Filosofía en español 
Filosofía en español


No hay billetes

(ABC, 1 de octubre de 1944.)


Sorprende observar cómo, en un afán de analizar minuciosamente detalles y perfiles, los grandes problemas humanos se oscurecen. En la política concretamente, las retinas de hombres inteligentes se recrean en perspectivas cojas, y es muy frecuente la alegre preparación de los equipajes antes de enterarse de si hay billetes para su tren.

Las vicisitudes del mundo han traído a muchos espíritus la inquietud sobre el futuro, y no es raro encontrar de cuando en cuando superprofetas que además de predecir exactamente los acontecimientos establecen sus soluciones con una sibilina seguridad. Dada la intranscendencia de estas actitudes, ejercen sin querer, en quienes naturalmente tenemos datos más exactos para apreciar las cosas, esa agradable sensación de las palabras que divierten el ánimo en los intervalos de la lucha. Pero si en órdenes importantes no pasan de donosos motivos de pasatiempo, son dignos de consideración en cuanto son claros índices de una manera frívola de entender la vida y la Patria.

Porque se desvía la atención del problema inquietante alrededor del cual, más o menos abiertamente, giran de verdad todas las posturas y debieran centrarse todos los pensamientos, en vez de andarse por las ramas con inquietudes superficiales de mínima trascendencia. Claro está que nos referimos al problema social. Es increíble que hombres que viven en la realidad no se den cuenta de que sólo existe una llave para abrir la mejor victoria de España. Cuando en el corazón y en el pensamiento de las muchedumbres se clava una idea, cuando se fanatizan en un anhelo común, puede una victoria resuelta someter sus cuerpos primero, y sus espíritus después, a la disciplina de una verdad que ignoraban o de una justicia que no supieron ver; pero cuando en el fondo de esa desesperada inquietud corre precisamente esa justicia y esa verdad, o su corriente se encauza o bajo su fuerza se sucumbe. Tener la fortuna de formar entre los privilegiados al mismo tiempo que la mala suerte de nacer en una hora del mundo que no va a permitir la supervivencia de ciertos estados de cosas, no autoriza a presentar como favorables a la colectividad retrocesos o quietismos deseados para utilidad propia, aunque se disfracen de necesidad ocasional. Por eso toda doctrina que no tenga la densidad social necesaria es hoja volandera, inaprehensible para el pueblo.

Como primera necesidad de una paz entera, que cada hombre debe sentir como una verdad dentro de sí, se presenta rotundamente la corrección de un estado de cosas injusto que arrastramos como herencia de todos los regímenes de ayer. Contra todas las apreciaciones de unos y de otros, nuestros avances van a tener posibilidad de profundizar en la justicia con mayor efectividad. Algunos entienden como cansada machaconería esta insistencia en entender la cuestión social como eje central del problema español. ¿Pero es que están tan cerrados los ojos de los hombres que no ven la urgente necesidad, cada día más apremiante, de que el lujo y el hambre dejen de mirarse en el mundo cara a cara todos los días, en un duelo silencioso y latente? ¿Es que en todas esas esperanzas de modificación que la ilusión de algunos acaricia no se dibuja la línea de dos intereses resueltos a ganar su propia y exclusiva batalla: la revancha del hambre o la entronización del privilegio?

He aquí la bárbara verdad. Porque en España no hay hombres que piensen así ni de la otra manera; en España, como en el resto de los pueblos, hay muchedumbres que tienen hambre de justicia, minorías que quieren estabilizar sistemas que garanticen la digestión feliz. Estamos en una etapa de simplificación de la política. Con todos los disfraces, con todas las argucias tácticas, con todos los inteligentes rodeos que se quiera, no hay más que dos ideas: revolución y contrarrevolución. Creemos, y no estamos hablando a pequeños plazos, que no puede darse a la segunda ni una sola probabilidad de triunfo. Afirmamos que la primera no tiene más que dos signos: el cristiano y el ácrata. Una revolución social y económica de sentidos nacionales, jurada sobre los Evangelios de Cristo y obediente a sus leyes de amor, que debe canalizar la riada, o una trágica devastación sin Dios, asentada en el odio, que tiene que llevarse los puentes. La Falange o la destrucción del orden social. Las habilidades y las dilaciones ya sabemos, por reciente experiencia, cómo terminan: enterrando en las trincheras media generación de soldados para poder enmendar la mentecatez de media docena de políticos.

Hemos querido exclusivamente analizar, en el único sentido en que tiene interés, esta juguetona frivolidad de algunos ambientes para enfocarla hacia lo trascendente y hacia lo serio. Como en un llamamiento más que encuadre todas las preocupaciones, enfile todas las miradas y fije todos los pensamientos en las nuevas ofensivas sociales que ordena el Caudillo.

Porque lo que sí es absolutamente previsible es que a la larga no hay más que dos finales de trayecto: la revolución nuestra y la otra; para toda estación que no esté en nuestra línea no hay billetes, porque el tren no tiene parada hasta Moscú. Y lo peor es que Dios sería justiciero al permitirlo. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(ABC, 1 de octubre de 1944.)