El Norte de Galicia
Lugo, sábado 27 de agosto de 1910
 
época II, año XIII, número 2929
páginas 1-2

Manuel García Blanco

Balmes, su vida

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En el curso de su historia manifiestan los pueblos, lo mismo que los individuos, aptitudes predominantes, más o menos exclusivas para determinadas formas de actividad humana; y ejerciendo cada cual la suya en armonía con su temperamento y genio peculiares, es como todos colaboran en la obra total y progresiva de la humanidad. El pueblo español ha contribuido a esta obra en esfera y medida proporcionadas a sus propias constitutivas cualidades: ha dado gloriosa cima a gigantescas empresas militares y políticas, ha producido en las bellas artes modelos de insuperable perfección; en cambio, no ha logrado un puesto preeminente en el terreno propiamente científico, ni en el orden de la especulación pura, a priori se ha acreditado de pensador y reflexivo. Carece España en este respecto de título suficiente para una plena satisfacción nacional, puesto que no ha sido cuna de ningún genio del pensamiento capaz de emular la excelsitud de un Platón, Descartes, un Kant, un Hegel. No por eso ha dejado de cooperar eficazmente en el progreso filosófico del mundo la patria de los Séneca, San Isidoro, Averroes, Maimónides, Raimundo Lulio, Luis Vives, Alonso Cano, Fox Morcillo, Suárez, Gracián, Feijoo, Donoso Cortés; en la vasta historia del pensamiento humano también ha escrito páginas áureas el pueblo que con admiración y orgullo conmemora, cien años después, en competencia con los centros científicos de la Europa culta el feliz nacimiento de un preclaro filósofo español.

Es Balmes una personalidad de importancia y renombre universales, y una de las más sólidas e indiscutibles glorias nacionales; y lo es en un terreno en que la conquista de la gloria es de suyo difícil y en que la naturaleza no ha sido para nosotros pródiga en personalidades verdaderamente gloriosas. Sea, pues, magnífico y grandioso el homenaje que tribute la patria a quien tanto la honró ante el mundo con su privilegiado entendimiento y perseverante trabajo, y concurramos a este acto de justicia, cada cual según sus fuerzas, todos los que sintamos admiración por el genio y confiemos en la regeneración nacional por el cultivo de la inteligencia y la práctica de la virtud, sean cuales fueren nuestra filiación política, nuestras particulares opiniones filosóficas y hasta nuestras creencias religiosas; demos tregua un momento a nuestros enconos pasionales y no incurramos una vez más en la vergonzosa ridiculez de juzgar a este grande hombre según el estrecho criterio de una escuela o parcialidad, puesto que no se trata de una simple gloria de partido, sistema o confesión, sino de una gloria española e internacional.

* * *

El día 28 de agosto de 1810 nació Jaime Luciano Antonio Balmes y Urpiá en una de las más típicas ciudades catalanas, Vich, la antigua Ausonia. Nació en humilde cuna de menesteroso y honrado hogar artesano. Llamáronse sus padres Jaime y Teresa. Tuvo dos hermanos, Miguel y Magdalena.

Adquiridos los primeros elementos de la instrucción en una escuela pública, a la edad de siete años pasó el niño al Seminario, donde por espacio de nueve cursos estudió latín, retórica, filosofía y teología. Según por testimonio de sus preceptores y condiscípulos consta, ya desde que dio los primeros pasos en la vida escolar sobresalió este seminarista por un talento y un ingenio nada comunes, por una insaciable ansia de saber y un vivo afán por emular a sus más aventajados compañeros, a la vez que por su moralidad intachable y la pureza de sus costumbres. Sintió bien pronto vocación decidida a la carrera del sacerdocio; pero dado lo insignificante de los recursos de que su pobre familia podía disponer, y aunque contaba con los exiguos rendimientos de un modesto beneficio eclesiástico que el Arcediano D. José Sala le concediera, con suma dificultad hubiera podido costeársela a no haber tenido la fortuna de que el Obispo de la diócesis D. Pablo Corcuera, enterado de sus felices disposiciones mentales y ejemplar vida, se interesara en su favor y le hiciese merced de una beca en el colegio de San Carlos de la Universidad de Cervera.

A la edad de 17 años marchó a Cervera el futuro doctor, precedido de envidiable fama de estudioso e inteligente. Confirmó plenamente estas cualidades ante la viva curiosidad con que fue acogido de los maestros y estudiantes de aquel centro, de cuyas referencias resulta que no tardó en ser unánimemente diputado por el primero entre los más sobresalientes de sus condiscípulos. Habitualmente retraído y ensimismado, dominábale una tenaz pasión por la lectura y la meditación. Hojeando un libro, o varios a la vez, según tenía por costumbre, examinados sus índices y hecho acopio de notas, permanecía inmóvil largos ratos, envuelta la cabeza con el manteo. Tanta era la rapidez con que se hacía cargo de cuanto leía y estaba dotado de tan feliz memoria, que a los 22 años conocía por los índices el contenido de diez mil libros, y sin tropiezo repitió en cierta ocasión el de un volumen de la «Summa», de Santo Tomás, el del segundo tomo del «Quijote» y el de la «Filosofía de la elocuencia», de Capmany. Aprendió por sí solo y en brevísimo tiempo, la lengua francesa, y dominaba la latina mejor que la castellana. Su conducta fue siempre irreprensible, sus costumbres sencillas y austeras, sus pasatiempos cortos e inocentes, y a todos prefería el juego del ajedrez, en que era sumamente hábil. Una enfermedad que se atribuyó a exceso de estudio, puso en serio peligro su vida. De esta época datan las relaciones de íntima e inextinguible amistad, que toda la vida sostuvo, como una asidua y efusiva correspondencia epistolar con un colega a quien esperaba brillante posición, D. Antonio Ristol, uno de los bien contados depositarios de sus más recónditos pensamientos.

Con la suprema calificación graduó de bachiller en Teología, en junio de 1830, y desempeñó después accidentalmente algunas cátedras de esta facultad. En octubre de 1833 hizo oposición a una de Instituciones teológicas, y en noviembre siguiente a la canonjía magistral de Vich en competencia con su excelente amigo y antiguo maestro en aquel Seminario D. Jaime Soler. No se le adjudicó la cátedra, ni tampoco la prebenda; pero muchos deploraron entonces que para la provisión de ciertos cargos se prescinda a veces de quien mejor ha demostrado merecerlos. Ordenado después de sacerdote y vuelto a la Universidad por el consejo del Obispo, que no quiso ver malogrados en el desempeño de un curato los vastos conocimientos y no de floja capacidad de que el joven acababa de dar inequívocas pruebas, dedicóse con afán al estudio del derecho canónico y civil, desempeñó como sustituto la cátedra de Sagrada Escritura y puso digno remate, en 1835, a su brillante carrera universitaria, obteniendo a mérito el diploma de doctor, o grado de pompa, premio que una vez al año adjudicaba la Universidad, previa oposición, al más sobresaliente de sus alumnos. En el discurso que en este lucido certamen pronunció el premiado, preconizó algunas de las reformas con que más tarde se hubo de mejorar el deplorable estado de la enseñanza nacional.

Concluido aquel curso, el doctor Balmes dejó definitivamente la Universidad y volvió al hogar paterno. Un año después echaba de menos más adecuado medio para sacar el debido fruto de su carrera y mejorar su poco halagüeña situación: quiso trasladarse a Barcelona, gestionó tímidamente un puesto en el claustro de Cervera; pero la guerra civil arreciaba en el país, y tal circunstancia contribuyó en mucho a frustrar sus aspiraciones. Confortado, sin embargo, de una sana confianza en sí mismo, sobrepúsose a la adversidad con firmeza de ánimo. En su forzoso retiro cumplía escrupulosamente (a excepción de las tareas de confesionario, que siempre le inspiraron invencible repugnancia) los deberes propios de su ministerio, seguía atentamente el curso de la guerra, solazábase a ratos jugando al ajedrez, o paseando por los alrededores en la apacible compañía de los capitulares, daba lecciones por módica retribución y, falto de relaciones y maestros y escaso de libros, hacía ensayos en su persona de lo que pueden el talento y la constancia, trabajando sin tregua en la formación científica de su espíritu y en la elaboración de aquel sólido y enciclopédico saber que poco después resplandecería en obras inmortales. Noticioso de que en el Establecimiento de matemáticas y dibujo de Vich debía proveerse una cátedra, acometió, sin ayuda de nadie, el arduo estudio de las ciencias exactas, y con aprovechamiento tal, que al cabo de ocho meses érale familiar este ramo de la ciencia, pronunciaba una magnífica oración en la apertura del curso y escribía una memoria sobre el estudio y utilidad de las matemáticas, que le valió el nombramiento de profesor de las mismas, en agosto de 1837, cargo que desempeñó durante cuatro años. Quien detalladamente quisiere enterarse del acierto con que el hábil pedagogo y competente matemático ejerció las delicadas funciones no sólo de maestro de una ciencia determinada, sino además de educador en general, lea, que no le pesará, lo que acerca del particular escribió su discípulo y biógrafo D. Antonio Soler. Rigor lógico en los razonamientos, precisión y claridad en las ideas y en el lenguaje, he aquí bien características cualidades de Balmes como escritor, en gran parte adquiridas mediante el detenido estudio que consagró a las ciencias por excelencia exactas.

En 1839, llenó de honda pena su corazón de hijo cariñoso y reconocido la muerte de Teresa Urpiá, de quien en la niñez recibiera una educación severamente cristiana.

Extrañará quizás el lector que, llegado ya Balmes a los 29 años y habiendo de abandonar este mundo pasados tan sólo otros nueve, aún no hayamos hecho mérito de ninguno de esos precoces y brillantes triunfos que de tan deslumbrante aureola suelen rodear la vida de los grandes hombres. La de éste, en efecto, ofrece algo de singular en tal sentido, a la sazón, Balmes, no había aún tomado rumbo definitivo, nada había publicado todavía. En cambio, ya tenía leído mucho y meditado hondamente; su preparación era sólida y completa, su pensamiento llegara ya a un estado de perfecta madurez; no se hizo escritor escribiendo, no alcanzó la perfección después de recorrida una larga serie de fracasos; prescindiendo de algunas ligeras incorrecciones léxicas (era catalán) de que bien pronto hubo de corregirse, es absolutamente exacto que no pasó por la condición de escritor novel. Dado el primer paso, sus publicaciones sucédense con vertiginosa rapidez, y su nombre hácese en un instante universalmente famoso; indaga impaciente la suerte de sus primeras producciones, y el éxito franco desde el primer momento logrado, estimula y acrecienta en febril actividad. No es menos admirable que en brillantez y fecundidad la rapidez de su carrera de escritor.

En el citado año de 1839, unas cuantas composiciones poéticas anunciaron su ingreso en el mundo literario. Poco después concurría a un certamen abierto por la revista «El Madrileño católico», sobre las ventajas del celibato eclesiástico, y la censura de sobresaliente con que su memoria era premiada, valíale halagüeños parabienes de sus amigos y de algunos periódicos.

Dos opúsculos que escribió a modo de comentario a cuestiones de candente actualidad, preludian su magna labor de apologista y escritor político. Las originales «Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del clero» interesaron vivamente a cuantos en la prensa y en las Cortes discutían con calor este tema, mereciendo cumplidos elogios a Torres Amat, Martínez de la Rosa, Toreno y Pidal. Las notables y discretas «Consideraciones políticas sobre la situación de España», valerosamente lanzadas a la publicidad en medio de los peligros de la revolución de 1840, contienen como el programa de las ideas políticas que poco después explanaría el autor. Con motivo de la impresión de este opúsculo, fue Balmes a Barcelona por primera vez. Del mismo año datan la traducción del francés de las «Máximas de San Francisco de Sales» y el primoroso compendio doctrinal apologético «La Religión demostrada al alcance de los niños». Al elegirle para miembro la Academia de las Buenas Letras de Barcelona escribió acerca «De la originalidad», la obligada disertación.

A mediados de 1841, Balmes con su familia, domiciliábase en Barcelona. Llevaba ya terminado el borrador de su obra maestra «El Protestantismo comparado con el Catolicismo», y para su impresión entró desde luego en tratos.

En las esferas de la intelectualidad barcelonesa tenía Balmes admiradores entusiastas y amigos entrañables. Asociado con dos de ellos, el distinguido publicista y director de «La Religión» Roca y Cornet, y su antiguo condiscípulo Ferrer y Subirana, sabio catedrático de la Universidad, formó el brillante triunvirato que por espacio de dos años redacto la celebrada revista «La Civilización»; pero en 1843, y sin guardar las consideraciones que debía a la amistad y al compañerismo, separábase de sus colaboradores y emprende por sí solo la publicación de otra revista análoga, bajo el título de «La Sociedad». Firmó Balmes en ambas publicaciones valiosos y justamente encomiados trabajos acerca de múltiples cuestiones religiosas políticas y filosóficas, sin que tales tareas tuviesen sin embargo, piensa su autor, más consideración que la de meras distracciones de otras más arduas.

Entre tanto, D. José Tauló encargábase de la impresión de «El Protestantismo»; y presintiendo este inteligente editor el éxito que la obra había de alcanzar, proyectó publicarla también en París, e indujo al autor a traducirla al francés. Los negocios editoriales reclamaban su presencia en aquella capital, donde contaba con abundantes relaciones; y Balmes, que ya tenía algún dinero, que sentía viva curiosidad por ver mundo y para quien el viajar era un excelente medio de instrucción y pulimento, aprovechó tan propicia ocasión y salió para París en abril de 1842, en compañía del impresor. Una vez allí, acometió desde luego la traducción del manuscrito y entró en relaciones de amistad con sus colegas de «L’Université Catholique», con el general de los jesuitas y con Martínez de la Rosa, Toreno y otros notables compatriotas emigrados. Previo un breve estudio de la lengua inglesa, pasó a Londres, regresando en octubre a Barcelona, tras una primera y corta estancia en Madrid. Más en París y Londres tenía enemigos de consideración el régimen político entronizado a la sazón en España, y como en algunos escritos demostrara Balmes no ser de sus más convencidos partidarios, vióse al regreso seriamente comprometido, a causa de ciertas acusaciones de complicidad en supuestos o reales planes de cristinos y de carlistas. Indudablemente, algo se había tramado para perderle; aunque bien pronto hubo de convencerse el Gobierno de que no se trataba de ningún peligroso conspirador, sino de un honrado escritor que sincera y lealmente defendía sus convicciones políticas absolutamente desligado de todo personalismo.

Por aquel entonces dejó de existir el autor de sus días.

En los comienzos del año 1844 terminaba la impresión de «El Protestantismo comparado con el Catolicismo, en sus relaciones con la civilización europea», libro genuinamente español, la obra característica de Balmes. Tuvo este libro una aceptación universal: los protestantes nada replicaron, y Europa entera bajó la cabeza, en señal de respetuoso asentimiento; Guizot se avergonzaba de sus concesiones a la Reforma y no salía de su asombro al verse victoriosamente refutado por un filósofo español; el catolicismo quedaba cumplidamente vindicado, y la inmortalidad de Balmes por siempre consagrada.

Refugiado en una quinta de las inmediaciones de Barcelona, mientras esta ciudad sufrió desastroso bombardeo, escribió Balmes «El Criterio», preciadísima joya de la literatura y de la filosofía patrias. No mucho después, publicó una sugestiva apología del catolicismo en una colección de 25 amenas «Cartas a un escéptico en materia de religión», cuyas catorce primeras eran ya conocidas de los lectores de «La Sociedad», y mereció ser nombrado miembro de la Comisión local de instrucción primaria, e individuo, y luego director de la Asociación defensora del trabajo nacional y de la clase obrera.

M. García Blanco

(Concluirá)

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