Tareas de ayer y de mañana
(Diario Arriba, de Madrid, 18 de julio de 1942.)
No estoy satisfecho con la labor realizada por mi Servicio Nacional de Ex Combatientes desde que fue creado en el año 1939. El trabajo ha sido rudo, agotador a veces. Eran casi 200.000 camaradas de las trincheras, auténticos hermanos de las horas ásperas de la guerra, que carecían de trabajo y padecían, con el hambre de pan, la falta de justicia.
Nuestra misión al nacer como Servicio Nacional de la Falange no era, exacta y primordialmente, la de una Oficina de Colocación; era, por el contrario, una misión típicamente política. Era la necesidad de actuar sobre los hombres que acababan de dejar las armas la que determinaba nuestro nacimiento para que no se perdiesen en la paz las magníficas virtudes falangistas –hermandad, jerarquía, servicio– por ellos conocidas y amadas en las trincheras, y aprovechar el enorme caudal de fuerza revolucionaria que por el mero hecho de su posesión tenía aquel millón de hombres que con ellas y por ellas habían conseguido un modo de ser, precisamente el que José Antonio quería para los hombres de la Falange.
Junto a esta legión de camaradas polarizaba nuestra atención otra, si no tan numerosa, aún más triste: la que formaban las mujeres y huérfanos de los caídos que volvían los ojos a nuestro Servicio en demanda de una ayuda y una protección que les hiciese más asequibles a los derechos con que el Caudillo había querido mitigar su dolor.
Incomprensibles resistencias hicieron ardua nuestra labor. Sin embargo, la perseverancia y la energía de las jerarquías provinciales del Servicio fueron venciendo todos los obstáculos, y las estadísticas de hoy nos consuelan con cifras de parados sumamente reducidas y que, no tardando, han de verse absolutamente eliminadas.
Pero no estoy satisfecho, porque esta tarea no debió haber exigido ni atención ni esfuerzo si la ley hubiera sido observada por quienes muy pronto olvidaron que si algo tenían se lo debían a los hombres que durante tres largos años arriesgaron sus vidas defendiendo, entre otras muchas cosas, el derecho de propiedad.
Por eso ahora, libres de esta traba, se abre ante nosotros el campo de acción que el Caudillo previó para el Servicio Nacional de Ex Combatientes en los Estatutos de la Falange.
Vamos, en los próximos meses, a despertar en nuestros camaradas ex combatientes el espíritu de hermandad y de servicio que quizá ya muchos tengan adormecido. Vamos a llamarles de nuevo a las armas, ofreciéndoles un puesto de lucha en las filas del trabajo y de la Revolución. Vamos a excitarles al cumplimiento del lema de nuestro Servicio, que es el espléndido regalo que nos hizo un camarada impar antes de partir hacia el lucero donde le esperaba el puesto de su eterno servicio:
«En la guerra, tu sangre; en la paz, tu trabajo.»
Los combatientes, que fueron los mejores españoles de los años de la guerra porque fueron magníficos soldados, tienen que ser ahora, en estos días de paz, los mejores españoles siendo los productores que más rindan en el trabajo para fortalecer la Patria conquistada y llevarla a la superación de las dificultades económicas que nacen de la hora crítica por que el mundo atraviesa.
Y ahora como antes, soldados de la Revolución; entre otras razones, porque por la Revolución Nacional-Sindicalista cayeron a su lado tantos camaradas entrañables que en su último aliento nos dieron la orden de seguir adelante y abatir arrolladoramente cuantos obstáculos se opusieran al triunfo de la fe por que murieron.