Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo octavo

Aprobación
del R. P. Mro. Fr. Manuel Calderón de la Barca, Doctor Teólogo de las Universidades de Alcalá, y Salamanca: en esta, después de la Filosofía de Regencia, y Propiedad, y de la del Eximio Suárez, Catedrático de S. Anselmo, Examinador Sinodal de su Obispado, Difinidor de Provincia, Elector General, Ministro que fue, y ahora Regente de los Estudios de su Colegio de la Santísima Trinidad de dicha Ciudad de Salamanca, &c.

AVE MARIA
M. P. S.

Celebró la antigüedad, entre las sombras de mucha superstición, un eco, que a una sola voz volvía multiplicada en siete. En las torres de la Ciudad de Cicico, o en el Pórtico de Olympia, daba (según da a entender Lucrecio) una voz, en siete diversos parajes, un mismo sonido: por eso, aún olvidados de la Fábula de Narciso, y Eco, llamaron los Latinos al Eco puntual Imagen de muchos {(a): Vid. Valer. lib. 3. Auson. Epigram. & Ambr. Calep. v. Echo.}.

Más admirable es lo que, con tantas luces de verdad, se puede decir de este Libro: esto es, que hace Eco, no sólo a siete voces, o a siete Tomos, que le han precedido, sino a cuantos Discursos pueda formar la más severa Crítica en el Teatro del Mundo, o que es Imagen puntual de los siete Críticos Teatros. Yo a este Eco, que lo es, no sólo de las voces, sino también de los Discursos, llamará espejo; porque aunque sea de un [XLII] semblante solo, o de un solo entendimiento, y labios, todos encontramos en tal eco, para los semblantes de nuestros ánimos, para los Discursos, y para las voces, espejo. Espejo, donde si el discurso del Autor muda las facciones de los que a él se miran, convenciéndolos con el limpio cristal de su eficacia, se gozan todos en este espejo gustosamente atraídos de la suavidad y elegancia trasparente de su luna, o hermosa elocuencia. Espejo, donde, si el discurso propio acredita al Dueño, los que a él nos miramos, conocemos las manchas, y fealdades de nuestras racionales facciones, por la nimia credulidad que dimos en tiempos pasados a las hablillas, y errores del Vulgo.

Quería yo obedecer, como debo, con rendimiento profundo a V. A. y andaba buscando alguna senda para no decir, que como Censor había visto este octavo Tomo del Teatro Crítico, escrito por el Rmo. y sapientísimo Padre Doctor Fr. Benito Feyjoó, Doctor, y Catedrático de Prima de la Universidad de Oviedo, Maestro General del Orden del Gran Padre de los Monjes San Benito, y Abad de su Colegio de San Vicente de la Ciudad de Oviedo. Quería huir de decir, que podía yo tirar gajes de Informante a V. A. del Libro escrito por el Rmo. Feyjoó; porque sin afectar ignorancias mías, y tartamudeces en el Castellano Idioma; y aún sin afectar asombros, ni admiraciones (pues las tiene ya bien agotadas la continua elegancia, y sabiduría de sus escritos) era cierto, que habiendo de decir que este Tomo era hijo de la noble alma del Rmo. Feyjoó: Animae liberi sunt scripta {(a): Alex. Init. lib. 1. Stromat.}, ya se debía juzgar más digno [XLIII] de recomendación, que de censura; pero con permiso de V.A. cumpliendo con el oficio, y el respeto, pasará por Censura alguna expresión corta (siendo mía, no puede dejar de ser pequeña), en que yo dé a este Libro alguna alabanza.

Considerado bien lo que he dicho, ya he informado lo que es este octavo Tomo. Es eco a los siete, que le han precedido; y si en la octava pone la Música la más dulce consonancia, dicho está, que hace este Libro a los antecedentes notable, y suave harmonía. Es eco de voces, y de discursos, con el oficio de ser Imagen, o viva copia de su Dueño; pero con ejercicio de Espejo, donde, no sólo se ven las nobles Potencias del Autor, nos vemos también todos, si cuidamos del desengaño de nuestra vana credulidad. Es espejo, que arroja tan lejos de nosotros aquellos ojos, que nos hacían perder de vista el camino real de la verdad (por seguir la senda de las fábulas, y hablillas) como arrojaba las presunciones de hermosura en la vejez aquel espejo, que Layda Dama Corintia, consagró a Venus, como despechada, aunque con el disimulo, que la hizo parecer discreta:

Nulla fuit tum forma, dijo en sus Emblemas Alciato,

Nulla fuit tum forma; illam iam carpserat aetas.
Fam speculum Veneri cantata dicarat anus
{(a): Alcit. emblem. 74.}.

Por eso al que no quisiere poner sus noticias, y sus asensos ante este Libro, o a este espejo, le calificaremos por hombre, que no quiera saber lo que es, por no olvidar lo que ha sido: hombre tan terco en su error, que ni aún para desecharle desea ver su fealdad; pudiendo decir de este Libro, lo que de su espejo dijo aquella [LXIV] Vieja, engañada por pluma de Ausonio:

At mihi nullus in hoc usus; quia cernere talem,
Qualis sum, nolo; qualis eram, nequeo
{(a): Auson apud Claud. Minois in Comm. ad Alciat. pag. mihi 279.}.

Es, finalmente, este Libro, como quería a los espejos el curiosísimo Mayolo {(b): Mayol. pag. mihi 172.} tales que, puesta en ellos la vista más racional de la consideración, leyésemos: aciertos a la luz de la verdad. ¡O si los Escolásticos nos mirásemos en los cuatro primeros Discursos de este Libro! Yo sé, que nos veríamos todos, y veríamos bien no daríamos de ojos en los frecuentes tropiezos de argumentos, y dictados de las Aulas, hallando con emulación, pero sin porfía, en las Ciencias más utilidad.

La más difícil Provincia, que corren las plumas, es (a mi ver) la de dar método para útil estudio; y para la serenidad, o sosiego en las disputas de las Escuelas. Afianzome en este dictamen mi sapientísimo Maestro el Rmo. P. M. Diego de Quadros {(c): Vid. P. Quad. Palaest. Schol.}, Astro brillante en el Cielo Jesuítico, bien conocido por su erudición, infatigable estudio, y escritos en todo el Orbe Literario. En su Tomo de Palestra escolastica pondera y enseña el método, que se ha de observar en toda disputa conociendo que es difícil caminar con sosiego por tan agria, e intrincada Región.

A esta invencible aspereza arriva en este Libro el Rmo. Autor; y habiendo de enseñar la delicadísima línea (como la de Protogenes con Apeles) de huir el desaliento, o desmayo, sin elevarse a la porfía, ni a la terquedad obstinada, persuade el buen manejo de las doctrinas escolásticas en la barandilla escritos, y [XLV] Cátedra, sin el abuso que ha introducido la juventud parcial, y faccionaria de las Escuelas. En el IV Discurso se emplea todo en tratar de los argumentos de autoridad: declarando lo que el doctísimo M. Cano, en su singular Libro de Locis Theologis nos había enseñado, como Teólogo discreto.

Aunque el Rmo. Feyjoó, fundado en la máxima, y regla tan sabida del G. P. S. Agustin, dice con el Santo, que cuando hay razón fuerte en contrario, no debe convencernos, o cautivar nuestros entendimientos la autoridad; no obstante (ya se ve), aprecia con honor semejantes argumentos en las disputas de cosas divinas, y eclesiásticas; pues en estas materias la autoridad es digna de aquella estimación, a que induce el respeto, o el culto del Santo Padre, Expositor gravísimo, o Doctor conocido en aquella materia por singular Maestro.

Yo no puedo dejar de confesar, que es frase mía llamar peligroso escollo este género de argumentos de autoridad. Es un nudo tan complicado, que muchas veces pasa de las veneraciones de culto a ser apoyo de lo que es falta de estudio, o de razonable argumento: pues en disputas Escolásticas no suele ser difícil hallar alguna autoridad del filósofo, o de Sto. Tomás, que tenga visos de oposición al aserto, que se defiende; y sin más estudio, sale en la Aula muy calificado el argumento. Otras veces es menester paciencia para oír a alguno, que, fiado en la autoridad de Aristóteles, cree más, que Alexandro creyó a aquel vano Sacerdote, que le dijo no era hijo de Filipo, sino del Dios Jupiter {(a): Quint. Curt. lib. 4. de Vit. Alexand.}, sin que bastasen las quejas, persuasiones, y lágrimas de Olimpias, ni la autoridad de Calístenes, para que [XLVI] saliese de su error aquel Joven engañado, o Príncipe presuntuoso, quien oscureció el resplandor de sus hazañas por blasonar poco cauto de tan alto origen, cuna, y descendencia. Y para que se reconozca a lo que se precipita un error, hijo primogénito de la mentira, y hermano que fue en esta ocasión de la vanidad, y soberbia, mandó Alexandro cortar a Calístenes, que le desengañaba, narices, labios, y orejas, mandando le metiesen en compañía de un perro en una jaula, que fue más afrentosa impresión en el Príncipe de su error, más oscura, y obstinada cárcel de su credulidad, que castigo, o tormento de Calístenes, de quien podía haber tomado vista, y luz {(a): Vid. Fr. Luis de Granad. haz. I. §. I.}. Todo consistió en fiarse Alexandro de la autoridad de aquel Sacerdote mentiroso, a quien dio respetos, y veneraciones de Oráculo. Mucho pueden en estos tiempos las autoridades, aun cuando hay sospecha de que se citan, sin volver al contexto las reflexiones.

Tanto llega a convencer a algunos el argumento de autoridad, que oí a un discreto compararlos a la ave de rapiña; porque en viéndose cogidos, esto es, en viendo que se explica la autoridad con exposición seria, genuina, y no voluntaria, baten las alas, hieren a palmadas las barandillas, y levantan en gritos una polvareda, que lo confunden todo, sin que se perciba la solución, ni aún se distinga la dificultad del argumento.

Otros exponen la autoridad del Santo Padre con tal violencia; pero con tal porfía, que no fuera extraño los comparáramos a la rana; de cuyo género dicen los Naturales, que hay dos especies, porque también hay dos modos de exponer mal, o no exponer las autoridades. [XLVII] Unas ranas hay mudas, que llaman Ranas Seriphias, de donde viene el latino provervio de llamar Seriphio al hombre mudo {(a): Vid. Ambros. Calep. v. Rana.}. Así algunos quieren explicar la autoridad, y se contentan con no tomarla en boca en la solución. La otra especie de Ranas es tan vocinglera, que aturde, ingrata siempre al que la oye; y finalmente tan importuna en su cenagal, que sin hacer más que repetir, no deja entender. Aún por eso quizá, en sus campos de Agricultura cantó Virgilio.

Et veterem in limo Ranae cecinerem querelam {(b): Virg. I. Georg.}

Es verdad, que al menor ruido se esconde; a la más leve palmada huye, escondiéndose entre el cieno de su charco. Autoridades interpretadas con exposición importuna, no es mucho hagan llamada para que se retire, o para que se hunda el que las expone. Luego tratar de argumentos de autoridad es un nudo tan complicado, como demuestra ser forzoso, dar remedio para evitar, que algunas veces roben las autoridades cultos de Oráculos, y demasiados respetos; y para persuadir, que en tales, y tales disputas las autoridades (y más de Santos Padres) roben con gusto a los Escolásticos sagradas veneraciones. Este complicado nudo se halla en este Libro tan diestramente disuelto, que a tener a mano al Rmo. Feyjoó, no hubiera apelado el Macedón al cuchillo, para su nudo celebrado.

Después de haber propuesto con su majestad este argumento propio de Escolásticos, pasa el Rmo. Autor a tratar de la Fábulas de las Gacetas. Muchas veces no sé si he reído, o admirado el crédito, que se da en [XLVIII] nuestra España a las Gacetas Extranjeras, al mismo tiempo que a la de Madrid no se le da casi alguna honra. Alguna vez he advertido, que el que por su industria, o fortuna tiene Gacetas de Holanda, se vende por hombre de especiales noticias, y aún hace quizá juicio, que es hombre político, que sabe las máximas de los Potentados de Europa. Este vicio, si lo es (que yo no soy Juez), se nota más en los Países desviados de la Corte; y supongo que no hablo de todos los que la tienen, y leen, sino de algunos pobres simples, metidos a noticiosos, a poco estudio, a costa sólo de su dinero. Yo celebrara que las Gacetas Extranjeras, antes de publicarse, o sus Gaceteros, después de haber formado sus papeles, se bañaran en aquellas aguas de Cerdeña, de quienes se cuenta, que al que juraba en falso, ponían al instante ciego; o en la fuente Acadina de Sicilia, en donde las tablillas de noticias falsas se sumergían en lo profundo, sin que jamás volviesen a lo alto, cuando las que decían verdad, no sólo nadaban sobre la lisonjera turba hermosa de las aguas, sino que también salía su inscripción, sin llegarse a humedecer; o a lo menos en los cristales de la fuente consagrada a Jupiter, cerca de Tyana, cuyo raudal frío levantaba postillas en el mentiroso Novelero, dejando sin lesión al que escribía verdad {(a): Vid. Alexand. ab Alexand. tom. 2. Dier. Genial. lib. 5. cap. 10. pag. mihi 96.}.

¿Por qué no se había de hacer con un Gacetero mentiroso, lo que un romano Emperador hizo con un Correo, que entrando en Roma de vuelta de un viaje, esparció una nueva fabulosa {(b): Guev. Ces. v. Sever.}? Castigó el Emperador, [XLIX] mandado, que al tal Correo le cortasen la lengua. ¡O, y cuántos Gaceteros viéramos semejantes a los Ruiseñores! ¡O, y cuántos llantos ponderará en estos tiempos Marcial de Gaceteros extraños, convertidos en Filomelas mudas, por el achaque de novelas bien sentidas, y mal parladas!

Fiet Philomela nefas:::
Et quae muta puella fuit garrula fertur Avis
{(a): Martial. lib. 14.}

En este siglo levantó a las Universidades principales de España una calumnia una Gaceta Extranjera (de la que se habla en el Discurso V) y de que le pareció oportuno a esta Universidad Mayor del Orbe Cristiano dar autorizado testimonio de la falsedad del Gacetero. Escribió a la suprema Cabeza de la Iglesia: a tanto precisaba la malignidad de la calumnia. La respuesta fue como de tan piadoso, y benéfico Padre a este mayor gremio de Sabios de todo el Orbe. He insinuado esta noticia, porque algún Zoylo {(b): Padre Torres Ayo de Princip. o Philos. Mor.}, de los que contra el Símbolo de Pythagoras, hablan mal del Sol, pueda ser quiera zaherir al Rmo. P. Feyjoó, diciendo, que ¿por qué esgrime el limpio, y bien bruñido acero de su pluma contra el ligero enemigo, que es la fábula de una Gaceta? Como si el Rmo. Feyjoó ignorara el precepto de Dios, intimado por el Profeta Baruch: Ne tradideris alteri gloriam tuam::: genti alienae {(c): Baruch cap.4. v. 3.} ¡Qué al intento la exposición de Tirino, que parece estaba hablando con el Rmo. Autor de este Teatro! Ne patiaris ab ulla gente eripi gloriam tuam, quae tam celebris [L] est, ac splendens apud omnes {(a): Tirin. hic.}. Todos debemos tener presente aquel documento de San Basilio, quien cuando vio calumniada su Sagrada Cogulla, y que le imputaban lo que no era, dice, que tales ofensas no se han de remitir al silencio, sino defenderse quejándose del agravio, dando por causal, ne mendatio inoffensum progressum permittamus {(b): Div. Basil. epist. 57. ad Oler. Neocas.}. Quien advirtiese la calumnia, que levantó el Gacetero de Londres al Rmo. Feyjoó, notará como peligraba, no sólo la gloria de su nombre entre gente ajena, extraña, o extranjera, sino también la gloria de su Sagrada Cogulla Benedictina.

Rara fortuna, por cierto, han tenido los Escritos de este Rmo. Autor. En muchos genios de nuestra Nación, o por singular en su estilo grave, terso, fluido, y elocuente, o por solo en la amenidad varia de sus argumentos, e ingeniosa solidez de sus Discursos, ha surcado un mar pocas veces pacífico. En borrascas de papeles, de prensas, de plumas de todas Profesiones, padecieron sus Escritos algunos años continuas tempestades. A unos desatendió su prudencia; a otros, con el sudor estudioso por la verdad, respondió, explicando, y dando prueba patente de lo que había dicho, hallando el Autor, y sus Escritos puerto en la misma erudición de sus trabajos. En las Naciones Extranjeras, principalmente en la Francia, donde hoy tiene majestuoso palacio, y trono la erudición, su regio dosel el estudio, y su pabellón real, y centro la universalidad de las Ciencias, lograron los Escritos de este Rmo. tales aplausos, que puedo asegurar, quedé [LI] gozosísimo cuando pasé, y estuve en aquel Reino, y oí a muchos Sabios, que los Españoles Escritores doctos, y eruditos, eran los Benedictinos Villaroél, y Feyjoó; y aun tuve la honra singular de poner en manos del Eminentísimo Señor Gonzaga, Nuncio, y Legado de su Santidad de nuestros Reinos, un Tomo del Teatro Crítico; cuyo estilo alabó su Eminencia, asegurándome, que hallaba en aquel Libro una pureza grave de la lengua Castellana, adornada de toda amenidad de buenas Letras. Pero en Londres la misma fama, y gloria del Rmo. Feyjoó fue ocasión quizá para la calumnia de la Gaceta. De modo que los Escritos del Rmo. podemos decir, que en genios, o ignorantes, o malévolos, o delicados, no han hallado tranquilidad sus Discursos. El aplauso ha sido recio huracán; la calma borrasca; el puerto, escollo; pues aún nuestra España, que debía mostrarse grata, levantó deshecha tormenta, y casi casi ha querido el Muelle parecer naufragio.

¿Mas qué ha importado tanta emulación (como si fuera culpa del Rmo. Feyjoó saber más, y hablar bien) si su pluma, como galeón hermoso, coronado de gallardetes, o eruditos primores, nada sobre el crespo rizo de las ondas, que, en tumultuaria tempestad, levantaron plumas, algunas de ellas bastardas? Nada, como sobre la agua una arista, aún cuando pequeñas piedrezuelas, que se le han opuesto, no han tenido otro destino, por no haber sabido tomar el rumbo, que el de irse a fondo.

Éntrese cualquiera en esta nave de papel, como llamó un Profeta {(a): Isai. cap. 18. v. 2. In vasis papyri super aqua.} a otros de semejantes escritos en [LII] una ocasión. Éntrese cualquiera en la nave de estos Teatros Críticos; y notará, que sus argumentos, como inquieta aguja, a quien infunde alma, no el toque del Imán, sino el ingenio sutil, y erudito del Autor, parece que pretenden emparentar con los Astros, según les han robado sus lucimientos. Éntrese cualquiera en esta Nave, y hallará por mástil mayor la razón, y la experiencia: por lastre la verdad: por jarcias, no puras metafísicas, que yo llamo telas de araña, sino metafísicos sólidos Discursos: por velas unos hermosos rasgos del Castellano Idioma, que como vistosas alas hacen que aborde, el que registra con consideración esta Nave, al puerto seguro de un fiel desengaño. Éntrese cualquiera en esta Nave, y hallara por timón, por farol, por norte fijo la luz de la verdad. Éntrese, repito, cualquiera en esta Nave, y en cada astilla, o rasgo hallará primores: en cada cabo, o expresión advertirá maravillas: en cada vela, entena, o noticia encontrará proporciones ajustadas; porque, a la verdad, esta Nave, o Galeón, suavemente enseña en el líquido campo del mar de letras el real camino, que desde la boca del puerto del estudio ha trillado para todos la erudición sabia, y amena de sus Críticos Teatros. Nave de papel, pero tan grande, tan segura, y hermosa, como la que admiró Plauto de la Asia, y llamó Cercuria {(a): Plaut. in Sticho. act. 2. scen. 3.}. Nave tan veloz en su curso, mejor dijera vuelo, como las de Rodas, que describió Tito Livio {(b): Liv. Decad. lib. 7.}. Nave tan feliz en sus victorias, como las de Malta, o como las de España, y de la Iglesia en el Golfo de Lepanto. [LII]

No, no me parece que tiene necesidad esta Nave hermosa, ni el diestro Palinuro, que la gobierna, de disputar de la Patria del Rayo, que alumbra, aunque convenza cuál sea la Patria del Rayo, que abrasa. Rayos se llaman unos, y otros: los del Sol, que comunica benéfica luz; y los de la nube, que causan estrago, y horror. Rayos son también los rasgos de la pluma, cuando ésta es clara, elevada, y de abundante luz de ciencia, y doctrina. A esto me persuade lo que tan oculto, como discreto, dijo alguna vez Tertuliano: Ita claret, ut ipsius Solis radio, putem scriptum {(a):Terullian. de Resurr. carn. cap. 46.}. De todo este género de rayos, tomados en buen sentido, podré decir, que es en nuestro hemisferio la patria, cuna, y origen el Teatro Crítico. Atiéndase como ha resuelto en cenizas, como rayo abrasador, a los que sin fundamento le han pretendido impugnar. Ha sabido ser rayo de luz benéfica, y benigna en lo que enseña, y en el modo de su elegancia, y dulzura. Es hijo del Sol, y padre de las Claustrales Reglares luces, el Gran Padre de Monjes San Benito; cuyo fuego, si alguna vez supo abrasar como celoso, alumbra siempre como discreto: que aún por eso es voz común, que su Santa Regla es santa, como todas las de los Patriarcas de las Religiones; pero discreta como ella misma, como única, o como ella sola. Es el Rmo. Feyjoó centella de aquel volcán, que derramado en el mundo tantos siglos ha, aún no ha apagado sus incendios. De Padre, que es todo luz, nada puede parecer en sus Hijos, que no sea resplandor: luego el estudioso desvelo, y bien logrado estudio del Autor de este Teatro Crítico se eternizará [LIV] en el mundo de los Sabios pues tiene tal cognación con los Rayos, Astros, y luces del Cielo.

Con gusto prosiguiera en este dictamen, recorriendo los demás argumentos de esta octava maravilla de erudición, ciencia, y elegancia, si no conociera tan tarda mi pluma. Así siento, que al Rmo. Feyjoó no se le ha de dar, como a todos, licencia para escribir; se le ha de suponer dada la facultad: Omnibus scribendi datur libertas, paucis facultas {(a): Scalig. Epist. ad Pelag.}, decía ingenioso Scaligero. Como si dijera: A los que llegan, como el Rmo. Feyjoó, a la cumbre de una eminente sabiduría, y caminando por la senda agria del continuo estudio, llegan a coronarse en el Trono de las Musas, o en la Corte, y campo ameno de la variedad de Ciencias, les compete el honor de tener para escribir, no sólo licencia, sino también notoria facultad. Concluyo con decir, ciñéndome a justas, y debidas atenciones, que nada tiene este Tomo de oposición a verdades Sagradas, nada a respetos políticos, nada a Reales Decretos. Sujeto mi dictamen a mejor, y lo firmo en este Colegio de la Santísima Trinidad, Redención de Cautivos de la Universidad de Salamanca a 10 de Agosto de 1738.

Fr. Manuel Calderón de la Barca.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas XLI-LIV.}