Cierre categorial
La teoría del cierre categorial ha sido formulada inicialmente por G. Bueno en la universidad de Oviedo. Aunque en su conjunto permanece inédita, ciertos de sus presupuestos básicos fueron ya explicitados en algunas publicaciones{1}. Actualmente, y con el fin de desarrollar y poner a prueba su contenido está en marcha en la universidad de Oviedo un amplio programa de investigación basado en el análisis de diversas ciencias.
La posición relativa a otras teorías de la ciencia puede dar una idea de su significación general.
Frente al positivismo lógico, la teoría del cierre categorial subraya el carácter constructivo de la ciencia, que no es mera acumulación de proposiciones verificables acerca de la realidad. Sobre este punto coincide, en alguna medida, con el teoricismo popperiano que distingue entre verdad y sentido, no haciendo derivar este último del criterio de verificabilidad. Pero rechaza la posición de Popper en tanto reproduce el dualismo metafísico espíritu/naturaleza: las teorías científicas aparecen como segregaciones arbitrarias del espíritu que se enfrentan con una realidad exterior (naturaleza) para ser eliminada (falsadas) si la propia realidad así lo exige.
El intento actual más conocido de superar este dualismo proviene de las corrientes llamadas metacientíficas.
Tomaremos dos de sus posiciones más representativas:
La división sujeto/objeto, teoría/hechos o la estrechamente relacionada descubrimiento/justificación es impugnada por Feyerabend asumiendo estos pares en una realidad superior, única, que las engloba y que encierra dentro de ella misma (sin saberse muy bien por qué) su propia negación. Es decir, sirviéndose de la metafísica de la contradicción inmanente, el aspecto más idealista de la filosofía hegeliana. Las teorías, entonces, no se suceden al ser anuladas por el hacha de la falsación o la verificación (pues no existe una realidad que pueda ser vista como exterior a la teoría) sino por el triunfo propagandístico de sus seguidores, segregadas por la espontaneidad de su talento, siempre y cuando hayan llevado «una vida sexual satisfactoria». Sin duda Feyerabend no niega la existencia de una realidad exterior a las invenciones puras de la mente individual, ni el hecho de que los llamados discursos científicos pretendan tener que ver con esa realidad. Lo que anula es la pertinencia teórica de tales distinciones, que deben ser superadas en función de la hegeliana «identidad de cosa y concepto». Se diría que Feyerabend refugia en la metafísica su incapacidad para sostener dignamente el dualismo.
Kuhn ha tratado de eliminar la dualidad en un esfuerzo por concebir las ciencias como construcciones colectivas, es decir, tratando de ir más allá del sujeto individual. Su «paradigma» aparece, por un lado, como conjunto de acuerdos de grupo, introduciendo así factores psicosociales nuevos en la teoría de las ciencias. Ahora bien, más importante parece la faceta que considera al paradigma como discurso acerca de la naturaleza, su función de conocimiento. La piedra de toque de la teoría de Kuhn es la reformulación (gestalticamente entendida) del discurso científico «cuando la naturaleza ha violado las expectativas inducidas por el paradigma», es decir, las revoluciones científicas. Pues bien, puede decirse que ambas facetas (paradigma como acuerdos de grupo/paradigma como discurso sobre la naturaleza o función de conocimiento) son irreductibles y que en virtud de ello se reproduce la dualidad de los contextos de descubrimiento y justificación precisamente allí donde se pretendía haberlo eliminado: en el seno del propio paradigma. La habilidad de Kuhn consiste en colocar en el plano más visible la primera faceta, haciéndola pasar por fundamental. Se objetará que su importancia está en la unión de las perspectivas, pero no es lo mismo propugnarlo o darlo por hecho que ofrecer una solución. Pues siempre cabe preguntar si una ley científica general (una «ley boceto» como f = m.a) puede reducirse a ser una norma o si la normatividad es una función acoplada. La ambigüedad de la respuesta de Kuhn es al mismo tiempo la mayor virtud y el mayor vicio de su interesante intento teórico, pues cualquier respuesta clara colocaría a su teoría en un callejón sin salida. La reducción a pura norma de las comunidades de científicos conduciría a Kuhn a una especie de historicismo. Si no hay reducción el «resto» se convierte en fundamental y los problemas se replantean como antes de que Kuhn comenzase a escribir.
Puede expresarse la significación de la teoría del cierre categorial partiendo de la respuesta a la misma pregunta: una ley como f = m.a es una norma de actuación que expresa, no exactamente una «ley de la naturaleza», sino el modo de manipular un conjunto definido de objetos, dentro de un marco también normativizado. La teoría del cierre categorial, basada en presupuestos materialistas, considera las construcciones científicas no como discursos que hablan acerca de objetos exteriores, sino como construcciones con esos objetos mismos; instituciones sociales que no hablan sobre el funcionamiento «objetivo» de las cosas (de la naturaleza vista como exterior a la ciencia), sino que ofrecen el propio funcionamiento que ellas dan a sus objetos, tanto como el que estos les imponen a ellas. De este modo el sujeto de la ciencia pasa a ser la propia institución científica histórica con sus conjuntos de normas, aparatos, laboratorios, libros e incluso comunidades de científicos. ¿Cómo puede pensarse un sujeto así? En tanto que fenómeno histórico-cultural donde los individuos aparecen en la actividad científica como intercambiables aunque necesarios. Intercambiables porque (tratando de recuperar a Kuhn) poseen un paradigma, aunque en otro sentido podría decirse que el paradigma les posee a ellos. Necesarios porque han de ser intercalados en los propios procesos constructivos: dichos procesos encuentran su racionalidad a la escala del cuerpo humano, que manipula no desde el exterior sino desde el interior de la realidad material de la que forma parte. La dualidad científica sujeto/objeto o teoría/hechos es mantenida, pues, por la teoría del cierre categorial, pero no como dualidad metafísica primitiva, sino como institucional e históricamente construida.
Veamos cuál es la articulación de sus formulaciones a partir de tales líneas maestras.
Las ciencias, instituciones sociales, prolongan la racionalidad humana, entendida ésta no como previa o independiente, sino como consistiendo en su propio ejercicio (científico o no). En suma, las ciencias no son sino la razón misma en un determinado nivel de desarrollo. Y decir que en ellas no se agota la racionalidad no supone renunciar a la explicación de lo peculiar de las ciencias como fenómenos culturales. Por el contrario, parece mucho más difícil dar cuenta de su naturaleza considerándolas como el alumbramiento repentino y milagroso de la razón surgiendo del caos inicial. Por otro lado, considerar institucionalmente el ejercicio de la razón científica supone poder aceptar como partes formales de la ciencia no solamente sus resultados (escritos en libros o revistas), sino muchos de los elementos que la caracterizan como institución: laboratorios, instrumentos, libros, &c. La ciencia como actividad intersubjetiva, social, no se confunde con sus resultados aunque éstos puedan ser tomados como el punto de partida más inmediato para el análisis.
En todo caso dicho análisis debe situarse a una escala adecuada para tratar de discernir aquello que define a las ciencias como tales. Y aquello que las ciencias tienen en común con otras formaciones culturales, como por ejemplo, proposiciones, verdades, unidades de información, etcétera, deberá ser aceptado solamente a través de, o encuadrado en, unidades que sean significativas a la escala adecuada, escala que aquí denominamos «gnoseológica». Pues bien, cabe decir como primera aproximación que, a dicha escala, las ciencias se nos muestran esencialmente como un mecanismo colectivo o social de construcción por medio del cual se acotan campos de términos en un sistema de relaciones de modo que se establezca una operatividad cuyos resultados se mantengan siempre dentro del campo de partida. Se ha dado a este mecanismo el nombre de «cierre categorial»: a través de sus diversos cierres cada ciencia explora, y conforma a la vez, un campo categorial o, lo que es equivalente, la razón se transforma con el mecanismo del cierre en razón científica, episodio o momento privilegiado de las esferas categoriales racionales (sean religiosas, políticas, económicas o científicas) (categoría).
Con ello se quiere dar a entender, entre otras cosas, que las ciencias no surgen por el descubrimiento de un continente científico ignoto hasta el momento y de algún modo preexistente (teoría del corte epistemológico), sino en continuidad con operaciones anteriores, de carácter preferentemente artesanal, a partir de las cuales se ha logrado construir un cierre. Así, la geometría habría surgido de las operaciones de agrimensura, la química de la alquimia, la medicina del arte de los curanderos, la física de la construcción artesanal de artefactos para la explotación de recursos (turbinas de agua, barcos, poleas, palancas)... La imagen de la filosofía como árbol de las ciencias (Piaget, por ejemplo) olvida que ambas se asientan sobre las mismas bases y se desarrollan inextricablemente unidas, y que las ciencias, como prolongación de la actividad racional humana, constituyen un terreno aún más rico donde se realizan, y no donde mueren o desaparecen, las propias ideas filosóficas.
Ahora bien, el análisis filosófico-gnoseológico que aquí se preconiza no pretende, simplemente, declarar la presencia o ausencia de esos mecanismos de cierre para decidir a favor o en contra sobre la cientificidad de las diversas formaciones culturales que pretendan ese título. Dicha gnoseología, desarrollada a partir de los presupuestos que aquí hemos esquemáticamente ofrecido, afirma que sólo al nivel de unidades gnoseológicamente significativas como son los «cierres categoriales» resulta posible descubrir un conjunto estructurado y pertinente de rasgos a través de los cuales caracterizar adecuadamente a las ciencias. La teoría del cierre categorial, mediante la presentación de los procesos de «construcción cerrada» intenta dar respuesta a la cuestión central que la «metaciencia» precisamente margina (o da por supuesta): «¿En qué consiste la unidad de cada ciencia, es decir, qué es una ciencia, en su unidad orgánica, desde el punto de vista gnoseológico?».
Se ha tomado, entonces, un fragmento significativo de una ciencia lo suficientemente desarrollada para presentarlo como paradigma de cierre científico: una topología. Ahora bien, tampoco se trata de utilizar este paradigma para la búsqueda de isomorfismos, declarando como no-científico todo aquello que no se adecue a él, sino de empezar por algún punto y mostrar cómo puede desarrollarse un análisis gnoseológico partiendo de construcciones cuya operatividad se manifieste en cierres similares.
Expondremos brevemente una topología:
Partimos del simplejo SA o conjunto de partes de un conjunto A = {a, b, c, d}, partes que están unidas por relaciones de inclusión. SA estaría formado por 24 = 16 partes. Podemos decir que SA define una topología en A bajo las siguientes condiciones:
1. A ⊂ SA.
∅ ⊂ SA.
2. La intersección (∩) de cualesquiera partes de SA pertenece a SA.
3. La unión (⋃) de cualquiera partes de SA pertenece a SA.
Bajo tales condiciones se dice que la topología es «cerrada» (en general, un simplejo define siempre una topología en su conjunto originario por medio de las operaciones de unión e intersección).
El paradigma muestra ya una serie de procedimientos de cierre categorial que pueden servir como guía para la búsqueda de los mecanismos de cierre propios de las diversas ciencias. Digamos tan sólo que el «conjunto de elementos que no tiene elementos» o «conjunto vacío» es un absurdo que únicamente se desvanece al considerarlo como la mera posibilidad de realizar operaciones imposibles (intersección de conjuntos disyuntos), completando así el cierre. A partir del conjunto vacío se introducen operaciones como {a} ∩ ∅ = ∅ ó {a} ⋃ ∅ = {a}, que se hacen necesarias para que el cierre sea perfecto. Ya en la presentación independiente de un simplejo se están suponiendo, aunque de modo implícito, las operaciones del cierre al ofrecer o considerar en un mismo nivel conjuntos como {a, b} ó {c} y el conjunto vacío, que tienen significación muy diferente en la construcción. Procedimientos típicos son también las operaciones idempotentes, que sólo en vistas a la construcción del cierre adquieren su significación precisa ({a, b, c} ⋃ {a, b, c} = {a, b, c} ó {b} ∩ {b} = {b}, &c.).
Ahora bien, la elección de este paradigma, ¿no favorece una interpretación formalista de las ciencias? O, en todo caso, sea cual fuere la elección, ¿no se privilegiará a través del paradigma el tipo de construcción científica al cual pertenezca?
Frente a estas dos preguntas la teoría del cierre categorial sostiene:
1. Que no es válida la distinción entre ciencias formales y empíricas, pues toda ciencia es material. Es impensable que la lógica o la matemática estudien formas separadas de toda materia. Antes bien, se refieren a un material peculiar, que llevan incorporado, consistente en los propios signos tipográficos a partir de los cuales definen su propio mundo de objetos científicos, de igual manera que el resto de las ciencias definen o construyen sus objetos a partir de un material dado previamente y con el que trabajan. Según este principio del «materialismo formalista» la lógica formal, por ejemplo, no puede ser entendida como lógica general sino como una realización material más del ejercicio de una lógica trascendental, es decir, en pie de igualdad con otras ciencias no consideradas formales.
2. Que sólo el análisis gnoseológico puede ofrecer criterios fundamentados de división de las ciencias, pudiendo así a posteriori rechazar o reformular las divisiones existentes. En el momento de la elección del paradigma queda pues anulada toda clasificación de las ciencias, requisito fundamental para que la teoría pueda llegar a construir su propio sistema discriminativo con el cual determinar, incluso, los límites de aplicación del paradigma. Este mecanismo circular de correlación está posibilitado por el desarrollo de la gnoseología en dos planos simultáneos, general uno (o análisis de los rasgos comunes a diversas ciencias) y otro especial (análisis de los rasgos propios de cada ciencia particular), cuya realimentación es, a su vez, circular. Sólo en el orden de la exposición puede aparecer como previo alguno de los dos momentos de la gnoseología, pero en realidad cualquiera de ellos sería vacío sin el material que el otro le proporcionase.
Una vez definido este nivel según el cual las ciencias se organizan en torno a cierres categoriales, es preciso determinar criterios de análisis que sean acordes con los presupuestos que inspiran la teoría en su conjunto. Pues bien, se ha tomado el lenguaje como hilo conductor de dicho análisis, pensando que, aunque no se identifiquen, las ciencias se dan inmersas en el lenguaje. Pero es importante hacer constar que dicha asociación no se refiere exclusiva, ni acaso primordialmente, al hecho de que las ciencias expresen sus resultados en libros escritos o comunicaciones habladas, sino a la evidencia de que ninguno de los procesos de la ciencia como institución es ajena esta circunstancia. Para poner un ejemplo diremos que ni siquiera la mera manipulación de un microscopio puede prescindir del lenguaje, a través del cual se expresan y transmiten, en el aprendizaje, las reglas que posibilitan su manejo. Acudiendo a las tres funciones o ejes del lenguaje que Morris denomina «sintáctico», «semántico» y «pragmático», diríamos que desde el eje pragmático la ciencia aparece como conjunto de normas para la manipulación de cosas o instrumentos; reglas de actuación dentro de la comunidad de científicos, o de autodirección individual en tanto que incluido en esa comunidad. Los comportamientos normativizados constituyen así al sujeto adecuado de la ciencia, que no es individual, sino colectivo. Pues si bien la escala del cuerpo humano debe ser pensada como asiento o base de la racionalidad, científica o no, y por lo tanto considerar necesarios a los individuos, éstos aparecen en la ciencia esencialmente como intercambiables (lo que suele expresarse como objetividad o intersubjetividad). El eje pragmático (pragmática) nos presenta por lo tanto a la ciencia como «hecho normativo» o sistema social de relaciones normativizadas, sin el cual no puede entenderse su forma de construcción.
La referencia a una realidad exterior a las propias construcciones científicas se nos ofrece a través del eje semántico (semántica), según el cual los signos no remiten solamente a otros signos (sintaxis), sino a un material extralingüístico. La teoría del cierre categorial, solidaria de una filosofía materialista, concibe cada ciencia como explorando un campo ontológico categorial desde su interior, en la medida en que la ciencia misma no es sino un episodio del desarrollo de esas categorías ontológicas: un libro de lengua es un hecho lingüístico, El capital es un episodio económico-político de innegable importancia, las ciencias «naturales», como la química o la física, no dejan intacto el «mundo» de cosas con el que trabajan (hasta el punto de que la química, por ejemplo, utiliza compuestos que no existían antes de que la ciencia los crease) convirtiéndose a su vez en episodios «naturales» de primer orden (división del átomo, enriquecimiento de cuerpos radiactivos, &c.). A través del eje semántico se introducen en teoría de la ciencia, como pertinentes y no como marginales, puntos de vista que se oponen a una consideración, especulativa o idealista, de la ciencia como conocimiento puro, desde fuera, no implicado esencialmente, sino sólo de forma accidental, en el material con el que trabaja (ontología).
Desde el eje sintáctico, comúnmente privilegiado por las diversas teorías de la ciencia, se hizo la exposición del paradigma topológico, mostrando los mecanismos estructurales sintácticos que, construyendo un campo de términos en determinada relación, instauran un sistema de operaciones tales que pueda hablarse de cierre de dicho campo.
La combinación de los tres ejes en el desarrollo del análisis ofrece un material no meramente descriptivo, sino crítico en la medida en que detecta distintos modos y grados en la construcción, posibilitándose tipologías o clasificaciones de las ciencias más fundamentadas, criterios consistentes de cientificidad, &c. Desde el punto de vista de la historia de las ciencias la teoría proporciona, por ejemplo, un criterio tanto de la aparición de las ciencias (forma de operatividad nueva pero en continuidad con las precedentes) como de su desarrollo (movilidad, reajuste, absorción, &c., de unos cierres que no son, lógicamente, pensados como formas estáticas que clausuren de una vez por todas a las ciencias). En este sentido, un cambio científico (una revolución, si se quiere) no es sólo, ni siquiera fundamentalmente, un reajuste en los esquemas de explicación, sino un cambio real en el campo donde se ejerce la construcción, provocado por las transformaciones que la propia práctica científica u otras circunstancias pueden haber ejercido sobre el material. Ya vimos que, desde la perspectiva del eje semántico, las ciencias aparecen como episodio interno de un campo ontológico: ello permite explicar la génesis de las ciencias como una dialéctica interna a ellas mismas. La dificultad del problema génesis/estructura surge cuando ambos términos son aplicados al discurso sobre objetos externos y no al campo mismo de los objetos. Aunadas en el terreno de lo especulativo formal, génesis y estructura se enfrentan como negación vacía la una de la otra: el punto de vista genético niega el estructural y viceversa. Pero en ello no hay ninguna dialéctica, sino todo lo contrario. Pues el resultado no es ninguna síntesis superadora, sino la incapacidad de aunar dos enfoques que se excluyen.
Es evidente que la teoría del conocimiento implícita (y no previa) en todo esto se apoya sobre la relación constructiva y materialista de los cuerpos humanos, asiento de la racionalidad, con el resto de las cosas materiales. La razón es aquí, antes que nada, esa relación misma y no el espíritu que se tortura ante el misterio de una naturaleza ajena a él. No se trata, por lo tanto, y frente a Piaget, de derivar el conocimiento de la acción; pues lo que suele llamarse «conocimiento» no es sino la acción misma, humana y social, en un determinado nivel de desarrollo.
Pues bien, la dialéctica materialista de la teoría del cierre categorial se establece a partir de la diversidad de cierres de que está constituida una ciencia, en la cual cierres distintos tienen elementos comunes (cada ciencia podría ser representada por un conjunto de círculos en intersección). Es claro entonces que los cambios en el material supondrán reajustes en los cierres (nuevos círculos, o inclusión en ellos de nuevos objetos, &c.). El ejemplo, en la química, del descubrimiento (construcción, más bien) de los isótopos a comienzos de este siglo es una muestra de cómo un cierre previo se rompe (la clasificación periódica de los elementos) abriendo paso a nuevos cierres que pueden incluso ser adscritos a otros campos científicos diferentes. Las llamadas ciencias humanas son quizá lugares privilegiados para mostrar cómo el cierre se realiza en el interior de un campo de objetos, y cómo por ello son las transformaciones de ese campo las que determinan los desarrollos científicos (otorgando, lógicamente, una gran parte de la función transformadora a la propia actividad científica). Pero no menos evidente resulta, por ejemplo, el caso de la biología, que se ha desarrollado en circunstancias muy especiales de transformación de su campo de objetos. No es en absoluto accidental el impulso reciente de algunas ramas, como la ecología, en el marco de las transformaciones ecológicas que ha acarreado el desarrollo industrial. No es arriesgado afirmar que sus conceptos se han elaborado, precisamente, a través del desequilibramiento progresivo de los sistemas ecológicos naturales –entendiendo aquí por «naturales», simplemente, la situación preindustrial. Precisión esta que no excluye el reconocimiento de desajustes quizá perjudiciales para la supervivencia de la especie humana–. En la actualidad los estudios biológicos tienden a encerrarse en reservas donde no se trata tanto de conservar la «naturaleza» como de preservar, a veces desesperadamente, el propio material de estudio. En el límite, cabría establecer un paralelismo entre el futuro posible de algunas ramas de la biología y la etnología, que ve desaparecer también, progresivamente, su material: la transformación de ciencias empíricas o ciencias de campo en ciencias de carácter filológico. Indudablemente, los cierres categoriales de estas ciencias serían asumidos por otros de naturaleza muy diferente.
Tomás R. Fernández
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{1} Fundamentalmente G. Bueno, Ensayos sobre las categorías de la economía política, Barcelona 1972, y Etnología y utopía, Valencia 1971.