A todos los trabajadores de España
(Madrid, 18 de julio de 1944.)
El hecho de que el Caudillo haya establecido la Fiesta del Trabajo precisamente en la fecha de la rebeldía española implica la rotunda afirmación del objetivo que persiguió la guerra. Cuando una política partida en dos por concepciones sociales opuestas e injustas convertía la Patria en permanente campo de batalla del odio y amenazaba su misma existencia como Nación, los fusiles no podían empuñarse para defender un bando ni para establecer una tregua, ni siquiera para imponer un arbitraje. Era necesario, para hacer definitiva y permanente la victoria, deshacer los tinglados de un orden en el que la desintegración y la agonía nacionales no constituían desafortunado incidente circunstancial, sino irremediable final de proceso. Los viejos partidos, descarada o encubiertamente, estaban adscritos en la raíz a un interés de clase, y su Parlamento sólo fue un gran Comité paritario disfrazado para la defensa de los egoísmos incompatibles.
Todos los banderines que se elevaron de justicia o de patriotismo, no pasaron de ser armas tácticas ocasionales, máscaras y ardides de guerra. Este es el sencillo esquema del orden de ayer, constituido por dos líneas paralelas en el rencor, asentadas firmemente sobre una organización económica y social inservible. Salvar la Patria no era empresa que pudiese llevarse a cabo atacando algunos efectos, sino destruyendo todas las causas. Contra un orden había que levantar otro. Por eso la rebelión de Franco fue social y las armas el medio revolucionario al servicio de un fin del mismo orden. Por eso el 18 de julio no podía empequeñecerse en la accidental significación de una fiesta guerrera, sino gritar claramente el esencial empeño de un Arriba social. Por eso hay que entenderlo como una renovación del alistamiento, como periódico alerta en un servicio que comenzamos hace siete años a cumplir y en el que nuestras horas de vanguardia militar sólo fueron la ofensiva inicial que nos permitió establecer una cabeza de puente sobre la Historia.
Es ahora cuando vivimos la jornada decisiva, cuando la guerra va a calificarse como un estéril derramamiento de sangre o como un glorioso y fecundo sacrificio. Nuestra empresa no se limita a suavizar con la imposición de las buenas maneras el enfrentamiento de las clases, a transformar sus golpes y sus gritos anárquicos en diálogos encarrilados por la disciplina legal. Mientras se conservase entre las clases un interés contrario, viviría la insolidaridad en los hombres por encima de todos los artificios. Mientras se mantuviese un campo social con dos trincheras que en fin de cuentas, si no se arrebataban el terreno a tiros se lo disputaban en conferencias diplomáticas, toda unidad sería ficticia y provisional. Mientras subsistiese el alquiler de hombres, todas las declaraciones teóricas que dignifican el trabajo sólo constituirían la irrealidad de un bello proyecto. Hay que modificar la orientación de las dos líneas, unificar la dirección en el interés de las clases y cambiar el desplazamiento de las armas y de los anhelos. No hay otra fórmula que el objetivo común en el interés, haciendo del jornal la proporción que de la riqueza creada corresponde por derecho natural al trabajador. El salario fijo sólo puede constituir en el orden nuevo un mínimum de ingresos, concebido como un Seguro contra la pérdida. Esta transformación en la forma de repartir el beneficio de la producción y el sentido de entender la remuneración del trabajo es una de las más esenciales conquistas de la Revolución Nacional-Sindicalista en lo social. La única manera de que trabajadores empresarios y obreros se sientan solidarios dentro de su unidad y de sustituir por la noble competencia de empresas la antihumana batalla de las clases. A nadie se le ocultan la importancia y la dificultad del empeño. El sistema de las machaconas exhortaciones a la armonía y a la comprensión, las fórmulas anticlasistas y las declaraciones de derechos, antes de montar prácticamente las vidas sobre estructuras que acerquen a los hombres en lo material, son estériles. Habrá poca necesidad de insistir en las palabras de paz cuando efectivamente los hombres no estén situados como contendientes, cuando se haya rebasado el sentido de secesión e inquietudes comunes diferentes alineen las voluntades y los pensamientos. La enumeración de estos nuevos avances que más urgentes y elementales medidas de seguridad social retrasaron, expuesta alegremente, sin referencias concretas a la realidad, pudiera constituir motivo de alarma o de descrédito.
Pudieran tomarse mis palabras como inmediata improvisación, peligrosa por su ligereza repentina o como engañosa carnaza arrojada para justificar nuestra condición revolucionaria. Ni lo uno ni lo otro, porque las precedentes interpretaciones las destruye una sola afirmación. La legislación del Caudillo hace ya varios meses que ha introducido el principio y resuelto prácticamente las dificultades de realización en ese ensayo silencioso y favorable que es la Reglamentación de Seguros, verdadera vanguardia sobre las tierras de transformación, cuya experiencia está abriendo a la Revolución la difícil firmeza de un camino positivo y real, al margen de las teorizaciones. Franco ha mantenido el mismo estilo sereno y seguro de combate, que le ganó una victoria, en la lucha presente. Con la misma cautela para no rozar las líneas de peligro en nuestra economía convaleciente, ha ido llevando a cabo una obra social cuyo anuncio despertó temores e incredulidades igualmente infundados. Muchas veces las realidades se nos hacen tolerables vividas e intolerables imaginadas. Muchas veces sólo tenemos miedo de las palabras. Sin modificar este ritmo de meditación, se impone ir cubriendo ahora nuevos objetivos, y en este 18 de julio, en nuestro obligado saludo falangista a las muchedumbres trabajadoras, el enunciado de las órdenes recibidas es la mejor palabra. La previsión y sus gravámenes tienen un límite dentro del orden que vivimos, y una carrera desenfrenada en el aumento de las cargas sociales, a la larga sería insostenible para la industria. Hay que ir arbitrando nuevos recursos de mejoramiento, en la seguridad para cada uno de servir el propio interés, la propia paz y la propia alegría. Queremos dar, como la mejor prueba de las increíbles posibilidades de avance que presta la colaboración disciplinada y comprensiva, el verdadero índice estadístico de la obra social del Movimiento: en treinta y nueve años, desde 1900, en que se instaura el Seguro de Accidentes, hasta la terminación de la guerra, las cargas sociales se elevaron gradualmente del 1 al 9 por 100. En cinco años de dificultades económicas y financieras desconocidas para cualquier régimen anterior, ascienden del 9 al 47 por 100. Sobre el conocimiento de las realidades obtenidas debe asentarse la fe en las venideras.
En este julio de 1944, en que todavía no la hemos conseguido del todo en el interés, la unidad tiene que hacerse viva en la esperanza.
En nombre de la Patria y del Caudillo, a todos los trabajadores empresarios, el agradecimiento por su sacrificio y su colaboración.
Frente a la amargura de la torva amenaza que presidía las fábricas, la alegría española de las manos abiertas.
Contra el apasionamiento en el rencor, el apasionamiento en la hermandad. Y como la mejor consigna de este día, a toda la gran familia trabajadora: Fe.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!