Al Frente de Juventudes
(Valladolid, 27 de diciembre de 1942.)
Formáis en el Frente de Juventudes. Frente implica combate, supone la existencia de un enemigo. Frente quiere decir línea de fuego, ofensivas y asaltos. ¿Contra quién? ¿Por quién?
Desde hace muchos siglos, España existe como unidad de destino en lo universal, es decir, como una formación de soldados que tienen un objetivo común que conquistar en el campo de batalla de la Historia. Dentro de esa formación ha habido traidores: a la justicia y a la solidaridad de hermanos que debe servir nuestra unidad, sobreponiendo a ellos los intereses egoístas de unos pocos; a la Nación misma, desmembrándola, entregándola en manos extrañas, queriendo sortear a retazos su túnica entre los mejores pagadores de la ambición, intentando venderla en treinta dineros a los mejores postores de la avaricia.
Por ellos, España fue vencida en el mundo. Vuestro frente ¿contra quién? Contra ellos.
Pero la Patria no podía morir sin que minorías heroicas de patriotas jugasen a la última partida de las armas la carta definitiva de su derrota o de su gloria. Y la Falange, encuadrando las juventudes más resueltas de la Patria, inició hace diez años sus ofensivas violentas contra los hombres y las generaciones antinacionales educados en el derrotismo y la negación.
Escuadras hechas a la disciplina y al combate comenzaron a enderezar a tiros las rutas españolas, y cuando la batalla se planteó definitivamente, fueron barridos por una riada de sangre española de militares, de campesinos, de obreros y de estudiantes, todos los intereses pequeños, todas las grandes traiciones culpables de nuestra derrota como Nación.
La victoria fue de la España Una, Grande y Libre, por el pan y por la justicia. Vuestro frente ¿por quién? Por la Patria y por la Falange.
Vosotros sois ahora la gran reserva que estamos educando en su servicio y para su fe.
Porque la decisión favorable de la guerra no significa que hayamos cumplido aún nuestro deber. La guerra fue la primera empresa necesaria para aniquilar a los que tenían encadenada a la Patria. Pero a nosotros no nos basta tenerla en nuestras manos; necesitamos moldearla con una voluntad de perfección.
En esta tarea, que constituye nuestro verdadero fin desde que comenzó la lucha, todavía tenemos enemigos poderosos que no pelean, pero que intrigan y obstaculizan desde la sombra segura de sus cubiles.
Para el definitivo triunfo formáis como reclutas nuevos que han de cubrir los claros de nuestras filas. Que deben terminar la obra revolucionaria iniciada por nosotros. Tenéis el deber de vigilarnos a nosotros mismos para si un día hiciéramos traición a la fe que os enseñamos –quisiéramos disfrazar con nuestros simbolismos externos realidades injustas, diferentes, perjudiciales para la Patria–, podáis con la misma violencia justa que lo hicimos nosotros arrancarnos sin vacilar el mando de las manos. El que nosotros hayamos sido los primeros luchadores de la idea no quiere decir que hayamos de ser siempre sus mejores soldados. No puede debilitar vuestra ilusión el hecho de no haberla abrazado los primeros. Debéis tener, por el contrario, el orgullo de ser los más fieles, los más suyos; porque nuestra generación de combatientes tiene un lastre de viejas reminiscencias enemigas vividas, huellas de concepciones liberales y de sentimientos antiunitarios, de los que Dios ha querido que os hayamos podido librar a vosotros.
La más pura, la más exacta concepción de la Falange, es deber nuestro y vuestro conseguir que viva en nuestros espíritus. Poco habríamos logrado si no somos capaces de borrar todas las naturales imperfecciones de la Falange de hoy en la Falange de mañana.
Porque si nuestro destino ha sido preparar, vuestro destino es hacer.
Nosotros teníamos como primera misión levantar una Patria caída; vosotros, hacerla marchar hacia la meta del Imperio.
Estamos frente a una ocasión española única desde hace cuatro siglos. No puede írsenos la oportunidad de que la voz de mando española vuelva a escucharse en las empresas espirituales de un mundo cuya historia está llena de nuestra presencia. En ella tenéis los mejores ejemplos para imitar, porque tened entendido que vuestra primera misión no es estudiar historia, sino hacerla.
La historia española no podemos concebirla como un medio de cultivar nostalgias sentimentales, como un ala de avestruz que nos tape un presente de derrota con la contemplación de pasados victoriosos. La historia la tienen los pueblos para servirla. Para afirmar, con la confianza en sí mismos que les presta la gloria de ayer, su decisión y su fe de conseguir la de hoy y la de mañana.
Pero cuando el cumplimiento de ese destino de la Patria es el motivo de nuestra lucha, nos obligamos a servirlo, en primer lugar, imponiendo en lo social, a rajatabla, la justicia. Porque un pueblo escindido en lo interno por rencores hondos, dentro del que se mantiene la lucha sorda de oprimidos y opresores, no puede tener la unidad espiritual necesaria para asomarse a la historia con probabilidades de triunfo. La primera condición de una grandeza futura es una justicia presente. Que esta idea se os grabe bien: «No es tolerable que masas enormes vivan miserablemente mientras unos cuantos disfrutan de todos los lujos.» No fijéis al enemigo con un criterio de clase. El que los primeros hayan formado en grupos antinacionales es culpa de ellos y de los otros. Los humildes no hubieran sido lo que fueron si los poderosos hubieran sido lo que debieron ser. Contra todo eso tenemos que hacer la Revolución Nacional-Sindicalista. España será en lo económico un gigantesco Sindicato de productores. Todos los trabajadores formarán en él con el mismo orden, la misma justicia y la misma disciplina del Ejército.
Educaos en el anhelo de esta justicia como orden de Dios y primera necesidad de la Patria.
Fuera los intereses de clase, fuera las diferencias entre los hombres. El Frente de Juventudes debe ser en esto como la Legión. Ricos y pobres son allí hermanos en una bandera. El obrero y el señor comen en un mismo plato, forman en la misma escuadra y funden sus vidas y sus afectos en un solo destino de combate.
Así vosotros, en quienes ya se está haciendo verdad la solidaridad de todos los hombres.
Legionarios, unidos los estudiantes y los aprendices sobre todos los intereses pequeños, sobre todas las diferencias de nacimiento, sin soberbia y sin envidia por el destino revolucionario, imperial, de la Patria Una, Grande y Libre. Obedientes a la voz de nuestras viejas consignas. Por ellas y en ellas juntos.
Por la unidad.
Contra las ambiciones bastardas que disgregan y debilitan. Contra los intereses de clase que siembran el rencor entre los hombres. Contra los regionalismos mal entendidos, que traicionan el destino común de todos los pueblos de la Patria. Contra todos los banderines que sirven la división con sus mentiras artificiosas. Todas las nuevas Juventudes de la Falange, unidas en un haz.
Por la disciplina.
Contra todos los individualismos anárquicos, que sólo sirven para entorpecer los verdaderos avances. Contra todas las insinuaciones de los que tienen vocación de ángeles rebeldes. Contra el viejo resabio de tener opiniones propias sobre las oportunidades del servicio. Contra todo lo que no signifique rápida obediencia de pensamiento y de acción a la orden de los Jefes inmediatos. Todas las nuevas Juventudes de la Falange, disciplinadas en un yugo.
Por el combate.
Contra la cobardía de tolerar el escarnio de nuestros símbolos. Contra la comodidad de huir el servicio duro de los adiestramientos militares. Contra la deserción de añorar la paz y de temer la guerra. Todas las nuevas Juventudes de la Falange, formadas en una bandera.
Por el espíritu.
Contra la subversión de la materia y de la pasión. Contra el ejemplo de los hombrecitos frívolos que exhiben sus vidas inútiles, podridas de sensualidad. Contra el respeto humano de los cobardes que disimulan su fe de creyentes. Contra todo lo que no sea servicio sincero de la verdad de Cristo. Todas las Juventudes nuevas de la Falange, rodilla en tierra ante una Cruz.
¡Franco, Franco, Franco! ¡Arriba España!