En Linares
(Linares, 15 de mayo de 1944.)
Trabajadores empresarios y obreros, camaradas: Con la alegría de un soldado a quien sus compañeros de armas distinguen, llevaré esta medalla ofrecida por vuestras manos trabajadoras. No quiero ocultar mi deseo, que estoy seguro coincide con el vuestro, de depositar esta distinción que me concedéis en el pecho del trabajador minero asturiano más antiguo, sellando así la hermandad que existe entre todos los trabajadores de España. Y como entre nosotros la palabrería se desprecia, esta afirmación de agradecimiento y la expresión de nuestro común deseo no hace falta revestirlas de más retóricas. Entendemos vuestra acción como un signo de comprensión entre hombres a quienes unió el destino en comunes tareas y como una abierta y rotunda afirmación de asentimiento a los sentidos revolucionarios que intentan la Falange y el Caudillo.
Quiero, desde otro punto de vista, aprovechar este instante para subrayar la trascendencia de que se empiece a perfilar en la Nación esa gran fuerza unida que constituye el ariete infalible de todas las revoluciones triunfantes, el secreto de todas las grandes empresas sociales victoriosas. Bajo una misma bandera comienzan a agruparse silenciosamente los combatientes de la paz, cuyo esfuerzo decide siempre a la larga los movimientos definitivos de los pueblos. La más inteligente y la más noble de las actividades es acelerar el engrosamiento de estos banderines del espíritu, porque es el mejor camino para que toda esa podredumbre política de individualidad y de partido, que comienza con bellas afirmaciones abstractas, sigue con lucrativos aprovechamientos concretos y termina en tragedia para las Patrias, se entierre definitivamente entre el desprecio de los hombres honrados.
España está, hoy más que nunca, abandonada a sí misma en el mundo. Queremos hablar de un presente que nos preocupa, sobre el que es nuestro servicio actual y al que están vinculados vuestro interés y nuestra vida. Si no hiciese falta el pan todos los días, comprenderíamos perfectamente esa actitud de los que se pasan estúpidamente el tiempo con la esperanza de mañanas más o menos probables. Pero es este presente precisamente –en el que se nos ordena combatir– el que nos interesa examinar con vosotros, con vosotros, que no podéis esperar en la comodidad de los grandes hoteles internacionales el azar de las oportunidades favorables. Y en este hoy tangible de la Patria, en el sector más interesante para un trabajador minero, las cosas están así: hay un pensamiento social revolucionario cuya realización se intenta, y que por encima de todas las dudas, los temores y los ocultos frenajes, se logrará. Por encima de lo que piensen y lo que quieran los jefecitos ex españoles indiferentes a esta dolorosa pasión de España –todavía herida de su odio o de su cobardía, agobiada por la dificultad, sin pan, sin carburantes, sin algodón–, que eligen juntos la hora más difícil de una equilibrada batalla diplomática, librada contra el hambre y la angustia españolas, para escupirle en la cara, desde seguro, el salivazo venenoso de la difamación, de la calumnia y del desprecio. Contra todos ellos, metro a metro, ha de cubrirse implacablemente cada jornada del nuevo camino español. Porque en la política, como en las demás manifestaciones de la vida, hay horas decisivas, horas de criba de los hombres, en las que unos pelean y otros huyen, y horas tranquilas, en las que más o menos todos se permiten hablar y aparentar eficacia. Y todos los que no huimos por esa compenetración tan humana y tan lógica de habernos encontrado solos entonces, estamos sencillamente resueltos a no obedecer otra orden que la de nuestro Jefe de siempre y a lanzar toda la terca videncia de nuestra rebeldía contra la traición de los viejos monigotes de parlamento.
En cumplimiento de directrices de la doctrina estamos, por órdenes concretas, por presión continua del Mando nacional, intentando transformar con medidas nuevas la imperfecta realidad social que vivís, de manera que prácticamente, al margen de lo que cada uno desee como final, dejándonos de historias, monsergas y teorías, estamos tan interesados ahora como vosotros en lograr una serie de objetivos concretos comunes.
Entre trabajadores españoles, experimentados en sentidos sociales, eran previsibles actitudes inteligentes como la de hoy; como era lógico presuponer que en todos aquellos a quienes no interesa la transformación cundiese la alarma y arreciase el pataleo político apercibido el movimiento.
Trabajadores empresarios y trabajadores obreros, unidos en una demostración de solidaridad española a través precisamente de quienes, contra todos los viejos sabihondos independientes, tenemos como significación más acentuada la ciega obediencia de pensamiento y de acción a una doctrina y a un Jefe. Y esto inquieta y esto desasosiega, camaradas, porque esta disciplinada inteligencia, este grupo trabajador cuya firmeza se perfila, es una de las palancas más eficaces para levantar un orden nuevo en el que el sacrificio y la incomodidad no graviten exclusivamente sobre las formaciones del esfuerzo ni sobre sus oficiales, sino sobre toda esa caterva de privilegiados a quienes la injusticia mantiene francos de servicio, vestidos de paisano, disfrutando un irritante permiso indefinido en el ejército español del trabajo.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!