José Torras y Bages
En España, a diferencia de otros países, no existe una trayectoria espiritual definida; antes al contrario, se advierte que todas las doctrinas filosóficas, científicas y sociales, a pesar de los titánicos esfuerzos de sus propugnadores, no llegan a constituir un sistema, una escuela, un núcleo de laborantismo, con características propias y cuyas enseñanzas trasciendan a la colectividad. En España el nihilismo manso, ha adquirido un empuje tan avasallador, que no sólo no ha podido vencerlo, pero ni siquiera reducir sus efectos, socialmente perniciosos, la fuerza coordinadora de la disciplina eclesiástica, que ha sido indudablemente una de las notas que en el catolicismo de nuestro país ha conseguido mantener la cohesión, no obstante los gérmenes de disolución que han ido minando la existencia de la mayor parte, por no decir todas, las instituciones autóctonas. Por esto se comprende que en todas las regiones españolas, incluso Cataluña, del espíritu que informaba en otras épocas la vida corporativa sólo haya quedado el elemento formal, lo meramente externo y aparatoso. Pero los móviles internos, el sentimiento de la solidaridad íntima, la compenetración entre los afiliados, desapareció, o, por lo menos, se amortiguó de un modo harto sensible. Causas de este fenómeno colectivo hállanse en la carencia de efusión que por dondequiera se manifiesta y que no sólo dificulta los intentos de renovación, condenándolos a un fracaso irremediable, sino que constituye una revelación patente de que en nuestra psicología, esquinada y recelosa, la idea de que los poetas, los sabios, los filósofos, los filántropos, los agitadores y los utopistas, no realizan una labor [372] esencial para la existencia de la colectividad, está hondamente arraigada. ¿Cómo extrañar, pues, que entre nosotros, los grandes sembradores de ideas, los hombres insignes que del cultivo del pensamiento hicieron una misión apostólica, no hayan sido considerados, ni por las clases directoras, ni por los profesionales de toda especie, ni por la muchedumbre, como los genuinos guías que en muchas ocasiones son los verdaderos pastores de almas, los profetas o, dicho empleando la terminología contemporánea, los tipos representativos del alma del pueblo, aquellos que no sólo encarnan y sintetizan el pasado y el presente, sino que modelan, por así decirlo, el porvenir?
La nacionalidad española no ha llegado a ofrecer ninguno de los signos reveladores de que en el solar de nuestra Península se había operado el proceso de integración indispensable, preciso para que al calor del entusiasmo que infunde en los corazones un ideal colectivo, se hubieran fundido, adquiriendo nueva fisonomía, las distintas variedades étnicas que antes constituían los antiguos reinos y principados y que una vez perdidas sus características privativas, vinieron a formar una sola nacionalidad. Dadas las circunstancias en que se inició en España la transformación de los diferentes pueblos ibéricos, que, actualmente, son las provincias, constituidas, más que por los principios de la afinidad por el imperio férreo de la ley, no puede sorprender al sociólogo, ni siquiera al historiógrafo, que la misión moral de los grandes hombres, que en todos los pueblos de Europa ha revestido una tan notoria influencia en el desenvolvimiento gradual, sucesivo y armónico, en nuestro país haya tenido tan escaso, poder y tan exigua virtualidad.
Y es que en España tan sólo hemos sido capaces de estudiar, unas veces, lo pretérito, con un sentido meramente erudito, y otras, sólo nos hemos preocupado de decorar la existencia de las generaciones actuales; pero por incapacidad, por pereza o, por egoísmo, no hemos acertado a vivir intensamente la vida espiritual, parque entre los poetas, los sabios, los filósofos, los filántropos, los agitadores y los utopistas y todas las capas de la sociedad no ha existido, más que excepcionalmente, un nexo, una compenetración sincera y [373] cordial, y este fenómeno nos da elementos de estudio suficiente para explicarnos la infecundidad de todas, o, por lo menos, de buen número de las campañas efectuadas por los propugnadores de las diversas escuelas y tendencias, desde la más pura ortodoxia hasta las más audaces concreciones del no conformismo.
No puede negarse que España ha poseído en todas las épocas de la historia moderna y contemporánea, espíritus vigorosos, almas nobles, hombres conscientes de lo que podía representar para la vitalidad de nuestro pueblo, lo mismo en el orden especulativo que en la esfera de la práctica, el ideal redentor, la misión sagrada que incumbe cumplir a los elegidos, a los altruistas, que sin esperanza de hallar una compensación a sus desvelos, laboraron con empeño para dar a nuestro genio étnico la acometividad, el valor heroico y el ansia de grandeza que en otros tiempos inmortalizaron el nombre de España y el de algunas legiones de sus hombres preclaros. En España no se ha extinguido nunca el anhelo nobilísimo del sentido redentor, y, lo que vale más, en todos los sectores del pensamiento surgieron personalidades insignes, intelectos luminosos, que demostraron que el vigor mental de nuestra raza se mantenía con la misma intensidad en los períodos de decadencia que en las épocas de esplendor; pero la intrahistoria de nuestro pueblo, si escudriñarnos sus principales modalidades, y, sobre todo, las manifestaciones que pueden exteriorizar el dinamismo de los sentimientos y las pasiones de los organismos colectivos, demuestran que ni uno solo de los grandes hombres que más agitaron y conmovieron el ánimo de las muchedumbres, lo mismo en la ciudad que en el campo, en fecha remota como en la hora actual, tuvieron medios, habilidad, recursos para hacer un esfuerzo hercúleo que, si no pudiera manumitir a la comunidad, sirviese, cuando menos, de germen de redención para las generaciones inmediatamente subsiguientes.
¿Por qué en España, varones de la potencialidad intelectual y de la alteza ética de don Julián Sanz del Río, de don Francisco Giner, de Moreno Nieto, de Clarín, de Ángel Ganivet, de Costa, de Macías Picavea, de Manuel de la Revilla, del mismo Castelar, de Pi Margall y de Salmerón, entre los afiliados a las escuelas [374] krausista, hegeliana y positivista, tuvieron una influencia notoriamente interior a la que merecían por su valer, por sus virtudes y por su perseverancia? La causa principal de que tan eminentes pedagogos y pensadores sólo alcanzaran en la esfera colectiva éxitos medianos, debióse a que la sociedad española, incluso en las grandes ciudades, como Madrid y Barcelona, muéstrase reacia a la convivencia entrañable entre el pastor y la masa. Además, el fenómeno que señalamos en el campo de la heterodoxia ha acontecido también entre los afiliados al catolicismo; ahí está, por ejemplo, lo ocurrido en España al filósofo vicense Jaime Balmes, menos conocido del gran público, aun en la actualidad, de lo que suponen y creen los doctos. ¿Y qué decir del psicólogo Francisco Javier Llorens, famoso introductor en España de algunas de las figuras de la escuela filosófica escocesa y de su compañero de profesorado, el celebrado tratadista de Estética Manuel Milá y Fontanals, quien, aunque sea un tanto doloroso confesarlo, era un semiignorado, incluso para sus propios paisanos, cuando el genial Menéndez y Pelayo vino hace algunos años a Barcelona para honrar la memoria de su egregio maestro? Una sola excepción se ha registrado en Barcelona con la personalidad de Durán y Bas; pero, de todas suertes, es indudable que si el gran jurisconsulto catalán llegó a ser popular, debiólo, tanto o más que a sus merecimientos de didáctico y de publicista, a sus triunfos en el foro y a la elevada posición política que ocupara durante medio siglo. Hace seis años con el fallecimiento del doctísimo prelado de Vich, doctor Torras y Bages, uno de los pensadores más eximios de la España contemporánea y acaso el más clarividente de los prestigios de la Iglesia, no ya en España, sino en todo el orbe católico, hubo de acontecer lo que siempre, lo que ocurrió con ocasión del fallecimiento de Valentín Almirall, el definidor del movimiento catalanista en el período romántico de las ideas particularistas catalanas con un sentido de izquierda; lo que también sucediera, cuando bajó al sepulcro el gran poeta Juan Maragall, el espíritu más amplio que ha poseído Cataluña en el último tercio de la centuria pasada y comienzos de la actual. Hay que decirlo sin ambages: en Cataluña no existe una tradición intelectual, y, de [375] existir, no la comparte la masa popular urbana, que es, a la postre, la que sanciona los éxitos, la que tributa honores y sirve con su entusiasmo para preparar el camino del triunfo a los hombres cumbres.
El doctor Torras y Bages no tuvo entre nosotros, la admiración cordial, efusiva, que en Bélgica alcanzara el cardenal Mercier, con quien guardaba el prelado vicense no pocas analogías, tanto desde el punto de vista de su labor como por la altísima unción que distinguía a ambos príncipes de la Iglesia. La personalidad de Torras y Bages era una de las más preeminentes no ya en el episcopado español, sino en el de los pueblos latinos sin excepción. La Iglesia católica, en general, ha visto, en lo que va de siglo, acentuarse la intensa crisis que comenzó a fines del Pontificado de Pío IX y que ni la capacidad, el celo y el tacto de León XIII pudieron contener. En España, más que en ninguna otra nación, el catolicismo se ha resentido de no haberse adecuado a las circunstancias históricas y, sobre todo, de haber permanecido en una situación expectante unas veces, y otras evidentemente hostil, a los avances de la Filosofía, la ciencia de la Naturaleza y las disciplinas de la sociedad. Torras y Bages era uno de los contados ejemplos aquí registrados, de un sacerdote preclaro que, a medida que escalaba, en virtud de merecimientos indiscutidos, cargos de mayor importancia, sentía con más intensidad la responsabilidad inherente a las más elevadas funciones directoras de todo organismo y especialmente de los eclesiásticos, si efectivamente han de cumplir la misión que les compete. Torras y Bages fue un hombre apasionado por la sabiduría, que trabajó con un entusiasmo sin límites para infundir a nuestra Iglesia un sentido que acaso no pueda calificarse de modernista, para que no se crea que directa o indirectamente influyeron en él las tendencias reformistas que han surgido en Italia y en Francia; pero es evidente que tenía el difunto obispo de Vich, un criterio que podríamos calificar de coetaneidad; es decir, que tendía a que la Iglesia católica española, sus organismos y todos los elementos eclesiásticos, en sus diversas jerarquías, pusieran en su ministerio la sencillez, la afabilidad, la ternura y, sobre todo, el sentido místico indispensable para atraer a las muchedumbres. [376] En este respecto, la labor realizada por Torras y Bages, recuerda la de las figuras más eminentes que ha tenido nuestra Iglesia y entre ellas la de San Isidoro, de Sevilla, que decía: «Cuando los cálices eran de madera, los sacerdotes eran de oro; cuando los cálices eran de oro, los sacerdotes eran de madera.» La devoción que puso el doctor Torras y Bages en sus funciones como prelado durante tres lustros, bien elocuentemente queda demostrado en la serie de admirables Pastorales que publicó con un espíritu de continuidad, tal vez no igualado en España ni superado en el extranjero en nuestro tiempo.{1}
Y es que el insigne autor de La Tradició Catalana, poseía una personalidad compleja, inconfundible, No era sólo la unción, el sentido evangelizador, lo que atraía en las Pastorales del eminente Obispo, sino que [377] cautivaba su arte de escritor claro, elegante, su fuerza psíquica, la potencia de su raciocinio y sus dotes de literato, que acertaba siempre a expresar sus ideas, tendiendo a dar a los símbolos, a las abstracciones y a los juicios objetivos, una forma de expresión que fuera asequible a las gentes más sencillas y de cultura rudimentaria. No siempre, como es de suponer, sus diocesanos podían penetrar en la profundidad de los procesos reflexivos del señor Torras y Bages, pero aun sin apoderarse de aquella copiosísima producción ideológica, comprendían el valor intrínseco que atesoraba y los móviles generosos que siempre impulsaban a Torras y Bages en su labor de pastor de almas. Las enseñanzas de la obra evangélica de Torras y Bages muestran el celo y el conocimiento que tenía el obispo de Vich para infundir al catolicismo savia nueva; y así no vaciló en abordar con especial competencia todos los problemas que la realidad iba planteando. No es, pues, de extrañar, que el doctor Torras y Bages gozara de tan sólido prestigio, y que su fama como ideólogo fuese reconocida hasta entre los elementos disidentes y francamente heterodoxos.
El doctor Torras y Bages nació en San Valentí de las Cabanyas, pequeña población del partido de Villafranca del Panadés, en 1846. Hizo sus primeros estudios en el Colegio de Tarrida, de la capital de la comarca del Panadés. Luego trasladóse a Barcelona, con objeto de cursar el bachillerato y terminado éste, las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, siendo condiscípulo, entre otros que con el tiempo habían de ocupar importantes puestos en la vida social, de don Juan Sol y Ortega, el ilustre parlamentario, de don Joaquín Almeda, uno de nuestros más reputados jurisconsultos y de don Manuel Guasp, Jefe que fue del partido conservador en Palma de Mallorca.
Cursando Torras y Bages la carrera de Letras, hubieron de influir poderosamente en el desenvolvimiento de su mentalidad, las enseñanzas del notable psicólogo don Francisco Javier Llorens, quien le inició, junto con sus compañeros, hombres de tanto valer como Marcelino Menéndez y Pelayo, Antonio Rubió y Lluch y José Franquesa y Gomis, en el estudio de las escuelas filosóficas que a la sazón predominaban en Europa. [377] Torras y Bages, por sus singulares aptitudes, granjeóse bien pronto la amistad de su maestro, llegando a ser uno de los alumnos predilectos del egregio pensador catalán. Una vez terminadas ambas carreras literarias, y obtenido el grado de doctor, siendo apadrinado por otro de sus maestros, el señor Durán y Bas, Torras y Bages sintió una honda inquietud espiritual y trasladóse a Vich, en cuyo Seminario Conciliar cursó la Teología, pasando después a Valencia, donde obtuvo el grado de doctor. En el Seminario de Vich familiarizóse con los textos de Santo Tomás de Aquino, y aunque no fue la característica de su intelecto la dialéctica, sino que sintió siempre preferencia por los estudios modernos, la obra de Tomás de Aquino contribuyó a educar el espíritu de Torras y Bages, que después siguió con gran interés el movimiento filosófico de las principales escuelas católicas, incluso las no conformistas. Conocía como pocos eclesiásticos las corrientes del Positivismo, del Idealismo dinámico y del Pragmatismo. En 1871 se ordenó de presbítero y poco después dedicóse al cultivo de la Filosofía escolástica y a las disciplinas eclesiásticas. En Barcelona trabó amistad con los indagadores de nuestro pasado literario e histórico, y especialmente con Balari y Jovany y Mariano Agulló, los cuales, como es sabido, eran dos laborantes infatigables de nuestra cultura y de los que más contribuyeron a crear hábitos de investigación entre nuestra juventud, deseosa de descubrir los tesoros de la Cataluña pretérita.
Desde muy joven sintió Torras y Bages una vocación extraordinaria por los problemas palpitantes y en especial por todo cuanto concernía al resurgimiento de la vida intelectual, política y social de Cataluña. Las obras de Pi y Margall y Valentín Almirall, contribuyeron a despertar en su mente el deseo de acometer investigaciones de carácter filosófico e histórico, y su amistad afectuosa con algunos de los jóvenes que entonces iniciaron el movimiento particularista, en el orden de las ideas y de la acción social, hubieron de influir también en la posición que adoptara el difunto obispo.
En 1892 publicó su obra La Tradició Catalana, en la que reunió el vasto caudal de sus observaciones y análisis histórico filosófico, acerca del alma de Cataluña. [379] Esta obra no sólo revela a un temperamento fuerte de escudriñador, sino también a una mentalidad potentísima y muy cultivada. Dentro de la más estricta ortodoxia, siguiendo la inspiración de la escuela filosófica cristiana, hizo Torras y Bages en este libro un examen profundo y bastante completo de los principios teóricos que informaban la corriente regionalista, con un criterio amplio y, en ciertos respectos, objetivo. La Tradició Catalana es el trabajo más importante de cuantos escribiera el sacerdote catalán y aquel en que logró condensar sus puntos de mira acerca de la vida de Cataluña, considerada en sus múltiples aspectos.
Con alguna anterioridad a La Tradició Catalana, había visto la luz su folleto con el título de La Iglesia y el Regionalismo, en el cual ofrecía una anticipación de lo esencial de la concepción teórico positiva que desarrollara en el ya mencionado volumen. Lo mismo los biógrafos del doctor Torras y Bages que cuantas personalidades tratáronle en la intimidad y especialmente dos publicistas doctos, Miguel S. Oliver y Enrique Prat de la Riba, sólo tenían para el insigne prelado palabras de admiración. Prat y Oliver considerábanle como maestro preclaro.
La existencia del ilustre pensador católico fue un ejemplo de laborantismo intelectual sorprendente. Diose a conocer como escritor en 1880 con el estudio intitulado El mes del Sagrat Cor de Jesús, al que siguió, en 1886, Mes en honor del Patriarca Sant Joseph, en 1886, Preces tomísticas y algún tiempo después su compendio de La Vida de Sant Joseph Oriol. En todos estos opúsculos se revela su alma sincera y hondamente cristiana, su sabiduría teológica y su extraordinaria unción. Escribió, además, otras disertaciones, descollando la intitulada Miniatura psicológica de Sant Lluís Gonçaga, que es un modelo de literatura mística, de prosa fluida y repleta de imágenes felicísima. En 1899 ingresó el doctor Torras y Bages, en la Academia de Buenas Letras. Sus discurso intitulábase En Rocaberti y en Bossuet, y fue el primero que en la docta Corporación barcelonesa se presentó en lengua catalana, contiene juicios acerca de los problemas filosóficos, históricos y estéticos, no exentos de originalidad y que representan un avance en el modo de enfocar la indagación y, en cierto aspecto, la crítica. [380]
De la vida eclesiástica del doctor Torras y Bages, después de haber sido preconizado obispo de Vich en la vacante que dejara Morgades al pasar a la Sede de Barcelona, merece especial examen en sus iniciativas, tales como el haber cooperado resueltamente en la suscripción pública para erigir en Villafranca del Panadés el monumento a Manuel Milá y Fontanals; el haber enriquecido el Museo y Biblioteca episcopales de su diócesis; el haber contribuido en toda ocasión a las empresas sacras y profanas, que significaran elevar el nivel de cultura de nuestro pueblo; y el haber señalado siempre que las virtudes colectivas han de responder principalmente a las necesidades del momento, remediando los dolores de la sociedad. En el catolicismo contemporáneo, Torras y Bages representó y, lo que vale más, acertó a encarnar el sentido activista. Ahí están sus Pastorales que constituyen un monumento y en las que desenvolvió su criterio de franca intervención. Sus títulos muestran, de un modo que no ofrece lugar a dudas, que Torras y Bages prefirió, a permanecer en una situación expectante o de mera crítica, adoctrinar a sus diocesanos, acaso porque consideraba como una prueba de debilidad el que los tipos representativos de la Iglesia dejasen huérfanos de dirección a sus feligreses.
Cuando en lo porvenir se trate de descubrir la influencia social que ha tenido la Iglesia en el desenvolvimiento de la actividad del pueblo catalán, uno de los elementos que habrá de tener en cuenta el indagador, son las Pastorales escritas, por el doctor Torras y Bages, porque constituyen una especie de resumen, unas veces, de mística y otras, de dogmática y tienen siempre un alto valor intelectual y una elevada inspiración poética. Realmente, acertaba Miguel S. Oliver al decir que, para hallar apariciones de análoga consistencia, había que pensar en los escritos de Dupanloup, Neumann y Mercier. Así es. Torras y Bages, como algunos de los socialistas católicos alemanes y austriacos, no rehuyó el estudiar los problemas que la creciente complejidad de los problemas sociales ha ido planteando a la conciencia contemporánea. Como Ketteler, tenía un concepto exacto de la misión que incumbe al poder eclesiástico ante las desigualdades sociales que el maquinismo y la gran industria han acrecentado. No fue, [381] sin embargo, el prelado catalán un defensor a ultranza de las soluciones preconizadas por el socialismo católico, quizá porque comprendió que, dado el ambiente general de Cataluña, la Iglesia católica carecía de robustez para conseguir el asentimiento de las muchedumbres en favor de una nivelación social; pero de un modo indirecto y dentro de las costumbres, que entre nosotros han predominado, no dejó de manifestar su criterio para dirigir el pensamiento y el sentimiento de sus feligreses, habiendo en distintas ocasiones demostrado cuán intensa era su preocupación en el sentido de hacer más viva y fecunda la actividad psicológica en Cataluña. De suerte que Torras y Bages, como escritor, trabajó con entusiasmo para acrecentar el patrimonio intelectual en nuestra región, y así como La Tradició Catalana puede ser considerada como una importantísima contribución a la historia interna de nuestro pueblo, en lo relativo a la valoración de nuestros más insignes ideólogos y moralistas, desde Ramón Llull, Eximenis y Luis Vives, hasta los contemporáneos, y en especial el autor de El Criterio, y Francisco Javier Llorens; como prelado fue Torras y Bages un panegirista que procuró aportar su cooperación a las innúmeras manifestaciones de la vida social.
En síntesis, la personalidad de Torras y Bages tuvo una altísima representación, y aunque entre nosotros predomina la indiferencia y el marasmo, en repetidas ocasiones la Prensa y la opinión pública en general, no pudieron substraerse a la sugestión que ejerciera el insigne prelado, al erigirse en verbo de las causas más nobles. Su pastoral intitulada El Internacionalismo Papal, documento digno de pasar a la Historia, constituye uno de los mayores aciertos de Torras y Bages, que con aquel precioso documento interpretó fielmente el sentido humanísimo, una concepción más pura y elevada de los fines que debe guiar a la conciencia del hombre, si algún día logra sobreponerse a los prejuicios que desvían, contrariándolas, las aspiraciones de cuantos suspiran por hacer menos dolorosa la lucha por la existencia. Aun los que no compartían las ideas del doctor Torras y Bages, han debido reconocer que el egregio pensador, como Mercier, Gibbons, Ireland y algunos otros prelados, en nuestro tiempo, de intensa inquietud [382] y de duda, han venido a significar verdaderos oasis, en el páramo del sentimiento religioso. Difícil es que en esta época de materialismo, la obra de los espíritus evangélicos eleve y oriente por nuevos derroteros a la masa; pero cualquiera que sea el resultado que la posteridad depare a los esfuerzos de tales espíritus superiores, no cabe negar que el eminente prelado escribió páginas notabilísimas, pues aun en los últimos instantes de su existencia, en el mismo leche de muerte, al dictar su postdata a su última Pastoral La ciencia del partir, reveló la serenidad del hombre fuerte y justo, la plena luz de la inteligencia y la llama viva de la fe más pura, como si al asomarse al más allá su espíritu apostólico adquiriese mayor clarividencia, ungido ya por la mano de Dios.
El doctor Torras y Bages murió el día 7 de Febrero de 1916, constituyendo su fallecimiento una pérdida muy dolorosa para Iglesia católica y para Cataluña entera. Con él desapareció el más noble adalid de la causa regional, el más bueno, el más sabio y el más ecuánime de los eclesiásticos españoles. Ni como sembrador de ideas, ni como pastor de almas, tuvo jamás un solo enemigo; la consideración y el respeto que merecía por sus virtudes, por su talento y por su laboriosidad le acompañaron siempre, y su recuerdo perdurará eternamente en el corazón de todos los amantes de las tradiciones como base y los progresos como fin de la tierra Catalana, a la que tantos días de gloria dio el extinto prelado.
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{1} A continuación reproducimos los títulos de todas las Pastorales del ilustre Obispo vicense: De la ciutat de Deu i de l’Evangeli de la pau, 4 de octubre de 1899. – El símbol de la llum, publicada, en 10 de febrero de 1900. – La darrera Quaresma del segle, Cuaresma de 1900. L’espos de sang, 1900. – El darrer Mes de María del segle XIX, 1900. – Consagració dels homes al Sagrat Cor de Jesús, 1900. – La eterna afirmació, 1900. – La potencia de la Creu, 1901. – La Música educadora del sentiment, 1901. – La sabiduría del’s humils, 1902. – L’equilibri en la gerarquía industrial, 1902. – La Ciutat Pontifical, 1902. – De la nostra filació, 1903. – La pagesía cristiana, 1903. – Actualidad perenne del Pontificado, 1903. – La Inmaculada Concepció, 1904. – La única eficacia, 1904. – Gracia de una Dona, declaración del Dogma de la Inmaculada, publicada en 1904. – La elevació del poble o sigui la democracia cristiana, 1909. Beatificació del martre Pere Almato, 1905. El misteri de la iniquitat, 1905. – La confessió de la Fe, 1906. – Conducta des obrers católics en les circunstancies actuals, 1906. El nostre pa de cada día, 1906. – El misteri de la sang o sia mártir i anarquista, 1906. – La caiguda de la França cristianissima, 1907. – La llei de la creencia, 1907. – La vida, 1908. – Del camí de salvació, 1908. – La victoria del Bruch. – Lo mes de María y lo jubileu de Lourdes, 1908. – Contra la blasfemia, 1908. – Orientacions sense Orient, 1909. – L’amor tipic, 1909. – La gloria del martini, 1909. – La ejemplaridad sacerdotal de San José Oriol, 1909. – Carta a los maestros cristianos de la diócesis, 1909. – L’atletisme cristià , 1910. – Pa dels ángels, 1911. – Culte de la carn, 1911. – Deu i el Céssar, 1911. – El sant sacrifici, 1912. – Idees que maten, 1912. – XVI centenari de la llibertad de la Iglesia, 1913. – La educació maternal, 1913. – L’adoració de la Santa Creu, 1913. – La Reina dels Angels, 1913. – Las mujeres en la reparación humana, 1913. – El Rosaria, oració de la fe, 1913. – El camí de la grandesa, 1913. – L’etern Rosari, 1914. – Les Verges contemplatives, 1914. – En l’aniversari secular de l’establiment de la Companyía de Jesús, 1914. – L’enigma de la guerra, 1915. – El internacionalismo papal, 1915.