Filosofía en español 
Filosofía en español


En Radio Nacional

(Madrid, 18 de julio de 1946.)

El Caudillo, al establecer la Fiesta del Trabajo el 18 de Julio, grabó para siempre, con juramento de sangre, un Arriba social al Arriba español. Esta fiesta, por lo tanto, no puede constituir una insincera ceremonia protocolaria, sino la reafirmación de nuestra entera voluntad, decidida a ganar cuanto antes ese mañana de justicia que presidió la guerra. Y ninguna fecha mejor tampoco para que dediquemos unos instantes de recogida meditación a ese cada vez más inquietante problema social, alrededor del cual giran hoy todas las posturas del mundo y en el que debieran centrarse todos los pensamientos. Nos hallamos en una gran jornada histórica en que la crisis consuntora que marca el fin de todos los seres está devorando el cuerpo desgastado de nuestro viejo régimen económico-social. Todos los espíritus, que saben vivir la realidad tenebrosa y amarga de la hora presente, vibran de preocupación y de ansiedad por el porvenir, convencidos de que la etapa social en que nos encontramos constituye el estertor de la agonía de un orden que el tiempo, en su marcha implacable, arrastra al osario donde se calcinan los cadáveres de las edades y de los pueblos.

La muerte de los Regímenes, de las Instituciones y de las Patrias suele producirse mediante proceso lento y obedeciendo a múltiples causas, unas ignoradas, otras lejanas y algunas oscuras. El viejo orden social muere por triste y por injusto. No ha sabido arrancar al mundo del trabajo de sus eternas amarguras; ha tolerado que gran parte de la Humanidad viva en llanto y miseria, solamente para trabajar y sufrir; sus preceptos no siempre respetan la justicia y quieren que todos respeten su ley. A veces pienso que aquellos hilos de lágrimas silentes, que arrancó el martirio a los pechos oprimidos, congelándose poco a poco al contacto de la incomprensión y el desdén y cobrando una vida satánica más tarde bajo la magia infernal del rencor, son esos racimos de víboras que, como lava serpenteante, avanzan hoy desde todos los meridianos de la tierra contra la vida comodona e injusta de esta sociedad paganizada.

Es que el ingenio humano, en frenesí creador, abrió todas las fuentes del progreso material, pero cerró los manantiales del espíritu que nos acercan a lo santo, a lo bello, a lo difícil; recogió todas las luces de una civilización desbordada, rechazando la luz de lo alto, única que puede llevar a las almas lumbres de renunciación y de hermandad, de justicia y de amor; supo más de rascacielos que de Catedrales, de superacorazados que de carabelas misioneras, de fábricas ingentes y de victorias de la técnica que de Escuelas de virtud donde se forman almas limpias con materiales de eternidad. Y la civilización debe ser integral. La vida de los pueblos es dinamismo, producción, riqueza, pero también sacrificio, dolor y combate, todo presidido por su supremo destino sobrenatural. Por eso, al lado de la movilización de las fuerzas económicas y sobre ellas, es necesaria la movilización de las energías del espíritu. El milagro de una espléndida civilización material debe estar asentado bajo el sublime imperio del gran milagro espiritual.

Esto no lo ha entendido el mundo y por eso se hunde esta organización social. Esta organización social que, herida de muerte, va prosiguiendo su marcha angustiosa entre campos de ficción y ríos de mentiras, en artificiosa supervivencia, hasta que el roce con un cardo del camino desgarre su piel quebradiza y esparzan cenizas en vez de manar sangre sus venas inertes y apergaminadas. Campos de ficción y ríos de mentiras, sí, porque nuestra brillante civilización es un bello parque con reptiles escondidos bajo el terciopelo de los rosales, casamatas traidoras entre el verdor tembloroso de la fronda y nidos de insidias sobre el murmullo adormecido de las fuentes.

Estas palabras son duras, pero también es grave esta hora del mundo; y, para tener una idea de cómo debe ser la amanecida de una justicia y de una Patria, es muy útil meditar sobre el ocaso de un mundo egoísta, que por algo se ha dicho que el secreto de la vida debe captarse a la luz de los hachones en el rostro de los muertos.

Muchos años de dolor y tinieblas ha costado al mundo, en esa larga cadena de centurias y estirpes, el proceso histórico de su transformación social; pero la marcha hacia la justicia es el hecho central que señalan todas las etapas de la Historia, marcha en estos momentos más impetuosa, más irrefrenable. Por eso, al intentar detener este Movimiento, dotado del empuje arrollador que le presta una inercia de siglos y que, aunque contaminado con inadmisibles desvaríos pasionales, lleva en su entraña una pura vena cristiana de justicia y verdad, es insensatez y es injusticia.

Nadie puede poner en duda que el problema social es el gran problema que ineludiblemente tiene que resolver esta generación, sin improvisaciones irreflexivas, pero sin que arbitrarios compases de espera lo agraven y reenvenenen. Y ante esta realidad inquietante, apagadas las luminarias del mundo sobrenatural, sólo guía a la Humanidad, materialista y escéptica, en su vacilante caminar por este oscuro campo de brumas y de nieblas, el parpadeo de alguna luz mortecina, los vanos meteoros de filantropías descarriadas, con lo que intenta, inútilmente, orientar sus pasos atormentados hacia una meta que no ve, hacia un sueño que no sabe lograr. Así se condenan las almas, así naufragan los hombres, así desaparecen en oquedades de abismos los pueblos y las razas. Las salvadoras realidades sociales no pueden brotar en el árido campo del frío materialismo, sin justicia y sin Dios, que rehúye el sacrificio, hurta la caridad y niega el amor. Deben buscarse en las fuentes vivas de la fe.

Y así lo entiende Franco al perseguir un orden que encuadre todas las inquietudes justas, que barra todas las amarguras y todos los rencores de las almas, implantando, por encima de todas las disidencias y los clasismos, la unidad social en una justicia entera, cristiana y española. Un nuevo orden económico y social que coordine los elementos de la producción, dando participación a todos en lo económico; que corte el agrio perfil de venta de sí mismo que el materialismo capitalista marca a la retribución del trabajador; que centre los pensamientos y las voluntades en una preocupación y en un común afán; orden impregnado de un sentido espiritual de la vida, en el que las leyes económicas de la producción queden siempre supeditadas a los valores eternos, a la suprema dignidad de los hombres. El Caudillo marcó ese orden cuando frente a la anti-Patria jugó a cara o cruz el futuro español y cumpliendo su promesa sirve decidido, irreductible, la gran misión social, convencido de que sólo puede arrancarse a la verdad de una justicia que nos hermane la gran victoria de la Patria.

En este momento de la Historia, todos los hombres honrados y patriotas deben meditar unos minutos si, ante esta gloriosa empresa cristiana y española de redención y de paz, existe otro dilema que no sea la ayuda, la colaboración ferviente o la traición, traición a España y traición a Dios.

Es necesario remozar las viejas concepciones, abandonar ciertas tranquilidades injustas, sacrificar nuestra excesiva comodidad, nuestra vanidad de infalibles, prescindir algo de lo superfino, cuando tantos hermanos nuestros carecen de lo necesario, morir un poco para nuestro egoísmo, pensando que España florece en tumbas de guerra de los que murieron por una Patria mejor y por nuestro bienestar y nuestra paz.

Tenemos que mostrarle el rumbo liberador a esa nave trágica de forzados maldicientes que, con el remo del sufrimiento, bajo la cadena de un orden social injusto, corre la ruta sin esperanza de un mar sin orillas; orientar a esas tristes caravanas que vagan en desiertos de rencor, porque sólo hallaron en su camino las huellas que en su merodeo grabaron los chacales o algún surco impreciso que acaso un ave enloquecida, huyendo de las garras de un azor, trazó en la arena abrasada y hostil; mostrar nuestra entera, nuestra cristiana y española verdad, verdad con obras, con realidades tangibles, a esas multitudes atormentadas que, en tantas encrucijadas trágicas de su vida amarga, fueron perdiendo su verdad y su fe.

Y sabremos vencer, porque, creyentes, poseemos, en la cerrazón de este pavoroso diluvio de materialismo y de crimen que inunda el mundo, un nuevo monte Ararat que sobre el verde aterciopelado de sus cimas, que fueron promesa salvadora en los tiempos bíblicos, tiene hace veinte siglos clavada una cruz. Y EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA nos orienta siempre con la fulgencia de su eterna luz, mostrándonos hasta dónde es necesario llevar el sacrificio, la caridad y el amor.

Hoy 18 de Julio, día de gloria, en que se rompió con todas las cobardías por una Patria Libre, en que se barrió toda la podredumbre de los viejos Partidos por una única formación de todos los españoles en pie, debemos jurar ante Dios y ante España dar la batalla a todos nuestros egoísmos, por una justicia que transforme este régimen social caduco, pagano e inservible en un nuevo orden justo, cristiano y español, antes de que con sus manos ensangrentadas instauren otro de tiranía sin Dios, los enemigos de nuestra Patria y de nuestra fe.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(Madrid, 18 de julio de 1946.)