José Ignacio Bartolache
Lo que se debe pensar de la Medicina
Etiam sapientiae studiosos, maximos medicos esse,
si ratiocinatio hos faceret: nunc illis verba superesse,
deesse medendi scientiam.
Cels., De Medic., Lib I, in Praefat.
«Los filósofos serían sin duda excelentes médicos,
si ello fuese solamente obra del discurso; y si como
tienen expedición para hablar mucho, poseyesen
al mismo tiempo la ciencia de curar.»
1. No puedo menos que darme ya por entendido, significando al público mi agradecimiento y reconociendo la obligación en que estoy por el despacho de mis papeles, más feliz ciertamente del que ellos merecían y yo esperaba. Protesto también, para excitar la loable curiosidad de mis lectores, que procuraré de aquí en adelante tratar asuntos más populares, quiero decir, que se proporcionen algo mejor al común de las gentes. Siempre estuve de este dictamen conforme a lo que de suyo ofrece mi plan; pero era menester anticipar ciertos preliminares, cuya importancia aunque no sea muy patente no deja de ser muy grande. Saber cómo se ha de estudiar la física, cómo se hace un termómetro y un barómetro y otros títulos de este género no parecen traer consigo noticias de utilidad tan efectiva como si se tratase de las afecciones histéricas del otro sexo, de la virtud medicinal del pulque o de los baños del Peñol. Para todo habrá lugar siendo Dios servido. Quien tiene que entenderse a la vez con una infinita multitud de acreedores, siendo muy mezquino y limitado su caudal, no puede contentar a un mismo tiempo a todos.
2. El asunto del día es de los que interesan de infinito a toda clase de lectores; no siendo posible que ninguno mire con indiferencia su propia conservación y salud ni deje de aturdirse oyendo decir o leyendo quizá en algunos libros impresos de molde con aprobaciones, licencias y otras añadiduras, que lo que se llama medicina es punto menos que un ente de razón, una pretendida arte divinatoria y conjetural, una ciencia mocosa, imperfecta, no sólo falible sino también falsa por la mayor parte. Todo lo cual y mucho más que se quisiese, es muy fácil de persuadir en un corro por cualquier hombre ingenioso dotado del talento de hablar bien, con tal que su instrucción en asuntos de medicina sea muy superficial y la de sus oyentes ninguna. Puestas estas condiciones no sería mayor empeño el atacar la misma geometría y arruinar hasta sus fundamentos. Todo consiste en atreverse a hacerlo con la seguridad y salvoconducto de que nunca faltará en un mundo tan grande como éste quien se meta en la cabeza (mas que sea a cuenta de otro, sin saber por qué) las más extrañas paradojas, una vez que se propongan con aire de magisterio y que se declame muy alto, como quien intenta extirpar o rebatir algún error común. Este coco para espantar simples se ha vuelto muy de moda en nuestro tiempo: y la aventura de los molinos de viento que se le antojaron gigantes al famoso don Quijote es infinitamente repetida en diferentes asuntos de la sociedad, con la sola diferencia de que en el libro de Miguel de Cervantes era un héroe imaginario el aventurero que nos hace reír y que son hombres de carne y hueso los que a cada paso encontramos por ahí, igualmente infatuados de ciertas preocupaciones que lo estaba el andante caballero manchego de sus altas caballerías.
3. Son raras las manías en que suelen dar los hombres y son asimismo diametralmente opuestas y contrarias en el transcurso de los tiempos. No ha tres siglos que se creía en la alquimia, en la piedra filosofal, en artes mágicas y se hacía un uso frecuente de la astrología judiciaria. Todas estas cosas parecieron de muy buen caletre a nuestros antepasados; todo lo más absurdo se aceptaba hasta con aplauso, todo se creía; mas hoy por el contrario parece que la importancia está en no creer nada; tanto que en la solemne abjuración que han hecho los modernos críticos de aquellos errores hubo quien incluyese también el artículo de la medicina. Examinemos pues, brevemente al proceso de esta inocente facultad a quien si se ha condenado sin oírla ni entenderla, permítasele al menos que exprese agravios por si algún día sus jueces acordaren estar de otro dictamen, siendo mejor instruidos. Sin olvidarse, entretanto que ella siempre protestó que debían declinar jurisdicción. Sobre lo cual, queriendo se tenga por alegado todo lo demás favorable, sólo recuerda el dicho de Fabio: «Felices serían las artes si de ellas sólo los artífices se atreviesen a juzgar»; apotegma que no debe estimarse menos conducente al caso que la sabidísima y bien fundada regla de derecho: perito in arte credendum.
4. El discretísimo Fontenell decía que los hombres con una buena lógica y una buena medicina debían darse por contentos y satisfechos, pues tenían preservativos y remedios para las enfermedades de su espíritu y para las de su cuerpo. Las demás ciencias naturales sirven, ya para el adorno ya para otras utilidades menos considerables, tal vez para el orgullo, la vanidad y la ostentación. Pensar bien y vivir sano, o recobrar la salud que se había perdido son unos bienes sin cuyo goce y posesión no puede haber felicidad que merezca el nombre; solo éstos se llaman bienes sólidos, bienes raíces (por decirlo así) bienes igualmente asequibles al pobre que al rico, al noble como al plebeyo, al viejo y al mozo; pero no asimismo al virtuoso hombre de bien que al impío libertino, al hipócrita artificioso y al sencillo de corazón: pues los malos, no haciendo buen uso de la razón, por más robustos y sanos que lleven sus cuerpos adolecen todavía de peor enfermedad en su ánimo.
5. Dejo a los contemplativos que dejen allá para sí cuál habrá sido la causa de que habiendo mucho mayor número (pues es infinito el de los necios) de los malos lógicos que de los malos médicos todavía se conviene en que hay una lógica, arte noble, real y verdadera medicina del ánimo, perfecta y bien fundada, cuanto podía esperarse de hombres limitados y débiles de potencias por su misma naturaleza y por una positiva corrupción, funesto efecto del primer pecado. No obstante, aquellos mismos que confesarían voluntarios (lo que nadie negó jamás) que somos capaces de conocer menos ruda e imperfectamente a nuestros cuerpos que a nuestras almas: por otra parte niegan o abaten con sumo desprecio la arte bienhechora del género humano, la que trata de la naturaleza y afecciones de este objeto, menos incógnito, a la verdad, que las ideas, producciones o alteraciones del alma, de que se tiene un conocimiento sumamente confuso y sin recurso a experimentos palpables. Sin embargo de lo cual, toda la lógica finca en arreglar a ciertos preceptos las dichas operaciones. Y si alguno repusiere que la sola razón natural, esta lumbre divina concedida a todos los hombres, da para todo eso; yo diré que algo más dará esa misma razón fortificada y ayudada de la experiencia. Una y otra se consultan para la medicina.
6. Creeré que pueda reducirse a solas dos proposiciones la materia que trato y ambas se clarificarán con suma brevedad. La primera es deducida del discurso V que corre en el primer tomo del Teatro crítico universal, del muy ilustre señor don fray Benito Gerónimo Feijoo y Montenegro, que al número 2 y 3 asienta que no hay medicina perfecta en el mundo y que la que ejercitan los médicos sabios es imperfecta y harto falible. De donde algunos indiscretos –enamorados de sus propios raciocinios, doctos en otras facultades pero ignorantísimos de ésta– se adelantaron a palpar la segunda, que es una miserable paradoja en estor términos: No hay medicina, y si existe aún la que Dios crió, ningún médico la posee. A más de uno he oído yo mismo empeñarse en sostener este desatino y no por manera de burla sino con mucha seriedad. Verdaderamente no hay para qué tomárselas ahora en particular con esos señores. Vivan y mueran, si así lo quieren, en su opinión, y mueran sin médicos ni medicina; ni ella ni ellos se darán por sentidos del desaire. Vamos a lo que merece la cortesía y atención de examinarse un poco.
7. Debe ante todas las cosas suponerse que hay medicina, quieran o no quieran sus enemigos, en cuyo número se suele contar sin razón y contra su expresa protesta en más de un lugar el señor Feijoo. Y entonces sólo queda de pie la cuestión de si la que hay es perfecta o imperfecta; pues por lo que toca a su falencia, siendo como es otro negocio bien diferente, ya se dirá una palabra. Sin confundir, pues, lo imperfecto con lo falible veamos pues aquello. La perfección de las ciencias y artes, como la de todas las cosas criadas, es algo respectivo que no debe tomarse a bulto así como suena o como viniese a cuento del que disputa. Dícese perfecta a una ciencia, cuanto cabe en lo humano, cuando ha llegado a un estado de poder servir expeditamente, empleada por un profesor hábil, a los fines de necesidad o utilidad que incluye su instituto; de modo que quede ya muy poco que desear y esperar de ella en comparación con lo mucho que se ha conseguido. Esta sola idea definitiva bastaría para decidir el punto en cuestión, pero con la advertencia de que la otra que de aquí nace, conviene a saber si la medicina efectivamente ha llegado a tal estado o no: se la deberán reservar los curiosos y los críticos para cuando sepan de coro toda la historia de esta ciencia, porque esto ya toca en puntos de mero hecho en que no se admiten conjeturas ni discursos fantásticos ni adivinanzas. Sin duda alguna que el mejor modo de estudiar dicha historia sería estudiando a fondo, con gran aplicación y método la facultad. Mientras esto no se hiciese se corre un gran riesgo de errar metiendo la hoz en mies ajena, esto es, arrojándose a criticar lo que no se conoce muy bien.
8. El señor Feijoo era un hombre de raros talentos. Yo le venero mucho y gusto muy a mi sabor de todos sus libros, reconociendo cuán bien merecida y justa es la estimación que nuestra España hace de sus mérito, en tanto singular y sobresaliente entre tantos millares de nacionales, en cuanto fue su señoría ilustrísima uno de los primeros autores desengañados y quien se atrevió con mayor entereza e infatigable constancia, por espacio casi de un medio siglo, a resistir vigorosamente a la multitud desterrando preocupaciones. A este ilustrísimo monje español y a su íntimo amigo el doctor don Martín Martínez nunca se podrá alabar bastante por los importantes servicios que hicieron a su nación en punto de letras e introducción del buen gusto. Estoy bien lejos de querer impugnar al reverendísimo padre maestro; y sólo asentaré en este papel, con mano trémula por el respeto debido a sus memoria, algunas observaciones sobre el citado discurso V del primer tomo del Teatro crítico, por si acaso condujesen a la mejor inteligencia de lo que en él se ventila.
9. Era el año 25 se este siglo cuando el señor Feijoo escribió por la primera vez en asunto de medicina, y era en España. No hay que admirarse, pues, de que se hallen hoy en aquel su discurso una y otra cosa que retocar y ciertas proposiciones algo aventuradas y no nada duras para dirigirse; en fin, otras que estarían mejor de otra manera cuando han pasado ya 47 años y comunicádose a toda la Europa infinidad de noticias de plausible novedad en estas materias. Sin contar ahora lo mucho que hubieran servido al reverendísimo padre maestro Feijoo algunos libros que ya corrían entonces, aunque su reverendísima no parece que logró tenerlos a mano, es increíble lo que se ha avanzado en los años posteriores hasta nuestros días. Después de que salieron a la luz las obras de Euclides médico, Herman Boerhaave, nadie pienso que podrá atreverse a decir una palabra de la tantas veces acusada incertidumbre de la medicina. Sólo este hombre de los siglos, el más sabio de cuantos médicos le precedieron, demostró de intento y de hecho en sus admirables escritos que no responde al jurisconsulto con mayor certeza consultando al Código de las Leyes Civiles, que un médico juzgando conforme a las de la naturaleza, que puede tener muy bien conocidas y aun contar con ellas con mucha mayor seguridad que el otro sobre las que procedieron de humana legislación, en que no es raro hallarse disposiciones todas contrarias y si las decisiones son firmes lo son por la mayor parte mientras el legislador no manda otra cosa.
10. Confesamos últimamente que la medicina es falible así como las demás ciencias, no porque falten en ella principios ciertos y de la última evidencia (en lo cual no cede la medicina a ninguna de las naturales) sino porque siempre es arduo y expuesto al error y alucinación el aplicar bien los universales al caso particular y la teoría a lo práctico. Pero la irreconciliable oposición de los médicos en sus dictámenes hace temblar a un enfermo ¿y por qué no hará el mismo efecto en un caso de conciencia la de los teólogos y en un litigante la de los abogados y jueces que no suelen andar menos discordes? De manera que no comprendo cómo es que no se ha advertido que esa cantilena es un medio común, pero harto frívolo, para impugnar toda ciencia. Bastará que halla muchos dogmas en que convengan los profesores y aguardamos que alguien nos pruebe que eso falta en la medicina.
11. Es verdad que ella está de suyo más expuesta a la impostura (y por eso quizá a la maledicencia de las gentes) y usurpación de ignorantes intrusos que la ejercitan y de ciertos graduados que no tiran a matarse por cumplir con su obligación. El remedio de estos daños consiste, lo primero, en que se proceda con todo el rigor de las leyes, que prudentísimamente se hicieron para desterrar de la república semejantes aventureros. Y por lo que toca a los demás, mire cada enfermo en su particular de quien se fía. Son excelentes y dignas de aquel profundo juicio, las máximas que trae el señor Feijoo en su discurso V. Las de los números 68 y siguientes hasta el fin merecerían escribirse sobre las paredes en casa de todos los médicos para su recuerdo y en la cabecera de los enfermos para su gobierno. Ellas tienen esto de singular entre cuantas estampó el ilustrísimo autor en varios lugares de su Teatro crítico que, sin agraviar en nada a los buenos, pueden servir de norte y luz para que cualquiera interesado sepa fácilmente discernir al verdadero medico del charlatán; y aun entre muchos que tengan legítimas facultades y título correspondiente nunca podrá confundirse el más hábil con el atrasado.