Proyecto Filosofía en español Antonio de Guevara 1480-1545 |
Capítulo XIII
De tres consejos que dio Lucio Séneca a un secretario amigo suyo que bivía con el Emperador Nero, y de cómo Marco Aurelio emperador tenía ordenadas todas las horas del día; y de cómo él mismo tenía la llave de su cámara, do estavan sus libros; y de cómo la entregó a un romano anciano quando quiso morir; y de unas palabras muy notables que le dixo, dándole la llave; en especial que poco aprovecha el príncipe haga grandes hazañas con la lança si no ay quien ge las engrandezca con la pluma.
Tenía el Emperador Nero un secretario que avía nombre Emilio Varrón, el qual estando en Roma, junto a la puerta Salaria hizo una muy solenne casa, y combidó un día a Lucio Séneca para que ambos se fuessen juntos a comer en la casa nueva a fin que aquella casa fuesse dichosa y bien fortunada; porque los romanos tenían por agüero que, según ventura del que primero entrava, comía y dormía en la casa nueva, assí avía de ser la adversidad o prosperidad de los que después morassen en ella.
Condecendió Lucio Séneca al ruego de su amigo Emilio Varrón y, como uviessen solemnemente comido, anduvieron ambos juntos a ver aquel nuevo y generoso edificio, mostrando y declarando a Lucio Séneca todas las cosas por menudo. Dezíale el secretario a Séneca: «Estos entresuelos son para huéspedes; estas salas, para negociantes; estos retretes son para mugeres; estas cámaras son para escuderos; estas açoteas son para vistas; estos corredores son para el sol; este baxo, para cavalleriza; aquella pieça es para botillería.» Finalmente [411] le mostró la casa, la qual para estar muy complida no le faltava ni sola una pieça. Ya después que Emilio Varrón avía mostrado toda su casa, esperando que su huésped Séneca se la loaría, como de razón merecía ser loada, como si no uviera visto ninguna y que de nuevo passara por la puerta dixo a Emilio Varrón: «¿Cúya es esta casa?» Respondióle Emilio Varrón: «Donoso huésped eres tú, Lucio Séneca. He gastado toda mi hazienda en hazer esta casa, hete traýdo a ver la casa, has comido comigo en la casa, hete mostrado toda la casa, hete dicho que es mía la casa; y ¿pregúntasme de nuevo cúya es la casa?» Respondióle Lucio Séneca: «Tú me has mostrado la casa de los huéspedes, la casa de los esclavos, la casa de las mugeres, la casa de los cavallos, y en toda esta casa no me has mostrado una sola pieça que puramente sea tuya sin que entre en ella otra persona; porque si tú tienes la propiedad de la casa, ellos tienen lo mejor, que es la possessión della. Téngote por hombre cuerdo, téngote por hombre sabio, y aun sé que de coraçón eres amigo mío; y, pues he sido oy tu combidado, es mucha razón en remuneración dello que te haga algún servicio, y éste será contarte algún buen consejo; porque los combites suélenlos pagar con dineros los hombres estrangeros, y con dezir mentiras los hombres vanos, y con dezir donayres los chocarreros, y con dezir lisonjas los hombres perdidos; pero los buenos y virtuosos suélenlos pagar con dar buenos consejos. A ti te ha costado esta casa muchos trabajos, y muchos enojos, y aun muchos dineros; y, si tanto te cuesta, justo es te alegres con ella. Toma, pues, agora tres consejos míos, y podrá ser que te falles mejor con ellos que no con dineros estraños; porque muchos tienen hazienda para hazer casas y no tienen cordura para gozarlas.
El primero consejo es que por mucho que quieras a tu muger o a tu amigo, nunca tu coraçón le descubras del todo, sino que siempre en ti solo y para ti solo guardes algún particular secreto; porque, según dezía Platón, de quien se fía el secreto, dél se confía la libertad.
El segundo consejo es que en negocios particulares ni universales no te ocupes tanto a que en negociar y hablar consumas todo el tiempo, sino que por lo menos tres horas [412] cada día tengas dedicadas para el retraymiento y descanso de tu persona.
El tercero consejo es que dentro de tu casa tengas algún lugar apartado, la llave del qual tengas tú sólo, y allí ternás tus libros, y allí pensarás en tus negocios, allí hablarás con tus amigos; finalmente será aquel lugar secretario de tus pensamientos y un descansadero de tus trabajos.»
Éstas fueron las palabras que dixo Lucio Séneca a su amigo Emilio Varrón, y a la verdad fueron palabras como de tal y tan excellente hombre dichas, y que por rica que fuesse la comida, sin comparación fue muy mayor el escote que escotó Lucio Séneca en ella; porque muy mayor gusto toma el coraçón en los maduros consejos que no toma el cuerpo en los sabrosos manjares.
He querido contar este exemplo de Lucio Séneca para dezir otro que aconteció al Emperador Marco Aurelio con su muger Faustina, y porque no se pervierta la orden de la historia diremos aquí primero la gran orden que tenía el Emperador en su vida; porque jamás estará concertada la república si el príncipe no tiene concertada la vida. Tienen necessidad los príncipes de ser en su vivir muy ordenados, de manera que concierten la muchedumbre de los negocios del Imperio con los particulares de su casa, y los particulares de su casa con las recreaciones de su persona, y todo esto se ha de nivelar con la penuria del tiempo; porque el buen príncipe ni le ha de faltar tiempo para los negocios, ni le ha de sobrar tiempo para los vicios. Llaman los mundanos tiempo bueno el tiempo que a ellos fue próspero, y llaman tiempo malo el tiempo que a ellos fue adverso. Nunca el Criador quiera que esta sentencia aprueve mi pluma, sino que aquél es tiempo bueno que en virtudes es expendido y aquél es tiempo malo que en vicios es empleado; porque los tiempos siempre son unos, sino que los hombres se varían de viciosos en virtuosos y de virtuosos en viciosos.
El buen Emperador Marco Aurelio tenía el tiempo repartido por tiempos, de manera que tenía tiempo para sí y tiempo para todos los negocios; porque el hombre que no es pesado [413] en breve tiempo expide mucho y el hombre que es atado en largo tiempo expide poco. Ésta era la orden que con el tiempo tenía, conviene a saber: siete horas dormía de noche y una hora reposava de día. Y en comer y en cenar solas dos horas gastava; y esto no porque él tardava tanto en comer y cenar, sino que, como los philósophos tenían allí disputa, era ocasión de alargarse más la comida; porque jamás en xvii años hombre le vio comer sin que le leyessen en un libro o disputasse algún philósopho. Como tenía muchos reynos y provincias, tenía deputada para los negocios de Asia una hora, para los de África otra hora, para los de Europa otra hora; en conversación de sus hijos y muger y familiares amigos otras dos horas gastava. Tenía otra hora deputada para negocios estravagantes, como oýr agravios de agraviados, querellas de pobres, sinjusticias de biudas, robos de huérfanos; porque los clementíssimos príncipes no menos han de oýr a los pobres que poco pueden que a los ricos que mucho tienen. Todo el restante del día y de la noche todo le ocupava en leer libros, en escrevir obras, en componer metros, en estudiar antigüedades, en platicar con sabios, en disputar con philósophos; finalmente no tomava gusto de cosa tanto como era de fablar en la sciencia. Si crudas guerras no le empedían, o arduos negocios no le estorvavan, ordinariamente en invierno siempre se acostava a las nueve y despertava a las quatro, y por no estar ocioso siempre a la cabecera tenía un libro; el tiempo que hasta la mañana quedava en leer lo expendía.
Tenían en costumbre los emperadores romanos de traer delante sí fuego (conviene a saber: unas ascuas encendidas), y de noche tenían unas lámparas también encendidas en sus cámaras, de manera que estando despiertos avían de quemar cera y estando durmiendo avía de arder azeyte. El fin porque los romanos ordenaron que azeyte, que se haze de la oliva, y cera, que haze el abeja, se quemasse delante de sus príncipes fue porque se acordassen que avían de ser tan clementíssimos y mansos como el olio de la oliva y tan provechosos a la república como la abeja en la colmena.
Levantávase a las seys; vestíase públicamente no con poco sino con mucho regozijo, preguntando a los que estavan [414] presentes en qué avían expendido la noche toda, y él les contava allí lo que avía soñado, lo que avía pensado y lo que avía leýdo. Acabado de vestir, lavávase el rostro y las manos con aguas odoríferas. Era muy amigo de buenos olores, ca tenía tan bivo el sentido del odorato, que alguna vez passando por lugares inmundos recibía enojo. Luego de mañana comía dos bocados de letuario de cantuesso y bevía dos tragos de agua ardiente, y era la razón porque tenía el estómago muy frío a causa de averse dado tanto al estudio. Cada día lo vemos por experiencia los hombres muy estudiosos ser de enfermedades muy perseguidos; porque con el dulçor de la sciencia no sienten cómo se les consume la vida.
Si era verano, ývase luego de mañana a la rivera del río Thíber y passeávase a pie por espacio de dos horas, y allí negociavan con él estando a pie, y a la verdad era ésta buena sagacidad; porque no teniendo el príncipe silla, siempre en sus palabras el negociante se acorta. Ya que entrava más el día y tomava más fuerça el calor, ývase al alto Capitolio, do le esperava el Senado, el qual acabado, tornávase al Coliseo, do estavan todos los embaxadores y procuradores de las provincias, y allí se detenía fasta gran parte del día.
Después que avía comido y estava retraýdo, ývase al templo de las vírgines vestales, y allí oýa a cada nación por sí, según por la orden que estava señalado. No comía más de una vez al día, y esto algo tarde; pero comía muy bien y mucho, y esto de buenas cosas, aunque de pocos manjares; porque los manjares estraños siempre engendran enfermedades estrañas. Por maravilla le vieran andar a passear si no era una vez cada semana, que se yva por Roma, y esto desacompañado de los suyos y de estraños, a causa que todos los pobres y huérfanos libremente le pudiessen fablar y si se quisiessen de sus oficiales querellar; porque impossible es que se remedie la república si el que la ha de remediar no se informa de los daños della. Era tan afable en su conversación, era tan dulce en sus palabras; era tan señor con los mayores, era tan ygual con los menores; era tan limitado en lo que pidía, era tan cumplido en lo que hazía; era tan sufrido en las injurias, era tan agradecido en los beneficios; era tan bueno para los buenos, y era [415] tan severo con los malos; que todos le amavan por ser tan bueno y todos le temían por ser tan justo. No se tenga en poco el amor que tenía con este buen Emperador su pueblo, en que como los romanos fuessen los que por la felicidad de su estado ofreciessen a sus dioses mayores sacrificios que se ofrescían en todos los otros reynos, dize Sexto Cheronense que más y más ricos sacrificios ofrecían en Roma porque los dioses al emperador acrecentassen la vida, que no ofrescían por el estado ni prosperidad de la república. A la verdad ellos tenían mucha razón; porque el príncipe de buena vida es su ánima y coraçón de la república. Pero no me maravillo que este buen Emperador fuesse tan quisto del pueblo romano; porque jamás en su cámara uvo portero si no eran las dos horas que con Faustina estava retraýdo.
Passado todo lo sobredicho, el buen Emperador se retraýa a su casa, en lo más secreto de la qual tenía, conforme al consejo de Lucio Séneca, un retraymiento cerrado con llave, la qual él sólo tenía, y jamás de nadie la fió hasta el día de la muerte que la dio a un viejo anciano llamado Pompeyano, diziéndole estas palabras:
«Bien sabes, Pompeyano, que siendo tú abatido, te puse en honra; siendo tú pobre, te di hazienda; siendo tú perseguido, te traxe a mi casa; siendo yo absente, confié de ti mi honra; siendo tú biudo, te casé con mi hija. Pues toma agora esta llave y mira que en dártela te dó el coraçón y la vida; porque te hago saber que no llevo deste mundo tanta pena porque dexo la muger y los hijos en Roma, sino porque no puedo llevar los libros a la sepultura. Si los dioses me dieran a escoger, yo antes escogiera estar en la sepultura rodeado de libros que no passar la vida en compañía de necios; porque si los muertos leen, yo los tengo por bivos, y si los bivos no leen, yo los tengo por muertos. Debaxo desta llave que te doy quedan libros griegos, libros hebraycos, libros latinos, libros romanos y, sobre todo, quedan allí mis sudores, mis vigilias, mis trabajos, que son hartos libros por mí compuestos, por manera que si mi cuerpo despedaçaren los gusanos, a lo menos hallarán mi coraçón entero [416] entre los libros. Tórnote a dezir que tengas en mucho dar como te doy esta llave; porque los hombres sabios lo que amaron mucho en la vida al que más aman lo encomiendan en la muerte. Yo confiesso que en mi estudio hallarás muchas cosas de mi mano bien escriptas y bien ordenadas, y también confiesso que hallarás muy pocas dellas por mí esecutadas. Y en este caso me parece que, pues tú no las supiste escrevir, que las sepas obrar, y desta manera tú alcançarás premio de los dioses por averlas obrado, y yo alcançaré fama entre los hombres por averlas escrito.
Mira, Pompeyano, que he sido tu señor, he sido tu suegro, he sido tu padre, he sido tu abogado y, sobre todo, te he sido muy buen amigo, lo qual es más que todo; porque más vale un buen amigo que todos los parientes del mundo. Pues en fe desta amistad te pido siempre tengas en la memoria en cómo a otros dexo encomendada la muger, dexo encomendada la hazienda, dexo encomendada mi casa; pero a ti dexo encomendada mi honra; porque no dexan de sí los príncipes más memoria de la poca o de la mucha que les da la escriptura. Yo he sido xviii años Emperador de Roma, y ha sessenta y tres años que muero en esta triste vida, en los quales años yo he vencido muchas batallas, yo he muerto a muchos piratas, yo he fecho muchos edificios, yo he sublimado a muchos buenos, yo he castigado a muchos malos, yo he ganado muchos reynos, yo he destruydo a muchos tiranos; pero ¿qué haré, triste de mí, que todos los vezinos y compañeros que destas cosas fueron comigo testigos de vista, todos han de ser compañeros míos en la sepultura? De aquí a mill años, pues, serán muertos los que agora son vivos. ¿Quién dirá: «yo vi a Marco Aurelio triumphar de los partos», «yo le vi hazer los edificios adventinos», «yo le vi ser amado de sus pueblos», «yo le vi ser padre de los huérfanos», «yo le vi ser verdugo de los tyranos»? Por cierto, si todas estas cosas no las declararen los libros, a lo menos no se levantarán a pregonarlas los muertos.
Qué cosa es ver a un príncipe desde que nasce hasta que muere, la pobreza que passa, los peligros que sufre, las [417] afrentas que dissimula, las amistades que finge, las lágrimas que llora, los sospiros que da, las promessas que haze, y no por otra cosa sufre esta tan triste vida sino por dexar de sí alguna memoria. No ay príncipe oy en el mundo que no tenga harto para tener buena casa, para tener espléndida mesa, para vestirse rica ropa, para pagar a los que lo sirven en su casa, sino que por esta negra honra encima de los labrios sufre el agua y trae los pechos arrastrando por tierra. Como hombre que lo he esperimentado, es razón que sea en este caso creýdo, y es que no es otro el fin de los príncipes conquistar reynos estraños y dexar padescer tanto a los suyos, sino que las grandezas que en su presencia dizen de los príncipes passados, en absencia las dixessen dellos en los siglos advenideros. Concluyendo mi plática y declarando mi intención, digo que el príncipe que es generoso y amigo de dexar de sí fama, vea lo que pueden escrevir dél los que escriven su historia; porque poco aprovecha que haga él grandes hazañas con la lança si no ay escriptor que se las engrandezca con la pluma.»
Dichas, pues, estas palabras por el buen Emperador, dio la llave del estudio al honrado viejo Pompeyano, el qual tomó todas las escripturas y púsolas en el alto Capitolio do los romanos las tenían honradas, como los christianos suelen tener a las sanctas reliquias. Todas estas escripturas con otras innumerables perescieron en Roma quando fue por los bárbaros destruyda; porque los godos, a fin de quitar para siempre la memoria de los romanos, no tocaron en los muros y quemáronles los libros. A la verdad en este caso fueron los godos muy crueles con los romanos, mucho más que si les mataran a sus hijos y les derrocaran los muros; porque al fin mayor testigo es de la fama la letra viva y que siempre habla, que no la piedra, ni la cal, ni la arena. [418]
{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}
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