Filosofía en español 
Filosofía en español


A los Delegados provinciales de Trabajo

(27 de enero de 1943.)


Camaradas: Vuestro servicio tiene dos perfiles: el exclusivamente profesional, en el que sois funcionarios, y el político –en el único sentido noble de la palabra–, en el que debéis ser soldados de una nueva fe. Para el primero recibís las órdenes por conducto reglamentario; para el segundo, éstas son las consignas.

En una labor como la vuestra, que tan directamente controla choques de intereses en la lucha social, y que por su constante contacto con los trabajadores empresarios y obreros puede influir poderosamente en su proselitismo o en su apartamiento, no sólo nos sobra el enemigo, sino que no nos sirve el indiferente.

Empezamos por confesar que para nosotros todo eso de la libertad de pensamiento, del cumplimiento perfecto del deber profesional al margen de la política y de la absoluta imparcialidad en la fidelidad con que un funcionario puede servir inspiraciones diferentes, es una vieja mentira en la que, naturalmente, no creemos. Y ahora menos que nunca, porque cuando los campos se están deslindando tan abiertamente, no hay más que dos clases de hombres: los que están con nosotros y los que están contra nosotros; porque los desvaídos, que están a la espera de la ocasión en que sea necesario vender a quienes de momento se ven precisados a servir, queremos contarlos entre los últimos.

Comprenderéis que es la más elemental de las previsiones de un Movimiento que aspira a encarnarse íntegramente en la Patria contar con hombres suyos en todas las aspilleras desde las que se baten campos cuyo dominio interesa primordialmente.

Por eso no nos basta el perfecto cumplimiento de vuestra obligación de funcionarios, sino que nos hace falta, además, contar con vosotros como elementos activos, como tentáculos eficaces de nuestra acción social y política entre los trabajadores, que estamos decididos a intensificar en la nueva etapa de nuestro servicio. Necesitamos hombres que sientan como suya nuestra impaciencia de ganar a la Patria muchedumbres sin fe, educadas en disciplinas enemigas. Y entended, de una vez para siempre, que cuando hablamos de trabajadores nos referimos a toda la escala de su jerarquía económica y técnica, porque nuestro sentido de la unidad y de la justicia no nos permite remar a la banda de ninguna clase. Y que cuando hablamos de disciplinas enemigas nos referimos absolutamente a todas las que no sean nuestra intransigente manera falangista de entender la vida, la justicia y la Patria.

La primera forma de servir esta consigna de proselitismo es la máxima energía –en la vigilancia y en el castigo– de las transgresiones de la ley social. En esto ha de comenzar una nueva ofensiva, cuyas órdenes concretas os serán servidas por los Organismos centrales. Hace falta que las realidades favorables lleguen íntegramente a los hombres en cuyo beneficio se otorgan, inutilizando de una vez todos esos subterfugios con que la tacañería de unos pocos evade la ley, creando al mismo tiempo una situación de desventaja en la lucha económica para aquellos que, con un recto sentido del deber, la cumplen con exactitud. Y si ya sabemos que las dificultades actuales de transporte restan elementos a la eficacia de la inspección, hay un amplio margen de diferencia entre quien se limita a cumplir elementalmente el deber, por indiferente o por enemigo, y quien se supera en el desempeño de su misión por entenderla como servicio de su fe. Pero la ley social no puede constituir, sin embargo, por la humana limitación de las previsiones, una mecánica perfecta que sirva toda la variedad posible de los casos, con automáticas aplicaciones de las normas. Decía Saavedra Fajardo «que las leyes son cuerpos que reciben el alma de los jueces por cuya boca hablan y en cuya pluma se declaran». Y es que, efectivamente, la letra muerta de la ley necesita ser vivificada por el espíritu del hombre encargado de aplicarla.

Las modernas corrientes judiciales, que propugnan la emancipación del juez de esa esclavitud representada por un millón de artículos legales empeñados en hacer de él un mero autómata, sin más misión que pulsar un número para aplicar a cada caso la solución prevista, armonizan con nuestra concepción espiritualista, más humana y más real, que hacía repetir a José Antonio: «El hombre es un sistema», y gritar a Onésimo: «Fe en los hombres y no en las fórmulas.»

Por eso, para nosotros –convencidos de la imposibilidad de prever todas las situaciones que las relaciones de trabajo pueden originar–, es tan interesante la justicia de la ley en sí misma como el espíritu con que han de servirla quienes están encargados de velar por su cumplimiento. Es necesaria la identificación absoluta entre el sentido que inspira la promulgación de una ley y el que ha de presidir su aplicación.

Y si este margen de arbitrio, en el que juega el imponderable de la libre interpretación, es esencial para el mando de cualquier Régimen saberlo obediente a su propia orientación, lo es doblemente para nosotros, que marchamos por caminos de avance, sobre situaciones legales provisionales, hacia una transformación social que instaure en la Patria la nueva Era de una justicia diferente. ¿Cuáles son concretamente este sentido y esta orientación? El Fuero del Trabajo y los puntos de la Falange.

El Fuero del Trabajo, Orden general de servicio y carta doctrinal de nuestra legislación social, debe ser para todos la fuente a que se ha de acudir cuando una insuficiencia legal haga difícil la decisión. Él nos señala como una de sus primordiales consignas «la elevación del nivel de vida de los trabajadores». Toda resolución dudosa –siempre que su trascendencia no aconseje la consulta– debe interpretarse en el sentido favorable para la economía más débil. Fijaos bien que estamos en plena etapa de avance, no en una estabilización definitiva que signifique nuestra meta, y que es misión vuestra preparar en esta forma el terreno a nuevas leyes más justas. Hay que entender las leyes beneficiosas con amplitud.

Ahora bien: el tope a esta orientación, la otra directriz necesaria de vuestro criterio, está muy clara en el punto XI de la Falange: «Reprobamos e impediremos a toda costa los abusos de un interés parcial sobre otro y la anarquía en el régimen del trabajo.»

El que la ley se interprete para el trabajador económicamente más débil en sentido favorable, cuando hay equilibrio en la argumentación legal de dos decisiones, no quiere decir que deba tolerarse la más pequeña indisciplina. Por el contrario, reprimiréis con la máxima energía toda rebeldía que persiga el logro de un interés, aunque sea justo, por caminos diferentes al de la ley. El desplante y la indisciplina de los de abajo, y el abuso de fuerza económica de los de arriba, se han terminado para siempre. Y la sanción más dura que permita la ley, es mi orden que se elija en todos estos casos sin vacilar.

Creemos que está clara la orientación. Pero todavía nos queda otro extremo interesante. No queremos entender ese antagonismo que muchos cultivan entre los Órganos del Estado y del Movimiento sino como manifestación de una subconsciencia enemiga decidida a sabotear las nuevas concepciones en constantes ofensivas comineras o como servicio de una falsa concepción disgregadora y antiunitaria. Acostumbramos a luchar noblemente, sin fintas y sin emboscadas, y por eso no nos importa proclamar, para que lo entiendan todos, que uno de los previos objetivos de la Revolución Nacional-Sindicalista es, para nosotros, la conquista del Estado; mejor dicho, la liberación del Estado de toda esa serie de viejas concepciones, estilos y estructuras que son todavía lastre de épocas rebasadas. Como falangistas sometidos a la disciplina del Movimiento, somos hoy, para esta misión, avanzada introducida en el Estado. Pero esta lucha no puede ser contra el Estado mismo –instrumento histórico de ejecución del destino de la Patria, último fin de nuestro Movimiento–, sino contra las concepciones enemigas que lo deforman y lo inutilizan para su nueva función. Por eso es elemental para nosotros –sin otra limitación que la que el perfecto desempeño de los servicios marque– la protección de todas las influencias beneficiosas que en este sentido puedan representar para el Estado Organismos del Movimiento que, como las Delegaciones Provinciales de Sindicatos, tienen comunes esferas de contacto. Vigorizar los Organismos de la Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S., respaldando con nuestra autoridad sus decisiones, e incluso confiándoles funciones propias que pueden integrarse en su servicio específico, es uno de nuestros objetivos más presentes.

Las Delegaciones de Trabajo deben vivir en armonía perfecta y compenetración constante con las Delegaciones Provinciales Sindicales, facilitar en lo posible su servicio y colaborar con ellas en toda orientación político-social que sus Mandos nacionales les marquen.

Las normas concretas de servir esta orientación unitaria se os irán facilitando periódicamente en forma de consignas, cuya inobservancia estamos decididos a castigar con severidad.

Estas son las consignas generales servidoras del nuevo ritmo que es urgente imprimir a nuestra marcha por voluntad del Jefe Supremo de la Falange. Porque Franco ha dado la orden definitiva de avance en la jura del III Consejo Nacional, y no hay disculpas para la lentitud. «La etapa que comienza es de unidad, de superación, de trabajo, de dar forma y potencia a nuestra Revolución.» Nuestro deber es cumplir su consigna; rápidos y alegres. Tenemos la obligación de redoblar nuestro brío en la conquista de las realidades revolucionarias que se nos ordena. Es una hora nueva la que se nos manda vivir. En que cada uno, dentro de su servicio, tiene como deber mínimo dar el máximo rendimiento. No es aplaudir contemplativamente sus palabras nuestra misión; es servirlas en la propia trinchera en que peleamos, con toda la fuerza de nuestras posibilidades y con toda la apasionada impaciencia de nuestra fe. Se rebasaron ya etapas provisionales necesarias; vamos a entrar en el verdadero campo de nuestras realizaciones puras, y no podemos desaprovechar ni una sola de las posibilidades que puedan pesar en su victoria. Tenemos la orden concreta de que sea de unidad la etapa que empieza, y no hemos de desaprovechar ningún resorte al alcance de nuestras manos para imponerla en la esfera que se nos confía.

Vosotros constituís en la Patria una red de hombres útiles para esta misión, más allá de vuestro estricto servicio de funcionarios, y estamos decididos a formar con vosotros una nueva unidad, un nuevo cuadro de combatientes eficaces para la Revolución española.

Y nada más, camaradas. En esta nueva empresa, a que no sólo nos autoriza, sino que nos obliga la decisión resuelta de quien nos manda, exigimos de vosotros una actitud: la de soldados de nuestra fe, la de compañeros de armas en la lucha por la justicia. Tenemos el orgullo de afirmar que estamos seguros de vosotros; pero si en algún caso una realidad diferente desvirtuase nuestra convicción, advertimos noblemente, a tiempo, que no vamos a tolerar rebeldías de pensamiento ni pasividades de acción. No tenemos derecho a perder el tiempo con amabilidades persuasivas. No tenemos nada que discutir.

Y si es doloroso lesionar intereses particulares, están sobre ellos, para nosotros, los supremos de la Patria, de la Falange y de la justicia, y el respeto a la voluntad de los que murieron por ellos.

Del cumplimiento de esa voluntad nos consideramos y os hacemos en este servicio directamente responsables. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(27 de enero de 1943.)