La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XIV
Cómo la Emperatriz pidió a su marido, el Emperador Marco Aurelio, la llave de su estudio, y de una plática que le hizo en este caso; en especial cuenta muchos agravios que las mugeres resciben de sus maridos, y cómo en ellos y no en ellas es la culpa de ser malcasados.


Dicho cómo el Emperador Marco Aurelio tenía el estudio en lo más apartado de su palacio y cómo él mismo tenía la llave de aquel estudio, es de saber agora que jamás a muger, ni a hijos, ni a familiares amigos dexava entrar dentro; porque muchas vezes dezía él: «Con más alegre coraçón sufriré que me tomen los thesoros, que no que me rebuelvan los libros.» Aconteció que un día la Emperatriz Faustina, estando preñada, importunó con todas las maneras de importunidad que pudo tuviesse por bien de darle la llave del estudio, y esto no es maravilla; porque naturalmente las mugeres menosprecian lo que les dan y mueren por lo que les niegan. Insistía Faustina en su demanda, y esto no de burla, sino de veras; no una vez, sino muchas; no con solas palabras, sino con palabras y lágrimas; diziéndole estas razones:

«Muchas vezes te he rogado me diesses la llave de tu cámara y tú siempre lo has echado en burla, y no lo devrías, señor mío, hazer, acordándote que estoy preñada; porque muchas vezes los maridos lo que oy echan en burlas, mañana lo lloran de veras. Acordarte devrías que soy yo, Faustina, la muy nombrada, la qual en tus ojos soy yo la más hermosa, en tu lengua la más alabada, de tu persona la más [419] regalada, de tu coraçón la más quista. Pues si es verdad que me tienes en tus entrañas, ¿por qué dudas mostrarme tus escripturas? ¿Comunicas comigo los secretos del Imperio y ascondes de mí los libros de tu estudio? ¿Hasme dado tu coraçón tierno y niégasme agora la llave que es de hierro duro? Agora pienso que tu amor era fingido, que tus palabras eran dobladas, que tus pensamientos eran otros, que tus regalos eran estraños; que, si otra cosa fuera, impossible fuera negarme la llave que yo te pidía; porque, do ay perfecto y no fingido amor, aun lo que de burla se pide de veras se concede.

En costumbre lo tenéys los hombres, que para engañar a las mugeres acometéys con grandes dádivas, dezísles dulces palabras, hazéys grandes promessas, dezís que haréys maravillas, y después que las tenéys engañadas, de vosotros más que de otros son perseguidas. Quando los hombres importunan a las mugeres, si las mugeres tuviessen en negar constancia, en breve espacio os haríamos arar so el yugo y la melena; pero assí como nosotras nos dexamos vencer, assí vosotros os determináys de nos aborrecer y dexar. Déxame, pues, señor mío, ver tu cámara; y mira que estoy preñada y se me sale el ánima por verla; y, si no lo hizieres por hazerme a mí plazer, hazlo siquiera por aliviar a ti de pesar; porque si yo peligro deste antojo, solamente perderé la vida, pero tú perderás el hijo que avía de nascer y la madre que le avía de parir. No sé por qué tu coraçón generoso quieres someter a un caso de fortuna tan vario, en que tú y yo muramos de un solo tiro: yo en morir tan moça y tú en perder muger tan querida. Por los dioses immortales te ruego, y por la madre Verecinta te conjuro me des la llave, o me dexes entrar en tu estudio, y no cures de permanecer en esse tan desaconsejado parescer, de manera que tu muy desacordado acuerdo torne de nuevo acordar; porque todo lo que sin consideración es ordenado, avida oportunidad puede ser deshecho.

Ver hombres que leen los libros y aman los fijos cada día lo vemos, pero nunca yo pensé que en coraçón de hombres caýa aborrecer los hijos por amar los libros; porque al [420] fin los libros son compuestos de palabras ajenas, pero los fijos son de nuestras entrañas proprias. Todos los hombres cuerdos antes que comiencen alguna cosa siempre suelen primero mirar los inconvenientes que pueden seguirse della. Pues si tú no quieres darme esta llave y quieres permanecer en tu obstinada porfía, perderás a tu Faustina, perderás a tu muger querida, perderás la criatura de que estoy preñada, perderás la auctoridad de tu casa, darás qué dezir a toda Roma y nunca del coraçón te saldrá esta lástima; porque con ninguna cosa el triste coraçón se consuela quando lo que padesce él mismo de padecerlo se tiene la culpa. Si los dioses lo permiten por sus secretos juyzios, y si lo merescen mis tristes hados, y si tú, señor mío, lo quieres no por más de salir con lo que quieres; en que por negarme tú esta llave yo aya de morir, yo quiero morir, pero dende agora adevino que te has de arrepentir; porque muchas vezes acontece aun a los hombres cuerdos que quando ha ya días que se fue el remedio viene de súbito el arrepentimiento. Maravillada estoy de ti, señor mío, cómo en este caso te muestras tan estremado, pues sabes que todo el tiempo que emos estado en uno, tu acuerdo y mi acuerdo siempre fueron de un acuerdo.

Si no quieres darme esta llave porque soy tu Faustina; si no la quieres dar porque soy tu muger querida; si no la quieres dar porque estoy preñada; requiérote me la des por virtud de la ley antigua, porque ya sabes tú que es ley muy antigua entre los romanos que a las mugeres preñadas no les puedan negar sus antojos. Muchas vezes he visto yo delante de mis ojos traer las mugeres sobre este caso en pleyto a sus maridos, y tú, señor, mandavas que por ninguna manera a las preñadas les quebrantassen sus privilegios. Pues si esto es verdad, como es assí, ¿por qué quieres tú que se guarden las leyes con los hijos ajenos y quebrantarlas con tus fijos proprios? Hablando con aquel acatamiento que devo, aunque tú lo quieras, yo no lo tengo de querer; y, aunque tú lo hagas, yo no lo tengo de consentir; y, aunque tú lo mandes, yo no lo tengo de obedecer; porque si el marido no acepta el justo ruego de su muger, la muger no [421] es obligada de aceptar el injusto mandamiento de su marido. Los maridos desseáys que vuestras mugeres os sirvan, desseáys que vuestras mugeres os obedezcan en todo, y no queréys condescender al su menor ruego. Dezís vosotros, los hombres, que las mugeres somos desamoradas, como sea verdad que en vosotros esté todo el desamor; porque en esto veréys que vuestros amores son fingidos, en que amores no moran más con vosotros de quanto se cumplen vuestros desseos. Dezís vosotros, los hombres, que las mugeres son sospechosas, como sea verdad que en vosotros y no en nosotras estén las sospechas; porque no de otra cosa están oy en Roma tantas nobles romanas mal casadas sino de tener sus maridos dellas infinitas sospechas.

Muy diferente es la sospecha de la muger y los zelos del marido; porque si lo quieren entender, no es otra cosa tener la muger de su marido sospecha sino mostrar que de todo su coraçón le ama. Las innocentes mugeres, como no conocen a otros, ni buscan a otros, ni tratan con otros, ni aman a otros, ni quieren a otros sino a sus maridos, no querrían que sus maridos conociessen a otras, ni buscassen a otras, ni amassen a otras, ni quisiessen a otras sino a sus mugeres solas; porque el coraçón que no se emplea sino en amar a uno, no querría que en aquella posada entrasse otro. Pero vosotros, los hombres, sabéys tantas mañas, y usáys con ellas de tantas cautelas, que, aviéndoos de preciar cómo las servís y cómo las regaláys, alabáysos cómo las ofendéys y cómo las engañáys, como sea verdad que en ninguna cosa puede el hombre mostrar más su generosidad y nobleza que en favorecer a una muger muy pecadora. Enlabian los maridos a sus mugeres diziéndoles a cada passo una dulce palabra, y, partidos de allí, ellos saben a quién dan el cuerpo y aun la hazienda. Yo te juro, señor mío, que si la libertad y auctoridad que tienen los hombres en las mugeres, las mugeres la tuviessen en los hombres, de manera que lo que ellos pesquisan en el barrio pesquisassen ellas en el pueblo, que hallassen ellas más malos recados hechos por ellos en un día que ellos hallarán dellas hechos en toda su vida. [422]

Dezís vosotros, los hombres, que las mugeres son maldizientes, como sea verdad que no son otra cosa vuestras lenguas sino unas colas serpentinas; porque a los hombres buenos condenáys y a las matronas romanas infamáys. Y no penséys que, si dezís mal de las otras, que por esso perdonáys a las vuestras, ca no es tanto mal lastimar a las estrañas con la lengua como infamar el hombre a su muger con sospecha; porque el marido que en su muger pone sospecha a todos da licencia que la tengan por mala. Nosotras, las mugeres, como salimos pocas vezes, andamos pocas tierras, vemos pocas cosas; aunque queremos, no podemos ser de malas lenguas. Mas vosotros, los hombres, como andáys mucho, oýs mucho, veys mucho, sabéys mucho; continuamente murmuráys mucho. Una muger todo el mal que puede dezir es dar orejas a sus amigas quando están apassionadas, reñir a sus criadas si son perezosas, murmurar de sus vezinas si son más hermosas, echar maldiciones a los que les hazen injurias; finalmente, una muger por maldiziente que sea no puede murmurar más de las del barrio en que mora. Pero vosotros los hombres infamáys a vuestras mugeres con sospechas, lastimáys a las vezinas con palabras, ponéys en las estrañas crudamente las lenguas, no guárdays fidelidad a vuestras amigas, hazéys todo el mal que podéys a vuestras enemigas, con las presentes murmuráys de las passadas, con las passadas para dexarlas hezistes mil cautelas, finalmente soys por una parte tan doblados y por la otra tan desagradescidos, que a las que no avéys alcançado prometéys mucho y a las que avéys alcançado tenéyslas en poco.

Yo no niego que una muger para ser quien ha de ser sino que le es necessario sea retraýda; y siendo retraýda, será de buena vida; y siendo de buena vida, terná buena fama; y teniendo buena fama, será de todos bienquista; pero si acaso alguna destas cosas le falta, no por esso de su marido ha de ser luego abatida; porque las flaquezas que el marido halla en la muger son pocas y las poquedades que la muger encubre de su marido son muchas. Yo he hablado más largo de lo que pensava, y aun más osado de lo que devía; pero perdóname, señor mío, que no ha sido mi [423] intención enojarte, sino persuadirte; y al fin al fin lo que entre muger y marido passa loco es el que dellos lo toma por injuria. Todavía insisto en lo primero y, si menester es, te lo ruego de nuevo tengas por bien darme la llave de tu estudio. Y si otra cosa hizieres (como la puedes hazer), haráslo de hecho como hombre que eres, y no de derecho como discreto de que presumes. No me pesa tanto de lo que hazes, quanto de la ocasión que me das: lo uno a que malpara deste preñado, lo otro a que sospeche que tienes ascondida alguna amiga en esse estudio; porque los hombres que en la mocedad fueron traviessos, aunque la vestidura que traen no esté rota, siempre huelgan vestirse otra nueva. Pues por quitar el peligro del parto y por aligerar mi coraçón de tal pensamiento, no es mucho me dexes entrar en tu estudio.» [424]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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