Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso XIII

Consectario

1. Este Consectario es el dedo malo de este Tomo, donde tropezaron muchos por falta de reparo, y al mismo tiempo por sobra de reparo, antes del Sr. Mañer; quien ahora nos repite lo que halló dicho por aquellos, que la Filosofía moderna, que en él impugnó, cuando sea error, no es error común, sino particular; y así su impugnación no debió ocupar lugar alguno en esta Obra.

2. Vamos a cuentas, señores precursores de Mañer, y Sr. Mañer. El título de mi Obra es Teatro Crítico Universal. Y en una Crítica Universal, ¿por qué no podrá entrar la Crítica, no digo yo de la Filosofía Cartesiana, pero aun de la de Tales Milesio, que apenas tiene hoy secuaz alguno? Más: Aquel título inmediatamente le explico con estotro, Discursos varios en todo género de materias. Ello lo está diciendo, que no hay materia alguna, sobre la cual no se pueda discurrir en una Obra, que está inscripta con este título.

3. Pero, oh Sr. que remata el título con este ribete, para desengaño de errores comunes. A que digo lo primero, que los Críticos puros, y limpios, no debieron agarrarme el título por la cola, sino atacarle por la frente. Digo lo segundo, que aquella adición no define la substancia de la Obra; sólo expresa el fin principal de ella: y no hay Escritor alguno (aunque entren los más escrupulosos), que no introduzca en su escrito muchas cosas, que no conducen al fin primario de la Obra, sino a otros fines secundarios. ¿Qué importaba al fin del nobilísimo Poema de la Eneida pintar en él tan prolijamente los amores de Dido con Eneas, y más cuando aquella circunstancia es fingida? Digo lo tercero, que por [52] eso di a aquel Discurso el título de Consectario a la materia del Discurso antecedente, señalando con esto, que no entraba en el Teatro Crítico por sus méritos propios, sino por los de su antecesor: porque los Consectarios son unos pegadizos, que a sombra ajena se hacen lugar en cualquier Teatro. Digo lo cuarto, que si advirtiesen mis Anti-Críticos, como explico en el Prólogo del primer Tomo, qué entiendo por errores comunes, hallarían que el Discurso Consectario podía entrar en el Teatro Crítico, no sólo como dependiente de otro, sino por su propio mérito. Nótense aquellas dos cláusulas de dicho Prólogo: Ni debajo del nombre de Errores comunes quiero significar, que los que impugno sean transcendentes a todos los hombres. Bástame para darles ese nombre, que estén admitidos en el común del vulgo, o tengan entre los Literatos más que ordinario séquito. Ahora, la Filosofía corpuscular no es dudable, que tiene más que ordinario séquito en las más Naciones de Europa, pues rarísimo Curso filosófico se escribe en ellas, donde no se siga alguno de los sistemas modernos. Esto basta, y sobra para satisfacción del Sr. Mañer, y de todos los demás que han mordido el Consectario por el título de impertinente, siendo juntamente respuesta a todas las impugnaciones pasadas, presentes, y futuras, fundadas en semejante reparo, contra cualquier parte de mi Obra.

4. El resto de la crítica del Sr. Mañer sobre este Discurso, se reduce a un sentidísimo duelo, porque reprobé el estilo de su adorado D. Gabriel Alvarez, e impugné su opinión filosófica del infinito, y sempiterno revoltijo de unas semillas en otras. Por lo que mira al estilo, cierto que yo estaba en fe de que no había hombre de mediana inteligencia, que no estuviese en el mismo sentir, especialmente si leyeron el Maestro de Niños, que no deja duda en la materia.

5. En cuanto a la opinión filosófica, me fue libre el impugnarla, como lo hago con otras que tengo por falsas. Pude también decir con verdad, y lo repito ahora, que no se hizo cargo de los argumentos contrarios, porque éste es hecho constante. El añadir, como si escribiese para hombres [53] sin discurso, no es decir (como construye, y entiende el Sr. Mañer) que escribió para hombres sin discurso. Es muy distinta proposición la una de la otra. Pero es un pleito sempiterno, si tengo de lidiar con el Sr. Mañer sobre todas las proposiciones que me trastorna, equivoca, confunde, y entiende al revés.

6. Mas ya que D. Gabriel no se hizo cargo de las dificultades, el Sr. Mañer toma por su cuenta el desempeño, y el asunto de responder a todas. Pero, ¡oh qué presto le vemos dar un terrible tropezón! porque propone por primera dificultad contra aquella opinión la duda, que yo confieso tener, de quién fue el primer Autor de ella. El caso es, que yo no propongo esa duda como dificultad contra la sentencia que impugno, y fuera delirio proponerla como tal. ¿Qué conexión tiene, ni puede tener con la falsedad, o con la verdad de una opinión, el que yo sepa, o ignore, quién fue su primer Autor? Ni hubo menester el Sr. Mañer suponerme un argumento tan ridículo, y disparatado, para darnos la noticia (valga lo que valiere) de que fueron sus primeros Autores los Filósofos antiguos del Indostán: pues esta selectísima especie pudo introducirse con el justo título de sacarme de mi duda, y con el doloso pretexto de ser respuesta a un argumento.

7. Propone por segundo argumento (es en realidad el primero) el texto que yo cito del Génesis, donde se enseña, que cada hierba, o planta hace, o produce la semilla propia de su especie: Facientem semen, &c. Y responde, que no tiene inconveniente el entender aquel facientem semen por la desenvoltura de la semilla criada, que cada planta hace según su especie en la nueva producción. Esto es lo mismo que decir, que hace el vestido el que le desenvuelve, o teje la tela el que la desdobla. Los que interpretan con tanta violencia las palabras de la Escritura, estará bien que no la vean jamás, sino por el pergamino.

8. De aquí da un salto por sobre el número 42 de mi Discurso, para agarrarse, no de las bellotas, sino de las ramas del roble, de quien se habla en el número 43. ¿Han visto [54] la escapatoria? Aguarde un poco el Sr. Mañer, que en ese número 42 está el busílis del caso, y todo el póndus del argumento, sin el cual no valen dos bellotas todos los millones de millones de ellas, cuya cuenta se hace en el siguiente número. Y no es tan lerdo el Sr. Mañer, que pueda ignorarlo.

9. El argumento, que en dicho número 42 propongo ad hominem contra D. Gabriel, es de los más concluyentes, que caben en materias físicas. Fúndase en que D. Gabriel niega con Gasendo la infinita divisibilidad a la materia; y sin ser la materia infinitamente divisible, es totalmente imposible aquella actual continencia de todas las semillas, que hubo, y habrá siempre en la primera semilla. Véase el lugar citado. Para hacer más sensible la fuerza de este argumento, me extiendo en el número 43, sobre el cómputo de bellotas (o por mejor decir, de robles formados) que se contenían en la primera bellota. Hasta aquí saltó el Sr. Mañer, ocultando mañosamente, con la omisión de lo que digo en el num. 42, la aplicación que tiene dicho cómputo, y sin la cual no hay argumento. Lo cual se verá más claro, si se advierte, que este argumento nada vale contra los Filósofos Cartesianos; porque como éstos conceden infinita divisibilidad a la materia, siempre les queda tela de sobra, en que envolver cuantos millones de semillas quisieren. Así sólo tiene fuerza en la opinión de la infinita divisibilidad, que lleva D. Gabriel Alvarez, y a que hurtó el cuerpo el Sr. Mañer.

10. Dice luego, que ya D. Gabriel se hizo cargo de este argumento. Ni lo soñó. Pero el Sr. Mañer quiere persuadir, que se hizo cargo, y que respondió, sólo por haber dicho simplemente, que resplandecía más la sabiduría del Altísimo, bosquejando con sólo un rasgo de su poder toda la serie de vegetables, que habrá hasta el fin del mundo. En esta cláusula no parece, ni aun en bosquejo, mi argumento. Tampoco puede servir para respuesta el decir que resplandece más la sabiduría del Altísimo, &c. Sin embargo, el Sr. Mañer no da otra, que la repetición de esta cláusula. Señor mío: si yo pruebo que una cosa es quimérica, representando la absoluta [55] imposibilidad que hay en ella, ¿será respuesta decirme, que en eso mismo resplandece más la sabiduría del Altísimo? Ya se ve que no. La sabiduría del Altísimo no resplandece, ni puede resplandecer en quimeras: y así es menester en primer lugar buscar por donde escapar de quimera aquello, cuya posibilidad se disputa.

11. No propone el Sr. Mañer más argumentos míos contra la opinión de D. Gabriel, que los dos dichos; siendo así, que hay otros tres, y muy fuertes en el número 47, además de otro que hay en el número 48, especial contra los Cartesianos. Ve aquí cómo ha salido de su empeño el Sr. Mañer. De cinco argumentos míos, sólo se hace cargo de uno, y de la mitad de otro. Y de estos dos, al uno responde mal, al otro, ni bien, ni mal. ¿No hubiera sido mejor dejarlo estar, como se estaba, o dar traslado, para que respondiesen, a los Filósofos del Indostán?

12. Varias acerbidades me dice en este Discurso el Sr. Mañer. Ya no las extraño. Y aquí especialmente son condonables al gran dolor, que muestra de ver impugnado a su D. Gabriel Alvarez; si ya el dolor no se buscó como pretexto para ensangrentar la pluma. Pero no callaré lo que me dice sobre una cláusula mía, que copia de este modo: Corrió la pluma más de lo que debiera en la impugnación de esta sentencia. ¡Válgate Dios por Sr.! ¡que apenas me ha de copiar proposición alguna, la cual no desfigure de algún modo! Aquella cláusula está formada en mi libro de esta suerte: Corrió la pluma acaso más, &c. ¿Por qué me quitó aquel adverbio acaso? ¿No ve que con él tiene la proposición distintísimo sentido, y que va de esta a la otra, lo que va de dudar receloso de si excedí, o no, a confesar llanamente el exceso, como cierto? Pues no es esto sólo. Además de dicha alteración literal, hay otra, que pertenece únicamente al sentido. Es el caso, que aquel correr más la pluma, no lo entiende como que signifique, que me dilaté más de lo que pedía la materia, sino que delinquí en el modo de la impugnación: y así juzgando del terminillo correr, me echa inmediatamente este cortesanísimo repulgo: A nosotros nos [56] deja bastantemente corridos el ver, que conociendo su Reverendísima, que no debió dejarla correr, no obstante lo ejecutó. El que no conociendo su defecto, cae en él, aun para con Dios tiene disculpa; mas que caiga quien lo conoce, ni aun para con los hombres puede substraerse. ¿Qué es esto? ¡Es bueno, que, después de alterarme el Sr. Mañer enormemente mi proposición en la letra, y en el sentido (gravísima culpa en un Escritor Crítico), no se corra de sus verdaderos, y reales defectos, y se corra de los ajenos, e imaginarios! Sin embargo, yo quiero disculparle, creyendo que el adverbio acaso se le pasó por alto, y que entendió el correr más la pluma, no en su legítimo, y natural sentido, sino en el extraño, y violento, que expresa.

13. Lo que en el último número añade, que el significado, que doy en Castellano a la voz Francesa Tourbillón, no es nuevo, pues se halla el mismo en el Diccionario de Sobrino, ¿de qué sirve, sino de mostrarnos, que el Sr. Mañer está a agarrarse de toda fruslería, para abultar su Anti-Teatro? Ni la voz Francesa, ni la Castellana tienen en el Diccionario de Sobrino la acepción que corresponde a los Turbillones Cartesianos: pues éstos no son vientos impetuosos, que van dando vueltas, que es la explicación que le da en Francés; ni torbellinos de viento, que es la versión en Castellano, aunque son cosa análoga a aquéllos. Y así sólo se deben decir torbellinos, o remolinos, como yo vierto, sin añadir de viento, pues no es viento la materia que remolina en la Filosofía Cartesiana. Y para mayor desengaño suyo, vea cómo en el Diccionario Universal de Trevoux, después de dar dos significaciones más generales a la voz Tourbillón, explican aparte la particular significación que tiene esta voz en la Filosofía Cartesiana. Si con todo eso dice, que no se me puede dar precio alguno por el nuevo hallazgo, yo digo, que reserve la repulsa para cuando se lo pida; y que quedamos pagados, pues yo tampoco le daré un ochavo por la gracia.

14. Olvidábaseme el cargo que me hace el Sr. Mañer, de que no copié bien a D. Gabriel, cuando le atribuyo el [57] que dice, que en la semilla del tulipán se ve con el microscopio formado un tulipán entero: porque D. Gabriel no dice que en la semilla, sino en el mismo tulipán, en aquellas pintas negras que lo matizan. A que respondo: que, o en aquellas pintas negras está la semilla, o no. Si lo primero, bien dije yo; si lo segundo, la experiencia que alega D. Gabriel, no es del caso, para probar que en las semillas de las plantas están formadas las mismas plantas, y contenidas actualmente en estas otras semillas. Lo cierto es, que el P. Malebranche (lib. 1. de Inquir. Verit. cap. 6.), y otros que alegan la misma experiencia, no dicen, que se ve el tulipán formado en esas pintas negras que matizan sus hojas, sino en la yema de la cebolleta. Y esto puede conducir algo para su opinión; lo otro nada. Con que si me equivoqué, fue por suponer graciosamente, que D. Gabriel no había de probar su sentencia con un fenómeno, que no era del caso.

15. No se nos olvide tampoco, que en este Discurso, número 5, es donde dice el Sr. Mañer, que no vio la Biblia más que por el pergamino.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 51-57.}