En el acto de serle impuesta la Gran Cruz del Mérito Agrícola
(Madrid, Ministerio de Trabajo, 24 de octubre de 1947.)
Trabajadores, camaradas: Acepto muy reconocido vuestra atención en cuanto significa una prueba tangible de solidaridad con el designio revolucionario de nuestra inquietud.
Nunca como premio a nuestra labor. Porque la lucha por la justicia constituye un deber sagrado para nosotros, y el cumplirlo será un honor, pero no un mérito. Los deberes son obligaciones y las obligaciones deudas. Y las deudas se saldan y en paz.
Todos sabéis que bajo la orden de Franco vamos a la implantación de un nuevo orden económico y social que borre de España la pesadilla trágica de unas multitudes trabajadoras forzadas a la indignidad de una consideración social vergonzosa y a la amargura de la miseria y de la dificultad, redimiendo los hogares de la tristeza, con la alegría del pan, y rompiendo con nuevos conceptos en las estimaciones sociales las ligaduras crueles que hoy atan las vidas de muchos hombres honrados.
Para alcanzar estas metas, acaso no tan lejanas como algunos creen, es preciso una preparación del terreno, una acción resuelta en la realidad en que vivimos, que facilite la celeridad de nuestra marcha hacia esa plena transformación social y económica de la Patria. Y en este punto puede ser muy útil vuestra colaboración. Porque para vencer la oleada hostil de las corrientes enemigas hacen falta en las dos bandas de nuestra nave remos ágiles y en cada remo brazos tensos, con ímpetu revolucionario español. Por eso buscamos para nuestra acción social el acercamiento de muchos hombres. Y lo buscamos cara a cara, sin armas ni monedas en las manos, en noble llamada que no es captadora promesa, como sabéis, porque va refrendada con la incontrastable elocuencia silenciosa de nuestras realidades y nuestras luchas.
Sé que no podemos estar jactanciosos con las conquistas logradas hasta ahora en materia social. Es necesario reconocer que si en circunstancias normales hubiera mejorado notablemente la vida de muchos trabajadores, hoy constituyen poco más que un paliativo a la forzada estrechez que arrastra la crisis en que se debate este mundo triste y martirizado. Pero nuestra batalla sigue dura y tenaz bajo la luz del sol y en la penumbra de las covachuelas, donde el orden viejo organiza la traición de sus contraataques desesperados.
Dos medios se os presentan para ayudar a nuestra lucha y contribuir a la victoria de liberación. Nuestros avances dependen de la resistencia que presente la economía española. Porque a mayor poderío económico mayores posibilidades de acción social en un país. El alza o baja de la producción nacional facilita o frena nuestros movimientos. Así que la voluntad de rendir que hayáis de poner en vuestro trabajo, la noble entrega de vuestro esfuerzo creador, constituye una primera forma eficaz de ayudarnos en nuestra empresa. Y es la segunda vuestra intensa colaboración, vuestra actuación decidida y constante en los Sindicatos para mostrarnos allí directamente todas vuestras realidades y vuestros problemas. El Sindicato es la gran arma de nuestra Revolución Nacional. Centro que debe recoger todas las ansias trabajadoras, canalizar todas las aspiraciones legítimas, apoyar toda justicia, defender todo derecho, orientar en toda vacilación. Ser el recio nudo de hermandad fervorosa que encuadre todos los intereses y todos los hombres de España bajo la bandera de nuestra Patria libre. Queremos que vibre en ellos lo popular y lo caliente, todas las rebeldías justas, todas las inquietudes llameantes, avaladas por una razón y dirigidas por una fe. Con Sindicatos mansurrones o apáticos no se va a ninguna parte. Nos interesan los Sindicatos que sean lumbre de pasión reflexiva en los avances, consejeros en las dudas, orientadores de rumbos, mensajeros de la inquietud social de cada día que den firmeza, eficacia y tono ardiente a nuestro gran combate a vida o muerte por la justicia y la libertad de la Patria.
El Caudillo, con su brazo fuerte que tantas veces nos condujo a la victoria, sostiene una bandera bajo la que muchos hombres luchamos con fanatismo por la liberación de las muchedumbres trabajadoras. Para esta batalla sigue abierto el alistamiento y ningún español honrado puede estar sordo a su grito de justicia.
Camaradas: Yo os aliento a la pelea y a la acción, seguro de vuestra comprensión, de vuestro coraje y de vuestra fe.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!