Ricardo Macías Picavea
El nombre de este egregio profesor y publicista, una de las más legítimas glorias de la España contemporánea, encarna, junto con Joaquín Costa, el llorado polígrafo aragonés, el núcleo central del movimiento intelectual regenerador que surgió en 1899, cuando acabó de desvanecerse en España la leyenda áurea, a consecuencia de la pérdida de los restos de nuestro imperio colonial. Pero Macías Picavea, que fue desde su juventud un laborante esforzado e infatigable, mucho antes de publicar su conocido libro El problema nacional, a raíz del desastre, había trabajado en la Cátedra y en el libro con perseverancia, columbrando los peligros que suponía para España el vivir nuestro pueblo entregado a las vanas ilusiones y abrigando esperanzas sin fundamento. El sabio profesor vallisoletano puede decirse que fue uno de los poquísimos intelectuales a quienes no sorprendieron los tristes acontecimientos del año fatal de 1898. Macías tenía un conocimiento profundo de los sociólogos que había elaborado su cultura, no en el archivo ni en la biblioteca, sino en el laboratorio de la vida colectiva. Acaso, hecha excepción de Joaquín Costa, no hubo otro escritor de la generación pasada que tuviera un dominio tan completo de la Geografía, la Historia y la Psicología del pueblo español. Actualmente sólo puede comparársele Julio Senador Gómez, el vibrante escritor, que ha adquirido legítimo renombre con la publicación de sus libros: Castilla en escombros, La Ciudad castellana y La canción del Duero. El notario de Frómista, es ahora, el [390] publicista que ha revelado en sus campañas para agitar la conciencia del país, un más profundo conocimiento de la cuestión agraria y del modo de orientarla.
Macías Picavea pudo enfocar el problema integral de reconstitución de la patria, porque durante algunos lustros acertó a examinar serenamente el dinamismo de la existencia nacional. Puede, en verdad, afirmarse que el desastre no le aleccionó, como a tantos otros escritores de valía, sino que únicamente le sirvió para comprobar los puntos de vista que había esbozado, como de pasada, en artículos periodísticos y trabajos didácticos, consiguiendo elevarse sobre el nivel general de los publicistas y profesores que tres meses antes de la derrota escribían artículos optimistas en la Prensa patriotera. No pudieron sustraerse a la corriente malsana, de aquel optimismo sin base racional, hombres de mente tan esclarecida como Manuel Troyano, José María Escuder, Eugenio Sellés, Alfredo Vicenti, Augusto Suárez de Figueroa, Julio Burell y otros notables articulistas, que no tuvieran energía suficiente para adoctrinar a la opinión pública, inhibiéndose de las sugestiones ejercidas por determinados elementos pseudo intelectuales y políticos que desorientaron a la opinión pública española, produciendo aquel movimiento de patriotismo vocinglero cuyo epifenómeno fue, como es sabido, la guerra con los Estados Unidos. Macías, como Pi Margall, Alfredo Calderón, Gonzalo de Reparaz y Pablo Iglesias, tenía una visión certera de la situación real de España y por esto, en un breve lapso de tiempo en su retiro de Valladolid, pudo recoger materiales copiosísimos para escribir su monumento filosófico, político y literario, intitulado El Problema Nacional, la obra aparecida en nuestro tiempo, que contiene más antecedentes históricos y más preciosos datos arrancados a la realidad ambiente. Revelando, al mismo tiempo que un gran amor al trabajo, un absoluto desinterés profesional, una gran energía de carácter y un civismo ejemplar, y, fiando en la perseverancia del esfuerzo, pensó Macías que el mejor modo de servir los destinos de la nación era desentrañar, de entre el cúmulo de errores y claudicaciones que constituían la falsa leyenda de nuestro poder colectivo, las energías virtuales de la raza, que se habían [391] malogrado en luchas estériles, en querellas intestinas, por haber supeditado a la concupiscencia y a la vanidad los ideales netamente colectivos.
Ricardo Macías es un caso típico de la potencialidad energética que puede desplegar un espíritu genuinamente español, que, en vez de aceptar los hechos consternados, reobra con brío inusitado contra todos los convencionalismos y los falsos principios teoréticos. Como un pantiatra peritísimo, auscultó Macías el cuerpo nacional, examinando todas las vísceras para descubrir los padecimientos que experimentaba España.
La publicación de El Problema Nacional causó toda la impresión que podía producir en un país dominado por la indiferencia y el pesimismo, una requisitoria formulada con acierto y clarividencia por un gran explorador de nuestra historia y de nuestra psicología colectiva. El libro significó una revelación para el gran público semidocto, pero para los hombres cultivados no fue otra cosa que la confirmación del prestigio que gozaba, desde los comienzos de su vida de escritor, el eminente catedrático de Valladolid. Macías tenía una reputación sólida y bien adquirida entre cuantos conocían sus afanes por todo lo que representaba renovación de los planes docentes.
Como la mayoría, por no decir la totalidad, de nuestros no conformistas, el autor de La tierra de campos procedía del krausismo y fue uno de los discípulos de don Julián Sanz del Río, que revelaron mayor capacidad y una vocación más decidida por la filosofía racionalista. También Macías introdujo en España nuevas direcciones a la Filología, distinguiéndose asimismo por haber difundido los nuevos conceptos en la esfera de la Socio geografía.
El perfil biográfico de Ricardo Macías permite reconstituir la formación intelectual de este eximio escritor, que nació en Santoña en 1847, en donde se hallaba accidentalmente su padre, don Francisco Macías, teniente coronel de infantería. Pocos años después, al ser destinado don Francisco a Valladolid, estudió su hijo primeras letras en aquella ciudad, pasando luego a cursar el bachillerato en León. Una vez obtenido el grado, volvió de nuevo a Valladolid, en donde se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, terminando [392] esta carrera en la Universidad Central, en 1872. Refiere uno de sus biógrafos, que durante la estancia de Macías en León, sus compañeros se asombraban del entusiasmo que mostraba por el estudio y que en cierta ocasión, el secretario del Instituto de aquella ciudad, al preguntarle por el comportamiento académico de Macías, exclamó:
«Estoy cansado de poner sobresalientes, en la hoja de servicios de este muchacho.»
Macías compartió su vida escolar con el servicio de las armas, y, según el testimonio del escritor vallisoletano Narciso Alonso Cortés, hizo la campaña de la guerra civil a las órdenes del general Concha. Hallándose adscrito a una de las dependencias del ministerio de la Guerra, en 1869, con ocasión de haberse reorganizado, por iniciativa del general Prim, la Biblioteca de aquel departamento, nombróse para que ordenara y catalogase documentos y libros un comandante bibliotecario, a las órdenes del cual y como auxiliar fue designado el soldado Ricardo Macías, quien dedicó tal celo y actividad al cumplimiento de aquel difícil servicio, que al cabo de breves días su jefe le dijo:
«Como usted, Macías, entiende de estas cosas más que yo, desde ahora tiene carta blanca para arreglarlo todo como mejor le parezca.»
Probablemente, el espíritu de coordinación y el método con que Macías reorganizó la Biblioteca del ministerio de la Guerra, debióse a las enseñanzas y al criterio metodológico que le infundiera su maestro Sanz del Río, quien le había acogido paternalmente, tanto por la vocación que demostró por el estudio, como por la especial situación en que se encontraba. El krausismo, que en aquel entonces considerábase como una escuela reñida con el sentido práctico, vino a rendir una utilidad inmediata al reorganizar Macías la Biblioteca, del ministerio con un criterio tan admirable, que aún actualmente elogian los militares la gestión de aquel humilde soldado, que llegó a ser uno de los pensadores más geniales que ha tenido España, en el último tercio del pasado siglo.
La concepción filosófica de Macías Picavea, amplísima y repleta de Idealidad, forjóse en el ambiente del krausismo, si bien este pensador, como Joaquín Costa, [393] Urbano González Serrano, Sales y Ferré, Alfredo Calderón y algunos otros, orientaron su pensamiento hacia un cierto sincretismo, que les permitió permanecer fieles a la doctrina de Sanz del Río, pero sin cristalizar jamás. Habituados a pensar libérrimamente, fueron acomodando su criterio a las nuevas idealidades que trajo el positivismo inglés y a las direcciones en sentido evolucionista que tuvieron su origen en la escuela psicológica francesa representada, especialmente, por Teódulo Ribot y sus discípulos. Macías, como más tarde Dorado Montero, adopta una posición independiente, hasta el punto de podérsele considerar como un heterodoxo del krausismo. Hombre de gran capacidad para enfocar los problemas filosóficos, históricos y sociales, consagró toda su vida a escudriñar el alma del pueblo español. Según el testimonio de algunos de los que fueron sus amigos, Macías sentía una gran pasión por cuanto significara investigar y descubrir el ritmo de nuestros procesos sociales más íntimos, y para realizar esta labor exploratoria libertóse de todo apriorismo de escuela, desechando las tendencias preconcebidas. De esta suerte, logró sustraerse por completo a lo que González Serrano denominaba con feliz expresión, el mote del sistema. De los krausistas, conservó la devoción por la labor reflexiva, la amplitud de miras y la agilidad mental; pero en ninguna ocasión incurrió en el defecto común a un gran número de aquéllos y que estriba en la oscuridad y el alambicamiento de la frase.
A pesar de su gran vocación pedagógica y de su entusiasmo sin límites por la enseñanza, jamás empleó la aparatosidad y el tono severo, ni hizo hincapié en preconizar los principios de la austeridad, acaso porque desde su juventud vivió intensamente los del más puro altruismo. Macías fue un hombre tan enamorado de sus ideales, que ni aun al atravesar por situaciones difíciles y peligrosas dejó de perseverar en sus estudios. Cuando ocurrió la explosión de los polvorines del cuartel de San Gil, corrió grave riesgo de perder la existencia; pero en aquella ocasión, como en tantas otras; conservó incólume su serenidad, porque los accidentes externos jamás conmovieron su temperamento enérgico ni le alejaron de su trabajo. Fiel al plan que se trazara, dedicóse por entero al laboreo intelectual y no perdonó medio [394] para aumentar su cultura, hasta adquirir una personalidad robusta y bien definida.
Cuando apenas contaba 27 años, en 1874, obtuvo mediante oposición, la cátedra de Psicología en el desaparecido Instituto de Tortosa, no tardando en distinguirse entre sus compañeros por el sentido innovador que diera a sus enseñanzas. Con sencillez y modestia ejemplares, consiguió crear en la antigua ciudad catalana, un núcleo de estudiosos por haber refluido sus lecciones entre un grupo de republicanos que consideraron a Macías como un maestro esclarecido y como panegirista clarividente de los ideales y las normas democráticas.
Durante su permanencia en Tortosa, dedicó su actividad el celoso profesor a otras disciplinas que, juzgadas superficialmente, parecen estar reñidas con la Psicología, la Lingüística y la Filología. Una vez Macías hubo conseguido dominar estas materias, solicitó la cátedra de Latín del Instituto de Valladolid, y, habiéndosele concedido, trasladóse en 1878, a la capital castellana, donde bien pronto llamaron la atención los métodos que puso en práctica para enseñar la lengua del Lacio, siguiendo las orientaciones de los tratadistas más competentes del extranjero. La Gramática Latina, que poco después de posesionarse de su cargo publicó, valióle acerbas críticas de los latinistas a la antigua usanza. Macías fue el autor que en la enseñanza del Latín más clara y elocuentemente puso de manifiesto la importancia de aplicar a la Filología el método analítico y comparativo. Posteriormente no han sido pocos los profesores de Instituto, que han hecho suyas las innovaciones introducidas por aquél, en el estudio de las raíces y de los prefijos.
En la capital castellana Macías contribuyó a formar a dos generaciones de escolares. Aun se menciona en Valladolid, con elogio y admiración la labor docente, de aquel gran apóstol de la enseñanza, que trataba con afabilidad a sus alumnos y que se afanaba por despertar en su entendimiento la vocación hacia el estudio. Refiere uno de sus biógrafos que Macías tenía tal amor por la didáctica, que una de sus preocupaciones, al ingresar en el profesorado, fue el mejorar todo lo posible el funcionamiento de las instituciones docentes. Llegó a ser para él una obsesión el problema de la instrucción [395] pública, habiendo escrito acerca de esta materia innúmeros y notables artículos en el periódico republicano local La Libertad, por él fundado y, que durante un largo lapso de tiempo defendió la política republicana en Castilla, siendo el órgano del ex ministro y catedrático don José Muro, quien tuvo por consejero y amigo inseparable a Ricardo Macías.
En Madrid, repercutieron los trabajos del infatigable profesor, llamando poderosamente la atención la crítica que éste hiciera de la organización de la enseñanza en sus distintos grados. En 1883, hallándose en el Poder los liberales, el difunto marqués de Sardoal, que comprendió, a su paso por el ministerio de Fomento, la necesidad de reformar el plan de estudios y el sistema de enseñanza, confió a Macías y a otros escritores la redacción de un amplio proyecto de reformas, que algún tiempo después, al ocupar la cartera de Fomento, en otro Gabinete liberal, don Alejandro Groizard, fueron implantadas en parte.
Era tanta la actividad de Macías que, no bastándole su aula del Instituto para desenvolver más que en una mínima parte su personalidad como pedagogo, junto con algunos de los que fueron sus discípulos en la primera época, realizó en la Prensa, especialmente en el periódico La Libertad, una brillantísima campaña de difusión de ideas, orientando a todos los elementos democráticos de Valladolid y de otras ciudades castellanas.
Durante más de quince arias, luchó bravamente desde las columnas de aquel periódico para forjar una opinión pública ilustrada, tendiendo a hacer cada vez más viva la espiritualidad castellana y poniendo de relieve que la gravedad y la sequedad, más que cualidades y virtudes, eran defectos. A pesar de lo intensa que fue su campaña literaria y educativa, sólo consiguió remover las capas superiores del espíritu castellano, conquistando la simpatía de los más cultos; la masa del republicanismo no llegó a comprender los móviles desinteresados que inspiraban la actuación de Macías Picavea, convertido en panegirista de una democracia educadora y dinamizante.
Como todos los espíritus fuertes y vigorosos, Macías jamás temió a la adversidad y, aunque a su espíritu perspicaz no se le ocultaba cuán difícil había de ser [396] desarraigar en Valladolid las costumbres políticas formalistas y el sentido burocrático, aceptó el cargo de concejal, defendiendo en el Consistorio, con gran energía y dando pruebas de civismo y de amor a la clase obrera, un plan admirable para organizar los servicios municipales. Sus mismos adversarios, que no habían hecho justicia a sus grandes conocimientos y notabilísimos proyectos, hubieron de confesar que las reformas administrativas propuestas por Macías, eran viables, si bien no se sentían con arrebatos suficientes para llevarlas a la práctica. No obstante, las desilusiones que hubo de experimentar en su actuación política, Macías conservó siempre, una fe sincera y en los momentos de crisis espiritual, lamentábase amargamente de que fueran tantas las personalidades afiliadas a los partidos que no acertaban a vivir con sinceridad las ideas que decían sustentar.
Ante las contrariedades y las defecciones de algunos de los que fueron sus compañeros, Macías se alejó de la política militante para consagrarse de nuevo exclusivamente al estudio con más fervor que nunca. En vez de formular quejas por los agravios recibidos, siguió defendiendo la necesidad de renovar el ambiente social y de abrir nuevos cauces a la cultura, porque la experiencia de la vida pudo dejar un poso de amargura en su alma, pero no restarle energías para la lucha ni amenguar sus entusiasmos por el apostolado emprendido y que algunos años después condensó con tanta valentía, en su célebre libro El Problema Nacional, la más completa síntesis de programa regenerador de España.
Aun los más entusiastas admiradores del egregio publicista montañés, desconocen una gran parte de su labor, especialmente la relativa a la Pedagogía. Desde los comienzas de su vida docente sintió Macías una gran vocación por intensificar la enseñanza y comprendió que una de las concausas de que en España los alumnos no trabajen con firmeza, débese a que los libros de texto, en general, no responden cumplidamente al fin de promover el interés por la Ciencia. Por esto las obras que dedicó a iniciar a los estudiantes en el cultivo del Latín y de la Geografía son un modelo en su género. Poseía Macías una ilustración vastísima, estaba familiarizado con las Humanidades y la Historia, sentía por los estudios y las investigaciones geográficas una marcada [397] preferencia y trabajó siempre sin sentir el desaliento ni aguardar la compensación, por completar con nuevos datos y observaciones personales cuanto concierne a la constitución interna del pueblo español. Fue, por así decirlo, un precursor de la Socio geografía en nuestro país. Pudo realizar sus síntesis, porque, explorador infatigable de las costumbres hispanas, recogió en el folk-lore no pocos elementos que le permitieron más tarde, enfocar las más complejas e intrincadas cuestiones de carácter social, así como acometer el problema crítico de nuestra existencia cívica. En este respecto, la tarea que se impuso Ricardo Macías, podría paragonarse con la que ha llevado a cabo en Italia el escritor y tratadista G. Pitré, eminente rebuscador del alma meridional de la nación hermana y actualmente el más insigne sistematizador de la Demopsicología, la nueva disciplina científica que tan poderosa y eficazmente habrá de contribuir a esclarecer el pasado y el presente de la vida colectiva de las naciones contemporáneas.
Desde 1872 a 1880 la actividad psicológica del llorado publicista montañés fue extraordinaria. En 1872 publicó su notable poema filosófico Kosmos. Era entonces muy joven y se hallaba su espíritu bajo la influencia de la concepción filosófica krausiana. Su entusiasmo y su sinceridad lleváronle a exponer el concepto de la creación del mundo que se había forjado al recibir las enseñanzas de su maestro Julián Sanz del Río. El asunto del poema es vasto y viene a comprender, a través de su visión filosófica, la Cosmogonía, atendiéndose a la Razón y tratando de armonizar los últimos progresos operados por las ciencias bionaturales con una comprensión en la que el Racionalismo y el Positivismo estaban compenetrados. Al igual que Hesiodo y Lucrecio, propúsose escribir una poema de grandes vuelos, explicando la formación de los mundos. Matías, en su concepción, consideraba tamaña obra como la síntesis de la fuerza creatriz, y lo que para Lucrecio fue la naturaleza de las cosas creadora, lo vio sintetizado en el concepto del todo Universo y el ser Naturaleza.
Al desenvolver su idea fundamental, ateniéndose al denominado panenteísmo krausiano, elaboró su obra poemática, dando especial importancia a un concepto semipanteísta. Para él la única esencia infinita es Dios, que se [398] condensa en la unidad del ser Naturaleza. El poema hállase dividido en trece cantos, en los que desarrolla la Imagen, Pan, Mundus, Geos, Flora, Fauna, Uranus, Hidros, Chronos, Orbis, Phebus, Phebe, In Zodiachi turno, Alma Terra y Universus Mundus.
Al componer este poema consiguió desarrollar su concepción filosófica del Universo con la amplitud y la profunda visión que se advierte, en todas sus obras. En sus versos, unas veces empleando la quintilla y otras la cuarteta, la silva y la octava real, acertó a dar forma plástica, vibrante y sugestiva a su pensamiento profundo y escrutador y a su sentimiento delicado y vigorosísimo a la vez. En distintos cantos del poema abundan la inspiración y las imágenes nuevas y originales, y se armonizan perfectamente los ensueños de su alma poética con su conciencia severa de hombre científico.
A pesar de que por aquel, entonces, cuando publicó su poema Kosmos, era un fervoroso krausista, el filósofo no predominó por completo ni sofocó el sentimiento estético en su espíritu. Y es que Macías, antes que todo, era un temperamento anhelante, abierto a todas las direcciones de la especulación, que procuraba recoger, complaciéndose en ellas, las innúmeras palpitaciones de la vida. No encerró jamás su labor en los límites, siempre estrechos, de una sistematización doctrinal, y vio en el krausismo, más que una escuela, una dirección y una tendencia. Dicen algunos biógrafos de Macías que en otro de sus poemas, intitulado Andrés y María, revélanse también singulares cualidades de altísimo poeta.
El canto «Mercando» fue leído en el teatro Calderón, de Valladolid, por aquel insigne actor que se llamó Rafael Calvo, siendo recibido por el público con grandes aplausos y aclamaciones.
Por aquellos mismos años, del 72 al 80, en colaboración con el poeta y académico Emilio Ferrari y el publicista señor Álvarez Taladriz, compuso un episodio de carácter dramático que llevaba por título La muerte de Cervantes y que se estrenó en el mismo teatro, obteniendo una cariñosa acogida.
A pesar del gran valor que la crítica de aquel tiempo asignó a la producción meramente literaria de Macías, es indudable que estuvo éste acertado al considerar como subalterna esta parte de su actividad espiritual, y [399] una prueba de ello es que jamás volvió a cultivar la literatura propiamente dicha. Lo más fuerte y personal de Macías, aparte de sus artículos y ensayos filosófico históricos, de la segunda etapa de su vida, fue la serie titulada La Civilización de la Edad Media, que constituye una admirable, por lo honrada, generalización histórica. En este género descolló Macías superlativamente, porque, además de poseer una gran capacidad comprensiva, lograba sustraerse a los juicios emitidos por determinados autores de fama que, como el célebre Castelar, al intentar las síntesis de un período histórico determinado, incurrían en errores crasísimos por haber dado excesiva importancia, unas veces, a lo episódico y otras, al factor político. Macías, que ante todo, era un gran indagador dotado de enorme perspicacia, examinaba y tenía en cuenta para compendiar un instante de los procesos históricos, la floración ideológica y los móviles internos que generan las corrientes espirituales en la marcha de los pueblos. Por esto, de entre la multitud de hechos y circunstancias aparentemente banales, conseguía descubrir la motivación, la verdadera fuerza intrínseca, que constituye el ritmo en virtud del cual se concatenan los acontecimientos. Era Macías, un verdadero mago de la historia íntima, y a su mirada, aguda y penetrante, no se ocultaba ni una sola de las concausas que generan los movimientos internos de la conciencia social. De ahí, que buceara hasta en las últimas capas en la estructura psicológica de la colectividad española, fijando con precisión las leyes que habían determinado la evolución, así como sus paros y retrogradaciones.
Su relevante e inconfundible personalidad como escritor didáctico púsola de manifiesto Macías en la Gramática Latina, que publicó en 1878 y que no dejó de ser comentada por cuantos profesores de segunda enseñanza trataban de orientar el conocimiento del Latín, siguiendo las corrientes de la Filología contemporánea inspiradas en las doctrinas de Max Müller, Lachmann, Lade Wig y Witney. La única objeción que opusieron a Macías sus contradictores era que, al definir los conceptos, no siempre lograba ponerlos al alcance de los alumnos, por dar a sus lecciones un sentido exclusivamente filosófico. De todas suertes, la crítica hubo de convenir en que era un libro admirable, que revestía un alto [400] valor pedagógico y que el plan y la estructura revelaban las dotes excepcionales de su autor, que fue quien introdujo en España la metodología novísima en la enseñanza de la lengua del Lacio.
Asimismo los Apuntes para el estudio de la Historia Universal, que vieron la luz en 1882, constituyen una labor docente admirable. A pesar de que en la portada del libro se dice que éste fue escrito por dos catedráticos, existen sobrados motivos para creer que sólo fue redactado por Macías, quien, llevado de su modestia, no tuvo inconveniente en aparecer como colaborador de un compañero suyo, que no era otro que el ex ministro republicano; señor Muño, que por aquel entonces había alcanzado más nombradía pero que, indudablemente, nunca fue un pensador de los altos vuelos que el profesor vallisoletano.
En 1895, dio a la estampa Macías Picavea el último de sus libros didácticos: la Geografía, volumen notabilísimo, menos adecuado que el anterior a los viejos cánones de los libros de texto, pero que se acerca más al tipo corriente de las obras educativas extranjeras. El método empleado por Macías estriba en presentar los capítulos en forma de lectura. Con este procedimiento consiguió el docto maestro que sus alumnos se habituasen a la disertación y al comentario meditado en la cátedra. Ofrece este libro la gran ventaja de que el estudio de la Geografía, deja de ser una labor meramente de repetición, que sobrecarga la memoria sin educar a los escolares. La parte dedicada a la Geografía y política de España, es un trabajo admirable y algunos de los fragmentos de este libro pudo aprovecharlos Macías para El problema nacional.
En otra esfera, en la producción novelesca, alcanzó también un gran éxito, publicando varias novelas cortas y la intitulada La tierra de campos, cuyo primer tomo apareció en 1897 y el segundo en 1898. En esta obra pinta de un modo magistral, y en estilo brillante y plástico, la grandeza y la serenidad de las llanuras castellanas, dando una justa sensación del ambiente, grave y misterioso, de aquellas comarcas, tristes y desoladas, con escasa vegetación y pobladas por una raza sobria y sin ilusiones, castigada en verano por un sol implacable y en invierno por un frío que sólo puede [401] compararse con el de las altiplanicies del Tíbet, como dijo en cierta ocasión exageradamente al hablar de la pintura de uno de los más insignes maestros españoles, nuestro paisano el inolvidable escritor Jaime Brossa.
Puede decirse que se debe a Macías el primer impulso serio, dado a la novela regional de Castilla, pues si bien este género literario tenía algunos precedentes, en realidad, quien acertó a describir el paisaje y el alma castellanos, con todo realismo fue Macías, especialmente en la segunda parte de La tierra de campos, en donde se reflejan, expresados, con gran sinceridad, el profundo pesimismo y la atonía moral que predomina en la raza. Sea cualquiera la opinión de los escritores que más tarde se han dedicado a este género literario, está fuera de duda que el regionalismo en la novela genuinamente castellanista, fue obra de Macías, quien marcó con su libro un nuevo derrotero para descubrir cuanto había de oculto en el carácter, adusto y sencillo, a la vez que sobrio y austero, de los habitantes del páramo castellano. Pero si es notable el estudio del medio externo, no lo es menos la disección de los personajes ya que Macías acertó a plasmar en ellos la idiosincrasia del espíritu castellano en todos sus matices, sin exagerar jamás cualidades o defectos, achaque muy común en los noveladores de la escuela naturalista. Al examinar el ambiente psicológico, escudriñó en lo íntimo de las almas, poniendo de relieve la influencia de las rivalidades políticas en la vida social, así como en las luchas del hogar reveló cuánto influyen en la hostilidad de los caracteres la incomprensión mutua y la implacabilidad, que generan los dramas de amor. Nadie con menos recursos literarios y con menos frases retóricas consiguió plasmar en el drama exterior, la serie de tragedias íntimas que ensombrecen la vida de los campesinos castellanos.
Algunos críticos, al examinar el valor esotérico de La tierra de campos, manifestaron que predominan con exceso en esta obra los tonos oscuros y una visión melancólica que abate el ánimo, sumiéndolo en un profundo desconsuelo. La observación no nos parece acertada; Macías, fue sincero, y al pintar la tribulación del espíritu castellano no hizo más que recoger de la realidad palpitante, lo que todo observador sagaz halla en [402] aquel país, dominado por la inercia y en el que el impulso vivificador hace algunos siglos que está sojuzgado por la fuerza avasalladora de las desdichas, que pesan como losa de plomo, en la psiquis y en la acción.
También se achacó a Macías el haber incurrido en exageración al trazar el cuadro tristísimo que ofrecen las comarcas de Castilla, en los años en que la sequía o las tormentas, asolan los campos de cultivo, haciendo surgir el espectro del hambre. El novelista condensa su impresión diciendo que en tan aciagas épocas «parece asistirse al desahucio de la más arraigada y castiza raza española lanzada de sus viejos lares».
La crítica, singularmente la madrileña, no dedicó a La tierra de campos estudios especiales, sino crónicas ligeras, en las cuales no se reflejó la importancia que más tarde se ha debido asignar a esta novela llena de enjundia, de pensamiento y de observación y que ha de reputarse como el más fiel trasunto del alma castellana de nuestro tiempo. Realmente, la lectura de La tierra de campos, causa una impresión imborrable de amargura, de honda pesadumbre, más que por el relato propiamente dicho, por el razonamiento, por la lógica concatenación de los hechos y por la factura vigorosa y el lenguaje sobrio y cálido. Macías, que como pensador llegó a las más altas cimas de la especulación, como narrador de la vida castellana, como pintor del paisaje y de las costumbres, reveló ser un explorador competentísimo, a cuya visión de psicólogo no se oculta ninguna de las incógnitas, de las ambigüedades que ofrece el pueblo castellano a la mirada superficial de muchos españoles y de no pocos extranjeros, qua sólo vieron lo aparencial, sin penetrar en la entraña de la psiquis del ruralismo de Castilla.
La tierra de campos, en síntesis, puede ser considerada como una obra genial, tanto por la belleza de las descripciones, como por la potencialidad psicológica con que Macías ahondó en el carácter y en las pasiones del pueblo con el cual convivió durante más de 35 años. Es indudable que no ha habido otro escritor contemporáneo que haya logrado expresar con tanta veracidad el sentimiento de lo trágico, la psicofisiología del temperamento en sus menores detalles y el ambiente geotelúrico y social, de aquella parte de la meseta castellana. [403]
En toda la obra pedagógica, política y literaria de Macías, se advierte un hondo amor a la patria. Puede decirse que, hecha excepción de Joaquín Costa y Ángel Ganivet, España no ha tenido un pensador de tan altos vuelos y que al mismo tiempo, reuniera las dotes de propagandista elocuente que el malogrado catedrático. Macías, que en la labor periodística que llevó a cabo en el diario vallisoletano La Libertad, había demostrado ser un espíritu sano y profundamente emotivo, hubo de sentir más tarde, en 1896, la turbación natural que experimentaron todos los hombres clarividentes al columbrar las desdichas que se avecinaban para la nación a consecuencia de la funesta política que veníamos siguiendo en Ultramar. Al igual que Pi y Maragal, Alfredo Calderón y Pablo Iglesias, tuvo Macías una visión clarísima del porvenir de España, y, en contra de lo que pensaban algunos de sus amigos íntimos, expresaba su opinión en estos términos: «De seguir así, el mejor día tiene que aparecer sobre cualquier monte de la frontera un cartel gigantesco que diga: Esta nación se alquila. Y es posible que nadie la quiera.» De este modo, sintetizaba su parecer el insigne publicista, tratando de disimular el hondo y amargo pesimismo que invadía su alma, inflamada por el anhelo patriótico.
Tan pronto terminó nuestra tragedia colonial, sintió Macías intensamente la comezón, de escribir su famoso libro El Problema Nacional, que iba inmortalizado su nombre. Según el testimonio de su biógrafo Narciso Alonso Cortés, el genial maestro planeó y compuso el volumen en menos de cinco meses, pues comenzó su tarea en Noviembre de 1898, terminándola a fines de Febrero del año siguiente. En contra de lo que generalmente se cree, El Problema Nacional, no es trabajo que costara a su autor una profunda meditación, ni una larga preparación de datos y argumentos, ni menos aparato bibliográfico. En alguna ocasión podría decirse con más propiedad que en esta que el eminente publicista abrió la válvula de lo subconsciente, volcando en las cuartillas, autosugestionado por su pensamiento único, que no era otro que el de contribuir al resurgimiento de la patria, todo el dolor de su alma ante la catástrofe, pero todas también las esperanzas que le sugerían su fe en el espíritu de la raza, su absoluto conocimiento de la [404] intrahistoria y su creencia en la virtualidad de la obra regeneradora y cultural.
Enviaba Macías a la imprenta el original en números de cien cuartillas, sin retoque alguno, porque tenía un interés vivísimo en que su libro apareciera en Marzo o Abril, coincidiendo con el movimiento iniciado por la Cámara de Comercio zaragozana, que convocaba a las demás de España, en la heroica ciudad aragonesa para asociar a los elementos mercantiles en el despertar de la contienda nacional, escribiendo durante algunos días quince y diez y seis horas seguidas y en las últimas semanas hasta veintidós. Pero, en fin, triunfó completamente, puesto que su libro fue el primero que apareció en España tratando de los problemas vitales para el país, a la sazón quebrantado y sin rumbo.
En las 524 páginas que constituyen el volumen, no sólo acertó Macías a condensar con claridad maravillosa su pensamiento, sino que trazó de un modo prodigioso un esquema del proceso, de las concausas que determinaron la decadencia de España desde que se constituyó la unidad nacional. Divide Macías el libro en tres partes: hechos, causas y remedios. En la primera, estudia el aspecto geográfico, exponiendo de un modo admirable el propósito que le animaba y el plan que se proponía seguir. Al examinar el aspecto geográfico de la Península, analiza en los menores detalles el modo de ser de nuestro territorio y el pueblo, fijando cuál es nuestra posición y describiendo la morfología de la Península, el régimen de las aguas, la climatología y el país. Ocupándose del pueblo, hace una disección acabadísima de los aspectos étnicos y geográfico social, así como de las regiones ibéricas, mencionando y criticando las clasificaciones natural e histórica y ofreciendo una completamente original. Al estudiar el aspecto histórico, entre las fases incluye la cultura, el factor económico, el moral, el religioso y el político, y al tratar de valorar el alcance de la guerra colonial y la lucha con los Estados Unidos, señala la trascendencia que ésta revistió, determinando el estado agudo de nuestros padecimientos colectivos, por haber sido antinacional aquella empresa, que constituyó una derrota vergonzosa y que llevó a la nación a los lindes de la muerte.
En la parte dedicada a las causas, trata Macías [405] de nuestra naturaleza y la evolución histórica, haciendo el estudio más compendiado y profundo que se ha escrito hasta la hora presente, acerca de la España prerrománica, la romana, la goda, la cristiano árabe, la del Renacimiento y la que él denomina decadente. También son dignas de elogio las páginas que consagra a describir la parálisis de la evolución hispánica, a causa de la influencia del germanismo, que vino a ser un cuerpo extraño, con su secuela de austracismo, que tanto hubo de contribuir a subalternar a ingerencias extrañas las cualidades de nuestro genio étnico. En el capítulo dedicado a la defensa orgánica y la transmisión del mal, entre otras cuestiones desenvuelve Macías la de los Comuneros, los Borbones, &c. Asimismo, al ocuparse de lo que han representado los liberales en la política, española, pone de relieve sus defectos y los fracasos que hubieron de experimentar aquellos elementos por haber carecido de orientación, criterio y carácter para implantar sus ideas. Al definir el mal, entre otras concausas y efectos, señala el austracismo, el cesarismo, el despotismo ministerial, el caciquismo, la centralización, la teocracia, la intolerancia, al militarismo, la parálisis de la evolución, la idiocia, el psitacismo, &c.
En la tercera parte, intitulada remedios, expone lo que hay que hacer y las bases para plantear el problema en sus verdaderos términos, preconizando como fórmulas la política hidráulica, la pedagógica y la regeneración de las costumbres públicas, declarándose partidario de que exista una íntima comunión del Poder con el país, erigiendo la justicia en Poder, separando la política de la Administración, vigorizando el régimen municipal, planteando las reformas sociales, económicas y obreras y resolviendo con energía la cuestión financiera. Termina Macías su libro exponiendo sucintamente los medios para realizar prácticamente el programa regenerador, el método a seguir y el modo adecuado para implantarlo.
El Problema Nacional es un libro que no ha envejecido. Lo mismo la parte expositiva que la crítica y la de afirmación, tienen ahora igual actualidad que cuando el volumen fue escrito y las soluciones en él propuestas son aplicables en el momento presente y podrían ser el único medio de redimir a España de la postración [406] en que se encuentra. Esta obra no sólo adoctrina el espíritu, sino que educa el carácter, siendo en la actualidad imposible referirse a ningún problema español sin tener en cuenta los juicios de Macías.
El eminente publicista no pudo tener la satisfacción de asistir al triunfo alcanzado por El Problema Nacional, pues en 9 de Abril de 1899, poco después de ver la luz pública este libro, contrajo su autor, la enfermedad que le llevó al sepulcro en 11 de Mayo del propio año. Poco antes de morir, recibió el homenaje de su paisano Menéndez y Pelayo, de don José Echegaray, de doña Emilia Pardo Bazán, y otras personalidades ilustres, que, al acusarle recibo del volumen, le enviaban su más entusiasta felicitación.
Ante la gravedad de su padecimiento, accedió Macias a someterse a la intervención quirúrgica, soportando con gran entereza y sin auxilio del cloroformo una cruenta operación en el hígado. La Ciencia, no pudo combatir el mal y el insigne profesor sucumbió, tras horribles sufrimientos, que no alteraron, sin embargo, el gran dominio que tenía sobre sí mismo.
La vida y la obra de Macías, quedarán como un recuerdo de grandeza moral y de alteza de pensamiento, pues fue uno de los hombres a quienes puede considerarse como cruzados de una idealidad pletórica, alentadora y constructiva, que acaso tarde aún mucho tiempo y en ser vivida, no ya por el pueblo, sino por la misma élite de los españoles.