Proyecto Filosofía en español Inocencio María Riesco Le-Grand |
Tratado de Embriología Sagrada
Parte Segunda / Capítulo cuarto
Del bautismo y su necesidad - Del Ministro - De la materia del Bautismo - De la forma del Bautismo - Del sujeto del Bautismo - Efectos del Bautismo - Conclusión
No cesaremos de repetir que no hay pueblo, en ningún paraje de la tierra, que no tenga tradiciones más o menos confundidas con la fábula, de la unidad de un Dios criador, conservador, y remunerador; de la caída de los ángeles; y del pecado del primer hombre. Todos convienen en la gran época del diluvio universal, y en la promesa de un redentor que salvase al linaje humano de la cólera divina.
Desorientado el género humano, separándose de las verdaderas tradiciones, inundó sus teogonías de fábulas, y levantó altares a multitud de divinidades, donde sacrificó cuanto su imaginación exaltada pudo proponerle como bueno, y digno del supremo hacedor. Conducidos los hombres a considerar las ideas morales, como seres de una naturaleza divina, imaginaron según su extraviada razón que eran otras tantas divinidades emanadas de la divinidad suprema, a las que colocaron [298] en sus templos introduciendo el politeísmo. Por otra parte confundiendo otros, las ideas con el lenguaje simbólico, colocaron entre sus dioses a toda clase de animales y de aquí provino la más degradante idolatría.
Poco apoco la idea del verdadero Dios se fue olvidando de la mayor parte de los pueblos, pero la palabra divina comunicada a la naturaleza humana permaneció inalterable en un pueblo, escogido para ser el archivo perpetuo del genero humano. La palabra divina que se confundió en Babel, se conservó pura e intacta en el pueblo israelítico, hasta que esta misma palabra divina, tomando nuestra naturaleza, apareció más pura, y más enérgica en el sencillo establo de Belén. En aquel inocente niño que se albergaba al lado de dos seres irracionales, se hallaba la luz verdadera, y el camino de la vida eterna.
El pueblo hebreo justifica aún en nuestros días el nombre que llevó algún día de pueblo de Dios.
Cuando este pueblo llamado en la conclusión de los siglos, a la verdadera fe, nos entregue sus tradiciones nuestra fe será confirmada, el Cristianismo aparecerá en toda su verdad. Este pueblo errante en medio de la idolatría, y del politeísmo, comerciando con todas las naciones del mundo, es el único sobre la tierra que conserva su tipo particular, sus costumbres, y su antigua religión. Este pueblo conserva la verdadera cosmogonía del mundo, y la conserva no para él, sino para el cristianismo, por la admirable sabiduría del Eterno, que ha querido que un pueblo entero sea el mejor [299] testimonio de la verdad de su doctrina, y de la realización de su celestial promesa. Este libro sagrado que nosotros conservamos por duplicado, como descendientes de un mismo Padre, contiene la tradición viviente, desde la creación hasta la Pasión del Salvador. Los patriarcas, los profetas, los sumos sacerdotes cuya veracidad, ningún escritor de su tiempo ha puesto en duda, nos han legado este Divino y antiguo testamento del cual el Nuevo no es más que un inseparable codicilo. La conservación del pueblo hebreo las reliquias de su religión, y su lenguaje inoculadas en todos los pueblos, hasta los pueblos más distantes de la Polinesia, son un perenne testimonio de la intervención de Dios en los destinos de los hombres, y de la verdad de la religión cristiana. Las escuelas modernas basadas en el deísmo, y en el indiferentismo se suceden rápidamente, y desaparecen desacreditadas, al momento que la razón filosófica del Cristianismo, las hace pasar por el Sagrado prisma del Católico.
Entre las verdades de nuestra sagrada religión que nadie puede negar sin incurrir en la nota de temerario, y enajenarse el aprecio de los verdaderos filósofos, es la de la regeneración del hombre, por medio de las aguas del bautismo. En un país eminentemente católico como España, sea la que se quiera la línea política en que militen nuestros compatriotas, es escusado insistir en demostrar la institución del Sacramento del Bautismo, porque antes que de Pablo, o de Cefas somos católicos. [300]