Abentofail   1110-1185
El filósofo autodidacto
1 · 2 · 3 · 4 · 5 · 6  islámica 

Abentofail · El filósofo autodidacto · [ 4 ]

Hayy, edicion de Ockley, Londres 1708
Hayy ha domesticado ya a los animales

Al llegar al tercer septenario de su vida, Hayy se había hecho vestidos, armas y choza y había domesticado ciertos animales

Llegó al término de tales consideraciones en el momento de alcanzar el tercer septenario de su vida, o sea a los veintiún años de edad. En este intervalo desarrollóse mucho su ingenio. Se vestía y calzaba con las pieles de los animales por él cazados; hacía hilos con pelos, y con corteza de malvavisco, malva, cáñamo o cualquier otra planta filamentosa; alcanzó este resultado, después de haber utilizado el esparto; preparaba leznas con espinas fuertes y cañas afiladas con piedras. Había llegado hasta la construcción, según lo que veía hacer a las golondrinas; fabricóse una choza y asimismo alacena para las provisiones sobrantes, defendiéndola con una puerta, hecha de cañas unidas, para que ningún animal entrase en ella mientras él anduviese fuera, ocupado por otros quehaceres. Había domesticado aves de rapiña, para emplearlas en la caza, [98] y cogido gallinas, para aprovechar sus huevos y sus pollos. Utilizaba los cuernos de los bueyes salvajes como puntas de lanza, atándolas a cañas fuertes, en ramas de encina o de otros árboles, y, ayudándose en esta operación con el fuego y con hachas de piedra, llegó a fabricar rudimentarios lanzones. Se había arreglado un escudo con pieles superpuestas. Llegó a hacer todo esto, cuando observó que carecía de armas naturales y comprobó que su mano le podía procurar todas las que le faltasen.

No le hacía frente ningún animal, de cualquier especie que fuere, sino que, por el contrario, lo evitaban y huían de él. Pensó en medio para [cogerlos] y no halló treta más afortunada que amaestrar a algunos, rápidos en la carrera, y atraérselos, dándoles una comida que les conviniese, hasta que le permitieran montarlos y dar así caza a los animales de otras especies. Había en esta isla caballos silvestres y asnos salvajes. Cogió algunos y los domó, hasta conseguir su propósito. Con correas y pieles, hízoles una especie de bocados y sillas, pudiendo de esta forma, según esperaba, dar caza a aquellos animales, para cuya captura no hallaba [antes] medio.

Solamente se había ocupado en estos asuntos, [100] durante el tiempo en que se dedicó a la disección de los animales y en que tuvo pasión por conocer las particularidades y diferencias de sus órganos, o sea, según dijimos, hasta los veintiún años.

Hayy observa las coincidencias y diferencias en las distintas clases de seres del mundo

Interesóse luego por otros temas; examinó todos los cuerpos que existen en el mundo de la generación y de la corrupción: los animales en sus distintas especies, las plantas, los minerales y clases de piedras, la tierra, el agua, el vapor, el hielo, la nieve, el frío, el humo, la llama, la brasa. Vio que tenían propiedades numerosas, acciones distintas y movimientos concordantes y divergentes. Reflexionó con atención sobre todo ello durante algún tiempo, y observó que en unas cualidades coinciden y en otras difieren, y que consideradas en cuanto que coinciden, no son más que una cosa, y en cuanto que difieren, diversas y múltiples. Estudiaba las particularidades de los seres, aquello que diferencia a unos de otros, y los veía múltiples, innumerables y extendiendo su existencia hasta lo infinito. Incluso su misma esencia le parecía múltiple, al ver Hayy la diversidad de sus miembros, cómo cada uno de ellos se distinguía por un acto o [101] por una cualidad especial, y cómo admitía una división en muchísimas partes. Por lo cual juzgaba que su esencia era múltiple, y que también lo era la esencia de todo ser. Luego, volviendo a otro aspecto por diferente camino, veía que sus miembros, aunque múltiples, estaban todos juntos entre sí, sin ninguna separación y bajo una sola ley [directiva]; que no se distinguían más que por las diferencias de sus actos, y que éstas sólo tenían su origen en la [distinta] fuerza que cada uno de los [miembros] recibía del alma animal, a cuya comprensión había llegado al principio; esta alma, una en su esencia, era además la realidad de la esencia, y todos los órganos venían a ser como instrumentos [suyos]. Su propia esencia pareció entonces a Hayy una, en virtud de este método.

Encuentra la unidad de cada especie, a pesar de la multiplicidad de sus individuos, y comprende la unidad del reino animal

Paró mientes después en todas las especies de animales y vio que cualquier individuo es uno, considerado desde el punto de vista anterior. Los observó luego especie por especie, como gacelas, caballos, asnos y las distintas clases de pájaros una por una, y encontró que los individuos de cada especie eran semejantes [102] entre sí en los miembros exteriores e interiores, en las percepciones, en los movimientos, en los instintos; no encontró diferencia entre ellos sino en pocas cosas en relación a las otras en que convenían. Y juzgaba que el alma, que cada especie tiene, es sólo una, y que no se diversifica sino en cuanto se divide entre muchos corazones; que si fuese posible reunir todo lo que está repartido entre estos corazones, y colocarlo en uno solo, acaso sería una sola cosa, así como el agua o el vino, que siendo uno, se reparte en muchos recipientes, y después vuelve a reunirse: en cada estado, de dispersión o de reunión es una sola cosa, y sólo le sobreviene la multiplicidad per accidens. Veía que toda la especie, bajo este aspecto, era una, y comparaba la multiplicidad de sus individuos a la de los miembros de cada uno de ellos, que en realidad no es tal multiplicidad. Después reflexionaba, recorriendo mentalmente todas las especies de animales y observando que convenían en sentir, en nutrirse, en moverse voluntariamente en la dirección que quieren; pero ya sabía Hayy que estos actos son característicos del alma animal, y que las demás cosas que diferencian a las especie, fuera de estas comunes, ya citadas, no le son verdaderamente peculiares. Esta reflexión le hizo ver claramente que tal alma, propia de todo el reino animal, es una en realidad, aunque tenga pequeñas diferencias de una especie a [103] otra, así como un agua repartida en varios recipientes, unos más fríos que otros, en su origen es una; así todas las partes de agua que tienen un mismo grado de frío representan lo que es peculiar del alma animal en una especie; por consiguiente, de la misma manera que toda el agua es una, así también el alma animal es una, aunque la multiplicidad le sobrevenga per accidens. Considerándolo en tal manera, todo el reino animal le parecía uno.

Halla la misma unidad en el reino vegetal

Pasó luego revista a las diversas especies de plantas, y vio que en cada una de sus individuos se parecen entre sí en las ramas, hojas, flores, frutos y acciones. Los comparaba con los animales y comprendía que todos tienen una cosa común, que hace en ellos las veces del alma animal, y por la cual todos son uno [forman un todo]. Asimismo consideraba el reino vegetal, y deducía su unidad, basándose en las funciones comunes que en él veía, o sea la nutrición y el crecimiento. [104]

Encuentra ciertas coincidencias entre el reino animal y el vegetal

Reunió después en su pensamiento al reino animal y al vegetal y vio que ambos coinciden en la nutrición y en el crecimiento, sólo que el primero tiene de ventaja sobre el segundo las sensaciones, las percepciones y los movimientos. Tal vez en las plantas aparece algo semejante a esto, verbigracia, el volverse algunas corolas hacia el sol, el movimiento de sus raíces buscando el sitio en que puedan nutrirse, &c. Por virtud de estas reflexiones, le parecían las plantas y los animales una sola cosa, porque tienen en común algo, que en uno de los reinos es más acabado y perfecto, mientras que en el otro está detenido por cualquier impedimento: tal sería, siguiendo el ejemplo citado, la cantidad de agua, dividida en dos partes, una helada y otra líquida. Por consiguiente, consideró como uno los reinos animal y vegetal.

Halla también la unidad del reino mineral

Reflexionó después acerca de los cuerpos que no sienten, ni se nutren, ni crecen, como las piedras, la tierra, el agua, el aire, la llama, y vio que son cuerpos que se miden por longitud, latitud y [105] profundidad; que sólo se diferencian en que unos tienen color y otros no; unos son calientes, otros fríos, y en varias diferencias más por el estilo. Veía que los que son calientes se vuelven fríos, y los que son fríos se tornan calientes; observaba que el agua se convierte en vapor, y el vapor en agua; que las cosas que se queman, hácense brasas, ceniza, llama, humo; y que el humo, si tropieza en su ascensión con una bóveda de piedra, se transforma en algo parecido a una sustancia terrosa. De aquí dedujo que todos estos cuerpos eran, en realidad, una sola cosa, y que la multiplicidad les es inherente per accidens, del mismo modo que lo es a los animales y a las plantas.

Coincidencias que ve Hayy entre el reino vegetal y el mineral

Luego consideró la cosa que, a su juicio, unía aquéllos con éstas, y vio que era un cuerpo como los referidos, dotado de longitud, latitud y profundidad, caliente o frío, igual que los que no sienten ni se nutren, distinto de ellos únicamente por los actos que de él provienen mediante los órganos animales y vegetales. Pero quizá tales actos no le son esenciales, sino que proceden de causa externa; y si se producen en otros cuerpos, serán semejantes a él. [106] Consideraba aquel punto de unión en su esencia, como algo separado de los actos que, a primera vista, parecen dimanar de él, y veía que no era más que un cuerpo de éstos. Tal reflexión le mostró que todos los cuerpos son una sola cosa, ya sean vivos, ya inanimados, bien estén en movimiento, bien en reposo; sólo que a él le parecía que algunos producían, por medio de órganos, ciertos actos, y no sabía si les son esenciales o les vienen de fuera de su naturaleza, porque en este estado [de reflexión filosófica], Hayy no veía sino los cuerpos. Por este camino consideraba todos los seres en uno sólo, mientras que desde el punto de vista primero veía a los seres como múltiples, con una multiplicidad sin límites y sin fin. En tal estado de juicio, permaneció durante algún tiempo.

Hayy observa que todos los cuerpos tienen movimiento, o hacia arriba o hacia abajo

Examinó luego todos los cuerpos, vivientes o inanimados, que, unas veces, juzgaba ser unidad, y otras creía ser múltiples hasta lo infinito, y vio que cada uno de ellos tiene imprescindiblemente una de estas dos cualidades: o se mueve hacia arriba, como el humo, o se mueve en sentido contrario a éste, es [107] decir, hacia abajo, como el agua, los trozos de tierra, de plantas, los animales, &c. Cada uno de estos cuerpos no puede menos de tener uno de estos dos movimientos dichos, ni reposa sino cuando se le opone un obstáculo que le corta el camino, como la piedra que al caer encuentra a ras de tierra un suelo resistente al que no puede perforar, porque si pudiese lo haría; por eso, si te levantas, ves que ella te resiste, inclinándose hacia abajo, buscando la caída. Asimismo, el humo no se para en su ascensión, sino cuando encuentra una bóveda resistente que lo detiene; entonces se reparte a derecha e izquierda, y luego, como se ve libre de la bóveda, hiende la atmósfera, ya que el aire no puede detenerlo. Veía también que si se llena de aire un zaque de piel y se le ata y sumerge en el agua, tiende a subir, resiste a quien lo sujeta debajo del líquido elemento, hasta que no llega a la atmósfera; entonces queda en reposo, y la resistencia y la tendencia ascensional, que antes tenía, desaparecen.

Indagó si por ventura existiría cuerpo que careciese, siquiera un instante, de una de estas dos cualidades, o de la tendencia de ellas, y no lo encontró entre los que le rodeaban. Buscaba Hayy un cuerpo de esta condición, esperando que, si lo hallaba, podría considerar la naturaleza del cuerpo en cuanto cuerpo, libre de todas las cualidades que son el origen de la multiplicidad. [108]

Ve que los cuerpos han de tener, por lo menos, pesadez o ligereza, y se convence de que la realidad esencial de los cuerpos se compone del atributo corporeidad con otros diferentes añadidos

Cuando estas investigaciones le cansaron, observó los cuerpos dotados de poco número de cualidades, y vio que necesariamente habían de tener una de estas dos: pesadez o ligereza. Reflexionó sobre si ambas pertenecerían al cuerpo en cuanto cuerpo, o a título de propiedad sobreañadida a la corporeidad. Le pareció que ello era por el último título, porque si perteneciesen al cuerpo en cuanto cuerpo, no se hallaría ninguno que no tuviese las dos: vemos que en lo pesado no se encuentra la ligereza, ni en lo ligero se encuentra la pesadez; realmente son dos cuerpos; cada uno, a más de corporeidad, tiene un atributo con el que se diferencia del otro y que sirve para individualizarlo, ya que de no ser así, resultarían ambos una sola cosa desde todos sus aspectos.

Entonces tuvo la evidencia de que la realidad esencial de cada uno de estos dos cuerpos, el pesado y el ligero, está compuesta de dos propiedades: una, que les conviene a ambos en común, y que es la corporeidad; la otra, que es la que diferencia sus realidades esenciales: en el uno, la pesadez; la ligereza, [109] en el otro; unidas están cada una de ellas con la corporeidad, y son respectivamente la cualidad en cuya virtud el uno se mueve hacia abajo y el otro hacia arriba.

Igualmente examinó los demás cuerpos, inanimados o vivientes, y observó que la realidad esencial de cada una de las dos clases está compuesta del atributo corporeidad y de otra cosa, bien una, bien múltiple, añadida a la corporeidad.

Deduce la existencia del alma animal, del alma vegetativa y de la naturaleza de los seres inanimados

Así le parecieron las formas de los cuerpos en su diversidad, siendo esto lo primero que vislumbró del mundo espiritual, puesto que tales formas no se alcanzan por medio de la sensibilidad, sino por un cierto modo de especulación. Y una de las cosas que comprobó entre todo esto fue que el alma animal, cuya sede es el corazón, y de la que antes se ha tratado, sin duda debe tener también un atributo añadido a la corporeidad; con este atributo se pone en condiciones de ejecutar los actos extraordinarios, especiales suyos, que son las distintas clases de sensaciones, las diferentes especies de percepciones y los diversos modos de movimientos. Este atributo es su forma y la diferencia que lo separa del resto de los [110] cuerpos; es lo que los filósofos designan con el nombre de alma animal.

De la misma manera, la cosa que en las plantas hace las veces del calor natural en los animales tiene algo peculiar suyo que es su forma: lo que llaman los filósofos alma vegetativa. Asimismo, a más de los animales y de las plantas, todos los cuerpos inanimados del mundo dela generación y de la corrupción tienen algo peculiar suyo, por medio de lo cual realiza cada uno su operación propia, como las diversas clases de movimiento, los diferentes modos de cualidades sensibles; esto es, la forma de cada uno de ellos y lo denominado por los filósofos naturaleza.

Dedica su atención a conocer el alma

Cuando logró saber, por esta reflexión, que la realidad esencial del alma animal, que él tanto había deseado [conocer] siempre, estaba compuesta del atributo corporeidad y de otro añadido a ella, y que el primero le era común con todos los cuerpos, mientras que el otro añadido, y por el que se distingue, era exclusivo de ella, le pareció despreciable el atributo corporeidad y dejó de reflexionar acerca de él, prefiriendo, en cambio, dedicar sus especulaciones al atributo segundo que es el denominado alma. [111]

Llega a discernir las funciones del alma vegetativa

Deseando conocerlo con exactitud, reflexionó profundamente sobre él. Inició su especulación por el examen de los cuerpos todos, no en cuanto que son cuerpos, sino en cuanto que están dotados de formas, que llevan inherentes cualidades peculiares, causa de la distinción de unos y otros. Aplicando tal método, grabó esta idea en su mente, al ver que una categoría de cuerpos tiene de común cierta forma, de la cual derivan uno o varios actos; que una clase de esta categoría, a más de la forma común con ella, tiene otra, causa también de algunos actos; y que un grupo de esta clase, además de las formas primera y segunda, comunes a toda ella, tiene una tercera forma, asimismo productora de ciertos actos. Ejemplo: todos los cuerpos terrestres, como tierra, piedras, minerales, plantas, animales y demás cuerpos pesados, integran la primera categoría, que tiene común una forma, de la cual procede el movimiento hacia abajo, cuando no se opone ningún obstáculo a su caída: si acaso se les impulsa hacia arriba violentamente y luego se les abandona, en virtud de su forma, caen. Una clase de esta categoría (plantas y animales), además de la forma común con la categoría anterior, tiene otra, causa de la nutrición y el movimiento. La nutrición [112] consiste en que el ser que se nutre reemplace las partes de su cuerpo que han desaparecido, por asimilación a su misma sustancia de una materia apropiada; el crecimiento, en el movimiento en las tres direcciones, guardada la debida proporción entre longitud, latitud y profundidad. Estas dos funciones son comunes a las plantas y a los animales, y proceden indudablemente de una forma igual en ambas, que es la denominada alma vegetativa. Un grupo de esta clase, los animales especialmente, además de la forma primera, común con la clase anterior, tiene otra tercera, de la cual proceden la sensación y la facultad de trasladarse de un lugar a otro.

Vio además que cada especie animal tiene además una cualidad peculiar, por la que se aparta y se distingue de todas las demás. Y reconoció que esta cualidad emana de una forma propia, añadida al atributo forma, común a todos los animales. Lo mismo sucede a cada especie vegetal.

Naturaleza de los cuatro elementos

Comprendió con evidencia que de todos los cuerpos sensibles, existentes en el mundo de la generación y de la corrupción, hay unos cuya realidad esencial se compone de muchos atributos, añadidos al de la [113] corporeidad, y otros, que lo están de pocos. Considerando que era más fácil el conocimiento de lo poco que el de lo mucho, se dedicó primeramente al estudio de la realidad esencial de aquellos seres, cuya naturaleza fuese de pocos atributos. Vio que la realidad esencial de los animales y de las plantas está compuesta de muchos, según la diversidad de sus actos; por lo cual dejó para más tarde el estudio de sus formas. Observó también que unas partes de la tierra eran más simples que otras, proponiéndose estudiar las más simples que pudiese encontrar. Fijóse en que el agua es materia de poca composición, por la escasa cantidad de actos que proceden de su forma; lo mismo notó en el fuego y en el aire. Anteriormente había pensado Hayy que estos cuatro [elementos] se cambian unos en otros, y que tienen de común el atributo corporeidad; que tal atributo convine que esté libre de aquellos que distinguen a unos de otros; que no puede moverse hacia arriba ni hacia abajo; que ni puede ser caliente ni frío, húmedo ni seco; porque ninguna de estas cualidades es común a todos los cuerpos, y, por tanto, no puede pertenecer al cuerpo en cuanto cuerpo. Si pudiese existir uno sin forma alguna añadida a la corporeidad, carecería de todas estas cualidades y de otra cualquiera que no fuese común a los demás cuerpos, cualquiera que fuese el número de sus formas. [114]

La extensión, cualidad corpórea

Trató de encontrar una cualquiera común a todos los cuerpos, vivos e inanimados, y no consiguió hallar otra, sino la propiedad de la extensión en las tres dimensiones, que existe en todos y que se denomina longitud, latitud y profundidad. Conoció que esta propiedad la tiene el cuerpo en cuanto cuerpo; pero los sentidos no le descubrieron la existencia de un cuerpo con esta cualidad única, que no tuviera ninguna propiedad añadida a la citada de la extensión y que estuviera totalmente privado de las otras formas. Pensó luego si acaso esta extensión en tres dimensiones sería o no un atributo del cuerpo mismo, sin la adición de ningún otro, y vio que detrás de la extensión hay otro atributo, en el cual ella existe; que la extensión sola no podría subsistir por sí misma, así como tampoco podría hacerlo la cosa extensa sin la extensión. Tomó como ejemplo algunos cuerpos sensibles dotados de formas, v. gr., la arcilla. Vio que si se le da una figura cualquiera, como la esférica, tiene latitud, longitud y profundidad en una medida determinada. Si esta misma esfera se la coge y se la convierte en una figura cúbica u ovoidal, la longitud, latitud y profundidad [primeras] cambian y tienen otra medida distinta de la que antes tenían. La [115] arcilla es la misma en sí, no se cambia, pues necesariamente ha de tener longitud, latitud y profundidad, en alguna medida, y no puede prescindir de ellas. Ahora bien, la sucesión de estas dimensiones en la arcilla le demostraba que son un atributo distinto de la arcilla misma; la imposibilidad, empero, de prescindir de ellas totalmente, le demostraba que pertenecían a su misma esencia.

La forma y la materia de los cuerpos

Vio claro por estas consideraciones que el cuerpo, en cuanto cuerpo, está compuesto en realidad de dos cualidades: una hace las veces de la arcilla en la esfera del ejemplo citado; y la otra hace las veces de la longitud, latitud y profundidad de la esfera, cubo o figura que tenga; que el cuerpo no se comprende sino compuesto de estas dos cualidades, y que una de ellas no puede existir sin la otra. Pero que aquella que puede cambiar y variar en aspectos sucesivos (la cualidad de la extensión) es como la forma en todos los cuerpos que la tienen; la que permanece en un mismo estado (la que hace el papel de la arcilla en el anterior ejemplo), es como la cualidad corpórea en todos los cuerpos dotados de forma. A lo que hace el papel de la arcilla llaman los filósofos materia o hyle, que está totalmente desnuda de formas. [116]

Como al llegar a esta altura de sus reflexiones se había separado bastante del mundo sensible y se había elevado a los límites del mundo inteligible, sintió nostalgia y deseo de volver a las cosas de aquél, a que estaba más acostumbrado. Retrocedió, pues, un poco: dejó el cuerpo en abstracto, puesto que es cosa que el sentido no percibe ni alcanza, y se fijó en los cuerpos sensibles más simples que conocía: a saber, los cuatro elementos, acerca de los que reflexionara anteriormente.

El cambio de forma en el agua sugiere a Hayy la idea vaga de un «creador» de la forma

El primero que consideró fue el agua; y vio que si se la deja en el estado que exige su forma, manifiesta un frío sensible y una propensión a caer; calentándola por medio del fuego o del calor del sol, pierde el frío primero, quedándole, sin embargo, la tendencia a caer; y al aumentar su calefacción, cambia esta última cualidad por su contraria. Ha perdido, pues, las dos cualidades que procedían de su forma habitual. No sabía Hayy de la forma del agua, sino que producía estos dos actos: cuando desaparecen, pierde su carácter, dejando de estar en este cuerpo, desde el momento en que ha dado lugar a actos que por su [117] naturaleza proceden de otra forma, y se produce en él otra, que antes no existía, por medio de la cual emanan de este cuerpo actos que no eran de su naturaleza, en tanto que tenía la primitiva forma. Entonces comprendió que necesariamente todo lo que es producido necesita un productor; de tal modo se manifestaron en su alma los vestigios generales y confusos de la noción de un hacedor de la forma.

Luego siguió estudiando una por una todas las formas que ya conocía, y vio que todas ellas son producidas y que necesitan por tanto, un hacedor. Consideró también las esencias de las formas, y notó que no eran más que una capacidad del cuerpo para producir tal acto; así, por ejemplo, el agua, cuando se calienta mucho, se dispone y se acomoda para el movimiento hacia arriba, y esta aptitud es su forma. En realidad aquí no hay más que un cuerpo, cosas sensibles que antes no existían, procedentes de él (cualidades y movimientos), y un agente que las crea; ahora bien, la adaptación del cuerpo a unos movimientos con exclusión de otros es su disposición y su forma. Esto mismo comprobó en todas las demás formas. De donde adquirió la evidencia de que cuantos actos de ellas emanan, no existen realmente en las mismas y sólo son debidos a un agente que por su intermedio obra los actos que con ellas se relacionan. Esta idea que surgió en su mente es la misma [118] contenida en el dicho del Enviado de Dios (¡bendígalo Dios y lo salve!): «Yo soy el oído por el cual oye, y la vista con la cual ve»; y en el libro claro de la Revelación: «No los habéis matado vosotros, sino Dios los mató; no has arrojado tú [Mahoma] la flecha cuando la has arrojado, sino que Dios la arrojó».

Comprende Hayy que el «agente» productor de las formas no puede ser cuerpo de este mundo sensible, y estudia los cuerpos celestes

Una vez que hubo descubierto lo dicho, relativo a la idea de agente, en general y de un modo confuso, sintió un vivo deseo de conocerlo precisa y distintamente. Como no se separaba del mundo sensible, púsose a buscar en él este agente, del cual ignoraba si era uno o era múltiple. Examinó todos los cuerpos que le rodeaban y sobre los que había siempre reflexionado, y vio en todos que unas veces nacen, otras veces perecen; aquellos a quienes no alcanza íntegramente la descomposición, les alcanza del modo parcial, como el agua y la tierra, cuyas partes veía corromperse por el fuego. Asimismo observaba que todos los demás [119] cuerpos del mundo sensible no se eximían de ser producidos y de tener necesidad de un agente. Por tanto, abandonó [la reflexión acerca de] todos ellos, y puso su atención en los cuerpos celestes. Condensó este pensamiento, al fin de los cuatro septenarios de su existencia, o sea a los veintiocho años de edad.

Comprendió que los cielos, y las estrellas que en ellos hay, son cuerpos, ya que tienen extensión en las tres dimensiones: longitud, latitud y profundidad; ninguno carece de esta cualidad; pero como todo el que la ostenta es cuerpo, ellos lo son también. Pensó luego si tales cuerpos serían extensos, sin límite alguno, y se alejarían siempre, sin fin, en la longitud, latitud y profundidad, o si serían finitos, encerrados en ciertos límites en los cuales terminan, y más allá de los cuales no es posible que exista la extensión.

Es imposible un cuerpo infinito: razonamientos de Hayy

Embarazóse un poco con este problema. Pero luego, gracias a la fuerza de su reflexión y agudeza de su ingenio, vio que un cuerpo infinito es absurdo, imposible e ininteligible. Se confirmó en tal juicio con muchos argumentos que le venían a las mientes. «Este cuerpo –se decía– es limitado por la parte [120] en que yo me encuentro, hasta donde mis sentidos alcanzan. No hay duda, desde el momento en que lo veo. Por lo que toca al lado opuesto, respecto del cual podría surgirme incertidumbre, también sé que es imposible su extensión hasta lo infinito. Porque si imagino dos líneas, que comiencen en esta parte limitada y se prolonguen sin fin a través de la profundidad del cuerpo, según su propia extensión; si luego imagino que de una de estas dos líneas se corta un trozo grande, por el lado en que es limitada, y, tomando lo restante de la línea y los dos trozos, el cortado y el que no lo está, se superponen haciendo coincidir ambas líneas, siguiéndolas con el pensamiento en la dirección en que se supone son infinitas, sucederá [una de estas dos cosas]: o las dos líneas se prolongarán siempre hasta lo infinito, sin que la una sea más corta que la otra, y entonces la cortada será igual que la que no lo está, lo cual es absurdo, o la línea disminuida no se prolongará siempre a la par que la otra, sino que se detendrá y dejará de extenderse junto con ella, y entonces será finita; si después se le vuelve a colocar el trozo que primeramente se le cortara y que era finito, resultará también finita toda la línea; ya no será, pues, ni más corta que la línea no cortada, ni más larga, sino igual a ella; pero ésta [la cortada] es finita; luego aquélla también lo será. El cuerpo en que se supongan estas líneas, será finito; pero en todo cuerpo [121] se pueden suponer estas líneas; luego si suponemos un cuerpo infinito, hemos supuesto una cosa absurda e imposible».

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