Filosofía en español 
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Medicina social

(Revista de Medicina Ser, de Madrid, 18 de julio de 1942.)


Desde cuatro puntos de vista podemos considerar el sujeto pasivo de la Medicina del Trabajo: como hombre, como trabajador, como jefe de una célula social y como soldado de la Revolución Nacional-Sindicalista.

Como hombre nos importa su espíritu; como trabajador, su rendimiento; como jefe de familia, su defensa, y como soldado de la Revolución, su fe. Ninguna de estas facetas del protegido escapa, para nosotros, a la esfera de acción de una medicina social que quiere ser de veras nacional-sindicalista. En unas actuará a través de lo profesional; en otras, apoyándose en lo profesional.

La primera cuestión es la del hombre, la del individuo portador de valores eternos, prójimo nuestro e hijo de Dios. Nuestro anhelo de hacerle vivir nuestra justicia no tiene otra justificación más alta.

Pero si todas nuestras actividades sociales arrancan de esta concepción, no queremos decir con esto que en el ámbito de la Medicina social juegue esta cualidad de hombre del asegurado solamente como un principio estático y teórico que origina nuestra acción. Por el contrario, esta acción debe proyectarse sobre el espíritu de cada hombre en una misionera labor de perfeccionamiento. No queremos entender esa manera estrecha de mirar las cosas que encasilla al hombre en lo profesional, que materializa las misiones, circunscribiéndolas a lo que solamente se toca con las manos o se ve con los ojos. Más allá de su estricta labor sanitaria, la Medicina social, el médico –acostumbrémonos a razonar sobre lo concreto– debe ejercer, para nosotros, sobre los espíritus, un apostolado persistente. Porque no se puede desaprovechar la magnífica avanzada del que cura los cuerpos para levantar el nivel espiritual español, cuando la empresa más gloriosa de la Patria es ser –en el materialismo de esta hora– adalid y vanguardia del gran viraje que necesita el mundo.

Desde el segundo punto de vista, considerado el protegido como trabajador, en el sentido estricto de la palabra, nos interesa esencialmente su rendimiento. El aumento o disminución de ese rendimiento en cada hombre se refleja exactamente en el volumen total de energía y de prosperidad de los pueblos. En el rendimiento de un trabajador, a igualdad de técnica, hay que estudiar dos determinantes: la constancia y la intensidad en el trabajo. En el segundo de ellos juega un importante imponderable psíquico: la voluntad, en la que a su vez influyen causas físicas y morales. De todos estos elementos que perfilan el concepto de rendimiento, solamente el último escapa al control de la Medicina social, y aun no del todo para los que propugnamos su actividad en lo espiritual. La enfermedad ataca a la constancia y a la intensidad, puesto que ésta no puede ser normal en los momentos inmediatamente anteriores al abandono del trabajo ni en los primeros de la reincorporación, que tienen algo de una segunda convalecencia. Es decisiva la eficacia de la labor sanitaria social en la profilaxis de las crisis que obligan a suspender el trabajo y a disminuirlo, y en su rápida desaparición. La obtención, por el perfeccionamiento de las condiciones de trabajo y de la higiene, de un índice superior de capacidad física en los trabajadores, es otra de sus posibilidades. En los Seguros sociales de enfermedad encuentra un auxiliar magnífico de su labor, y la preocupación y el incremento que a esta clase de instituciones presta el Estado Nacional-Sindicalista está a la vista en las nuevas leyes.

El tercer punto que queremos tratar es la consideración del trabajador como jefe de una célula social, y es la defensa de esa célula, de esa familia, lo que nos importa. Y así como en la protección social, en sentido amplio, de la familia, propugnamos un sistema ordenado y completo, apto para atender todas las posibles dificultades durante las etapas de la vida familiar, que ya es realidad en la Patria mediante el Régimen Nacional de Subsidios Familiares, aspiramos a idéntica meta en la protección sanitaria.

Cada individuo de una familia, desde antes de su nacimiento (higiene prenatal) hasta su muerte, debe contar con un ciclo de instituciones armónico y eficaz para hacer frente a todas las vicisitudes adversas de la salud.

En otro número de esta revista hemos detallado con más exactitud nuestra concepción.

La Ley de 18 de junio aporta en este sentido un avance importante, ampliando la órbita del Seguro de Maternidad y estableciendo la creación de clínicas de Maternidad y Puericultura. Aún nos queda mucho por hacer, pero tenemos la esperanza de ver pronto convertido en realidad nuestro pensamiento.

Y vamos ya con el último punto de vista desde el que la Medicina social puede considerar al trabajador como soldado de la Revolución.

Sencillamente queremos decir con esto que para nosotros otra de sus misiones es el proselitismo, para ganar a la Patria y a la Revolución nuevos adeptos. Acaso parezca atrevida esta concepción, porque todavía hay en España muchos hombres embobados con la vieja cantilena liberal: «Soy un enamorado de mi profesión; cumplo mis deberes profesionales y no me meto en política.» Y en una etapa en que las discrepancias políticas sólo versaban sobre lo accidental, acaso tuvieran razón. «Pero cuando –como decía José Antonio– es lo permanente de la Patria lo que se juega, no hay más remedio que deliberar y elegir.» O a favor, o en contra; nos ha tocado una época en que no caben los términos medios. No creemos que dentro de la concepción falangista quedan cómodas inhibiciones, hábiles distingos, para ahorrarse combates. Una manera de ser no es una casaca que se puede dejar tranquilamente en los umbrales de cada hogar que se visita. Cuando la Patria se encuentra de cara con su gran misión, es deber de todo español ayudar en todos los frentes, por todos los medios y con todas las armas de que se dispone.

Vivimos horas decisivas en que se es enemigo de la Falange o se es falangista con todas sus consecuencias. Y ser falangista quiere decir que en ningún momento podemos olvidarlo. Que hemos consagrado nuestras vidas al triunfo de una idea, clave de la grandeza de una Patria, y que cualquier ocasión que podamos aprovechar para serle útiles dentro o fuera de lo profesional no podemos perderla. No se trata de hacer política, sino de hacer Patria.

El amplio campo de proselitismo que al médico de la Sanidad social se le ofrece sería una de las grandes torpezas o traiciones abandonarlo por unos remilgos trasnochados, hijos de la comodidad en unos y de la disconformidad de pensamiento en otros. Así, en toda esta amplitud entendemos nosotros, nacional-sindicalistas españoles, la misión de la Medicina del Trabajo.

 
(Revista de Medicina Ser, de Madrid, 18 de julio de 1942.)