Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Carta XXIII

Sobre los Sistemas Filosóficos

Excmo. Señor

1. Si yo, desde que me di a los estudios, pudiese haber prevenido, que mis tareas literarias habían de conseguir algún día el supremo honor, con que las corona la Carta, que V. E. se ha servido de dirigirme, hubiera antes puesto más cuidado en merecerle, y por consiguiente padecería ahora menos sonrojo al recibirle; pues aunque ningún esfuerzo mío bastaría para proporcionarme a tan elevado favor, bastaría al fin a darme satisfacción de no desmerecerle por mi negligencia.

2. Luego que empecé a poner los ojos en los Libros, empecé a adquirir noticias de aquel asombro de Italia, y del mundo; de aquel a quien el Cardenal Belarmino cualificó de Máximo en Ingenio, y Doctrina: Angelo [283] Policiano, de Superior a todo excogitable elogio, Sixto Senense, de Varón de ingenio prodigioso, y usque ad miraculum consumadamente perfecto en todas las Ciencias, Artes, y Lenguas: Vosio, del Nobilísimo entre los Sabios, y Sapientísimo entre los Nobles: Paulo Joxio de Complejo portentoso de cuantas perfecciones se pueden desear en el alma, y en el cuerpo: Erasmo, de Indole verdaderamente divina: los Sabios todos unánimes, de el Fénix de su siglo, y aun de los siguientes. Digo, que luego que empecé a tomar los Libros en la mano, empecé a adquirir noticias de aquel glorioso antecesor de V. E. el Grande Juan Pico, Príncipe de la Mirandola. ¿Quién adivinará entonces, que un sucesor de aquel Gigante entre los Gigantes, heredero de su Sangre, de su Estado, de su Espíritu, y de sus grandes Virtudes, se había de dignar de honrarme con una Carta suya, y Carta tal? Carta, en que siendo tan estimable lo que me favorece como Señor, aun lo es mucho más lo que me instruye como Maestro: Carta, en quien veo, que si el renacer un Fénix de las cenizas de otro Fénix, es fábula entre las Aves, ya en alguna manera es realidad entre los hombres. Fénix aclamaron al grande Juan Pico, y aún aclaman hoy todos los Sabios del Mundo; y siendo, en cuanto V. E. escribe, de Fénix la pluma, y la pinta, parece que en la participación de aquella Sangre se incluyó la reproducción de aquel Espíritu.

3. Los elogios, que V. E. tan gratuitamente me dispensa, aunque tan propios para empeñar mi gratitud, no lo son para inspirarme alguna vanidad; porque siendo cierto, que nadie mejor que V. E. percibe los muchos defectos de mis Escritos, veo muy bien, que alabar lo que pudiera corregir, pende de que quiso en este particular poner a parte las generosidades de Príncipe. Mas el riesgo de envanecerme, que evité por esta parte, me asaltó más fuerte por otra, abriéndole paso la complacencia de ver, que la máxima general, y transcendente, [284] que en las materias Filosóficas sigue V. E. es la misma que yo abracé ya ha no pocos años; digo la de abandonar la investigación de los principios, suponiéndolos absolutamente inaccesibles al ingenio humano; porque las bellas reflexiones, con que V. E. establece la solidez de esta máxima: me lisonjean con la seguridad de que yo en mis especulaciones Filosóficas no he errado el rumbo.

4. He visto en varios Escritos de Filósofos Extranjeros, y mucho más, y mejor lo habrá visto V. E. que el desengaño de Sistema ya, de poco tiempo a esta parte, hizo asiento en algunos espíritus de los más reflexivos de otras Naciones. Y la lástima es, que haya sido de poco tiempo a esta parte. Cuanto puede alcanzar nuestra vista intelectual, mirando hacia atrás por la sucesiva serie de los siglos, aunque pase más allá de Aristóteles, y Platón, hasta Demócrito, Epicuro, Leucippo, Zenón, y Pythágoras, nada ve, o casi nada, sino el encaprichamiento de los Sistemas. Todos estos siglos se perdieron para la Filosofía, y toda la ocupación de los Filósofos, que florecieron en ellos, se puede decir, que fue una mera ociosidad, pues no hicieron otra cosa, que tomar sueños por realidades, sombras por luces, ilusiones por aciertos, parhelias por Soles. Si lo que dieron a especulaciones vagas, dieran a observaciones experimentales, ¡Oh! ¡qué Gozofilacio tan opulento de Física hubieran dejado a la posteridad, en vez de los inútiles harapos que hemos heredado de ellos! ¿porque de qué nos sirven los números de Pythágoras, los átomos de Leucippo, las ideas de Platón, las cualidades elementales de Aristóteles, y otras baratijas semejantes?

5. Advirtió el primero el Canciller Bacon, que eran descaminados los rumbos de todos los Sistemas; y en varias Obras suyas mostró a los Filósofos la senda por donde debían caminar. Pero la utilidad, que por entonces lograron sus advertencias, fue poca. Es el caso, que como Bacon halló apoderado del mundo literario a Aristóteles, cuya autoridad, y fortuna habían desterrado [285] de él las demás sectas, formó empeño muy especial en desautorizar a Aristóteles, y lo consiguió con muchos. Pero estos mismos siniestramente juzgaron, que el yerro únicamente estaba en seguir a este Filósofo, y por consiguiente, que sustituyendo a sus ideas generales otras distintas, pero igualmente generales, se podía esperar de ellas el acierto. En esta situación de los ánimos parecieron al mundo dos grandes hombres, Pedro Gasendo, y Renato Descartes, unánimes en hacer la guerra a Aristóteles, aunque discordes en la doctrina que pretendían introducir: felices uno, y otro en cuanto por sí, y por sus Sectarios la hicieron ofensiva, porque mostraron muy bien, ya la insuficiencia, ya la insubsistencia de los principios Aristotélicos. Pero tratando cada uno de erigir su distinto Sistema sobre las ruinas del Aristotélico, se pusieron en la necesidad de defenderle en los ataques de los Peripatéticos, en que no tuvieron igual suerte; porque en efecto uno, y otro Sistema flaquean por varias partes, en que padecen grandes dificultades. La gloria de estos dos hombres fue desigual; esto es, inferior la de Gasendo: ya porque tuvo poco de invención, no siendo su Sistema más que una piedad, ya porque tuvo mucho menor número de Sectarios.

6. Descartes, menos docto a la verdad que Gasendo, pero dotado de un ingenio audaz, sublime, vasto, de miras más elevadas, y mucho más fecundo en grandes ideas, produjo un Sistema correspondiente a la cualidades mentales de su Autor; esto es, tan magnífico, y brillante como nuevo, a quien V. E. caracteriza admirablemente, cuando escribe, que tiene tanto de hermoso, y ameno, como un Poema de bizarra, y bien ordenada invención. Nuevo llamo el Sistema, sin que me hagan fuerza los que pretenden quitar a Descartes la prerrogativa de original, congregando unas tenues, y confusas hilachas de Leucippo, Jordán Bruno, y Keplero [286] para los turbillones: de Bacon, y Aristóteles para la materia sutil; y mucho menos lo del Portugués Gómez Pereira para despojar de alma los brutos; pues aunque en esta generalidad convino el Filósofo Francés con el Médico Lusitano, el rumbo fue diversísimo, supliendo aquél el alma con el mecanismo, y éste con lo que más aborrecía Descartes; esto es, la simpatía, y antipatía.

7. Al ruido que hizo el nuevo Sistema, se puso en armas casi todo el Orbe Literario. Tuvo Descartes muchos sectarios, y muchos enemigos. Esto es común a todos los grandes Autores, si son Autores originales; y a la verdad, los que no son originales, bien lejos de ser grandes, ni aun apenas pueden llamarse Autores. Hirvió el mundo por algún tiempo de Escritos, contra, y a favor de Descartes. No pensaban los que tenían nombre de Filósofos en otra cosa; descuidando unos, y otros de seguir el plan de Bacon, el único que puede dar algún útil, y seguro conocimiento de la Naturaleza. Mas ya, al fin, esto se advirtió por algunos, y no pocos espíritus sólidos de Francia, e Inglaterra, que abandonando el examen de los primeros principios, se determinaron a buscar la Naturaleza en sí misma; fijando la atención en los efectos, para colegir de ellos, en cuanto se pudiese, las causas inmediatas. Este proyecto, formado entre varios Sabios de una, y otra Nación, ocasionó el origen de las dos célebres Academias, la Real de las Ciencias en París, y la Sociedad Regia en Londres, erigiéndose después a imitación de estas, otras en varios Reinos. De modo, que el intervalo, que hubo del año de 60, hasta el 80 del siglo pasado, se puede tomar como época del nacimiento, e infancia de la Física Experimental, ocurriendo felizmente en el mismo tiempo la invención de aquel instrumento fecundísimo en Experimentos, digo de la Máquina Pneumática, que se debió a Otton Von Guerick, Magistrado de Magdeburg.

8. Los continuados frutos, que en el conocimiento de la Naturaleza se iban logrando sucesivamente del [287] nuevo método, iban al mismo paso haciendo perder el gusto de los Sistemas, ayudando a ello no poco el descubrimiento de algunos considerables defectos en el más plausible de todos; esto es en el Cartesiano, aunque al mismo tiempo procuraban mantenerle algunos celosos sectarios, que, del mejor modo que podían, reparaban las brechas, que en él hacían sus contrarios.

9. Hallándose en este estado las cosas de la Filosofía, salió al público aquella grande Obra de Newton, cuyo título es : Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, parto prodigioso de prodigioso ingenio, pero que tardó algún tiempo en granjear toda la estimación que merecía; porque siendo la basa de la Obra muy profundísima Geometría, producción al fin del mayor Geómetra que tuvo el mundo (pues esta gloria nadie se la niega a Newton), los medianos Geómetras nada veían allí sino tinieblas, y los más adelantados no lo eran tanto, que no necesitasen de tiempo, reflexión, y estudio para enterarse del nuevo Sistema; mas luego que se enteraron, testificando a todo el mundo su admiración, y su aplauso, hicieron que todo el mundo aplaudiese, y admirase lo que ellos aplaudían, y admiraban.

10. Parece que niega V. E. a la doctrina Newtoniana la cualidad de Sistemática, porque prescinde de los principios. Sin embargo veo, que muchos Autores le dan el nombre de Sistema. Acaso será esta una mera cuestión de nombre. Si por Sistema se quiere entender un complejo, o un todo de doctrina, cuyas partes están ligadas, o como contenidas debajo de alguna razón genérica, y común a todas. Sistema es el de Newton, pues cuantos fenómenos hay en la Naturaleza, reduce a la recíproca pesantez de los cuerpos. Y aun no sé si esto mismo fue señalar el principio generalísimo de todos los movimientos; pues aunque él confiesa, que no tiene una idea clara de lo que ya llama Pesantez, ya Atracción, no por eso deja de conocer, y afirmar (aunque no pueda definirla), que hay en la Naturaleza cierta fuerza, [288] que mueve recíprocamente los cuerpos, según tales, y tales leyes. ¿Pues por qué no podrá darse nombre de principio en el Sistema Newtoniano a esta fuerza, aunque se ignore su esencia?

11. Y no sé, Excelentísimo Señor, si le fue lícito a Descartes, y lo es a los Cartesianos poner el movimiento de la materia pendiente únicamente de la voluntad, y acción de la primera Causa; de tal modo, que la continuación de aquel movimiento sea arreglada a las Leyes, que quiso establecer el mismo Autor de la Naturaleza; ¿por qué no podrán valerse del mismo recurso los que quieran seguir a Newton, diciendo, que esa fuerza, que hacen mover unos cuerpos hacia otros, es la fuerza de la Divina Mano; y que guardar en su recíproca tendencia la proporción de las masas, y las distancias, no es más que obedecer las leyes, que para ese movimiento estableció el Altísimo? Puesto el que los Newtonianos convengan con los Cartesianos en reducir todos los movimientos naturales a la voluntad, y acción de la primera Causa, restará examinar por la observación, y el cálculo a qué leyes corresponden con más exactitud los fenómenos, si a las que señaló Descartes, o a las que propuso Newton. Y este creo que sea el único punto esencialísimo de la disputa: en el cual, según lo poco que he leído, creo que los más que han profundado la doctrina de uno, y otro Filósofo, hallan grandes ventajas de parte de Newton; y para que yo asienta a ello, bástame ver a V. E. declarado por este, y contra Descartes.

12. Ni pienso que en la doctrina de Newton haya resistencia alguna a este recurso a la primera Causa; porque confesando él, que ignora qué fuerza es la que mueve los cuerpos, y por eso deja libre que le den el nombre, u de atracción, u de pesantez, u de impulsión, si determinamos esta última, es preciso reconocer por impelente, o mediato, o inmediato al Autor de la Naturaleza: porque demos que otro cuerpo, que ignoramos [289], mueva esos cuerpos, cuyos movimientos vemos, preguntare ¿quién mueve aquel cuerpo para que impela a éstos? Y por evitar el proceso infinito, tarde, o temprano hemos de venir a dar con la primera Causa. Siendo, pues, esto necesario, vamos a ella por el atajo; este es, excusemos todo cuerpo intermedio impelente, siguiendo la regla Filosófica, frustra fit per plura, quod potest fieri per pauciora, que coincide con la otra, non sunt multiplicandae entitates sine necessitate; y consideremos la mano del Altísimo impeliendo inmediatamente por sí misma esos cuerpos, según las leyes que estableció su voluntad, y expuso al mundo Newton.

13. Este recurso tiene también la conveniencia de desembarazar a los Newtonianos de la objeción, en que insisten tanto sus contrarios, de que admiten verdadera atracción, cuando ya unánimes los Filósofos, acordes en este punto a Descartes, la habían relegado al país de las quimeras. Y es sin duda, que quitada la impulsión, parece inevitable caer en la atracción; porque la pesantez, tómese en el sentido que se quiera esta voz, da a la verdad tendencia de un cuerpo hacia otro, pero no recíproca entre dos cuerpos.

14. Yo creo, que en este pensamiento sigo a V. E. muy a la letra de su Carta; pues tratando en ella de cuán inútil es buscar otro principio de las cosas naturales, que la voluntad del Criador, me pone a los ojos la siguiente cláusula: ¿Qué cosa más digna de la Omnipotencia, que decir Fiat lux, y quedar esta hecha luego al instante: Germinet terra herbam virentem, & factum est ita? ¿Son obras estas de tan poco momento para que las creamos indignas de que nazcan inmediatamente del Criador? ¿Y las atribuiremos al mero impulso de la forma en la materia? &c. Esto me parece, Excelentísimo Señor, que es pensar sólida, y altamente. Estoy, y siempre he estado en que la mejor Filosofía es la que más claramente está acorde con la Religión. Si el Escritor, que inspirado nos dio a conocer el origen, y producción [290] de todas las cosas, no nos manifestó otro principio de ellas más que la mera voluntad del Criador, y esta, por sí, y sin instrumento intermedio, tiene actividad sobrada para todo, ¿por qué hemos de buscar otro principio? Y si para no caer en la existencia necesaria de los átomos con Epicuro, o en la abeternidad del mundo con Aristóteles, es preciso, a la corta, o a la larga, para en la primera Causa, ¿para qué hemos de caminar a ella por el rodeo, pudiendo ir por el atajo?

15. Mas aunque yo cualifico de Sistemática la Filosofía de Newton, estoy muy lejos de imputarle el inconveniente, en que cayeron los demás Sistemas, de impedir la aplicación a la Física Experimental. Ni por ella, ni por su Autor se siguió este inconveniente. No por ella, porque si bien se mira, el Sistema de Newton con toda propiedad se puede decir Experimental, pues fue producido por una comprehensiva observación de cuantos movimientos se experimentan en la Naturaleza. Mucho menos por su Autor, el cual, no sólo fue muy aplicado a los Experimentos, pero en ellos mostró, como en todo lo demás aquella peregrina sutileza de ingenio, de que le dotó el Autor de la Naturaleza. Hablo de aquellos Experimentos, en que se funda su nueva Optica, ¿Quién pensaría, que cabía en el ingenio humano discurrir modo para hacer rigurosa, y exquisita anatomía de los rayos del Sol? Hízola Newton: y sólo porque la hizo Newton, se sabe ya que cabe en el ingenio humano hacerla. De modo, que se puede decir, que la valentía extraordinaria del entendimiento de este hombre puso en tortura a la Naturaleza, para que le revelase sus más íntimos secretos.

16. Este es el concepto que tengo hecho de Newton, y éste el que he insinuado en mis Escritos, cuando ocurrió hacer memoria de él; pues nunca pienso le he nombrado sin la mezcla de algún particular elogio: como en el Tomo V del Teatro, Discurso XI, número 41, donde escribí. El Caballero Newton, Ingenio de primer orden. [291] Y en el VIII, Discurso IV, número 3: El Sutilísimo Inglés Isaac Newton. Y en el primer Tomo de Cartas, a la XXXV, número 7 le apellidé el Gran Newton.

17. Ya veo que esto no basta para satisfacer a la reconvención que me hace V. E. de no haber jamás tocado cosa alguna de la doctrina de Newton, habiendo hablado en varios lugares de la de Descartes, cuyo mérito ciertamente no es superior al de Newton, y yo llanamente confesaré a V. E. que en mi sentir ni aun igual. Con todo satisfaré a V. E. sobre este artículo, exhibiéndole las razones, que me movieron a aquel silencio.

18. La primera consiste en la dificultad, o mejor diré imposibilidad, que hallo en explicar al Público Español, ni aun superficialmente, el Sistema Newtoniano. Yo no tengo de Newton sino las Instituciones de su Filosofía, que compiló Sgravesande, el cual se abstiene de entrar en aquellos enredosos laberintos del cálculo, que es menester para la aplicación del Sistema a los diferentes fenómenos, y en que no puede dar un paso quien no esté muy instruido en la más sutil, y profunda Geometría. Aun propuesto el Sistema de Newton en aquella generalidad, ¿cuántos se hallarán en cada Provincia capaces de entenderle? Pocos, habrá, que al exponerles las leyes de fuerzas centrales, que es como el A, B, C, de la Filosofía Newtoniana, no huyan horrorizados, como si les pusieran delante un espectro horrendo.

19. La segunda razón es, que aun cuando las entienda, no se halla aún España en disposición para admitir unas novedades para ella tan extrañas. Considere V. E. que yo, hasta ahora, en materias Físicas me contuve dentro de los términos de impugnar sólo muchos crasos errores dominantes en nuestra Península, como el Antiperístasis, la esfera del fuego, los influjos de los Eclipses, los Años Climatéricos, &c. y esto con argumentos palpables. Con todo V. E. habrá visto con cuánta tenacidad, y cuán ninguna razón porfían algunos en mantener el Público en estos crasos errores, echándole polvo en [292] los ojos, para que no vea la luz; pues no es otra cosa, que polvo, o polvareda el confuso fárrago de inepcias, con que pretenden alucinarle, desentendiéndose de mis argumentos, o no entendiéndolos, ni oponiendo a ellos sino broza, y hojarasca.

20. ¿Qué dirán estos, si me oyen, que todos los cuerpos pesan recíprocamente unos hacia otros a Proporción de sus masas, en razón inversa de los cuadrados de las distancias: que por consiguiente la Luna pesa hacia la Tierra, todos los Planetas hacia el Sol, los Planetas secundarios hacia los primarios, y recíprocamente entre sí unos, y otros; de modo, que si no se equilibrasen en todos estos cuerpos las fuerzas centrípetas, y centrífugas, se precipitarían unos sobre otros, y se haría de todos una confusa masa, o nuevo caos?

21. ¿Pues qué sería, si metiéndome a explicarles el Sistema Optico de Newton, les dijese, que los colores, ni existen como cualidades suyas en los cuerpos, que llamamos colorados, como sentían los Antiguos: ni consisten en la varia reflexión de la luz, como antes de Newton daban por sentado casi todos los Modernos; sino que están precisamente en la misma luz; de modo, que entre los rayos del Sol hay unos que son rojos, otros azules, otros verdes, otros violáceos, &c. según su diversa refrangibilidad? Aunque a la verdad, según la mente de Newton, no tan propiamente se pueden llamar colorados, azules, verdes, &c. como caloríficos, rubríficos, viridíficos, &c. Es cierto, que si los Experimentos de Newton no probaron esto con entera certeza, no se puede negar que le hayan dado un alto grado de probabilidad. Sin embargo, desde ahora me parece estoy oyendo, como en profecía; las innumerables carcajadas que se darán llegando el caso de que en España salga a luz pública esta nueva doctrina. Resta aún, Excelentísimo Señor, mucha maleza que desmontar en España, antes de sacar a luz estas, que se pueden llamar, ya delicadezas, ya profundidades de la Física. [293]

22. La tercera razón, y la más fuerte, es, que el Sistema Newtoniano envuelve, o supone necesariamente el Copernicano de la constitución del mundo; esto es, de la quietud del Sol, haciendo a este Astro centro del Universo; o hablando en el lenguaje de Descartes, y de otros muchos, centro de nuestro mundo; esto es, de el Turbillón Solar; pues este, y otros atrevidos Filósofos de estos tiempos constituyen por vía de conjetura otros tantos mundos, o turbillones análogos al nuestro, cuantas son las Estrellas fijas, que consideran ser otros tantos Soles: haciendo, digo, a este Astro centro del Universo, y Trasladando sus movimientos diurno, y anuo a la Tierra.

23. Esta opinión, aunque ya comunísima en Francia, y recibida de muchos en Italia, padece, no sólo un gran aborrecimiento, mas tambíen un gran desprecio en España, en parte por religiosidad, en parte por ignorancia. Por religiosidad, porque esta opinión parece se opone a algunos Textos de la Escritura, que entendidos en el rigor literal, afirman el movimiento del Sol, especialmente aquel del Eclesiástico, cap. I: Oritur Sol, & occidit, & ad locum suum revertitur, ibique renascens gyrat per meridiem, & flectitur ad Aquilonem, &c. por cuyo título la condenó la Inquisición Romana, permitiendo sólo tratarla como hipótesis, y a su tenaz defensor el célebre Florentin Galileo tuvo cinco años en prisión, de que al fin salió por medio de una retractación aparente; aparente digo, porque después dio señas nada equívocas de permanecer siempre en el mismo dictamen. Algunos quieren, que no sólo el Tribunal de la Inquisición Romana, mas también la Cátedra Apostólica la haya condenado; en que es de admirar la insigne equivocación de Don Juan Bautista Berni, que en el lib. 3 de su Física, cap. 3, atribuye la condenación del Sistema Copernicano a Urbano V, que murió más de cien años antes que naciese Nicolao Copérnico. En el Diccionario de Moreri se lee, que le condenó Urbano [294] VIII. Pero no he visto otra noticia, o vestigio de esta condenación: no es creíble que la haya habido, pues en ese caso, por lo menos en Italia, donde se respetan como absolutamente infalibles las Decisiones Doctrinales de la Cátedra Apostólica, no tendría Sectarios algunos el Sistema Copernicano; y se sabe que los tiene, y no pocos, especialmente en el Reino de Nápoles; lo que persuade, que la Inquisición Romana está ya algo indulgente sobre este artículo. Acaso el Sabio Benedictino Castelli, que del Monte Casino llamó el Papa Urbano VIII a Roma para enseñar en aquel gran Teatro las Matemáticas, y el cual había sido discípulo de Galileo, hizo mitigar el ceño, con que allí se miraba la opinión de su Maestro, que era la misma de Copérnico. La de España creo que nada ha decretado contra Copérnico, por lo que acá no hay de parte del Santo Tribunal embarazo para seguirle. Pero como subsiste la oposición, por lo menos probable, de su Sistema con la Sacra Página, se mira en España como interés de la Religión el no admitirle, y es laudable este religioso celo.

24. Pero como acá se pretende también, que el Sistema Copernicano se opone a las Observaciones Experimentales, in hoc non laudo. Es tan claro como la luz meridiana, que en este Sistema se salvan todas las apariencias, no sólo tan bien, pero aun mejor que en el de Ptolomeo, lo cual no niegan ya, ni pueden negar los mismos contrarios de Copérnico, que están bien instruidos en la Física, y Matemática, pertenecientes a este punto; confesando, que a excepción de los Textos de la Escritura, no hay cosa que haga fuerza alguna contra su Sistema. Por lo cual apenas pude contener la risa, cuando en el lugar de Berni, citado arriba, leí la siguiente cláusula: ¿Y quién había de creer, que la Tierra da una vuelta en 24 horas, y que nosotros andamos sobre ella 7200 leguas, que es su circunferencia, y en cada hora 300 sin sentirlo nosotros, ni advertir la fuerza [295] de la atmósfera? Muy de extrañar es, que un Filósofo, que se pone a impugnar el Sistema Copernicano, ignore que en él se atribuye a la atmósfera el mismo, o los mismos movimientos que a la Tierra; por consiguiente no puede hacer más impresión, o fuerza en los vivientes, que se mueven en ella, que estando quietas una, y otra.

25. Habiendo expuesto a V. E. los motivos, que me han retraído de exponer al Público la doctrina Newtoniana, sólo me resta manifestar a V. E. mi profunda gratitud al ofrecimiento de remitirme las Obras de Newton: favor que yo no puedo menos de aceptar, porque no me deja libertad para ello el conocimiento de su alto precio, ya por ser dádiva de V. E. ya por ser producciones de aquel grande hombre. Ya arriba insinué a V. E. que no tengo de Newton sino el Compendio, que de su Filosofía hizo Sgravesande; pero sí muchas, y grandes noticias de Newton, adquiridas en otros libros, y especialmente de su invención del Cálculo diferencial, o Geometría de los infinitamente pequeños, descubrimiento asombroso, que yo contemplo como el más valiente esfuerzo, que hasta ahora hizo el ingenio humano. Pero el navegar, y sondear tan profundo, y dilatado Océano es para V. E. de quien tengo seguras noticias, que es un insigne Geómetra. A mí sólo me es permitido examinar sus orillas, como en efecto las he reconocido en alguna manera en la excelente Obra de los Elementos de la Geometría del infinito, de Mr. de Fontenelle.

26. La primera noticia de la exposición del Apocalypsi, hecha por Newton, es la que me da V. E. Y siendo tan infeliz esa Obra, como V. E. me la pinta, tengo por verosímil, que sea supuesta al gran Newton por alguno que quiso acreditarla con su nombre, mayormente cuando ni en el Suplemento del Diccionario de Moreri, y lo que es más, en el Elogio Histórico de Newton, estampado en la Historia de la Academia Real [296] de las Ciencias del año de 27, se habla palabra de tal exposición, haciéndose en una, y otra parte enumeración de sus Obras.

27. La memoria que V. E. me hace del Doctor Martínez, no sólo renueva, pero agrava mi dolor en asunto de su muerte, porque aquella expresión de V. E. este glorioso Ingenio fue víctima, que la ignorancia consagra a su obstinación, o murió, como se dice, en el asalto, si no yerro su inteligencia, significa, que el villano desquite, que abrazaron algunos de aquellos, cuyos errores impugnaba Martínez, de oponer injurias a razones, hizo tan profunda impresión en su noble ánimo, que le aceleró la muerte; y aunque no ignoraba yo cuánto se ensangrentaron en él la envidia, y la ignorancia, estaba muy lejos de pensar, que hubiese inspirado tanta aflicción en su espíritu, lo que sólo merecía su desprecio. Y no menos distante me considero de la gloria, que V. E. me atribuye de haber conseguido el triunfo a que no pudo arribar Martínez, siendo, a mi parecer, la única distinción que puedo arrogarme, el que si Martínez murió en el asalto, yo me mantengo sin herida alguna en la brecha.

28. Ya he dicho, Excelentísimo Señor, que aún resta mucho terreno que desmontar en España. Y añado ahora, que tanto más conviene desmontarlo, cuanto es cierto, que este terreno es tan fértil de buenos Ingenios, cuanto otro cualquiera del mundo. Esto se manifiesta en lo mucho que han florecido, y florecen los Españoles en aquellas Facultades, a que se han aplicado con algún ardor; quiero decir, la Teología, la Jurisprudencia, y la Metafísica ideal.

29. Bien creo yo que son muchos los que ha recibido bien mis desengaños en orden a tantas preocupaciones vulgares como he impugnado; de que es una prueba nada incierta el gran despacho que han tenido, y tienen mis libros, cotejado con el poco que logran los de mis contrarios. Sé también, que son muchos los [297] que aplauden mis tareas. Pero estos, aunque me animan, no me ayudan, habiendo entre ellos algunos muy capaces de hacerlo, los cuales importaría infinito que cooperasen a mi empresa; porque como no sólo la Plebe Civil, mas aun el Vulgo Literato (no extrañará V. E. la voz, pues no ignora cuánto Vulgo hay entre los mismos Profesores de las Letras) no se deja persuadir de la razón, sino de la autoridad; mientras no ve más que una pluma en campaña contra sus errores, cree que todos los demás están a favor de ellos, y en la imaginada multitud de sus Patronos piensa tener un escudo impenetrable contra los más fuertes argumentos. Cuántas, y cuántas veces este, aquel, y el otro, no hallando qué responder a mis razones, se han excusado con decir: ¿Pero es posible que sólo el Padre Feijoo acierte, y yerren todos los demás? Esta cantinela se ha hecho comunísima, y no lo sería, si una pequeña parte de los muchos que sienten conmigo, se descubriese al Público, rebatiendo a mis Impugnadores; que yo conozco algunos muy superiores en habilidad a todos ellos.

30. Dícenme a esto, que las objeciones de mis contrarios son indignas de otra respuesta, que un desdeñoso silencio. Pero resta que todos sientan lo mismo; y estamos muy lejos de ese caso. La máxima parte del mundo, que se compone de necios, en las Guerras Literarias a cierra ojos declara la victoria por el último que habla, y mucho más si habla con osadía, y desvergüenza, tomando lo que caracteriza la obstinada ignorancia por prueba de sabiduría.

31. Pero ya es tiempo de levantar la pluma, y antes debiera hacerlo para evitar a V. E. la molestia de leer tan prolija Carta, en que el placer de hablar con V. E. me embebió de modo, que no advertí hasta ahora, que lo que para mí es deleite, será para V. E. mortificación.

Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años, &c.

Escolio

32. En lo que se dice del Grande Juan Pico al principio de la Carta antecedente nada hay de hiperbólico, adulatorio; antes se puede reputar el panegírico inferior a su mérito. Fue aquel un hombre sumamente extraordinario, un rarísimo complejo de cuantas prendas de alma, y cuerpo se pueden desear, y apenas se puede esperar en la especie humana. Léese de él en varios Autores, que a los diez años de edad estudiaba el Derecho, y al mismo tiempo le iba comentando: que a los diez y ocho sabía veinte y dos Lenguas: que a los veinte y cuatro (algunos dicen que a los veinte y tres) pasó a Roma, de donde esparciendo por todo el Orbe Literario novecientas Conclusiones en asuntos pertenecientes a todas las Ciencias, se ofreció a defenderlas contra cualesquiera Disputantes, prometiendo al mismo tiempo indemnizar de los gastos de ida, vuelta, y estancia a todos los ausentes, que quisiesen concurrir. En efecto concurrieron muchos, y de todos triunfó. Sobre un grande ingenio, y portentosa memoria, fue dotado de inexhausta, y graciosísima facundia: de un genio extremamente amable, liberal, y benéfico: de un agrado tal, que cautivaba a todos cuantos le trataban. Aun en las prendas del cuerpo, porque ninguna perfección faltase a esta rara maravilla de la humana especie, quiso dotarle ventajosamente el Autor de la Naturaleza, porque fue de cuerpo gentil, y prócer, y extraordinariamente hermoso. De hermosura casi divina, dice su contemporáneo Angelo Policiano, que le conoció, y trató: Forma pene divina iuvenis, & eminenti corporis maiestate. (Centur. I. Miscellan. cap. 100).

33. Pero lo que importa más que todo es, que no fue menos liberal Dios con él, en cuanto Autor de la Gracia, que en cuanto Autor de la Naturaleza; siendo constante [299], que resplandeció en este Príncipe, no una virtud común, o mediana, sino ilustre, austera, ejemplar, penitente, y devotísima, llegando su desasimiento de las cosas del mundo a la heroicidad de renunciar el Principado de Mirandola, y Concordia; hecho lo cual, se retiró a Florencia, para entregarse enteramente a ejercicios de la Cristiana piedad, en cuyas santas ocupaciones le cogió la muerte antes de cumplir treinta y tres años de edad, y fue enterrado en el Templo de San Marcos de aquella Ciudad, donde se lee este epitafio suyo de mucha alma, compuesto por Hércules Strozi:

Hic situs est Picus Mirandula, caetera norunt,
Et Tagus, & Ganges; forsan, & Antipodes.

34. En este milagro de la Naturaleza, e hijo querido de la Gracia, se vio, que no hay prendas, ni virtudes tan eminentes, a quienes no se atreva la envidia. Por tres partes pretendió morder al gran Mirandulano esta sierpe infernal. La primera, moviendo algunos Teólogos a censurar muchas de sus novecientas proposiciones, los cuales con sus invectivas hicieron tanto ruido, que llegando a los oídos del Papa Inocencio VIII, de orden suyo se examinaron; y del mucho número, que censuraban aquellos Teólogos, sólo se hallaron trece proposiciones dignas de reparo, las cuales Pico defendió con una Apología, que se halla al principio de sus Obras, acompañada de un Breve de Alejandro VI. Una cosa muy particular se refiere en ella, que muestra a cuanto llega la necia osadía de algunos hombres en orden a censurar materias, de que ignoran aun los primeros términos.

35. Algunas de las novecientas proposiciones eran sobre la Arte Cabalística. Uno de los Teólogos, que ni sabía lo que era Cábala, ni acaso había jamás oído hasta entonces las voces de Cábala, y Cabalistas, tocándose la materia en cierto congreso, pronunció con autoridad [300] Magistral, que todas las proposiciones de Cábala se debían condenar como hereticales (y advirtió, que ninguna de ellas fue comprehendida en las trece que se hicieron reparables). Pero lo pronunció con tales voces, que se echó de ver, que ignoraba enteramente el significado de la voz Cábala, por lo cual le preguntó uno, ¿qué significaba esta voz? A lo que él, sin detenerse, tomando el nombre de Arte por nombre de Autor, respondió, que Cábala había sido un pernicioso, y maldito Hereje, que había escrito mil blasfemias contra Jesu-Christo, y que de él sus sectarios se llamaban Cabalistas. ¡Oh, cuánto hay de esto en el mundo! ¡Oh, cuántos hay de estos Teólogos a secas, y aislados enteramente en su Facultad, que sin la más leve tintura de otra alguna, en cualquier materia, que se toque, cortan, rajan, e hienden soberanamente, siempre que se ven centros de un círculo de ignorantes, cuya rudeza da salvo conducto a cuantas extravagancias quieran proferir! Poco ha que un Teólogo de estos, a un buen Caballero, que reconozco, metió en la cabeza, e hizo creer la fatuidad de que no hay tal, o tales Ciencias llamadas Matemáticas en el mundo; sino que este es un embuste transcendente a todos los que se dicen Matemáticos.

36. El segundo tiro, que hizo la envidia a aquel raro hombre, fue la calumnia de que era Mágico, poniendo en la boca de muchos, que sin pacto con el demonio era imposible saber tanto en tan corta edad. Esta injuria al Gran Pico resultaba visiblemente contra la Omnipotencia, pues era suponer a Dios de una actividad tan limitada, que no puede dar a hombre alguno capacidad natural, más que hasta tal, o tal término. ¡Oh, cuánto delirian los Pigmeos en el quimérico empeño de rebajar la estatura de los Gigantes!

37. El tercero se redujo a imputar a jactancia, soberbia, y vanagloria juvenil el desafiar a la disputa a todos los Sabios sobre las novecientas proposiciones. No negaré, que esta acusación tiene bastante verosimilitud [301]; y acaso el gran Pico, reconvenido con ella, diría modestamente lo que la otra Reina en Virgilio:

Huic uni forsam potui succumbere culpae.

38. ¿Pero no pueden también discurrirse motivos justos, y honestos en aquella acción? Sin duda. Pudo tener únicamente el de la gloria de Dios, moviendo a admirarle, y aplaudirle, como único Autor de la gran Sabiduría, que exponía a los ojos del mundo en aquella célebre disputa. Pudo tener también el de excitar los ingenios de la Cristiandad a mayor estudio, mostrándoles cuánto ignoraban en lo mucho que él sabía. Mandan la piedad, y la razón que interpretemos en buen sentido las acciones equívocas. Esto, que es equidad, y caridad respecto del común de los hombres, viene a ser como justicia respecto de los grandes hombres, en quienes por título de muy mayores que nosotros, debemos reconocer una especie de superioridad, que los constituye legítimos acreedores a este respeto. La notoria virtud del Gran Pico añade sobre este derecho otro aun más incontestable, para que creamos, que únicamente intervinieron motivos puros, y honestos debajo de aquella superficie de vana ostentación.

Escolio II

39. Los elogios, que en el discurso de la Carta he dado al gran Newton, aunque muy debidos a su admirable ingenio, en ninguna manera significan alguna adherencia mía a su Sistema, el cual puedo yo justamente celebrar como ingeniosísimo, sin aceptarle como verdadero. Pero al mismo tiempo confieso, que tampoco puedo condenarle como falso; porque así para defenderle, como para impugnarle, se necesita, sobre una profundísima Geometría, una exquisita comprehensión de los Campos Celestes, de los Magnéticos, de los Eléctricos, de los Fermentativos, y otros muchos distintos de todos estos. Bien sé que algunos están satisfechos de haberle impugnado eficacísimamente. En el cuarto Tomo del [302] Espectáculo de la naturaleza se cita, sin nombrarle, un Filósofo Experimental, que pretende verle falsificado en cierta especial colocación de un cuerpo eléctrico; y a Monsieur Muschembrock, docto Newtoniano, que confiesa no haber podido adaptarle a los Cuerpos Magnéticos en algunas circunstancias. Mas esto no me hace fuerza; porque el que estos dos no pudiesen adaptar a tales circunstancias el Sistema Newtoniano, no infiere que otros no descubriesen el modo de adaptarle; y mucho más que todos el mismo Newton, si viviese, y se le propusiesen esos reparos.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 282-302.}