Filosofía en español 
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Onésimo y la intransigencia

(Diario Libertad, de Valladolid, 24 de julio de 1942.)


La Falange y las J. O. N. S. no formaron al fundirse el día 29 de octubre de 1933 una organización de hombres en los que persistieran los matices de su anterior encuadramiento. Falange Española de las J. O. N. S. fue un cuerpo armónico que había vivido la anormalidad de sentir sus miembros separados. Era entonces la unidad perfecta. Confluencia natural de un mismo río que una topografía caprichosa había hecho correr por distintos cauces.

Por eso el escuadrista de Falange Española de las J. O. N. S. encontró en aquella fusión la holgura espiritual de un uniforme a la medida exacta de su convicción íntima.

Pero es indudable que en esa suma de virtudes cada fracción aportó una cantidad al acervo común, si no en virtudes diferentes, en el orden de predilección por ellas.

Queremos hoy hacer resaltar en la silueta espiritual de Onésimo el perfil acusadamente jonsista de su intransigencia, que es una de las concepciones esenciales de la Falange. El mejor homenaje que como soldados de su doctrina podemos rendir a nuestros Jefes ausentes, es cumplir las órdenes que nos dan sus vidas y sus palabras.

Hombre de llanura, Onésimo Redondo entiende poco de encrucijadas y es el gran despreciativo de las tácticas indirectas que propugnan la necesidad de los caminos sinuosos.

Volver la vista a la pureza primitiva de esta consigna es una medida necesaria. En nuestras filas no puede haber indecisiones, retiradas estratégicas ni falsos objetivos, cuando las órdenes tajantes de nuestros primeros Capitanes nos obligan a batirnos de frente.

La lección de intransigencia de Onésimo empieza en su vida. El ejemplo acompaña en él a la palabra sin ausencias ni desfiguraciones, como la sombra al caminante bajo el sol abierto de los páramos. Todos esos distingos entre el jefe y el hombre no cupieron nunca en la rectitud de su pensamiento, y hacer la revolución en los hombres, como primera condición para lograr la revolución en las cosas, fue una de sus más permanentes preocupaciones. La intransigencia hacia adentro, la disciplina íntima de la propia conducta y de la propia vida, la revolución en el propio espíritu, en la que no hay disculpa para justificar la lentitud ni obstáculo que no pueda separar la decisión de cada voluntad.

El misticismo jonsista de su vida es como una espada que nos marca una senda.

Ya podemos amontonar soluciones concretas, ya podemos perfilar el Estado conforme a las más puras directrices de la doctrina: el hombre es el sistema, y si su pura calidad revolucionaria nos falla, tendremos una magnífica máquina inservible, porque nadie será capaz de hacerla funcionar.

La tónica de las revoluciones la dan los hombres que las conducen y las siguen. Sin la continuidad de esta fuerza motriz de los espíritus, el impulso inicial no es bastante para evitar el descenso al punto de partida, porque toda revolución es una cuesta arriba contra el presente.

De esta intransigencia hacia adentro nace en Onésimo Redondo –proyección de una postura interior en el campo externo de la lucha real– su recia intransigencia hacia afuera.

Y es ésta también una lección que ahora más que nunca debemos tener presente. En medio de tantos coqueteos con el viejo enemigo liberal, maestro en el disfraz y en la infiltración, buena falta nos hace recordar su irreductible postura frente a la mentira de las medias verdades, su culto al fanatismo y su guardia cerrada frente a los contrabandistas de las ideas.

Porque estamos empezando otra vez con las originalidades al margen de la ortodoxia, con los paseítos de los espíritus amplios por la acera de enfrente y tienta a muchos esa postura comprensiva para generaciones y para hombres con los que no tenemos otra cosa común que el antagonismo. Y hace falta que se repita con palabras de Onésimo de que «es Menéndez y Pelayo el padre del nacionalismo español revolucionario», con todo lo que eso significa.

Andamos, para dárnoslas de eruditos, buscando a la pura cepa cristiana y española de nuestra doctrina filiaciones espúreas. La doctrina y la palabra de Onésimo y de José Antonio están todavía en muchos hombres demasiado presentes y demasiado claras para que la ininteligible complicación de acertijo que quiere encubrir ciertas mercancías pueda servir esta vez de otra cosa que de pasatiempo.

Toda esa benevolencia untuosa para zonas intelectuales enemigas, ni es falangista ni es revolucionaria. Nosotros no podemos conceder beligerancia al enemigo, ni siquiera en su categoría intelectual, mientras esté frente a nosotros. Se le destruye o se le gana, pero nunca se le tolera. Si un hombre quiere venir a batirse lealmente a nuestro lado, legionarias son nuestras escuadras para no atormentarle con su pasado; pero en la intransigencia que aprendimos, la tolerancia de ideas se llama traición a la unidad exclusiva de nuestra fe.

El 24 de julio, el Jefe de la Falange de Castilla no dejó solas a sus escuadras. Su voz de mando vibra todavía a lo largo de las filas azules y abre marcha, como siempre, al rojo y el negro de su banderín de guerra.

Su brava intransigencia sigue siendo consigna y orden para nosotros. Intransigencia de la vida, intransigencia de la idea, intransigencia de la táctica.

Aunque los hombrecitos frívolos se sonrían de la sencillez de nuestras vidas. Aunque los timoratos y los cobardes se asusten de la violencia de nuestras palabras.

Aunque los enemigos encubiertos se escandalicen cuando gritemos entera nuestra verdad.

¡Arriba España!

 
(Diario Libertad, de Valladolid, 24 de julio de 1942.)