Filosofía en español 
Filosofía en español


En Radio Nacional de España

(Madrid, 18 de julio de 1947.)


Trabajadores, camaradas: Hoy, 18 de julio, queremos dirigirnos a todos los españoles de buena voluntad que sepan vivir esta hora de España.

Este día de gloria, en que se han roto todas las cobardías por una Patria libre, se barrió toda la podredumbre de los viejos partidos por una Patria grande y se dio el grito de batalla contra todos los egoísmos por una justicia revolucionaria española.

Esta fecha, en que se aplastó la traición con el coraje de una rebeldía, pero no para la revancha, no para la opresión de los vencidos, sino para redimirlos, despertándolos a una nueva fe, a la verdad y al orgullo de la Patria.

El 18 de julio vino a borrar con el huracán de su ímpetu toda la triste historia de un oscuro ayer amasado de injusticia, de mentira y de egoísmo. De mentira y sarcasmo también, porque legiones de parados pedían un jornal como se pide una limosna, los trabajadores vivían en las ciudades y en los campos de España como extranjeros, vagabundos y famélicos, mientras triunfaban sus líderes, piratas de la revuelta, mercaderes de la paz social, en amigable compadrazgo con oligarquías políticas, servidoras de la plutocracia y saturadas de pancismo burgués.

Vino a traer la verdadera paz social, no la quietud encadenada de los presidios, paz fingida bajo la que hierven inquietudes rencorosas en las almas, sino la paz abierta de la justicia, de la hermandad y de la comprensión. Porque no vino solamente a suavizar la lucha social, vino a hacerla imposible, cortando a cercén los motivos de la discordia, creando nuevas estructuraciones sociales que unan a los hombres en un interés y en un afán.

El sol de aquel día de gloria encendió las almas con sus vibraciones candentes y aclaró los horizontes con sus reverberos de luz, marcando a los espíritus perdidos en la selva oscura de morbosos ensueños revolucionarios, sangrientos e infecundos, claros caminos de justicia y redención al fulminar la ira de un anatema contra los que por mantener intereses ilegítimos pisoteaban la justicia y los que por estar vendidos a poderes extraños renegaban de la Patria.

La Patria y la Justicia, que son los dos bastiones de nuestra fe española y nuestra fe social. Porque una justicia implacable, forjadora de la unidad y la alegría de las almas, es imprescindible para la existencia de una Patria grande, y una Patria próspera y libre es premisa indeclinable para el bienestar de las gentes, de todos los hombres libres que viven honradamente del esfuerzo de sus brazos, de sus inteligencias y de sus aportaciones económicas a la producción nacional. Sólo los magnates del oro, que vegetan en el ocio de su frívolo egoísmo, pueden prescindir de la Patria, porque tienen en sus talonarios de cheques la carta de ciudadanía para todas las naciones del Orbe, el mágico salvoconducto que les abrirá las puertas de todas las fronteras.

El empuje español arrolló a la anti-Patria, barriendo de nuestro suelo, que siempre ha sido tumba de tiranos, a los esbirros de las dominaciones tenebrosas, a los embaucadores de las conciencias y a los corsarios del crimen, y pudo verse florecer, después de mucho luto y mucha sangre, el gran milagro de una Patria redimida.

Pero a nuestra Revolución Nacional no le bastaba reconquistar una Patria: tenía que rescatar una justicia, porque ni aun en nombre de la Patria se puede condenar a nadie a la esclavitud. Y la Patria no puede existir en un clima trágico en que se enfrente el privilegio con el hambre, la vida amarga de las multitudes trabajadoras con la molicie regalona de los opulentos, el justo recelo de la dignidad humilde con la vieja soberbia de las categorías arbitrarias. Por eso Franco, que hizo la guerra para reconquistar una Patria y una justicia, al apuntar el sol glorioso de la paz marcó un nuevo rumbo social que tiene como meta definitiva la plena liberación moral y material de los antiguos desheredados, con realidades tangibles, verdades enteras y sentidos hondos de entrega y de sacrificio. Con un nuevo credo, encarnado en el sentido de lo español y la justicia de lo social, bajo el halo luminoso de una fe y una Cruz. Porque Franco no olvidó, como lo había olvidado el mundo, que el primer grito libertador que sonó en la tierra fue dado por Cristo al establecer la igualdad de los hombres en el espíritu y que la primera batalla redentora de los oprimidos la ganó su divina doctrina a la esclavitud.

Credo según el cual todos los hombres están situados en el mismo plano de igualdad como colaboradores en la empresa común de la Nación. Por el que la clase obrera no es más que un grupo de hombres que cumplen un tipo análogo de servicio a la Patria y a su legítimo interés, pero tampoco nada menos. Hombres que tienen un sagrado derecho a llenar ampliamente las necesidades de su vida, a disfrutar de consideración y jerarquía en la esfera social y económica y a recibir, con el fruto equitativo de su esfuerzo, el bienestar y la alegría de España. Consideración y jerarquía social, porque también el trabajo, una de las formas de la noble hombría, debe tener su gallarda aristocracia y todos sabemos que en el pecho más humilde puede florecer una suprema elegancia espiritual.

Sólo así, haciendo llegar a todos los espíritus la ley de la hermandad y a todos los hombres ese calor de bienestar y redención, se puede conquistar la paz española; formando una gran comunidad nacional en la que un sentido de solidaridad apretada y ferviente ensambla las almas, en la que brazos, capitales e inteligencias trabajan unidos en un interés y en un afán, en la que todos por igual soporten el peso de las duras jornadas y la riqueza creada por el común esfuerzo sea distribuida justamente entre hermanos y no arrebatada a desgarrones por zarpas bandoleras. Nuestro nuevo orden no intenta martirizar el libre juego productor. En nuestro mundo económico existirá la libertad individual y la propiedad privada, consagración de la dignidad de los hombres y acicate para el avance de los pueblos, campo fecundo para que los avanzados de la iniciativa, los talentos del genio industrial y los ágiles espíritus del riesgo abran nuevos caminos luminosos de progreso y bienestar social. Propiedad privada, libertad económica, pero sometidas a leyes justas e inflexibles que regulen ese amplio juego de actividades del mundo laboral, entregados antes al arbitrio del más fuerte en las dramáticas luchas por el interés. Bajo su justicia inflexible deben desarrollarse todas las actividades humanas y también estas del mundo económico, donde precisamente los choques son más duros y más trascendentales para la convivencia de los hombres, para la paz de los hogares y para la prosperidad de los pueblos.

Dentro de estos postulados va realizando España la dura labor de ir sustituyendo día a día por leyes justas toda esa serie de mezquinas concepciones y viejos estilos, triste herencia de pasados regímenes, en persecución de la ansiada meta de una nueva estructuración del orden económico que dé un sentido caliente y humano a la vida y a la Patria. Un nuevo orden económico y social que dé salida, por caminos cristianos de justicia y de amor, a esa gran corriente histórica de liberación de los humildes que emponzoñada por almas venenosas, adulterada con bárbaras aleaciones asiáticas, falsificadas por complejos pasionales de revancha y de crimen y triste por la ausencia de Dios, necesitaba recibir sobre su desesperación, su rabia y su pecado, la gracia divina del bautismo. Bautismo de justicia y de fe, de luz y de verdad. Luz y verdad que disipando la pesada neblina que en tiempos tristes para todos enturbió tantos corazones y tantos ojos, están bebiendo con ansiosa esperanza oleadas de trabajadores de España. Porque Franco, Capitán que en la guerra pudo vencer, Caudillo en la paz, logra triunfar porque sobre la victoria de las armas dio la gallarda verdad de las obras, con las que después de vencer supo convencer. Convencer a este magnífico pueblo español, duro al dolor y sensible a la dignidad, raza indomable, que antes de vivir de rodillas sabe morir frente a los tiranos y que únicamente se somete a la noble voz de la razón, de la justicia y de la ley; de la ley cuando ésta se inspira en la justicia y en la razón. Y tiene fe porque el elocuente lenguaje de las realidades le dice que Franco lleva clavada en el alma, como un estilete, el ansia social y está ganando ese mañana de justicia que prometió en la guerra, esa gran Patria próspera, trabajadora y libre, con hermandad en las vidas, alegría en las almas y paz en los labios y en los corazones.

Para lograr tan luminosa meta es necesaria una organización nueva, y quien no esté dispuesto a seguir el camino revolucionario del Caudillo no quiere a su Patria. Pero estad seguros de que este camino se sigue y aquella meta se alcanzará. Y todos los que hoy nos dais la razón en el pensamiento, pero dudáis de su victoria en la realidad, habréis de creer, no importa después de qué batallas, en la gran Patria trabajadora y libre, que no clava sus banderas en el agua, sino en la playa firme de lo real, en la que, como Dios enseña, se estrechen las manos de los hombres.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(Madrid, 18 de julio de 1947.)