La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XV
De lo que Marco Aurelio Emperador respondió a Faustina sobre que ella le pidió la llave del estudio; y de cómo este buen emperador confiessa siete virtudes que han de tener los buenos príncipes, de las quales él caresce; y del mucho trabajo que tienen los casados con sus mugeres; y de cómo entre los bárbaros las mugeres tenían apartadas las casas de sus maridos. Es capítulo muy notable.


Oýdas por el Emperador Marco Aurelio tales y tantas cosas como Faustina le dixo, y (lo que más era) que todas las palabras que dezía bañava en lágrimas, acordó de responderle de veras, pues ella le hablava de veras, diziéndole estas palabras:

«Dicho me has, Faustina, todo lo que has querido, y también has visto con quánto sufrimiento yo lo he escuchado. Pues ruégote agora yo que el sufrimiento que yo he tenido tengas y la atención con que te he oýdo me oyas; porque en semejantes casos, en soltándose la lengua a dezir alguna rezia palabra, luego se han de apercebir las orejas a rescebir la respuesta. Hasta oy por nascer está quien sea osado a hablar lo que no devía hablar, y juntamente con esto ser privilegiado de no oýr lo que no querría oýr. Antes que diga de ti quién eres y qué tal devrías ser, quiero primero dezir quién soy y qué tal devría ser; porque te hago saber, Faustina, que soy tan malo, que es muy poco lo que mis enemigos dizen a respecto de lo que dirían si me conociessen los que me aman. [425]

El príncipe para que sea buen príncipe no ha de ser cobdicioso en los tributos, ni ha de ser sobervio en los mandamientos, ni ha de ser ingrato a los servicios, ni ha de ser atrevido a los templos, ni ha de ser sordo a los agravios, ni ha de ser cruel con los huérfanos, ni ha de ser pesado en los negocios. Y el príncipe que careciere destos vicios será de los hombres amado y de los dioses favorecido. Yo confiesso en lo primero que soy cobdicioso; porque al fin al fin aquéllos son de los príncipes verdaderos privados que les dan pocos enojos y les sirven con muchos dineros. Yo confiesso lo segundo que soy sobervio; porque no ay príncipe oy en el mundo tan abatido, que quanto tiene más baxa la fortuna no tenga más altos los pensamientos. Yo confiesso lo tercero que soy ingrato; porque los servicios que rescebimos los príncipes son muchos y las mercedes que hazemos son pocas. Yo confiesso lo quarto que soy muy mal cultor de los templos; porque los príncipes pocas vezes a los dioses ofrescemos sacrificios si no es quando nos vemos de nuestros enemigos cercados. Yo confiesso lo quinto que soy negligente en oýr los agravios; porque con los príncipes más fácil audiencia tienen los lisongeros para dezir lisonjas que no los tristes pleyteantes para contar sus querellas. Yo confiesso lo sexto que soy descuydado con los huérfanos; porque en las cortes de los príncipes los ricos y poderosos son los privados y los tristes huérfanos aun no son oýdos. Yo confiesso que en el despachar a los negociantes soy muy perezoso; porque muchas vezes de no proveer los príncipes con tiempo en los negocios se siguen a sus reynos muchos y muy grandes trabajos.

He aquí, Faustina, cómo he dicho quién según razón avía de ser y quién según la sensualidad soy. Y no tengas en poco confessar yo mi yerro; porque grande esperança da de la emienda el hombre que de su voluntad conosce la culpa. Vengamos agora, Faustina, a hablar de ti, y por lo que he dicho de mí podrás adevinar lo que podremos dezir de ti; porque somos tan mal acondicionados los hombres, que miramos por menudo los defectos agenos y no querríamos aun oýr los nuestros proprios. Cosa es muy [426] cierta, Faustina, que quando está una persona muy contenta siempre dize más por la lengua que no en la verdad tiene su coraçón en guarda; porque los hombres sueltos de lengua muchas cosas dizen estando acompañados, las quales ellos lloran estando solos. Lo contrario de todo esto acontece a los hombres tristes, los quales no dizen la meytad de sus tristezas; porque los coraçones muy lastimados a los ojos mandan que lloren y a la lengua mandan que calle. Los hombres vanos con palabras vanas pregonan sus plazeres vanos, y los hombres prudentes con palabras prudentes dissimulan sus passiones crudas; porque los trabajos desta vida, si los hombres los sienten como hombres, los discretos hanlos de dissimular como discretos. Entre los sabios aquél es más sabio que todos que piensa que sabe menos, y entre los simples aquél es más simple que piensa que sabe más; porque si ay alguno que sepa mucho, siempre se falla otro que sepa más. Ésta es una de las diferencias en que se conocen los hombres prudentes y los que poco saben: en que el hombre prudente (aun preguntándole) en el responder es pesado, y el hombre vano (aun no le preguntando) en el responder es liviano; porque en la casa do ay generosidad y cordura dan sin medida las riquezas y dan las palabras por onças. Todo esto he dicho, Faustina; porque me han lastimado tanto tus lastimosas palabras, y me han puesto tanta compassión tus apressuradas lágrimas, y me han alterado tanto tus vanos juyzios, que ni puedo dezir lo que quiero, y pienso que ni tú podrás sentir lo que digo.

Muchos avisos escrivieron los que del matrimonio escrivieron, pero no escrivieron ellos tantos trabajos en todos sus libros quantos una muger sola a su marido solo le haze que passe en un día solo. Bien hablaron los antiguos quando hablaron de los matrimonios, en que todas vezes que hablavan o escrivían del matrimonio siempre añadían onus matrimonii, que quiere dezir «carga del matrimonio»; porque a la verdad si el hombre no acierta en tomar buena muger, no ay igual carga ni trabajo oy en el mundo con solo un día verse el hombre casado. ¿Piensas tú, Faustina, que es chico trabajo sufrir el marido a la muger lo que [427] riñe, sufrirle lo que dize, sufrirle lo que haze, darle lo que le pide, buscarle lo que quiere, dissimular lo que no quiere? Es esto tan insufrible trabajo, que no querría yo mayor vengança de mi enemigo que es verle con una muy rezia muger casado.

Si el marido es sobervio, vosotras lo humilláys; porque no ay hombre (por mucha sobervia que tenga) que no le trayga a sus pies una muger brava. Si el marido es loco, vosotras le metéys en acuerdo; porque no ay en el mundo igual cordura con saber el hombre llevar a una muger rezia. Si el marido es renzilloso, vosotras le tornáys muy manso; porque es tanto el tiempo que vosotras os ocupáys en reñir, que no le queda a él aun tiempo para hablar. Y si el marido es perezoso, vosotras le hazéys andar más que de passo; porque tienen tanto sobre ojo vuestro contentamiento, que el triste no osa comer con reposo ni dormir con sossiego. Si el marido es muy parlero, vosotras en pocos días le tornáys mudo; porque son tantas las glosas y respuestas que days a cada palabra, que ya no tiene otro remedio sino echar un freno a la boca. Si el marido es sopechoso, vosotras le hazéys que mude el estilo; porque son tantos los zelos que le pedís cada hora, que no osa dezir aun lo que vee en su casa. Si el marido es vagabundo, vosotras le hazéys presto ser retraýdo; porque a la verdad days tan mal recaudo en la hazienda, que no halla otro remedio sino estarse siempre en su casa. Si el marido es vicioso, presto le atajáys el camino; porque vosotras le cargáys el coraçón de tantos cuydados, que en mal provecho le entrarían al cuerpo los vicios. Finalmente, digo que, si el marido es pacífico, en breve tiempo lo tornáys renzilloso; porque son tantas y tan continuas vuestras quexas, que no ay coraçón que las pueda dissimular ni ay lengua que del todo las pueda callar.

Naturalmente en todas las cosas tienen espíritu de contradición las mugeres, en que si queréys hablar, ellas callan; si queréys andar, ellas paran; si queréys reýr, ellas lloran; si queréys plazer, ellas quieren pesar; si queréys pesar, ellas toman plazer; si queréys paz, ellas quieren guerra; si [428] queréys guerra, ellas quieren paz; si queréys comer, ellas ayunan; si queréys ayunar, ellas comen; si queréys dormir, ellas velan; si queréys velar, ellas duermen; finalmente digo que son de tan siniestra condición, que aman todo lo que aborrescemos y aborrescen a todo lo que amamos. De mi parescer, los hombres cuerdos que tienen que expedir con mugeres algunos negocios no les pidan lo que dessean si quieren alcançar dellas lo que procuran; porque entonces aprovecha la sangría al enfermo quando se la dan en el lado contrario. No es otra cosa sangrar de la vena contraria sino pedir a las mugeres una cosa por la boca, la qual es contraria a lo que el coraçón dessea; porque de otra manera ni lo alcançarán por sobra de ruegos, ni menos lo alcançarán con abundancia de lágrimas.

No te puedo negar, Faustina, que es cosa muy dulce gozar las niñerías de los niños; pero tampoco me puedes tú negar que no es cosa muy cruda sufrir las importunidades de sus madres. Los niños hazen de quando en quando una cosa con que ayamos plazer, pero vosotras sus madres jamás hazéys cosa con que no nos deys pesar. Gran plazer es quando el marido viene de fuera y halla su casa barrida, halla la mesa puesta, halla la comida aparejada; y esto se entiende si debaxo desto no ay otra cosa, pero ¿qué diremos? Quando no cata, halla a los hijos llorosos, a los vezinos escandalizados, a los criados alterados y, sobre todo, halla a la muger dando gritos; por manera que por mejor tiene el triste yrse ayuno de casa que no esperar y comer con renzilla. Yo acabaré con todos los hombres casados que perdonen los plazeres de los hijos, con tal que se obliguen a no les dar más enojos sus madres; porque al fin al fin los plazeres que dan los niños han fin con una risada, pero los enojos de las madres duran por toda la vida. Una cosa he visto en Roma y jamás me he engañado en ella, y es que los más de los males que hazen los hombres, el castigo dellos remiten los dioses al otro mundo; pero si por plazer de alguna muger cometemos alguna culpa, mandan los dioses que de mano dessa misma muger en este mundo y no en el otro rescibamos la pena. [429]

No ay más fiero ni peligroso enemigo del hombre que es la muger que tiene el hombre si no sabe vivir con ella como hombre; porque, si la tiene muy regalada, luego se le torna mal acondicionada. Ándense los mancebos de Roma en pos de las damas de Capua, que jamás hombre liviano estuvo con alguna muger aviciado algún tiempo, que con muerte o con infamia ella misma no le procurasse el castigo; porque los justos dioses tienen por gran pundonor de honra que assí como veemos las maldades que sufren a los malos, assí veamos los crudos castigos que hazen en ellos. De una cosa soy muy cierto, y no lo digo, Faustina, porque lo he oýdo, sino que contino lo he esperimentado: que el marido que condesciende a todo lo que su muger dessea, ninguna cosa hará la muger de lo que su marido le manda; porque no ay cosa con que más el marido tenga a su muger subjeta, que de quando en quando le niegue alguna cosa y aun le diga alguna palabra áspera. A mi parescer, gran crueldad es la de los bárbaros tener como tienen a sus mugeres por esclavas, pero muy mayor liviandad es la de los romanos tener como las tienen por señoras. Las carnes ni han de ser tan flacas que pongan hastío, ni han de ser tan gruessas que empalaguen, sino entreveradas para que den sabor. Quiero dezir que el varón cuerdo a su muger ni la enfrene tanto que parezca sierva, ni la desenfrene tanto que se alce por señora; porque de consentir a sus mugeres los maridos que manden mucho, se sigue después que ellas tengan a ellos en poco.

Mira, Faustina, soys en todo estremo tan estremadas las mugeres, que con poco favor crescéys en mucha sobervia y con poco disfavor cobráys mucha enemistad. No ay muger que de su voluntad sufra a otro mayor, ni ay muger que se compadezca con otro su ygual; y de aquí infiero para mí que vosotras ni amáys a los mayores, ni queréys ser mandadas de los menores; porque de no ser yguales los enamorados siempre los amores son frígidos. Bien sé que no me entiendes, Faustina, pues oye qué más digo que piensas, y aun te diré más que querrías. ¡O!, quántas y quántas he visto yo en Roma, las quales si tenían dos mil sextercios de renta [430] en su casa, tenían tres mil de locura en su cabeça; y lo peor de todo es que muchas vezes se le muere el marido y pierden toda la renta, pero no por esso se les acaba la locura. Pues oye, Faustina, qué más te diré. Todas las mugeres quieren hablar y quieren que todos callen; todas quieren mandar y no quieren ser mandadas; todas quieren ser libres y que todos les sean captivos; todas quieren regir y ninguna ser regida; finalmente una cosa sola quieren y en ésta todas conforman, y es que quieren gozar de los que aman y vengarse de los que aborrescen. Puédese de lo sobredicho colegir que a los moços livianos que siguen sus liviandades acocean como a esclavos, y a los cuerdos que como cuerdos recuten sus apetitos persiguen como a enemigos; porque al fin al fin por mucho que nos amen siempre su amor tiene peso y medida, y por poco que nos aborrescan su desamor es sin cuento y medida.

En los Annales pompeyanos me acuerdo aver leýdo y notado una cosa digna assaz de ser sabida, y es ésta. Quando el gran Pompeyo passó la primera vez a la Asia, acaso como llegasse a los montes Ripheos halló allí unos bárbaros que vivían en las asperezas de aquellas montañas como salvajes brutos. Y no te maravilles, Faustina, que llame a los que moravan en las vertientes de los montes Ripheos animales brutos; porque assí como las ovejas pasciendo yervas delicadas se les hazen las lanas finas, assí los hombres criados en tierras ásperas se les hazen las personas y condiciones silvestres. Tenían, pues, estos bárbaros por ley y costumbre que cada vezino tuviesse en aquellas montañas dos cuevas (porque la aspereza de la tierra no sufría en sí casas), y en la una cueva de aquéllas morava el marido y los hijos y criados, y en la otra cueva morava la muger y las hijas y moças. Comían dos vezes en la semana juntos y dormían otras dos vezes en la semana juntos; todo el restante del tiempo siempre estavan apartados los unos de los otros. Preguntados por el gran Pompeyo qué fuesse la causa de vivir en este modo, como fuesse verdad que en todo el mundo ni se hallasse, ni se oyesse, ni se leyesse tan estremado estremo, dize allí la historia que le respondió un hombre anciano, diziendo: [431]

«Mira, Pompeyo, a nosotros nos dieron poca vida los dioses, según solían vivir los hombres de los tiempos passados; y como no vivimos sino sessenta o setenta años a lo más, esto que hemos de vivir querríamoslo vivir en paz; porque es tan breve la vida, que aun apenas ay tiempo para gozar la paz, quanto más que partamos con la guerra. Verdad es que a vosotros, los romanos, con regalo y riqueza hazéseos la vida corta; pero a nosotros, como tenemos trabajo y pobreza, todavía se nos haze la vida larga; porque en todo el año jamás nosotros celebramos tan gran fiesta como quando muere y passa uno desta triste vida. Mira, Pompeyo, si los hombres viviessen muchos años, avrían tiempo para reýr y para llorar, para estar contentos y descontentos, para ser ricos y para ser pobres, para estar alegres y para estar tristes, para tener guerra y para tener paz; pero, pues la vida es tan corta, ¿para qué quieren los hombres hazer tantas mudanças en ella? Teniendo como teníamos con nosotros a nuestras mugeres, viviendo muríamos; porque las noches se nos passavan en oýr sus quexas y los días expendíamos en sufrir sus renzillas. Teniendo como las tenemos apartadas, ni vemos sus caras tristes, ni vemos llorar a los niños, ni oýmos sus graves quexas, ni escuchamos sus palabras lastimosas, ni sentimos sus importunidades; y al fin críanse los hijos en paz y los padres escusan la guerra, por manera que ellas están bien y nosotros estamos mejor.»

Ésta fue la respuesta que dio aquel bárbaro a la pregunta del gran Pompeyo. Y a la verdad yo te digo, Faustina, que, aunque a los maságetas los llamamos bárbaros, en este caso más saben que no los latinos; porque no se libra de pequeña pestilencia el que escapa de su muger renzillosa. Pregúntote agora yo, Faustina: quando aquellos bárbaros no podían sufrir ni se podían apoderar con sus mugeres en aquella áspera montaña, ¿cómo podremos nosotros con vosotras en los regalos de Roma?

Una cosa, Faustina, te quiero dezir, y plega a los dioses te la hagan entender, y es: si los bestiales movimientos de la carne no forçassen al querer de los hombres a que quieran [432] (aunque no quieran) a las mugeres, dubdo si muger fuesse sufrida ni menos amada; porque si naturaleza les dio en sí porque sean amadas, ellas sacan de sí porque sean aborrecidas. Por cierto si los dioses a este amor le hizieran voluntario como le hizieron natural, de manera que queriendo pudiéramos, y no como agora que queremos y no podemos, con graves penas al hombre avían de castigar que por amores de una muger se osasse perder. Gran secreto es éste que guardaron para sí los dioses, y gran miseria es la de los hombres, que siendo como es la carne tan flaca, a un coraçón libre haga tanta fuerça, en que todo lo que nos daña procuramos y lo mismo que aborrecemos seguimos. Secreto es éste que los hombres lo saben muy bien sentir, pero a ninguno veo que le sepa remediar; porque al fin todos se quexan de la carne y a todos los veo ser carniceros, y quanto le haze a uno mal provecho, tanto della es más goloso. No tengo embidia a los dioses vivos, ni a los hombres muertos, sino de dos cosas y son éstas: tengo embidia a los dioses en que viven sin temor de maliciosos y tengo embidia a los muertos en que huelgan ya sin necessidad de mugeres; porque son dos ayres tan corruptos que todo lo corrompen, y son dos landres tan mortales que carnes y coraçones acaban. ¡O!, Faustina, es tan natural el amor de la carne con la carne, que quando de vosotras huye la carne de burla, os dexamos el coraçón en prendas de veras; y si la razón como razón se pone en huyda, la carne como carne se os da luego por prisionera. [433]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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