundamentalmente adoptamos, al afirmar la existencia de una responsabilidad, más allá de los límites de la personalidad (o, mejor dicho, --pero eso ya es muy filosófico,-- que la personalidad no se constituye sino al centralizar extensiones ultraindividuales de responsabilidad.)

Proponía, pues, a mis amigos catalanes, una campaña para que fuese aplicada la Censura estatal a todos los espectáculos de la índole predominante industrial o empresaria, metiéndolos en la consideración de otra cualquiera industria; dejando fuera de aquella los de índole propiamente artística; porque en lo de la libertad del arte es cosa adquirida del Renacimiento acá, y que está demasiado bien, para que pongamos mano en ella.

¿Como distinguir, en la práctica, unos de los otros espectáculos? Sencillamente, trazando una línea divisoria convencional. Convencional, si, ni más ni menos que tantas otras que traza la ley. La que separa los menores de los mayores de edad, por ejemplo.

Tal tiene mayor juicio a los veinte años que tal otro a los treinta. Pero, no hay remedio: la legislación ha de tomar un patrón fijo y calificar de no juicioso aún o de ya juicioso, según él. Análogamente, tal drama será inventado con la única, perversa y descarada intención de lucro; y no así tal inocente juguete de género chico; pero la ley debe considerar al primero, artístico, al segundo, no. Y según ello, impone a este la Censura; no, a aquel.

Como se parta de ahí, se acabará por juzgar que bueno sería que estuviesen sujetos a la Censura, el cinematógrafo, el café concierto, el género chico. El criterio de aquella, su mayor o menor tolerancia, los dictarían, en claro, las costumbres, el estado social. Por estrecho que el tal criterio fuese, no creo demasiado de temer que con ello perdiese el arte ninguna “Madame Bovary”, ningunas “Flores del Mal”.

En cuanto a la calle, es cuestión de Policía. De Policía que, naturalmente, debe ser entendida, más que como represión, como educación. Do Policía que, según la veo, debería suprimir, tanto como los espectáculos e incidentes licenciosos, los macabros o abyectos, y aún las disonancias demasiado estridentes de las músicas y las faltas de ortografía de los rótulos. Por deshonesta que sea, a veces, la falta de un velo, no le es menos, otras, la de una “h”.

Ya me sabe V. muy amigo de V. y de la revista Cataluña.

Eugenio D'Ors.