Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Adolfo A. Buylla

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

I. Considero este moderno aparato como un elemento importantísimo de educación, no sólo para la niñez, sino para los hombres de todas las edades: hácenos partícipes de la vida universal en su dos grandes factores, el tiempo y el espacio, librándonos de la esclavitud que representa nuestra limitación individual, ante estas condiciones supremas del Cosmos. Y ello en tales circunstancias de comodidad y de baratura, que tengo el espectáculo que proporciona, como absolutamente insustituible por el momento.

Ahora que si como procedimiento intuitivo de educación supera a los conocidos hasta el día, no hay duda de que mal empleado puede ser instrumento fácil de inmoralidad y causante, por ende, de irreparables perjuicios, particularmente a los niños. Es claro, pues, que debe estar el espectáculo a que me refiero cuidadosamente controlado: ¿Y por quién? La sanción pública sería seguramente el arma más poderosa para evitar y para reprimir los culpables excesos que por desgracia se cometen con ocasión de un regocijo, que tantos beneficios en su caso debiera producir; pero recuérdese hasta dónde llevaba nuestro inmortal Lope su respeto al vulgo; desdichadamente todavía hay que hablarle en necio porque lo paga bien. Justifican por lo tanto en este punto la intervención gubernamental, de un lado, la ineducación popular, y de otro, la suprema misión del Estado la educación; pero en forma y por procedimientos más represivos. Multas cuantiosas, supresión del espectáculo en la reincidencia por supuesto, facilitando la admisión de las denuncias anónimas, simplificando considerablemente el procedimiento, procurando a medio de la rapidez en el mismo la ejemplaridad de la pena.

De lo dicho se infiere: que sería inconveniente privar al niño de la cooperación educativa del Cinematógrafo, al cual no es impropio considerar como una escuela comprimida, siempre por de contado, que hubiera garantías suficientes de que el espectáculo fuese de una exquisita moralidad, y que encuentro muy difícil su sustitución, sobre todo, si los locales en que se instale, son higiénicos y si el espectáculo se realiza a hora que no perjudique la salud de los niños.

II. Hay tantas cosas en las calles de nuestra ciudades que perturban y deshacen no sólo la sacratísima labor educativa del maestro, sino la vida ordenada de las familias, aun dentro de su domicilio, que en realidad no se sabe por dónde comenzar la tarea de limpiar de obstáculos la vía pública: los gritos destemplados de los vendedores, el insoportable ruido de coches, tranvías y automóviles, las sonatas estridentes de los pianos de manubrio, las tertulias al aire libre, el descoco inaguantable de los tenorios callejeros que como las estrellas del cielo, no pueden contarse, convierten las calles en lugares donde toda incomodidad tiene su asiento. De los espectáculos inmorales en cosas, personas y animales, no hay que hablar. Las solicitaciones al vicio menudean en ellas a ojos vistos. Ya nuestra leyes prohíben la instalación de tabernas, mancebías &c., en las cercanías de la escuelas, y claro es que debiera procurarse la inmunidad contra el vicio en las calles circundantes confiriendo al maestro una misión directiva en este punto todo lo amplia y ejecutiva que fuera compatible con la jurisdicción de otras autoridades, a las cuales debiera aconsejar y de las cuales hubieran de recibir su testimonio fuerza probatoria plena en cuanto a la limpieza moral de aquella se refiere, en sus relaciones con la niñez, confiada a su cuidado. Si ello pudiera lograrse, formando a su alrededor corporaciones pedagógico-estéticas; miel sobre hojuelas. De este modo se alcanzaría esa imprescindible solidaridad en la labor educativa, sin la que los esfuerzos individuales estarán siempre expuestos a morir de inanición.

Adolfo A. Buylla
Del Instituto de Reformas Sociales.

Madrid, octubre 1911.