Tomo quinto
Dedicatoria que hizo el Autor
al Rey N. Sr. D. Carlos III
Señor,
Había yo empezado a formar esta Carta Dedicatoria para V. M. siguiendo el común estilo de los Autores, que, en la oferta que hacen de algún Libro a algún Príncipe, o Magnate, siempre toman por asunto capital implorar la protección del Patrono que eligen, como medio para lograr la indemnidad de la Obra, que dan a luz. Mas a los primeros pasos, que di por este camino, con mejor consejo, traté de borrar lo poco que llevaba escrito; porque advertí, Señor, que un Libro, en cuya frente va colocado el Augusto nombre de V. M., en él lleva la más eficaz recomendación para salvarle de toda hostilidad. [IV] Sí, Señor; porque en las mismas letras, de que consta el nombre de Carlos Tercero, con una especie, como de traducción literal, lee ya todo el Mundo: Carlos el Sabio, Carlos el Justo, Carlos el Pío, Carlos el Generoso, Carlos el Magnánimo; que todo esto, y aún mucho más, significa el Régio nombre de Carlos Tercero.
Así juzgo, Señor, que el Censor más severo, en cuyas manos caiga este Libro, en atención al Soberano Patrono a quien le consagro, ya que no le conceda la aprobación, que no merezco, no me niegue una benigna indulgencia para los yerros, en que puedo haber incurrido, a que me reconozco tan arriesgado como el que más, no hallándose menos expuesta que otras a varios resbalos mi pluma, mayormente, cuando ya por mi larga edad se ve mal sostenida de una mano trémula.
Empero, Señor, para cuanto, o con justicia, o sin ella, me puede notar la Crítica en los varios asuntos de este Libro, tengo a mi favor una compensación ventajosa en un insigne acierto, que todos advierten en [V] otro Escrito mío, muy anterior a éste. Hablo de aquel pronóstico, que en la Dedicatoria del IV Tomo del Teatro Crítico hice de las sublimes virtudes intelectuales, y morales, que un tiempo había de admirar el Mundo en V. M. como realmente ya ha años que las está mirando, y admirando. De aquel pronóstico, digo, de que hoy estoy recibiendo mil enhorabuenas; siendo cosa de hecho, que hoy de muchas partes, ya de palabra, ya por escrito, me están felicitando de que hablé entonces con espíritu profético. Expresión, que yo acepto no mas que por lo que ella vale; siendo cierto, que para aquel anuncio era superflua la inspiración, pudiendo dictármele la mera luz de la razón natural.
El año de veinte y ocho logré la dicha de ver, y oír a V. M. en el Palacio de Madrid no mas que el corto espacio de un cuarto de hora; y un tan breve tiempo me bastó para concebir las altas esperanzas, que en el referido Escrito manifesté; porque los que el Cielo cría para Héroes, desde la cuna salen con el sello de tales: o nunca son con [VI] toda propiedad niños; u dentro de la misma niñez, todas sus palabras, acciones, movimientos los distinguen de los demás hombres. El que en la edad adulta ha de ser gigante, desde la infancia descubre mayor estatura, que la que corresponde a aquella edad.
No por lo que hasta aquí llevo escrito, ni aún por mucho más que a lo escrito pudiera añadir, temo, Señor, que alguno me acuse de incidir en el pecado común de las Dedicatorias; esto es, el de solicitar el favor del Patrono con indebidos aplausos: que viene a ser lo mismo que negociar la compra de su benevolencia con la moneda falsa de la lisonja.
Digo que no temo esta acusación: ya porque todos saben que sólo pecan de cortos los aplausos, que tributo; como también que no es estilo de la adulación poner a exhalarse en su incensario verdades, sino ficciones: ya porque vivo satisfecho de que tanto se apartará de la verdad quien me impute el vicio de adulador, como el que atribuya la sinceridad con que escribo a la virtud [VII] que no tengo; siendo únicamente efecto de mi genio filosófico, acaso algo más austero de lo que lo permite la política cortesana. Algo más austero digo; pues no sólo he escrito como Filósofo desengañado, mas aún como desengañador severo; habiéndome revestido de este carácter cuando me propuse corregir Errores comunes: empresa arduísima, o como la llamó, en el Prólogo de su traducción del primer Tomo del Teatro Crítico del idioma Español al Toscano, el Señor Marco Antonio Franconi, asunto máximo; añadiendo aquel docto Académico de la Romana Arcadia: Poiche sarebbe voler radrizzare il capo à tutto insieme il genero humano; lo que quizá podrá servir de disculpa a los que en vez de agradecerme los desengaños como beneficios, procuraron rebatirlos como ofensa.
Mas no tanto fundo por ahora mi justificación contra la nota de adulador en los créditos, que puedo haber adquirido, y creo que en efecto adquirí, de Escritor sincero, cuanto, en que, no sólo lo poco que digo, más [VIII] lo mucho que puedo decir en elogio de V. M. nunca será más que un eco de lo que gritan Italia, y España; siendo las dos Hesperias dos coros, que acordes cantan las excelsas prendas de V. M. en cuya sonora música, no dudo, que, dentro de poco tiempo, entren como acompañantes todas las demás Naciones Europeas, resonando en todas el nombre de Carlos el Sabio. Un Antecesor tuvo V. M. en la Monarquía de España, a quien, no sólo los Españoles, mas también los Extranjeros, aún hoy dan este ilustre epíteto, conociéndole más por el nombre de D. Alonso el Sabio, que por el de D. Alonso el Décimo. Y yo firmemente espero, que V. M. sea más conocido de toda la posteridad por el nombre de Carlos el Sabio, que por el de Carlos Tercero; y que si llega a los venideros siglos este Libro, se aplaudirá entonces este vaticinio, que estampo en su Dedicatoria, como hoy se aplaude el que publiqué en la del IV Tomo del Teatro Crítico.
Lo que indubitablemente se puede asegurar es, que mucho más merece el epíteto de [IX] Sabio el Tercero de los Carlos, que el Décimo de los Alfonsos. Dieron, y dan el atributo de Sabio al Décimo de los Alfonsos, porque era inteligente en la Ciencia Astronómica. Corto mérito en un Rey, que sabía poco, o nada de aquella, que justamente se llama Arte de Artes, y Ciencia de las Ciencias: Ars Artium, & Scientia Scientiarum hominem regere; por lo que dijo de él un célebre Historiador Español: Dum coelum considerat, terram amisit. Mientras especulaba el curso de las estrellas, no advertía las conspiraciones, que tramaban sus Vasallos, ni las usurpaciones, que padecían sus Dominios.
Ya sabemos, Señor, que a V. M. bastarían, para gozar el blasón de Sabio, las luces, que ha adquirido en algunas de aquellas Ciencias, o Artes, que son dignas de la aplicación de un Rey, por lo mucho que conducen a la utilidad del Reino, como la Táctica, la Náutica, y la Fortificación, o Arquitectura Militar. Pero incomparablemente con más razón le es adaptable el brillante [X] título de Sabio, por las muestras, que continuamente nos da de ser consumado en la que, con justicia, obtiene el nombre de Arte de las Artes, y Ciencia de las Ciencias: Ars Artium, & Scientia Scientiarum hominem regere; haciéndonos dudar cuál es mayor en las providencias, que establece para el bien de su Reino, si el acierto con que nos gobierna, o el amor con que nos mira.
No ignoro, Señor, que todos los Reyes están obligados a amar a los Vasallos como hijos suyos. Pero en orden a esto mismo observo en V. M. una particularidad, de que no sé si se halla algún ejemplo en la Historia; y es, que V. M. mucho antes que el de Rey empezó a ejercer con los Españoles el oficio de Padre. Dígalo la memorable acción de Veletri, en que V. M. sin más necesidad, que la que le imponía la ternura del cariño hacia su amada Nación, salió a exponer su Persona, para salvar la Tropa, conducida por el Conde de Gages, del total estrago, que la amenazaba; y de que, por la superioridad de la fuerza opuesta, no podía redimirla, ni la [XI] pericia del Caudillo, ni el valor del Soldado.
No más, Señor, porque ya escrupulizo divertir a V. M. aún la angosta duración de un minuto, de la atención con que V. M. incesantemente está procurando el mayor bien de su Reino. Y concluyo, suplicando humildemente a V. M. tenga a bien aceptar este pequeño Libro, como explicación de mi agradecimiento, a la dádiva de dos, a todas luces muy grandes, impresos por su Orden, y a sus expensas, con que la espléndida magnificencia de S.M. se dignó de honrar mi pequeñez.
Nuestro Señor guarde a V. M. muchos años. Oviedo, y Enero 25 de 1760.
Señor.