Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta II

De la vana y perniciosa aplicación a buscar Tesoros escondidos

1. Muy Señor mío: Estando en Galicia he oído mucho de la manía de buscar Tesoros sepultados, con esperanza de hallarlos; y después que vine a este Principado de Asturias, puedo decir que lo he visto. Manía la llamo, ya porque no tiene esta esperanza más fundamento que el error, y la impostura: ya porque teniendo presentes las infelices tentativas de muchos, que pretendiendo sacar de las entrañas de la tierra plata, u oro, con que hacerse ricos, gastando en ellas el poco dinero que tenían, quedaron más pobres, no les sirve esta experiencia para el desengaño. Sucede a éstos lo que infatuados a los investigadores de la Piedra Filosofal, que buscando la opulencia, caen en la mendiguez, sin que la ruina de los que van delante escarmiente a los que los siguen. Creo que, por lo menos, tan ciega es la avaricia como el amor.

2. ¿Mas cuáles son el error, y la impostura de que hablo aquí? El error es histórico. Suponen estos ignorantes que en la expulsión general de los Moros de España, no permitiéndoseles a aquellos Infieles llevar consigo sus riquezas, [11] se previnieron, sepultandolas en varios sitios, cada uno en que el le pareció más cómodo, no perdiendo la esperanza de gozarlas ellos, o sus hijos algún día, mediante alguna posible revolución, en que la fuerza de las armas los restituyese a la posesión de nuestra Península. Añaden, que para este efecto llevaron memoria, y apuntamiento de las señas que distinguen los sitios donde las dejaron sepultadas, para asegurar su recobro cuando llegue el caso, el cual esperan como los Judíos su Mesías. Estos son los Tesoros que buscan, y que nunca hallarán, porque no los hay; siendo constante, que a los Moros, cuando fueron expelidos de España, se permitió llevar toda su moneda, y aun todos sus muebles; y serían ellos muy fatuos, si voluntariamente perdiesen una posesión cierta de presente por una posesión futura, incierta, y aun inverisímil.

3. Con este craso error de nuestros exploradores de Tesoros se ha concretado una crasísima impostura, sin la cual no tuviera ejercicio el error. Ya se ve, que aun cuando fuese verdad, que los Moros dejaron sepultados estos Tesoros, esta noticia por sí sola nada serviría para descubrirlos, ignorándose en qué parajes los escondieron. A esta dificultad, pues, ocurrió la impostura. Estando en Galicia oí muchas veces (y lo creí siendo niño), que había uno, u otro Librejo manuscrito, en que estaban notadas las señas de los sitios de varios Tesoros. Después que vine a Asturias oí lo mismo; y en uno, y otro País atribuyen la posesión de alguno de estos Librejos (asientan que son rarísimos) a tal cual feliz particular, que por alguna extraordinaria vía lo adquirió, y le guarda, no sólo como un gran tesoro, mas como llave de muchos tesoros.

4. Juzgará Vmd. acaso como en efecto lo juzgan muchos, que este Libro es como el de tribus famosis Impostoribus, de que tantos hablan, y que ninguno vió. No es así. Sobre estar yo mucho tiempo ha persuadido con buenas razones que hay tales Libros, ví uno de ellos, que por el accidente, que diré abajo, vino a mis manos. De suerte, que no es ficción que haya tal libro; [12] bien que es un libro que no contiene sino ficciones.

5. ¿Pero quién será el Autor de este Libro? o mejor preguntaré, quiénes habrán sido los Autores de estos libros, porque en diferentes Países son Libros diferentes. Uno da las señas de los tesoros que hay en tal territorio, otro de los de otro. El que yo ví comprehendía sólo el ámbito de algunas leguas que hacia todas partes ciñe esta Ciudad de Oviedo. Si aquí se lo preguntamos a quien tenga noticia de este Libro, y crea sus ficciones, juzgo responderá, que un cautivo de Argel, Túnez, o Marruecos lo adquirió del amo de quien era esclavo, o porque se lo hurtó, o porque juzgando el amo imposible ya el usar de él en beneficio propio, se lo vendió por alguna cantidad de dinero; o en fin, porque habiéndole cobrado alguna singular afición, se lo dio graciosamente al tiempo de su redempción. Y los de los otros Países dirán lo mismo de los Libros que allá corren.

6. Pero la verdad es, que estos Libros fueron fraguados por algunos embusteros, habitadores de los Países donde señalan los tesoros. Argumento concluyente de esto es, que las señas con que distinguen los sitios se hallan realmente en ellos. Hablo de las señas que están sobre la superficie de la tierra. El Libro, que ví, hablaba de sitios de veinte tesoros, poco más, o menos, especificando señales que efectivamente se encuentran; v. gr. en el camino de tal a tal parte, al pie de un Monte, a tal distancia, al lado derecho del camino hallarás una peña, y junto a la peña una fuente: a la distancia de dos varas de la peña, por la parte que mira al Oriente, cavarás, y encontrarás a la profundidad de dos varas, &c. ¿Quién pudo dar las señas de todos estos sitios sino quien los reconoció todos? ¿Y quién pudo reconocerlos todos sino algún habitador del propio País? O sean dos, o tres, o más, si se quiere, pues no hay imposibilidad alguna en que tres, o cuatro bribones concurriesen a esta buena obra. Pero la hay en que algún Moro, habiendo heredado este cartafolio de sus mayores, regalase con él a algún Español, por la razón que ya se ha [13] dado de que los Moros no dejaron escondidas acá sus riquezas.

7. Mas el pobre mentecato que advierte puntuales todas las circunstancias exteriores del sitio que apunta el cartafolio, como está en la errada persuasión de que aquellas noticias vinieron de la Africa, comunicadas entre aquellos infieles de hijos a nietos, desde alguno o algunos de los expedidos de España, no dudando de la verdad de ellas, traga el hilo y anzuelo, y se pone a cavar en el sitio llena la cabeza y el corazón de la esperanza de verse luego muy opulento. Agrega oficiales, porque se supone que hay mucho que cavar, y es menester abreviar la obra por concluirla, antes que llegue la noticia a los Ministros de la Cruzada. Con esta mira se expenden tajadas y tragos con mano pródiga. No se duda de hallar las señas interiores, porque las juzgan consecuencia firme de las exteriores. Aquéllas varían en el manuscrito, respecto de varios sitios, como éstas. Y también en la calidad, y cantidad de tesoro hay su diferencia. Pongo por ejemplo (prosigue así el manuscrito): A vara y media de profundidad hallarás una piedra cuadrada de una vara de ancho, debajo de ella dos vigas cruzadas, debajo de éstas una bóveda de ladrillos que romperás, y dentro encontrarás un cofre grande de plata, lleno de monedas de oro.

8. Como el que compuso el Librejo no era Zahorí (en el tercer Tomo del Teatro Crítico tengo probado que no los hay en el Mundo) para ver lo que hay dentro de la tierra, si que aquí echa mano de lo primero que ocurre, después de reventarse los infelices a cavar, y más cavar, ni hallan la piedra cuadrada, ni las vigas cruzadas, &c. Con que se vuelven a sus casas pesarosos, y arrepentidos, aunque no escarmentados, porque aun quedan con la esperanza de que en otros sitios no los engañará el cartafolio, porque acaso el Moro se equivocaría en las circunstancias del que exploraron, o había error del amanuense. Conocí a hombre que exploró más de siete u ocho sitios.

9. Habrá quienes juzguen inverisímil, y aun increíble, [14] que estos escritos sean mera producción de un voluntario embuste, porque nadie miente, especialmente cuando la mentira es algo laboriosa, sin interés alguno: ¿pero qué interés puede tener el Autor de un Libro de éstos en cargarse del trabajo de escribirle? Convengo en que el asumpto de la objeción es verdadero. Es así que nadie comete alguna acción viciosa sin interesarse en ella por algún camino. Pero digo lo primero, que este interés es vario, y uno de los más comunes es el deleite que se percibe en ella misma. El glotón, el ebrio, el lascivo, ¿qué otro fruto sacan de sus excesos que la delectación que logran en ellos? ¿Y para qué hemos de filosofar en un asumpto que cada día palpamos con la experiencia? Ojalá no la hubiera. Los hombres, que se deleitan en mentir, son muchos. Este deleite consiste, ya en que lo consideran como gracejo capaz de divertirlos a ellos, y a otros; ya en que miran la ficción como parto de su agudeza; ya en que el que engaña, se contempla con cierta superioridad de espíritu respecto del engañado, cuya resulta es una especie de triunfo sobre la ajena credulidad. Yo quisiera que conspirasen conmigo todas las almas nobles a apear de tan necia presunción a estos bastardos espíritus, dándoles a conocer, que si en la racionalidad hay heces, eso que llaman agudeza son las más viles heces de la racionalidad. Lo que yo por mí con toda realidad puedo protestarles es, que hasta ahora no ví hombre alguno de entendimiento claro, y penetrante que no fuese amantísimo de la verdad.

10. Digo lo segundo, que el embustero que fabrica un escrito de tesoros, puede mirar a otro interés más sólido que el deleite de mentir, aunque justamente más ilícito, que es vendérselo por precio algo considerable a algún avaro simple, cuyos reparos contra la veracidad del escrito será fácil eludir con algunas artificiosas invenciones.

11. Lo que más coopera a mantener a los investigadores de tesoros en la vana esperanza de descubrirlos es la noticia de algunos, que por casualidad se hallaron en varias partes; pero esto mismo debiera desengañarlos: porque si [15] la invención de esos se debió a la casualidad, y no a la diligencia, esos ejemplares en ningún modo pueden alentarlos al trabajo que se toman. Sin embargo, la codicia los ciega para pensar, que lo que uno u otro lograron, por mero beneficio de la fortuna, conseguirán ellos por su afán. Acuérdome de haber leído en Plutarco, en la vida de Pompeyo, que cuando este Héroe marchaba en la Africa con sus Tropas contra Domicio, dos o tres Soldados suyos tuvieron la suerte de encontrar una buena cantidad de plata mal escondida en la tierra, lo cual visto por los demás todo el Ejército se aplicó a revolver la tierra de un dilatadísimo campo, creyendo que en él estarían otras muchas riquezas ocultadas, sin que por algunos días pudiese el Imperio de Pompeyo removerlos de aquella vana fatiga, que no les produjo otra cosa que el arrepentimiento de haberse metido en ella. Lo primero sucede a nuestros investigadores de tesoros. La felicidad de poquísimos en la fortuita invención de ellos, hace infelices a muchos que inútilmente expenden su dinero, y su sudor por descubrirlos.

12. Ni aun cuando fuese efecto de su diligencia la dicha de esos pocos, sería del caso para alentar la esperanza de nuestros exploradores. Estos buscan tesoros que dejaron escondidos los Moros; pero los que fortuitamente se han hallado (por lo menos aquellos pocos de que yo tengo noticia) ni son, ni fueron jamás de Moros. Aquí ví hasta treinta monedas de plata de uno, que poco mas ha de veinte años se descubrió a distancia de seis, o siete leguas de la Ciudad de León; pero todas, como se veía en sus inscripciones, eran del tiempo de los primeros Emperadores Romanos.

13. Lo peor que tiene esta manía de buscar tesoros es, que según la práctica de muchos entra en ella una buena dosis de superstición. Es el caso, que debajo de la persuasión de que los tesoros están encantados, o que por lo menos lo están algunos, se han inventado Exorcismos con varias fórmulas, y ritos para desencantarlos. Yo me enteré de toda la maniobra que hay en esto, por medio de dos manuscritos [16] que me comunicó cierto buen hombre. Éste, después de fatigarse a sí, y a otros mucho tiempo en la inquisición de tesoros, algo desengañado ya de la inutilidad de su trabajo, y al mismo tiempo receloso de que hubiese en él algo de superstición, me comunicó los dos manuscritos, que un tiempo había guardado como más preciosos que la Piedra Filosofal. Uno de estos manuscritos era el que dije arriba, que daba razón de los sitios donde están sepultados los tesoros. El otro contiene los conjuros con que se desencantan. No ví disparatorio igual en mi vida.

14. Según lo que supone el mismo contexto de los conjuros, lo que significa esto de estar encantados los tesoros es, que los demonios (o uno o muchos en cada sitio) los guardan donde están sepultados; de modo, que no pueden parecer, o descubrirse, si primero con la virtud de los Exorcismos no se arrojan de allí los malignos Espíritus. El proceder de los conjuros es dilatado. Inclúyense en él varios Evangelios, y Oraciones. Entra también la Letanía mayor, el Ofertorio de la Misa, y el Responso de San Antonio. Repítense sahumerios de incienso y mirra, como también rociadas de agua bendita. Hay tal cual ceremonia ridícula, y la sacrílega barbarie de que cuando se invocan la Santísima Trinidad nuestro Señor Jesu-Cristo, y María Santísima, esta Señora se nombra antes que la Santísima Trinidad. A lo último se intima, que en todos estos conjuros intervengan a lo menos tres Sacerdotes.

15. Yo no creo más que el diablo se ocupe en guardar tesoros sepultados en la tierra, que lo que nos dicen los Mitológicos, que un dragón guardaba el de las manzanas de oro en la Africa, y otro el del vellocino de oro en Colcos. Y no sería acaso desnudo de toda verisimilitud discurrir que de aquellas fábulas tomó estotra su origen, mayormente cuando el dragón es símbolo tan propio del demonio, que en el Apocalipsis se designa repetidad veces con este nombre.

16. Como quiera, la ridícula persuasión de que el demonio se constituye guarda de los tesoros sepultados, no es [17] tan privativamente propia del ignorante Vulgo, que no se halle apoyada por tal cual Escritor serio. El Padre Martín Delrío cita algunos, que refieren casos, los cuales, no sólo suponen que los Espíritus malignos se han encargado de la custodia de las riquezas subterráneas, mas aun podrían, siendo verdaderos, autorizar la práctica de proceder con exorcismos en el descubrimiento de ellas, porque su asunto se reduce a que el demonio mata, o por lo menos lo procura, a los que se empeñan en descubrirlas. El más célebre, por estar vestido de circunstancias muy especiales, es el siguiente.

17. Hay en el territorio de Basilea una dilatada caverna, a cuyo término acaso no se penetró hasta ahora. Un Sastre de Basilea, que se pinta simple, o bien por mera curiosidad, o con la esperanza de hallar algún tesoro, se animó, no sólo a entrar en ella, mas aun de avanzarse más adelante de donde otros habían llegado. Metido en la gruta, con una vela bendita encendida en la mano, dijo, que lo primero había entrado por una puerta de hierro a una cámara, de allí a otra; y en fin a unos deliciosísimos jardines, en medio de los cuales, colocada en magnífico Palacio, estaba una Doncella extremamente hermosa, sueltos los cabellos, ceñidas las sienes de dorada diadema; pero en vez de los miembros, que corresponden a la parte inferior, terminaba en una horrible Serpiente. Luego que el Sastre pareció a su vista, tomándole de la mano, le acercó a una arca de hierro, y abriéndola le mostró en ella infinidad de monedas de oro, plata, y cobre, de las cuales le dio algunas, las cuales él después mostraba. Mas para abrir la arca fue menester que la Doncella imperiosamente acallase dos grandes Alanos que la guardaban, y daban terribles ladridos. A esto se siguió manifestar la Doncella al Sastre su historia, y su destino; conviene a saber, que era hija de un Rey, y en virtud de no sé qué imprecaciones diabólicas había tomado aquella horrible figura, en la cual había de conservarse hasta que un joven, que jamás hubiese tocado a mujer alguna, le diese tres osculos, con lo cual se restituiría [18] a su antigua forma, y recompensaría a su galante redentor, haciéndole dueño de todo aquel tesoro. El Sastre, que debía de hallarse con la pureza necesaria para aquella empresa, se resolvió a ella; pero no la finalizó, porque al Segundo osculo hizo la Doncella tan extraordinarios movimientos, por el gozo de ver tan próxima su redención, que temiendo le hiciese pedazos, huyó de ella, y de la gruta.

18. Referido así el caso, le explica el Padre Delrío, diciendo, que aunque puede ser que el sujeto de la historia padeciese alguna demencia, que le representase como visto lo que era puramente imaginado, se inclina más a que realmente la Doncella era un demonio del género de aquellos que llaman Lamias; los dos perros otros dos demonios, que eran guardas del tesoro, o verdadero, o imaginario; y que el intento de aquellos Espíritus infernales era matar al pobre Sastre, si hubiese dado el tercer osculo, de cuyo riesgo Dios le libró, imprimiéndole aquel terror que le hizo huir. Comentó bien excusado, cuando sería mucho más fácil, y mucho más verisímil cortar por la raíz, tratando de fabulosa la narración, la cual es un complejo de circunstancias extravagantes, que tiene todo el aire de cuento de viejas, y más cuando no hay otro fiador de la realidad más que un Sastre. Pero ha que en la Ciudad de Santiago se fabricó otro embuste semejante, interviniendo en él personas de muy superior condición a la del Sastre. Hay un monte vecino a aquella Ciudad, llamado Pico-Sagro, y en él una profunda caverna, en la cual se atrevieron a descender ciertos aventureros, que afirmaban después haber encontrado en ella un Ídolo de oro que guardaban dos Gigantes, con otras particularidades que hacían la relación completa. Averiguóse ser todo patraña, de que resultó bastante confusión a los autores de ella.

19. Ni es menos ridícula que el cuento pasado la causa que señala Lorenzo Ananías, citado por el mismo Delrío, de guardar el demonio con tanta vigilancia los tesoros escondidos. Dice que lo hace así por reservarlos para el Anti-Cristo, a quien los entregará para lograr el séquito de los [19] hombres, y traerlos a la apostasía. ¿Pero de dónde se sabe esto? Responde, que el mismo demonio se lo reveló así a cierto adivino, Ariolo cuidam. Y el P. Delrío añade, que aunque el demonio, como padre de la mentira, no merece crédito alguno, no deja de ser algo verisímil, a vero parum abhorret, que ése sea el motivo porque el demonio guarda los tesoros. Pero yo pronuncio, que no tiene esto ni el menor vestigio de verisimilitud. ¿Para qué los demonios, que tienen otras muchas cosas que hacer, han de estar continuamente ligados a guardar los tesoros subterráneos, cuando con la diligencia momentánea de sepultarlos tres o cuatro picas más abajo, los resguardarán de la rapiña, y se desembarazarán de ese cuidado? Ni es necesario imputar la mentira, suponiendo que lo sea, al demonio: ¿no era bastantemente abonado para ella por sí mismo el Adivino?

20. Arriba dije, que no me parecía enteramente inverisímil, que esta vulgar persuasión de que el demonio guarda los tesoros viniese de alguna de las dos fábulas, el dragón que guardaba las manzanas de las Hespérides, y el que defendía el vellocino de oro. Pero ahora, dentro del mismo recinto de las ficciones Mitológicas, me ocurre origen mucho más acomodado a aquel error vulgar. Entre las fingidas Deidades del Paganismo fue una Pluto, a quien veneraron como Dios de las riquezas. Quieren algunos distinguirle de Plutón Dios infernal; pero la opinión común dice que es el mismo. Está claro sobre la materia un pasaje de Cicerón en el libro 2. de Natura Deorum: dictus Pluto a Ploutos (voz Griega) hoc est, a divitiis, eo quod opes omnes ab inferis, hoc est, ab intimis, terrae visceribus eruantur. Lo propio dice Paseracio debajo del nombre de Pluto, en que se conoce que hablan de uno mismo: Plutus a Graecis fingitur divitiarum Deus. Pero sobre todo es decisiva en el asunto la autoridad de Platón, el cual en el Diálogo de Crátilo dice así: Plutonis nomen ex divitiarum contributione ductum est, eo quod inferne ex terra divitiae emergunt. De estos, y otros muchos pasajes, que se hallan en los Autores Mitológicos, se evidencia, que los Gentiles; que adoraban [20] a Plutón como Dios del Infierno, no consideraban su imperio ceñido a aquella horrible caverna, destinada al suplicio eterno de los malos, sino extendido a todos los lugares, y sitios subterráneos, que es donde ya por las minas de los metales, ya por los tesoros escondidos, se hallan las riquezas. Ni en rigor las voces Latinas infernus, inferne, inferi, significan sino lo que está debajo de nosotros; y por consiguiente todo lo subterráneo, como se puede ver en los Diccionarios Latinos; así como las voces opuestas supernus, superne, superi, tampoco significan en rigor sino lo que está sobre nosotros; aunque en cosas pertenecientes a la Religión restringimos comúnmente el significado de las voces infernus, inferi, superi, a lo supremo, y a lo ínfimo.

21. No sólo parece hija de esta fábula Gentílica la falsa preocupación de los que hoy usan de Exorcismos para descubrir los tesoros; sino la misma, con sólo la diferencia de que éstos dan a Plutón su verdadero carácter que desfiguraban los Gentiles. Plutón era Intendente, y Depositario de los tesoros subterráneos. Eslo el demonio según nuestros preocupados vulgares. ¿Pero quién es realmente Plutón, Deidad del Gentilismo, sino el demonio? Quoniam omnes Dei Gentium daemonia, dice el Psalmista (Psalm. 95.); lo que con más propiedad se verifica de Plutón, que de todas las demás Deidades fingidas, por ser su morada, y lugar de su residencia el infierno, donde preside al castigo de los malhechores.

22. Pero tenga el origen que se quiera la aprehensión de que los demonios son custodios de los tesoros subterráneos, venga o no del Gentilismo, lo que nos hace al caso es saber que esta es una idea vana y ridícula, lo que me parece he demostrado arriba suficientísimamente; y la inspección de los conjuros; de que usan los minadores de tesoros para desencantarlos, como ellos dicen, descubre más su fatuidad. Ve aquí Vmd. la ceremonia con que concluyen todos sus conjuros, copiada del Librejo al pie de la letra, porque ría un poco.

23. Todo alrededor donde estuvieren, con agua bendita, y [21] después con un humazo en una olla grande, como mirra, e incienso, y laurel, y yerbas de San Juan, y romero, y piedra azufre, y ruda, todo esto bendito, se ha de fumar el círculo todo alrededor, y por todo él muy bien: después dejarlo estar, incensando el medio: y así como fueren cavando, se ha de ir echando agua bendita; y cuando lo hallaren (el tesoro), lo han de fumar muy bien para quitarle el veneno, y pestilencia. E inmediatamente supone la advertencia de que intervengan en esto a lo menos tres Sacerdotes. Bien puede ser que algún Sacerdote mentecato haya sido autor de todos estos conjuros, porque he observado, que de tres siglos a esta parte, o poco más, algunos Sacerdotes idiotas van extendiendo cada día a más y más objetos improprios el uso de los Exorcismos. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 10-21.}