Prólogo al lector
Casi al mismo tiempo que salió a la luz mi tercer Tomo, pareció contra el primero, y segundo un Librejo con el título de Anti-Teatro Crítico, su Autor D. Salvador Joseph Mañer. Solicité al punto verle para responderle. Mas luego que lo entendieron algunos amigos míos, que residen en Madrid, procuraron disuadirme, representándome, que lo que se llamaba Anti-Teatro Crítico, no era más que un agregado de inepcias, futilidades, reparos pueriles, materialidades impertinentes, ignorancias, y equivocaciones: Que un Escrito de este carácter se reconocía incapaz de imponer a algún hombre de razón, y por tanto era ociosa la respuesta: Que en caso que tal cual ignorante la apreciase, no era razón que por esos robase el tiempo debido a la prosecución de mi principal obra, y frustrase las esperanzas del Público, que con ansia deseaba la continuación del Teatro Crítico: Que probablemente el Autor se holgaría mucho de verse respondido, lisonjeándose con la gloria de que yo hubiese salido con él a campaña.
En cuanto a la calidad del Autor, uno me decía, que el nombre era supuesto, porque no había tal Don Salvador Joseph Mañer en el mundo, o por lo menos en la Corte; pues habiendo solicitado noticias de él, no las había hallado. Otro me avisaba, que conocía a dicho Mañer; pero le conocía por un pobre Zoilo, que nunca había hecho, ni podría hacer otra cosa más que morder escritos ajenos: recurso fácil, y trivial, para que en el concepto de ignorantes hagan representación [XXV] de Escritores aquellos, a quienes Dios negó los talentos necesarios para serlo. Otros dos me escribían, que no era uno solo el Autor del Anti-Teatro, pues ocho Tertulios, entre ellos D. Salvador Joseph Mañer, habían fabricado esta Obra; y me expresaban la casa donde concurrían a conferencia, juntamente con los nombres de dos, o tres, cuyas obligaciones me hicieron extrañar mucho que se hicieran de parte de la multitud en un duelo, en que batallaban ocho contra uno. En fin, aunque varios en las noticias del Autor, todos convenían en que la obra no era merecedora de respuesta.
Entraba ya en este dictamen, cuando otros avisos posteriores me aseguraron, que no faltaban dentro, y fuera de la Corte quienes aplaudiesen el Escrito de Mañer. Y aunque al mismo tiempo se me prevenía, que éstos eran de tan corto alcance, que el más alto no pasaba de Tertulio de primera tonsura, justamente caí en la duda de si el desprecio, con que mis amigos miraban aquel Escrito, era efecto de su pasión por mi persona, o el aplauso que le daban los Aprobantes, efecto de su ignorancia. Con esto resolví examinar por mí mismo el Anti-Teatro. Hícele conducir, y le registré con cuidado. El juicio (lector mío) que hice de él, es el que verás justificado en esta Apología. El que no pude, ni puedo hacer, es en orden al intento del Autor.
¿Qué podría moverle al Sr. Mañer a escribir contra mí? No la profesión de alguna facultad, que considere agraviada en mis Escritos: pues, a lo que entiendo, ninguna profesa. No el espíritu de emulación, o envidia, porque un hombre, o totalmente ignorado en la República Literaria, o sólo conocido por haber escrito contra D. Diego de Torres un Papel de estos, que cualquiera escribe currente calamo, ¿qué proporción tenía para introducirse a émulo, no digo de mi mérito, [XXVI] sino de mi fortuna? No algún resentimiento de mi persona; porque ¿cómo podría yo ofender a un hombre, de quien no tenía la menor noticia? No el celo de desengañar al público de algunas máximas (a su parecer erradas), que yo le hubiese sugerido; pues si bien que esto es lo que manifiesta en el Prólogo, en el discurso de esta Obra pondré más claro que la luz del medio día, que infinitas veces lidió de intento contra la verdad, pareciendo imposible, que tantos, y tan visibles yerros, todos naciesen de ignorancia, o alucinación. No por eso digo, que en vez de desengañarle, quisiese engañar al Público; sino que le pareció que podría por vía de disputa (como a cada paso sucede en las Aulas) argüir contra las mismas proposiciones, que en su mente tenía por ciertas.
Tampoco convengo en que tomase la pluma por el motivo de acreditarse de erudito, porque este linaje de Escritos no es capaz de granjear crédito alguno a sus Autores. Son tan fáciles, que el más ignorante, y rudo sobra habilidad para ellos. Esto de escribir impugnando a otro, no tiene más dificultad, que poner manos a la obra. ¿No se ve lo que pasa en el ejercicio de las Escuelas? El Estudiante más corto arguye, siempre que se le ordena, contra cualquiera aserción que se propone; y como grite, patee, y hable en tono de confianza, y seguridad, no faltan en el concurso quienes digan que tiene razón. En un Escrito es esto mucho más fácil: ya porque se toma todo el tiempo que se ha menester para pensar, y estudiar la materia; ya porque el que impugna, elige a su arbitrio aquello en que tiene ripio para impugnar, omitiendo todo lo demás, sobre que no halla que decir. Si es preciso gastar erudición, este es un estorbo insuperable para el ignorante, que se halla en un desierto. Mas en la Corte está patente, para [XXVII] suplirlo todo, la Real Biblioteca. El que apenas abrió en toda su vida un libro, allí revuelve en cuatro días cuatrocientos. Llena de apuntamientos tres, o cuatro pliegos sobre el asunto que se ha propuesto tratar. Vase a su cuarto, allí echa a centenares Autores con sus citas puntuales, que es una maravilla. Y veis aquí calificado de muy erudito a un ignorante. Es verdad que sólo entre ignorantes logrará esta calificación; porque los que escriben sin otro fundamento más que esta lectura de socorro, es imposible que no caigan en muchos errores crasos, de que nos da innumerables ejemplos el Sr. Mañer en su Anti-Teatro. ¡Cuántas veces les sucede a estos Escritores mendicantes juzgar que escriben puntualmente aquello que acaban de leer, y es otra cosa diversísima! De esto también se hallarán ejemplos en el Anti-Teatro.
Añádese para facilitar en la Corte semejantes Escritos, la copia que hay en ella de hombres eruditos en todo género de materias, a quienes el Escritor mendicante puede preguntar, y consultar sobre cualquier punto que ocurre. No faltaron quienes, por defraudarme malignamente de la gloria adquirida en la publicación del primer Tomo, dijeron, que lo que escribí sobre Música lo debí a D. Antonio de Literes, y sobre Medicina, al Dr. Martínez: uno, y otro falsísimo, y uno, y otro ajeno de toda verisimilitud. Lo de Literes, porque jamás tuve con este Músico la menor correspondencia, ni aún le debí siquiera una visita, habiendo estado tres veces en Madrid: Lo de Martínez, porque ¿quién creerá, que éste ministrase especies contra aquella Facultad, de quien depende su subsistencia? Mayormente cuando en caso de parecer bien el Escrito, otro se había de llevar todo el aplauso. Pero si hallan posible, que quien escribe en este retiro sea socorrido a [XXVIII] manos llenas de la Corte; a quien vive en la misma Corte ¿cuánto más posible será este recurso?
Finalmente, los Escritos de este género están tan lejos de pedir en sus Autores alguna ciencia, que por la mayor parte son hijos de la ignorancia. Hablo de aquellos, donde la mayor parte de las objeciones se funda en errada inteligencia, ya de las proposiciones que se impugnan, ya de los Autores que se alegan. Si a esta nulidad esencial se agrega la de amontonar fruslerías, y reparos pueriles, para abultar el número de los argumentos, y el de los folios, en vez de granjear el Autor alguna fama, le acarrea un sumo desprecio.
Aún las impugnaciones pasaderas, o razonables son de cortísimo mérito, porque basta para ellas la más limitada capacidad. No piden genio, método, estilo, ni invención. El mismo Escrito, a quien impugnan, les da las voces, les señala el camino, y lleva de la mano. Así, no hay que esperar que estos Escritores de censuras, escriban jamás de Marte propio sobre algún asunto. No pueden, aunque quieran. Si se ponen a ello, no encuentran sino nieblas en el discurso. No saben por donde empiecen; y si empiezan, ignoran cómo prosigan. A cualquier parte que se vuelvan, no ven sino sombras. No aciertan a dar un paso sin aquel lazarillo, que antes les servía de guía. Están atónitos con la pluma en la mano, en ademán de quien cuenta al techo los pontones, u de Poeta que busca consonantes. Así los infelices, para tener nombre de Escritores, se hallan precisados al miserable empleo de tirar mordiscones a ajenos Escritos.
De aquí nació la inundación de Papelones que hubo en la pasada faena. Era cosa graciosa ver a quienes (de algunos me consta) no acertaron jamás a notar una Carta, sacar a luz un impreso. Me admirára de la temeridad [XXIX] de algunos sujetos, despreciables por su doctrina, y por su carácter, que se atrevieron a salir a la palestra, sino hubiera leído en el hombre de letras del P. Daniel Bartoli, que un Cocinero del Emperador Valente tuvo la osadía de escribir contra el Gran Basilio, y notar su Teología de defectuosa.
Excluidos, pues, los demás motivos que se pueden imaginar de parte del Sr. Mañer, para escribir su Anti-Teatro, sólo resta el de algún pecuniario interés, que le puede producir la venta. Ya dije en otra parte, que yo tengo la gracia gratis data de facilitar, no sólo el despacho de mis Escritos, mas también de los de mis contrarios. No obstante, o porque el Público se fue cansando de tanto Papelajo, o está escarmentado de los muchos reales que gastó en comprar Escritos por la mayor parte insulsos, ridículos, inútiles, parece que ya no es tan corriente la venta, pues veo repetir en las Gacetas el reclamo, llamando a la compra. Cuando el Sr. Mañer dio la noticia de su Anti-Teatro, añadió a manera de Apéndice: Y en la misma parte se vende el Repaso General de los Escritos de Torres, por el mismo Autor. Ahora que sacó a la luz el Belerofonte Literario (título rimbombante, para atraer aquellos que tienen toda la alma en los oídos), puso al pie de aquella noticia en la Gaceta: Y en la misma parte se vende el Anti-Teatro Crítico, &c. por el mismo Autor. Esto significa, que el Público se hace (como dicen) de pencas, y el Sr. Mañer, a fuerza de clamores Gacetales, quiere embocarles sus Escritos.
Séase cual se haya sido el motivo que tuvo el Sr. Mañer para impugnarme, diré los que tuve yo para responderle. Esta es satisfacción que te debo, lector mío, sin esperar a que me la pidas.
Habiendo tomado el trabajoso oficio de desengañador [XXX] del Público, es de mi incumbencia remover los estorbos que se oponen al desengaño. El mayor (se entiende en la extensión), que hasta ahora he encontrado, es el Anti-Teatro del Sr. Mañer. Otros se contentaron con impugnar una, u otra proposición, o máxima particular. Éste se empeñó en combatir el todo de mi Obra; y como si fuese Juez Conservador de los errores del Vulgo, solicitó mantenerlos en su anticuada posesión. Pretendo, pues, que esta Apología no sólo sirva al Público de defensa contra la preocupación engañosa, que quiere inspirarle el Sr. Mañer, mas también de preservativo respecto de la continuación de su Obra, en que me dicen trabajan él, y toda la bandada de sus Contertulios con grande afán. En esta Apología se verá, que el Anti-Teatro no es más que una tramoya de Teatro, una quimera crítica, una Comedia de ocho ingenios, una ilusión de inocentes, un coco de párvulos, una fábrica en el aire, sin fundamento, verdad, ni razón. Y siendo cierto, que el Sr. Mañer con todos sus asociados no podrá escribir de aquí adelante, sino como escribió hasta aquí, con este desengaño les ahorraré a muchos el gasto de dinero en comprar sus Escritos, y el consumo de tiempo en leerlos. Mas si el Sr. Mañer prosiguiere, y los engañados no se desengañaren, no me cansaré en más respuestas, ni al Sr. Mañer, ni a otro alguno. Continuaré mi Obra, sin cuidar de satisfacer a objeciones de trampantojo, o ya mis contrarios lo canten como triunfo, o ya lo lloren como desprecio.
Aún es de más general importancia otro motivo que he tenido, para escribir esta respuesta. Es el caso, que como no hay vicio alguno de cuantos se oponen a una recta crítica censura, en que no haya caído el Autor del Anti-Teatro (esto se entiende con distribución acomodada, pues unas objeciones adolecen de unos achaques, y otras de otros), lo mismo será descubrir aquellos defectos, que dar una perfecta instrucción a los lectores, para hacer recto juicio, así de los Escritos críticos que salieren, como de las censuras que los impugnaren.
En todo caso, lector mío, ya que he resuelto no responder a más Papelones, quiero desde ahora armarte con algunas prevenciones comunes contra los artificios de mis émulos. No te engañe la fanfarronada, o armonía de los títulos. Es esta una maula vieja aprendida de las Boticas, donde debajo del nombre de jarabe áureo, o agua angélica, se venden unas drogas tediosas, que hacen echar las entrañas. En las alegaciones de Autores suspende el asenso, si no puedes consultarlos. ¡Oh cuántas veces te han engañado con testimonios supuestos, o mal entendidos! Espero, que después de leída esta Apología, te sirva el Anti-Teatro de escarmiento general, para no caer más en semejante lazo. Cuando te representaren como absurdas algunas proposiciones mías, ruégote que repases el original; y después que hayas visto el contexto, y examinado las pruebas, te prometo no apelar de la sentencia que dieres, a Tribunal alguno. Cuando te repitieren en una Gaceta el mismo Escrito que ya publicaron en otra, tenlo por mala señal. Si el género es bueno, no necesita pregonarse tanto.
No me atrevo a ofrecerte luego el IV Tomo, porque mi salud es poca, y mis ocupaciones muchas. A la tarea de la Cátedra se añadió ahora la de esta Prelacía, en que me ha puesto la Religión; y a una, y otra la fatiga de los correos, que muchas veces me roba dos días enteros de la semana: no pudiendo negarme a estimar, y corresponder, como puedo, a la honra que me hacen con su comunicación muchos sujetos respetables, y eruditos de varias partes de España, que sólo me conocen [XXXII] por mis escritos; y aún no pocas veces me hallo imposibilitado a responder a todos. Todo esto, junto con que yo por mi complexión, soy de corta resistencia al trabajo, aún cuando gozo de buena salud, hace que esta Obra camine con más perezoso paso, que el que tú, y yo quisiéramos. Pero no te parezca que hago poco en proseguirla, aunque sea con alguna lentitud. Ciertamente tendrías lástima de mí, si supieses cuánto me cuesta, y a cuán alto precio compro esto poquito de fama, que me granjea la pluma. ¡Oh, cuántos disgustos, y por cuántos caminos me ha ocasionado esta inexorable Furia, que llaman Envidia! ¿Pero lo extraño? Siempre el Mundo fue así:
Macerat invidia, ante oculos illum esse potentem,
Illum adspectari claro, qui incedit honore,
Ipsi se in tenebris volvi, caenoque queruntur.
{(a) Lucret. lib. 3, de Rer. natura.}
¡Cuántos arbitrios, cuántas maquinaciones se han discurrido, ya para quitarme la gloria de lo escrito, ya para que no prosiguiese la Obra empezada! Dejo aparte dicterios, y calumnias, como cosa trivial en semejantes casos. Pero no sé si a otro Escritor habrá sucedido el que procurasen aterrarle con cartas anónimas llenas de amenazas. Sigo, lector mío, una senda cubierta de peligros, y tropiezos. Per insidias iter est, formasque ferarum. Mas no por eso temas, que trémula con el pavor la mano deje caer la pluma. Desde el principio previne, que había de padecer muchas oposiciones por el carácter de mi Obra, cuyo asunto es combatir opiniones comunes. Añadió después la emulación nuevos encuentros. Por todo voy rompiendo: con fatiga sí; pero sin desfallecimiento.
Nitor in adversum, nec me, qui caetera, vincit
Impetus, & rapido contrarius evehor orbi.
{(b) Ovid. lib. 2. Metam.}
Vale.