Filosofía en español 
Filosofía en español


Diez años después

(Cisne, de Valladolid, junio de 1943.)


He aquí un axioma de doctrina con frecuencia mal interpretado por glosadores irresponsables: diez años después, el perfil espiritual de un escuadrista universitario debe ser el mismo que hubiéramos propugnado diez años antes.

Hemos dicho muchas veces en la Falange que el primer deber de un estudiante de hoy es prepararse con ventaja para ser un técnico eficaz en la futura transformación revolucionaria. Hemos reconocido también que la misión más urgente del estudiante de ayer estuvo muchas veces más en los combates de las calles que en el trabajo de las aulas. Pero lo que sólo podemos estimar como una imperfección es la existencia de dos tipos específicos para las dos épocas: el agitador, el hombre de acción, mal avenido con el intelectualismo, y el estudioso tímido y egoísta. Porque ni hace diez años podíamos entender el primero como arquetipo, ni ahora podemos propugnar al segundo. Y es que la manera de ser no cambia en la Falange; varía a veces la Jerarquía –en la urgencia de los servicios–, y excepcionalmente puede ser deber primordial empeñar un libro para comprar un arma. La necesidad inmediata de la Patria es quien ordena nuestra reacción, que no puede ser la misma en circunstancias diferentes; pero la línea interna se mantiene siempre inalterable. Por eso conviene advertir contra el falso entendimiento que hace persistir dos tipos tradicionales, ninguno de los cuales representa para nosotros el ideal.

Si la revolución, en cierto sentido, es una transformación hacia lo perfecto, y si llevada a cabo en los hombres es esencial para realizarla en las cosas, hay que buscar el modelo para nuestros escuadristas del S. E. U. en el mejor hombre para el asalto y para el estudio. Debemos insistir en que la busca de este doble perfil tiene todas las características de una congénita, porque –con raras excepciones– los dos tipos aparecieron hasta hoy claramente separados acaso por un imperativo de circunstancias. La necesidad de que en todos los sectores científicos sean nuestras las individualidades de vanguardia, no puede significar que vayamos a confiar nuestra victoria a una caterva de tímidos ratones de biblioteca. Esos hombrecitos intelectuales sin pasión y sin coraje no nos iban a servir para nada, porque la aptitud profesional ha de ser en la Nueva Patria palanca al servicio de una acción resuelta en la persecución de las empresas heroicas. Por eso, brevemente, con una sencillez que acaso deba ser tachada de pueril, vamos a perfilar, como lo entendemos, el arquetipo del falangista universitario en lo religioso, en lo moral, en lo profesional, en lo falangista y en la acción.

En lo religioso: Creyente, practicante con fe, verdadera y ofensiva, de soldado. Contra todas las acomodaticias piedades calculadas. Contra la cobardía pequeña de los respetos humanos y contra la mema pedantería de los indiferentes.

En lo moral: Riguroso, sano y limpio de corazón. Contra la podredumbre de las adolescencias enfermizas, llagadas de precocidades degeneradas; contra toda esa ola judía de perversión que envenena y debilita la virilidad de los espíritus y de los cuerpos.

En lo profesional: El estudio entendido como un servicio obligatorio de la Patria, más allá del propio interés. La calidad de estudiante como condición de combatiente y la capacidad de rendimiento como medida de hombría y de valor. La pereza y la desgana, como deserciones, como usurpación de un puesto que otras individualidades hubieran aprovechado con eficacia para la Nación. Contra el individualismo, el «yo para mí» y el mercantilismo de lo profesional. Contra la insolidaridad de los sabihondos ególatras, encerrados en sus castillitos de soberbia. Contra el señoritismo estudiantil, que hace ostentosamente escarnio de tantos talentos humildes del pueblo, llenando las aulas de mequetrefes que buscan un título para llenar la frivolidad de un marco; que abusan de su situación privilegiada en una irritante exhibición de su inutilidad. Contra toda esa literatura graciosa, llena de liberalismo y de injusticia, tolerante con los niños simpáticos y jaraneros que se divierten en las casas de la Troya ante la mirada de incomprensión y de amargura de los aprendices de las fábricas.

En lo falangista: Disciplinado a los mandos universitarios de la Falange. El mejor camarada de los camaradas y el peor enemigo de los enemigos. En unidad cerrada dentro de cada curso contra los que no pueden ser nuestros. Ayudando a copar las vanguardias de las Cátedras con escuadras de Camisas Azules –y apartar las individualidades enemigas que pudieran ser peligrosas mañana–, imponiendo nuestro estilo, nuestro pensamiento y nuestro ambiente. Marcando el ritmo y obligando a todos a seguir nuestro compás. Buscando la unidad, pero en nuestra unidad. Respetuoso, subordinado y obediente para sus maestros. Contra la transigencia en las ideas. Contra el bobo reconocimiento de los méritos de cada enemigo. Contra el egoísmo de los que estudian para sí. Contra la torpeza de no aprovechar nuestra fuerza de ahora para sacar adelante, por encima de todo, como hacían ellos, floraciones de individualidades selectas que lleven nuestro signo. Contra toda esa subversión marxistoide de las imposiciones y los desplantes individuales para con las Jerarquías docentes.

En la acción: Diestro, entrenado y combativo. Con un sentido militar de la vida y una veneración de los uniformes y de las armas. Intolerante para los ataques a la idea. Rápido y resuelto en la defensiva y en el golpe. Un desgarrado perfil legionario de la disciplina y del coraje; siempre dispuesto para desplegar dentro de la ordenada marcha de su formación. En guardia, atento al libro y al arma, por si un día fuera orden combatir, como hoy es orden estudiar. Contra la blandenguería cobarde que quiere afeminar en la paz los espíritus. Contra la vuelta a la mediocridad de los muchachitos pacíficos. Contra esa sensata madurez que quiere encadenar la apasionada vena española y heroica de las juventudes. Nuevas formaciones de hombres audaces y generosos para que entiendan la Universidad como un cuartel de la inteligencia; como una Escuela de creencias, de disciplina y de acción. Contra todas las sonrisitas de suficiencia; el día que nuestros mejores profesionales despeguen las hojas de sus libros con una bayoneta, habremos llegado a crear una generación de intelectuales prodigiosamente eficaz para reedificar un Imperio.

Y acaso sea un sueño de visionarios, pero somos lo suficientemente despreciativos con las opiniones y con las chacotas enemigas para decir que queremos forjar las nuevas generaciones universitarias injertando en los místicos de Salamanca el espíritu de los Capitanes de los Tercios.

 
(Cisne, de Valladolid, junio de 1943.)