Filosofía en español 
Filosofía en español


Luis Credaro

En el resurgimiento de Italia, los hombres cumbres que laboraron por el expansionamiento de la cultura, consideraron que el progreso político había de ser menguado si no se realizaba con fervor religioso, la campaña de manumitir de la ignorancia a los obreros de las capitales y a los labriegos. La pléyade de intelectuales que tomaron participación activa en la vida pública, consagraron sus esfuerzos mancomunados a crear una conciencia intelectual, que dirían los krausistas, despierta, ágil, sensible y abierta a las lastimeras palpitaciones del ente colectivo. Indudablemente, el ejemplo que diera en 1879 en Francia el insigne Julio Ferey, al plantear la enseñanza laica, gratuita y obligatoria, al repercutir en Italia, constituyó un poderosísimo estímulo y bien pronto, hombres de letras, profesores de las Universidades y publicistas egregios, aunaron sus iniciativas y emprendieron una cruzada gloriosa que fue el comienzo de incorporar a las nobles luchas de la ciudadanía, a millares de campesinos que se hallaban sometidos a la dura ley del bronce y a la ominosa esclavitud de la ignorancia más crasa.

Luis Credaro fue, sin disputa, uno de los campeones que demostraron más perspicacia y bravura en la tarea difícil, verdaderamente ardua, de forjar una opinión pública favorable a enaltecer la escuela del pueblo. Sus desvelos y su patriotismo, triunfaron a la postre, consiguiendo despertar en el alma de los obreros la simpatía cordial hacia las instituciones docentes, al convencerse las masas proletarias de los beneficios morales y económicos que había de depararles la instrucción y la formación del carácter. Credaro y sus colaboradores [384] estaban persuadidos de que era preciso asimismo que las clases pudientes sintieran por la escuela el amor indispensable para elevar el plano de la vida nacional. Los propugnadores de la campaña contra el analfabetismo y Luis Credaro con ellos, desviviéronse durante más de tres lustros para elevar el nivel intelectual, económico y político, de los educadores de todos los grados de la enseñanza. Para obtener un perfeccionamiento general en el país y preparar a la clase profesoral, se orientaron las reformas, desvaneciendo los egoísmos de arriba y la inopia de abajo, al hacer solidarios los intereses de la enseñanza, de los de la nación entera. Credaro fue el alma de este movimiento porque acertó a encarnar las más puras y generosas aspiraciones del magisterio italiano.

Luis Credaro es una de las mentalidades de la nación hermana, que han revelado en toda su obra una mayor potencialidad psicológica. Es a un tiempo filósofo, pedagogo, publicista, parlamentario y agitador. Nació Luis Credaro en Colda, provincia de Sondrio, el 15 de Enero de 1860.

Su cuna fue humildísima; hijo de una familia de campesinos, sus primeros pasos en la vida los diera en la más completa orfandad intelectual; pero dotado de una capacidad de trabajo extraordinaria, venció con su infatigable devoción por el saber, la penuria y el desvalimiento; a medida que cursaba la primera enseñanza, Credaro cosechaba premios y obtenía las más altas calificaciones. Fue alumno del colegio Ghislieri, en Pavía, en cuya Universidad recibió el grado de Doctor en Filosofía y Letras. En Alemania completó sus estudios, siguiendo las enseñanzas de Wundt, Heinze y Strümpell. Reintegrado a Italia, ingresó como profesor en el Instituto Superiore di Magistero Femminile, de Roma, en 1885; después de algunos años de explicar Pedagogía en la mencionada institución, fue profesor en los establecimientos de Segunda Enseñanza; en 1889, por concurso de méritos, se le concedió la cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad de Pavía, que es quizás la que mayor prestigio conquistó en estos últimos decenios, por haber integrado su Claustro las figuras más relevantes de la ciencia experimental y de las disciplinas de la sociedad. [385]

Credaro, en 1900, pronunció un discurso de apertura de curso, de tonos vigorosos, defendiendo la tesis de que todos los partidos políticos tenían perfecto derecho a exponer sus doctrinas en la cátedra, con entera independencia de la presión exterior y de las autoridades administrativas. La oración inaugural del docto maestro vino a significar para la didáctica oficial, una verdadera transfusión de sangre nueva que contribuyó no poco a rejuvenecer la vida académica de Italia, porque Credaro supo infundir los efluvios del espíritu científico en el ánimo de la juventud estudiosa y anhelante. En 1902, Credaro, por una votación unánime de la Facultad, ocupó la cátedra de Pedagogía en la Universidad de Roma. Este nombramiento fue un honor máximo, ya que le cupo la gloria de suceder al eminentísimo maestro Antonio Labriola, el más esclarecido intérprete de la doctrina de Carlos Marx.

La organización de la Unione Nazionale Magistrale, fue también obra en gran parte, personal de Credaro; la actividad que desplegara para asociar a los maestros, asombra. Consiguió en 1903, fundir en la citada entidad, a un sinnúmero de asociaciones de maestros; en 1906, la Unione comprendía 34.346 miembros, de los 50.000 maestros, próximamente, con que cuenta Italia. En el Congreso celebrado en Nápoles, en 1903, la Unione tomó el acuerdo de que los candidatos a diputado que pretendieran obtener su apoyo, habían de inscribir en su programa, la reforma escolar; en 8 de Julio de 1904, siendo ministro de Instrucción, el que hubo de ser más tarde presidente del Consejo, Vittorio Emmanuele Orlando, la Unione obtuvo un señalado triunfo al lograr que el Parlamento votara la ley en virtud de la cual se amplió la obligación escolar de tres a seis años, estableciéndose un sexto grado en la escuela elemental; multiplicáronse las escuelas mixtas, se organizó y se declaró obligatoria la enseñanza de los adultos e introdujéronse importantes mejoras en el sueldo de los maestros, que ya poco antes habían logrado la estabilidad, y se habían fijado garantías para su ascenso en leyes anteriormente dictadas. En estos últimos años, la Unione Magistrale, siempre inspirada por Credaro, ha seguido laborando con denuedo para consolidar la ley Orlando, y para que ésta se aplicara íntegramente en todos los casos. [386]

Credaro, en el Parlamento, ha llevado a cabo una gestión dilatada; desde 1895, en que fue elegido por primera vez, representó el distrito de Tizano, siendo reelegido en tres o cuatro elecciones generales; fue el ponente del presupuesto de Instrucción pública y redactó las Memorias de varios proyectos de ley; en 1906, en el primer Gabinete que se constituyó bajo la presidencia de Sidney Sonnino, desempeñó la subsecretaría de Estado, en el ramo de Instrucción pública; después, en varias situaciones, ha sido ministro del mismo departamento; a partir de 1910, bajo la presidencia de Giolitti.

Es tanto el entusiasmo pedagógico de Credaro, que aun siendo ministro acudía diariamente a su cátedra de Pedagogía de la Universidad de Roma. Para Credaro, el deber docente constituye una forma de su cordialidad y por esto la función pedagógica ha sido para él una ineludible necesidad espiritual; antes que todo y por encima de todo, se ha comportado siempre como un educador, un maestro.

Como publicista, ha descollado entre otras, en las obras siguientes: Alfonso Testa, ovvero i Primordii del Kantismo in Italia, 1886; I seminari pedagogici di Lipsia, 1888; Il passato e il presente della storia della filosofia, 1888; Il problema de la libertá di volere nella filosofía dei greci, 1892; en 1893, la Academia de los «Lincei» premió su libro Lo scetticismo degli Accademici con appendice su gli scettici nell’ epoca del Rinascimento, 1886-1893; el gran Dizionario illustrato di pedagogia, en colaboración con el profesor Martinazzoli, 1893; La libertá accademica, 1900; La pedagogia di G. F. Herbart, 1900, segunda edición 1902, y tercera, 1909.

En la Universidad de Roma, ejerciendo la dirección de la Facultad de Filosofía y Letras, el ilustre Credaro, viene siendo un propulsor de las corrientes renovadoras en los estudios superiores, que le deben no pocos de los progresos que se han introducido incesantemente.

La Rivista Pedagógica, de la cual es fundador, publicó hace poco, un profundo estudio, examinando los problemas que se habrán de resolver después de la victoria, con carácter imperativo. A juicio de Credaro, el mayor y más difícil de los escollos can que habrá de tropezar la escuela elemental, es el de «proveer los [387] conocimientos que son el camino intelectual necesario para dar valor a la persona humana y para formar su moralidad y su conciencia política. No quiere esto decir, que los analfabetos no pueden ser personas morales. Afirmarlo, sería una ofensa para nuestros viejos, quienes, no sabiendo leer ni escribir, dieron prueba de virtudes admirables. La experiencia actual ofrece también ejemplos de honestidad en ambientes que podrían disculpar su falta. El heroísmo de la gente pobre, que no disfrutó la alegría de un libro, se ha revelado potente en la guerra de las naciones. Y, al contrario, no faltan ejemplos de ligereza, de necio orgullo, de deshonestidad, unidos a la cultura más refinada.

Librémonos, por consiguiente, del prejuicio de creer que a un grado más alto de instrucción deberá corresponder un hábito de moralidad más constante y fuerte, y que la instrucción más elevada haga necesariamente al individuo más honesto y observante del propio deber. Pero también es un principio universalmente reconocido en todo el mundo civilizado, que el analfabetismo no puede compadecerse con la dignidad individual y con una vida civil satisfactoria. Así como hay un mínimum de decencia y de policía de la persona exterior, por los cuales no se permite al hombre salir de la selva y presentarse en el Municipio o en la Iglesia del lugar, así hay un mínimum de cultura intelectual y moral, para tener el derecho de llamarse ciudadano y vivir entre sus semejantes y ser partícipe en los beneficios de la civilidad. No es lícito vivir conforme a las costumbres y a las ideas inherentes a regímenes sociales que pertenecen ya a la Historia. Hay dos principios éticos y sociales universalmente reconocidos: Primero, que la dignidad individual y la buena conducta no son posibles, sin un grado mínimo de cultura; segundo, que todo hombre, provisto de la instrucción elemental, puede aspirar a la excelencia de la moralidad. La idea de la moralidad no es separable de la cultura elemental.

La transformación del pueblo italiano, más que obra de los gobernantes, ha sido resultado de una pertinaz y concienzuda labor de compenetración de todas las clases directoras, en el más amplio sentido de la palabra, que pusieron un gran empeño en hacer plenamente conscientes a los núcleos sociales de la misión que [388] habían de cumplir y dando el ejemplo, aquellos que tenían una más clara y diáfana percepción de las necesidades de cada momento.

Credaro, como Angiulli, ha sido uno de los portavoces del sincretismo filosófico, aplicada a la actividad social y quien llevó al alma de las muchedumbres el anhelo de hacerlas copartícipes en las luchas para la plenitud de la soberanía. En este sentido, Credaro ensanchó los horizontes de las masas, inculcándoles la idea de que en los maestros de escuela habían de hallar sus guías, sus tutores. En tal respecto, Credaro, ha sido y es, uno de los tipos representativos del movimiento fecundísimo de regeneración pedagógica y social de la Italia de nuestros días.