Pláticas alegres sobre verdades serias
Extracto de la que se dio en el retiro mensual para Señoras en la P. de San Pedro, en Abril
El pájaro azul
Una noticia alarmante
En un periódico de la corte, de los más leídos, encontré días atrás bajo el epígrafe en letras gordas de “La nueva religión y el Pájaro azul” la noticia de que en Londres se había puesto de moda el culto al pájaro azul, como símbolo a dios de la felicidad, que no había casa elegante, ni casino ídem que no ostentara en sitio preferente el consabido pájaro y que hasta se había formado un Club feminista del Pájaro azul con el fin exclusivo de buscar la felicidad para sus socias, bajo los auspicios del consabido pájaro.
¡Está bien!, me dije; esto y volver a adorar los ajos y las cebollas de los huertos egipcios son cosas muy parecidas.
¡Parece mentira, seguía yo comentando a mis solas, que a los 20 siglos de cristianismo, a los 20 siglos de demostración evidente e irrecusable de que la única felicidad del corazón está en Jesucristo, único camino, verdad y vida, parece mentira que después de tanta luz del cielo y de tantas luces de la tierra, los ojos de los elegantes y civilizados de la culta Londres no vean la felicidad sino entre las pintarrajeadas plumas de un pájaro disecado, ¡el pájaro azul!
¿No es verdad, señoras, que resulta ridículo, por no decir triste, ver a esos hombres y a esas mujeres elegantes mendigando a un muñeco, que no puede verlos ni oírlos, lo que tan abundantemente podrían encontrar en la casa del Dios verdadero?
¡Ay! puede repetirse a esos pobrecillos, que pobrecillos muy dignos de lástima son: ¡ay! si conocieran el don de Dios! ¡Si supieran lo que se goza a la sombra de un Sagrario!…
No creáis, sin embargo, que vaya a dedicar esta plática a esos desgraciados adoradores del pájaro azul, que yo estoy bien seguro de que entre vosotras no hay peligro de que se propague ese culto; sino que ahondando en la significación de ese hecho, yo he visto algo que podrá serviros de provechosa enseñanza.
Mirad; en ese acto tan ridículo y tan extravagante de adorar en un pájaro azul la felicidad, se revelan dos grandes verdades: primera, la necesidad que siente el hombre de la felicidad; y segunda, la facilidad con que se engaña en encontrarla.
Y como esa necesidad la sentís vosotras como yo, y a esa facilidad de la falsificación estamos todos expuestos, no os asustéis si os digo que, sino en esa forma grosera y material de los elegantes de Londres, todos, unos más y otros menos, estamos en gran peligro de hacernos un pajarito azul, encarnado o amarillo, y sin darnos cuenta caer en la idolatría de él.
Nuestros pájaros azules
¿Recordáis lo que en otra ocasión os decía de nuestros muñecos?
Os los definía así: «Una reproducción, por obra y gracia de nuestra fantasía aliada con el amor propio, de nuestro ser adornado corregido y aumentado con todas las buenas cualidades, prendas, méritos y excelsitudes que creemos poseer.»
Pues, nuestro pájaro azul podría definirse: la criatura en quien equivocadamente hemos puesto la esperanza de nuestra felicidad, o más breve: el idolillo de nuestra felicidad.
El muñeco es lo que creemos ser; el pájaro azul es lo que quisiéramos tener para ser felices.
Esa criatura para unos será el dinero, los honores, los placeres brutales, para otros será una amistad, un cargo, una posición social, una correspondencia de cariño, un objeto estimable, una carta, un retrato, una palabra… ¿su calidad? no importa: el corazón humano en estas elecciones suele alambicar poco, ¿su importancia? la cosa en sí misma, a veces ninguna: con relación al sujeto, o según éste la mira, suma.
Es cierto, y la experiencia lo dice a todas horas, que hecha la elección del idolillo, todos los demás asuntos y cuestiones pierden su interés; por no sé qué secreto ascendiente, en cuanto la cresta del pájaro azul asoma por el horizonte de un alma, a él se le consagran, aún sin querer, pensamientos, afectos, preocupaciones, ensueños, entusiasmos…
¡Qué! ¿no hay entre todos los deseos que agitan vuestro corazón, uno que empuja más, entre todos vuestros afectos, uno que es más hondo y más perturbador, entre todas vuestras preocupaciones una que os roba casi toda vuestra atención? ¿no tenéis ahí en el fondo de vuestro pensamiento y de vuestro corazón una idea, un deseo que os acompaña en la comida, en el paseo, en la visita, en el recreo, en la alegría, en la tristeza, en el trabajo, hasta en el sueño?
Me diréis, seguramente, que sí; y quizás también me digáis que no le tenéis miedo porque es cosa inocente, sin trascendencia…
¡Está bien!; pero decidme, ese pensamiento, ese deseo, esa preocupación ¿no es Dios? ¿no?; ¡pues temed! ¡ese es vuestro idolillo, vuestro pájaro azul!
Pero…
¿No hay término medio?
No, no lo hay. Tanto, que yo no conozco más que una sola clase de personas que no haya caído en esa clase de idolatría más o menos consciente.
Los santos. Que precisamente por haber quemado en el fuego de su amor a Dios todos esos idolillos para hacer de Dios el único objeto de sus pensamientos y de sus amores, de sus entusiasmos y de sus anhelos, han sido santos.
De los demás, aún de las personas que pasan por buenas, raro es el que se escapa sin quemar su granito de incienso al pajarito azul.
Porque habéis de saber que ese dichoso animalito es.
Muy sutil
Tanto que se mete por los ojos, por los oídos, por el olfato y a veces tan sin sentir se mete que no se da uno cuenta por donde entró. Diríase que su naturaleza es muchas veces gaseosa por la facilidad con que entra al interior, lo vago de sus contornos y lo difícil que es echarle mano para arrojarlo a fuera.
Hipócrita
Tanto como que no pocas veces huele a incienso, inclina a prácticas piadosas, parece que habla de Dios, conmueve el corazón y hasta sirve para quitar de enmedio algunos defectos.
Un Frégoli
Así merece llamarse por la variedad de formas, ropajes, actitudes, estados y naturalezas que toma, según la edad y las condiciones de cada individuo.
Para el niño, el idolillo toma la forma de trompo, aro, juguete, etcétera; para la niña, de muñeca, monos, lazos y perifollos; para el joven, el idolillo se viste con el ropaje de la profesión a que aspira, aunque casi siempre prefiere vestirse de hada de quince Abriles, como para la joven se viste de hado con bigotes… para el hombre maduro y para el viejo, como para la mujer de esa misma edad, tampoco faltan idolillos con sus cambiantes oportunos, con sus después ilusorios, con sus sueños de cosas que nunca serán.
Y puede decirse que es tan larga la vida del famoso idolillo, y tan adaptable a todas las circunstancias, que hasta el moribundo en su agonía reserva los pocos alientos que le quedan para ofrecerlos al ídolo que todavía le persigue, con la ilusión de una felicidad siempre soñada y nunca conseguida. Se podría decir de él lo que un santo decía del amor propio: «que moría un cuarto de hora después que nosotros»…
Y no se olvide que es
Siempre malo
Ora se presente descaradamente incompatible con el reinado de Dios en el corazón, ora se presente hipócritamente mendigando no más un rinconcito en éste y con el fin sólo de amenizar la vida, o hacerla más llevadera, ya se presente avasallador y tirano queriéndolo todo sin partir con nadie, ya se presente blando y tolerante; es lo cierto que el culto al pájaro azul, es decir, al idolillo de la felicidad, es siempre nocivo, siempre injusto, siempre infructuoso, porque aparte de que no otorga la felicidad que se le pide y que de él se espera, roba a Dios la gloria, el amor, y el número uno a que Él tiene derecho.
Y que conste que, aun en el caso de que el idolillo se presente en actitud blanda, tolerante, y, diríase, inofensiva, los hechos se encargarán, a la corta o a la larga, de establecer la absoluta incompatibilidad e inconveniencia de él y de Dios en un mismo corazón.
Es decir, que si no nos decidimos a poner en Dios sólo la esperanza de nuestra felicidad, o si nos entretenemos en ir mendigando un poquito de felicidad a cada una de las cosas que nos rodean, no tardaremos en echar fuera de nuestro corazón a Dios y en entregárselo todo entero sin condiciones y casi sin libertad a aquel miserable idolillo de quien esperamos tanta dicha. En donde está Dios no caben los ídolos y viceversa.
Entonces…
Paréceme oír decir a alguna, ¿no se puede querer nada ni a nadie fuera de Dios?
Sí, señora, le respondería yo, V. puede querer todo lo bueno que V. vea y conozca del cielo y de la tierra, y en eso no hay maldad ninguna; pero lo que V. no puede sin gran peligro de idolatría, es hacer de esas cosas, por buenas que sean, el término definitivo de su cariño y el único motivo de su felicidad, porque eso no se debe hacer más que con Dios.
Querer esas cosas, en cuanto que la llevan a V. a Dios, y gozarse en el bien y en la felicidad parcial que de ellas dimanan como bien y felicidad que vienen de Dios y a Él llevan, no es sólo cosa permitida, sino muy santa y muy querida de Dios, que ha puesto en esas cosas un poquito de bien y de alegría para que lo recordemos a Él y lo vayamos conociendo, que es Bondad y Felicidad suma.
Y en esto mismo tenéis una señal clara para conocer si vuestros afectos son apegos desordenados, esto es, culto al pájaro azul o afectos como Dios quiere.
La peana se quiere porque sostiene el santo, el aceite en la máquina se quiere porque suaviza y facilita sus movimientos, el tren se quiere porque nos transporta bien y pronto.
Pues eso según la hermosísima doctrina de San Ignacio de Loyola, son las cosas criadas y la felicidad que pueden proporcionar; peana que sostiene y nos presenta la imagen de Dios, aceite suavizador de las asperezas del deber, y tren que debe transportarnos desde la estación de las cosas visibles de esta vida a la estación de las cosas invisibles de la vida eterna.
Conque
¡Abajo los ídolos y mucho cuidado con los pájaros azules! y yo os aseguro que llegaremos a esa venturosa estación, que a todas como para mi deseo.