Filosofía en español 
Filosofía en español


Cataluña y la Revolución Nacional-Sindicalista

(Diario La Vanguardia, de Barcelona, 18 de julio de 1942.)


Acaso una de las mayores esperanzas para los que tenemos fe en el advenimiento de esa transformación espiritual –social– y económica que es condición indispensable, a nuestro entender, para que la Patria pueda enfrentarse definitivamente con su gran misión, esté puesta en regiones que, como Cataluña y Vizcaya, aparentemente estaban más lejos de nosotros.

A todo lo largo de los últimos lustros enemigos, una política que al fin y al cabo era ficción y artificio, había hecho creer a los demasiado pagados de lo superficial que toda aquella caterva de aventureros del separatismo interpretaba realmente un estado del alma catalana.

Pero a pesar de todas las propagandas y de todas las presiones, una apariencia lograda por el sistema de que son más los que más gritan no llegó a responder, en ningún momento, al verdadero sentir del hombre catalán, laborioso y honrado, que tenía poco tiempo y demasiada perspicacia para seguir a los profesionales de la agitación en las algareras manifestaciones de las Ramblas.

El 18 de julio derribó de un golpe todo aquel tinglado y tras la dictadura roja, el avance de los ejércitos de Franco no fue para Cataluña una conquista, sino una liberación.

Pero no es en este retorno a lo nacional, que al fin y al cabo significa solamente la desaparición de los espejismos que desfiguraban una realidad y que por otra parte es circunstancia común a muchas regiones españolas, donde está el porqué de nuestra emocionada ilusión nacional-sindicalista en Cataluña.

En Cataluña, la preocupación por lo social no es diletantismo de desocupados, sino una necesidad vivida cada día y presente en cada problema. Su continuo contacto crea así un ambiente de interés y de comprensión para cuanto signifique orientaciones nuevas susceptibles de mejorar una realidad que se sabe imperfecta.

Hombres educados en una tradición de trabajo y de organización, poseen un fino instinto de lo práctico que les permite separar en la consideración de los problemas sociales y económicos apasionamientos de otro orden, que tantas veces estorban la penetración de un razonamiento aceptado de no tropezar con una barrera de prejuicios.

Cuando se lucha por una concepción revolucionaria que se sabe justa, nada vale tanto como la garantía de una efectiva serenidad de criterio de aquellos en quienes ha de hacerse vida la consigna teórica.

El trabajador-empresario y el trabajador-obrero catalanes, curtidos en las luchas sociales, están, por eso mismo, más en esta hora del mundo para entender la necesidad de ciertas transformaciones, y su alto sentido práctico acaso choque menos que con ninguna con la que nosotros propugnamos.

Porque hay muchas clases de revoluciones. En primer lugar, la revolución que destruye por destruir; es el puro vandalismo, hijo de la desesperación, nutrido de venganza, que no tiene otra explicación que la del suicidio.

Revolución que se desentiende del mañana para no pensar más que en un ayer del que hace falta ahogar el recuerdo en la represalia del presente; es la revolución negativa, que no deja huella si no es en las ruinas y en el luto; que está condenada a ser víctima de sí misma, porque los pueblos no pueden vivir mucho tiempo en el caos de la pasión desenfrenada.

Hay la revolución que quiere imponer una idea determinada, reduciendo previamente a cenizas todo el orden de cosas anterior. Por un contrasentido, este tipo de revoluciones, aparentemente expeditivas, tardan mucho en alcanzar sus metas, porque todo el tiempo que ganan en la rapidez de sus derribos lo pierden con creces en la necesaria lentitud con que han de edificar sobre la inseguridad de los materiales calcinados...

Ninguna de estas revoluciones puede ser una revolución nacional, porque cuando es la idea de la propia patria el móvil de la acción, no hay nadie tan insensato que arrase y hiera más allá de lo necesario.

Por eso es la nuestra una Revolución diferente, completa y segura.

Por eso, contra la imputación calumniosa de nuestros detractores, nosotros no queremos reeducar a las masas obreras en la destrucción y en el odio para que nos ayuden a barrer la organización actual del Estado, entre otras razones, porque no nos es necesario.

Es la nuestra una Revolución que construye lo nuevo antes de destruir lo antiguo; que antes de quemar la madera podrida tiene preparado el hierro que ha de sustituirla; que aspira a cambiar instituciones, organismos, estilos y formas por el sistema más rápido, que no siempre es el más doloroso. Por eso, para nosotros la violencia no es un mito sagrado ni una norma esencial de actuación, sino un medio de separar obstáculos demasiado firmes o demasiado largos de rodear. Una Revolución así concebida no puede detenerse, sin embargo, a convencer con meticulosos razonamientos a quienes se encuentran, por cualquier causa, situados frente a ella. No puede convertirse en un intento de evolución persuasiva ni en realizadora de una táctica paternal. No puede aceptar que la rapidez de sus avances depende de su habilidad para convencer o de la transigencia de los afectados por ella para tolerarla. Pero es innegable que su colaboración representa un elemento inestimable para la urgencia y la seguridad del triunfo. Es en Cataluña, precisamente, donde más fe tenemos en la existencia de este tipo de colaboración, que justifica la creencia en su próspero futuro revolucionario.

En el hombre de empresa puro no juegan determinantes políticos, que son la mayor remora para la aceptación de las reivindicaciones justas. Y quien ha consagrado una vida al trabajo está en mejores condiciones que nadie para entender una doctrina que asienta la valorización de los hombres en el trabajo de los brazos y de las inteligencias. La equivocada o mal intencionada teoría de quienes se empeñan en ver en nosotros –para quien la unidad de las clases es la primera orden en lo social– parcialidades injustas, parece que no es compartida en Cataluña. Nuestra convicción no está basada en hipótesis o en apreciaciones halagadoras, sino en impresiones propias recogidas personalmente.

Y este inteligente frente que empieza a dibujarse de todos los trabajadores contra todos los zánganos es la gran esperanza de que hablábamos al principio para la Revolución Nacional-Sindicalista y para la Patria.

¡Arriba España!

 
(Diario La Vanguardia, de Barcelona, 18 de julio de 1942.)