A los miembros del Consejo del Instituto Nacional de Previsión
(Madrid, Ministerio de Trabajo, 30 de enero de 1946.)
Señor Presidente del Consejo del Instituto Nacional de Previsión, señores Consejeros: No es cosa fácil exponer con precisión los sentimientos que situaciones como la actual hacen surgir. Con frecuencia lo que en tales ocasiones se dice va impregnado de un almibarado formulismo que dificulta, cuando no impide, saborear lo que hay de honrado y de sincero. A trueque de pasar por un habilidoso explotador de la modestia quiero dejar desnudo de frases protocolarias mi pensamiento. No soy modesto ni heroico en la función. Aspiro sencillamente a ser justo. Y fiel a esta directriz debo confesar la satisfacción que me producen vuestra presencia, la preciada condecoración que me entregáis y las amables frases de vuestro Presidente. Pero esta alegría, producida por la exacta percepción de lo que este acto significa, me obliga a poner de manifiesto, escuetamente, la interpretación que doy, en servicio de la verdad, a estos momentos. Esta condecoración, vuestra presencia y cuanto aquí se ha dicho son el reconocimiento de una labor, de un esfuerzo y de una orientación, que yo recojo para presentarlo ante quien tiene derecho a recibirlo porque la obra es suya: Ante el Caudillo.
Y de esto nada más.
Mis mejores deseos para este primer Consejo de la Paz.
Un saludo cariñoso para quien lo representa y para los que en él colaboran con un sentido de comprensión, de unidad y eficacia. La expresión de mi afecto para los que han hecho del Instituto unidad avanzada en la lucha social que mantenemos. El testimonio de mi gratitud para las Entidades Colaboradoras que con su esfuerzo han facilitado el cumplimiento de nuestras consignas.
Ahora, pocas palabras: Entendemos que en la hora actual de la Patria nuestra misión está en hacer de las promesas realidades. Y lo que está entre la realidad y la promesa es, en lo social, tierra nueva para España. Tenemos en esta labor, por Orden del Caudillo, un empeño especial, porque si queremos hacer entender la Patria a masas de hombres educados en la realidad del trabajo y del peligro es necesario comenzar por la propaganda de los hechos. No están tan lejos de nosotros porque son hombres de un patriotismo práctico que enriquecen la Nación con su esfuerzo. Para incorporar estos hombres a la gran empresa revolucionaria española no sirven las palabras: hay que enfrentarse con ellos en el terreno de lo eficaz. Pero para lograr esto se precisa una minuciosa selección en los hombres que han de ejecutar las órdenes. Sólo en atención a lo que para mí constituye preocupación primordial me permito hacer, a este respecto y ante vosotros, algunas sugerencias.
Sabéis de sobra la decisiva importancia que tiene la compenetración del individuo con la misión. Hay que elegir hombres que, si encuentran en el servicio la solución de su vida, la satisfacción de una necesidad económica, al mismo tiempo entiendan su esfuerzo como satisfacción de una necesidad espiritual; que sientan apasionadamente la justicia que sirven y que estén moralmente adscritos al sentido nuevo por el que combaten materialmente desde sus puestos de trabajo. Se precisan individualidades caldeadas, capaces de superar la frialdad burocrática con el fuego de la idea y de la fe. Es posible el perfecto desempeño de una misión que nos conduce por caminos ideológicos diferentes a los que alientan en el fondo de nuestro pensamiento y es posible el heroísmo de transformar éste en servicio de aquélla. Pero abundan bastante poco los héroes y el que reconozcamos extraordinarias excepciones no quiere decir que aconsejemos su búsqueda como sistema general de elección de cuadros. En los más perfectos engranajes, como en las sistemáticas más sabiamente perfiladas, el valor hombre siempre es supremo, pero mucho más en etapas de transformación en que se precisan rendimientos excepcionales y con frecuencia es necesario que un órgano se amolde al desempeño de funciones que no le son específicas. En alguna gloriosa Institución se ordena suplir con el celo la falta de medios. Ese celo es sinónimo en nuestra lucha, de pasión, de obsesión por el objetivo que enfila el esfuerzo, de ardiente adhesión a unos sentidos que informan la manera de obedecer. De aquí la necesidad del funcionario soldado, pero soldado con esa ilusión del voluntario. Ya sé que en algunos espíritus, remansada ya la inquietud de un pasajero snobismo revolucionario, esta teoría del fervor, estigmatizada de muy Frente de Juventudes, no cuenta con demasiados adeptos. Pero como el que os dirige estas palabras no tiene el honor de formar con tan experimentados ciudadanos, quiero que transmitáis a todos los que trabajan en el Instituto Nacional de Previsión mi pensamiento. En cualquier actividad es condenable la desgana en el trabajo, pero en su servicio, de cuyo cumplimiento depende la protección de muchos hogares y de muchos hombres útiles para la Patria, la baja voluntaria de rendimiento es una deserción frente al enemigo. En el Instituto Nacional de Previsión no queremos funcionarios de un Organismo sino soldados de una idea. Esta concepción militar y mística del servicio, sin la cual sólo podríamos perfilar una Patria mediocre, es mi primera consigna. Fe, disciplina, combate; sobran entre nosotros los amables formulismos de siempre. Que el hecho de que se les hable, seguros de que lo entienden, con la breve sequedad de nuestra manera, constituya un orgullo para ellos.
Después de dirigirme a quienes con su esfuerzo llevan la alegría a tantos hogares tristes, no quisiera terminar sin dedicar un cariñoso recuerdo al anterior Consejo, que dio tantas pruebas de interés por la obra social. Tampoco puedo silenciar los servicios que viene prestando a España el Organismo del cual sois Consejeros y tengo la seguridad que han de multiplicarse bajo la digna y competente dirección del nuevo Presidente.
La extensión práctica del campo de aplicación del Subsidio Familiar, los beneficios que reporta el Subsidio de Vejez, las facilidades que otorgan los Préstamos a la Nupcialidad y el alto espíritu social que reside en el Régimen de Accidentes hacen expresar por mi conducto la satisfacción del Caudillo. Es digna de mención la importante labor realizada en el Seguro de Enfermedad, en la cual, si se han distinguido las Entidades Privadas y Sindicales y han dado un ejemplo difícilmente igualable al colaborar sin reservas con el Instituto, ha sido la Caja del Seguro modelo de entusiasmo y de tesón y justamente apreciados los desvelos de quien la dirige y de los que con él trabajan. A aquellas y a ésta simplemente gracias. Y si es verdad, no hay por qué ocultarlo, que existen defectos, no estará de más examinar el volumen del Seguro y la rapidez con que se ha implantado para llegar a la conclusión de que se justifica, una vez más, nuestro orgullo español.
Conviene tener en cuenta que todo este esfuerzo se ha realizado en situación económica poco holgada, por lo que quiero hacer algunas consideraciones que os sirvan de aliento y aunque en otras ocasiones ya aludí ante alguno de vosotros a este problema quiero insistir para demostraros que no ha variado mi punto de vista. Sobre el Instituto Nacional de Previsión pesa el cumplimiento de un deber social cuyos problemas, por especiales circunstancias de esta hora, tiene que resolver por sus propios medios. Si esto le fuerza a inversiones y actividades urgentes cuyo volumen pudiera inquietar a quienes explicablemente miran las cosas bajo el prisma mercantil, pensad que vuestro deber para con ellos de buena administración y de atención a sus criterios debe estar dirigido por vuestra obligación para con la Patria como mandos de la obra social. No hay incompatibilidad sino necesidad de coordinación entre ambas representaciones. Y si debéis evitar celosamente alegrías peligrosas para la estabilidad financiera del Instituto Nacional de Previsión, recordad que la mayor garantía de su firmeza económica es el volumen de la obra social acometida. Si el Instituto es su soporte, su desequilibrio amenazaría a una red de Instituciones que en esta época el Régimen tiene que atender como vitales para su propia existencia. En el Estado, por esta razón, debe residir vuestra seguridad para tomar medidas eficaces sin temores ni titubeos, porque forzosamente, si no ha actuado a priori, no puede evadirse a la protección en futuras dificultades. Sin que ello sea tampoco propugnar acrobacias y si se me permite la escasa seriedad del símil en gracia a su exactitud, entiendo, como ya os dije otra vez, que hoy el Estado está garantizando los riesgos del Instituto tan pasiva pero tan seguramente como la red del trapecista.
Sólo me resta animaros a la rápida puesta en marcha de la unificación administrativa de los Seguros Sociales y del plan de instalaciones del Seguro de Enfermedad, y aun constándome su inutilidad, os recuerdo que la colaboración significa para nosotros el comienzo de una unidad de acción, no el principio de una rivalidad.
Para terminar, una consigna: Entre nosotros, el heroísmo se exige. En nombre del Caudillo yo os exijo para esta gran tarea el heroísmo de la paz, que es sencillamente el máximo rendimiento en el servicio.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!