Tomo tercero ❦ Carta XXX
Reflexiones Filosóficas, con ocasión de una criatura humana hallada poco ha en el vientre de una Cabra
1. Muy Señor mío: El monstruoso feto, que poco ha se manifestó en la Villa de Fernán-Caballero, y de que V. S. me envió una relación muy exacta, me confirma el miedo, que mucho tiempo ha empezó a congojarme, de que la naturaleza burle siempre todos los conatos de nuestra Filosofía. Varias reflexiones me introdujeron este temor en el alma, el cual sucesivamente va creciendo, de modo, que se me hace muy verisímil, que llegue a tocar la raya de la desesperación. Muchos siglos ha, que los hombres andan inquiriendo las causas de los efectos naturales; y muchos siglos ha, que la naturaleza se obstina en mostrarles sólo los efectos, escondiendo las causas.
2. Habrá como siglo y medio, que el Canciller Bacon, hombre de espíritu vasto, e imaginación elevada, introdujo el desengaño de que, entretanto que los Filósofos no saliesen de las ideas abstractas, y Metafísicas, ningún [328] conocimiento adquirían de la naturaleza; insinuando al mismo tiempo, que el único medio para explorar sus senos era la aplicación al examen del mecanismo. Como fue fácil persuadir esta verdad a muchos entendimientos limpios, y no preocupados, se concibieron unas grandes esperanzas de que con esta antorcha en la mano se desterrarían todas las sombras, que hasta entonces habían ocultado las causas naturales. Pero estas esperanzas no duraron mucho. Descartes, y Gasendo abrazando la idea del mecanismo, erraron el uso, porque se avanzaron a sistemas generales, expuestos a tantas objeciones, algunas en mi juicio insuperables; que los hombres de entendimiento más sólido vinieron a quedar en una incertidumbre igual a la confusión antecedente. Pero estos mismos salieron de ella, e hicieron salir a otros muchos, descubriendo, que el verdadero mecanismo no se debía indagar por ideas teóricas, sino por observaciones experimentales, sin pensar en sistema general alguno; sí sólo contemplando una por una las especies de los Fenómenos. Alcanzóse por este camino algo de la verdadera Física, no la verdad penetrando a alguno de los principios primordiales de las cosas, sí sólo descubriendo las causas inmediatas, o próximas de algunos particulares efectos. Pero esto bastó para que reviviesen las esperanzas ya perdidas de sondear enteramente la naturaleza.
3. ¿Mas qué sucede? Que la naturaleza, empeñada siempre en desengañarnos de lo poco que avanzamos, sucesivamente nos va presentando nuevos Fenómenos antes no vistos, ni aun imaginados; con unos de los cuales nos hace dudar de lo que antes dábamos por asentado, o también nos muestra, que hemos errado en eso mismo: con otros nos hace ver, que cuanto hemos alcanzado en comparación de lo que resta no es más, que un átomo comparado con un monte; o una gota de agua respecto de todo un Océano: como otros, en fin, que en aquellas materias, en que reconocíamos grandes dificultades hau otras dificultades mayores, y misterios más profundos.
4. Estaban los Filósofos satisfechos de sus explicaciones [329] en orden a los meteóros ígneos, que vemos errar por el aire; y de que en esta materia ya no había más que discurrir; y ve aquí, que de algunos años a esta parte empieza a arrebatar los ojos, y admiraciones de los Filósofos el magnífico espectáculo de la Aurora Boreal, pendiente con evidencia de otras causas diferentísimas de las que se habían imaginado para los demás meteóros ígneos, y capaz de inducir la duda de si éstas estaban bien imaginadas.
5. Había Descartes adivinado en grueso, o por mayor la causa de las admirables propriedades atractiva, y directiva del Imán; y éste acaso fue el mayor, y más feliz esfuerzo de aquel valiente genio, pero quedando siempre en la portentosa variedad de los Fenómenos vastísimo campo a nuevas especulaciones; y como si éstos verisímilmente no diesen materia bastante en que ejercitarnos hasta el fin del mundo, se nos aparece de un tiempo a esta parte en la virtud Eléctrica otro abismo de maravillas, que, a lo que se puede juzgar, darán tanto ejercicio a los ingenios, como las de la magnética.
6. Considerábanse los Filósofos descansados para siempre de la fatiga de averiguar la altura de la Atmósfera, porque los repetidos experimentos del desigual peso de ella en diferentes alturas los habían hecho inferir, que su elevación es de diez y seis, o diez y siete leguas Francesas. Y cuando estaban convenidos en esto, sucede, que Mr. de Mairán, (que hoy por la demisión de Mr. de Fontenelle es Secretario de la Academia Real de las Ciencias) meditando profundamente sobre el Fenómeno de la Aurora Boreal, y la causa de él, coligiendo probabilísimamente de la altura del Fenómeno la altura de la Atmósfera; resuelve, que ésta se eleva por lo menos a doscientas leguas sobre la superficie de la tierra. Por lo menos digo, porque el fundamento, sobre que discurrió Mr. Mairán, deja lugar abierto a que su altura sea mucho mayor, que la señalada. Y en efecto, poco después Mr. Casini, el hijo, combinando las observaciones hechas por otros del ascenso, y descenso mayor, o menor del Mercurio en el Tubo de Torriceli, colocado [330] en diferentes alturas, se atrevió a pronunciar, que la de la Atmósfera podía muy bien llegar, y aun pasar de quinientas leguas.
7. Tampoco el ascenso del Mercurio en el Tubo de Torriceli, reglado por el peso del aire, tuvo la firmeza que se había pensado. El célebre Boyle, y el Vizconde de Brounker, Presidente de la Sociedad Regia de Londres, observaron, que en algunas circunstancias el Mercurio quedaba suspendido en el Tubo a la altura de treinta y cuatro dedos, a la de cincuenta y dos, a la de cincuenta y cinco, y en fin, a la de sesenta y cinco, en vez de veinte y siete, o veinte y ocho, a que le hace subir el peso del aire. El Señor Don Tiburcio de Aguirre, que hoy es del Consejo de su Majestad en el de Ordenes, y Capellán Mayor de las Descalzas Reales, siendo Fiscal del Consejo de Navarra, me comunicó otra observación semejante, que él había hecho, para que yo discurriese la causa de tan no esperado Fenómeno. Yo discurrí, y le propuse una, que no le satisfizo, porque no era adaptable a las circunstancias de su experimento; con que yo no tuve que hacer sino confesarle, que atentas ellas mi solución de la dificultad era insuficiente, diciéndole al mismo tiempo, que no esperase de mí otra mejor, porque el célebre Holandés Huyghens, habiendosele propuesto los experimentos de los dos Filósofos Ingleses mencionados, tampoco en realidad acertó con la causa de aquella rara desigualdad; pues en suma sólo dijo, que la elevación del Mercurio hasta veinte y siete, o veinte y ocho dedos, en virtud del peso del aire, estaba establecida con tanta evidencia, que era absolutamente innegable; pero que en algunas circunstancias concurría con el peso del aire otra causa oculta más fuerte que él, y hacía la elevación mucho mayor, lo que no es más, que una conjetura vaga, que nada enseña; y pues un ingenio tan grande como el de Mr. Huyghens no pudo arribar a la solución específica de la dificultad, ¿cómo podría vencerla el mío, siendo muy inferior al de aquel gran Filósofo? En el Tomo décimo de la Historia de la Academia Real de las [331] Ciencias de Mr. Du-Hamel, pag. 532, se lee en el Fenómeno observado por Boyle, y el Vizconde Brounker; y en la siguiente el esfuerzo inútil de Huyghens para investigar la causa.
8. A la misma contemplación de la insuficiencia de nuestro entendimiento, para penetrar las obras de la naturaleza, me conduce el objeto que V. S. me hizo presente con la relación, que se sirvió de enviarme. Con juicio profundo, y verdaderamente filosófico dijo Aristóteles, que en todas las partes de la naturaleza, sin exceptuar alguna, hay algo admirable: Cum nulla res sit naturae, in qua non mirandum aliquid inditum videatur. (lib. 1. de Part. Animal. cap. 5.) En todas las obras de la naturaleza hay que admirar. Pero en mi juicio, en ninguna tanto como en la producción animal, de modo, que juzgo más accesible la explicación de las causas del flujo, y reflujo del mar, de las propriedades del Imán, y de la virtud eléctrica, que la del mecanismo de la producción de los animales, cuya formación, desde el punto de la concepción, hasta el del parto casi toda está llena de misterios. Todo este progreso está cubierto de tinieblas. Pero en el principio de él; esto es, en la concepción, o primera formación es la obscuridad mucho mayor. Esto sucede en la formación regular, y ordinaria; ¿cuánto mayor será la confusión en la que es tan extraordinaria, y peregrina como la del monstruo, que acaba de parecer en la Villa de Fernán-Caballero? Algunos Filósofos modernos abrieron cierto camino para dar alguna luz a aquella misteriosa obra, y fueron seguidos de muchos, en cuyo número pude yo contarme un tiempo, por haber prestado, no a la verdad asenso firme, sí sólo probable, u opinativo a aquella nueva idea. Pero veo, que el nuevo monstruo destruye la nueva idea, y descubre, que aquella imaginada nueva luz no fue realmente más que una nueva sombra. Voy a explicar el monstruo, y a explicarme a mí.
9. Para lo cual supongo lo primero, que ése no es un mixto de las dos especie humana, y caprina, al modo que [332] nos pintan los Faunos, Sátiros, o Silvanos del Gentilismo. Lo uno, porque la unidad individual supone la específica. Ese es un individuo solo, pues es, no bicorpóreo, sino unicorpóreo: luego pertenece a una sola especie. Lo otro; porque la mixtura de dos especies, aun siendo brutas una, y otra, está reputada entre los Filósofos por tan imposible, que señalan por ejemplo de todo lo que es repugnante, o quimérico el Hirco-cervo; esto es, el complejo de cabra, y ciervo; y por la quimera misma, el complejo de la leonina, caprina, y serpentina, según lo de Ovidio (6. Metamorf.):
Quoque chimaera iugo mediis in partibus hircum,
pectus, & ora leae, caudam serpentis habebat.
10. Supongo lo segundo, que no es de una tercera especie, o media entre las dos humana, y caprina. La razón es, porque siendo un individuo, no puede tener más de un alma, y no hay alma media entre la racional, y la bruta. O es material, o inmaterial. Si material, es enteramente bruta; si inmaterial, es enteramente racional. De la comixtión de brutos de diferente especie puede resultar individuo de una tercera especie, o media entre los dos, como en efecto resulta del jumento, y de la yegua. Mas de la comixtión de la especie humana con alguna bruta es imposible esta resultancia por la razón alegada.
11. Consiguientemente a estas dos suposiciones digo, que ese monstruo se debe declarar íntegramente colocado dentro de la especie humana; por lo que la figura declinó hacia la caprina, es tan poco, que no puede inducir la más leve duda. La descripción, que V. S. me envió, le representa en la forma siguiente.
12. La cabeza era redonda como la humana: los ojos abiertos en el sitio regular: las cejas, y pestañas con pelo rubio muy suave, que con dificultad se percibía: las narices romas de figura humana: la boca lo mismo: la lengua de la misma forma, sólo que terminaba en dos puntas: las orejas de [333] cabra, y en su cóncavo parece que apuntaban otras humanas: la barbilla, y quijada inferior algo salida afuera de la superior: los labios, y encías de figura humana: el pescuezo, y hombros de la misma figura, y el nacimiento de los brazos del mismo modo seguidos, y rectos, sólo que terminaban en una mano redonda, que apuntaba en su circunferencia cinco dedos en una, y en otra seis, que en vez de uñas tenían unas pezuñas pequeñas: por la parte inferior de la mano se manifestaba la palma de la mano humana: y por la superior se descubrían los nervios, y venas, que corrían del brazo, y muñeca, hasta los dedos: las espaldas, y pecho extendidas en forma humana, y se dejaban ver las costillas: el vientre, y partes posteriores opuestas a él de la misma figura: los testículos divididos en dos bolsitas, separadas una de otra como un dedo, y manifestaban tener en su interior algún líquido: en la rabadilla tenía una colita pequeña, como el grueso de un dedo de larga: los muslos, piernas, y pies del mismo modo que se ha referido de brazos, y manos: a la entrada del pecho tenía un hoyito, como se registra en el cuerpo humano: la longitud del monstruo desde la cabeza a los pies era algo más que una tercia: el grueso como de infante humano recién nacido al regular tiempo: la superficie de todo el monstruo blanca, y suave,