Filosofía en español 
Filosofía en español

Inocencio María Riesco Le-Grand  1807-1864

Inocencio María Riesco Le-Grand
R. P. Riesco Le-Grand
Franciscano de la provincia de Santiago.
Catedrático y escritor público de Religión,
filosofía, historia, política y geografía, nació
en Madrid el 28 de Diciembre de 1807.

Presbítero católico español nacido en Madrid el 28 de diciembre de 1807, profesor y publicista, que ejerció una abundante y variada actividad como autor entre 1838 y 1851: obras eclesiásticas, almanaques, libros de texto, &c. En 1838 comenzó la publicación de El madrileño católico [en 1839 Jaime Balmes envió su opúsculo El celibato del clero al certamen convocado por El madrileño católico, opúsculo que fue premiado, contra lo esperado por el propio autor].

El 24 de septiembre de 1847 fundó en Madrid, junto con los tipógrafos Pita y Repullés y el notario Moreno Llamas, la sociedad Velada de Artistas, Artesanos, Jornaleros y Labradores, con el objeto de instruir y mejorar la condición de las clases populares y armonizar los intereses de los trabajadores con los maestros (El Fomento de las Artes le rindió en 1882 un homenaje póstumo como su fundador).

Es autor de un Tratado de Embriología Sagrada (Madrid 1848), del que existe desde abril de 2000 una edición digital, en el Proyecto Filosofía en español, que debieran leer quienes tengan interés por cuestiones bioéticas. Hijo de Rosa Le-Grand [a quien menciona en 1848 en su Embriología sagrada, pág. 63, como de cerca de 80 años, a propósito de los antojos que tuvo encinta de su hermana ya fallecida Carmen Riesco] enseñaba filosofía en Puebla de Sanabria en 1833 [Embriología, pág. 306]. Pueden seguirse sus actividades leyendo los méritos que hacía figurar en los títulos de sus publicaciones. Entre 1848 y 1850 parece haber tenido su propia imprenta en Madrid: Imprenta Greco-latina. Su bibliografía por orden cronológico es la siguiente (ver también la relación de obras del autor que hace figurar en la Embriología Sagrada):

En [DGBE 6:332] figura como persona distinta de Inocencio María un Ignacio María Riesco Le-Grand, autor de una obra muy parecida a las que publicaba Inocencio María [por lo que quizá se trate de un error, y no de un hermano]:

En 1855 aparece envuelto en una polémica tras atacar contundentemente en la prensa a José Jiménez Teixidó, quien había puesto en duda la definición dogmática del misterio de la Inmaculada Concepción (declarada solemnemente por Pío IX el 8 de diciembre de 1854: «Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original, es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe») en un folleto firmado con sus iniciales, que fue recogido, asunto al cual dedico el propio José Jiménez y Teixidó otro opúsculo: Observaciones acerca de la recogida del folleto intitulado Juicio doctrinal sobre el decreto pontificio en que se declara artículo de fe que María Santísima fue preservada del pecado original (Imprenta de Francisco García Padros, Madrid 1855, 28 páginas.)

En 1857 ya encontramos a Inocencio Riesco Le-Grand, como fraile franciscano, vinculado a la iglesia del San Francisco el Grande de Madrid como predicador, iglesia de la que, al menos desde el año siguiente, ya era Rector, cuando se estaban gastando grandes sumas de dinero en arreglar y mejorar ese templo. En 1860, siendo rector de San Francisco el Grande, se vio envuelto en otra agria polémica, al haber inducido a dos misioneros a dejarse ver en público con vestimentas frailunas, lo que entonces estaba sabiamente prohibido por las leyes. En junio de 1864 la prensa anunció que el rector de San Francisco el Grande había sido atacado de un acceso de demencia que le imposibilitaba para continuar ejerciendo el cargo… Desaparece de la vida pública y cabe suponer que falleció por entonces.

Inocencio Riesco Le-Grand, redactor de La Tarántula

Tanto en las polémicas de 1855 como en las de 1860 se recordaron, como arma arrojadiza, los antiguos vínculos de Inocencio Riesco Le-Grand con el periódico La Tarántula. Así le dice José Giménez Teixidó en 1855: «nunca he manchado mi pluma con versos tan asquerosos como los que publicó en La Tarántula el que hoy trata de demostrar en La Esperanza que no ha olvidado su antigua manera de escribir.» Y en 1860 su hermano franciscano: «¿Sabía el señor Riesco, el antiguo redactor de La Tarántula, esa ley que se propuso hacer violar?» «Quisiéramos dar a nuestro querido hermano un consejo, y es el de que no vuelva la vista atrás, porque de hacerlo, él propio se encontraría avergonzado de haber sido redactor de un periódico tan incalificable cual fue La Tarántula.»

¿Se referirán al periódico semanal La Tarántula, publicado en Granada en la Imprenta de Benavides, y al que retrospectivamente se ha asignado el ISSN 1577-2896 (nº 1, 27 de marzo de 1842; nº 13, 19 de junio de 1842)?

¿O se referirán a: «La Tarántula. Periódico satírico de política, costumbres y literatura, de la oposición, que se publicará en Madrid a la mayor brevedad. Precio de suscripción es a 6 rs. al mes franco de porte. Los que gusten suscribir pasarán a dejar su nombre en la librería de Sauri, calle Ancha, y no satisfagan el importe hasta haber recibido el núm. 3º.» (anuncio publicado en la página 4 de El Constitucional, Barcelona, jueves 31 de agosto de 1843, año VII, nº 1570; repetido en el número 1590 del miércoles 20 de septiembre de 1843)?

El periódico La Tarántula de Madrid ya se publicaba en octubre de 1843, pues en El Genio de la Libertad (Madrid, 25 de octubre de 1843, año 5, trimestre 4, nº 25, página 2) se reproduce un artículo suyo: «Del periódico titulado La Tarántula que se publica en Madrid, copiamos lo siguiente: Picadura 20. ¡Hombres que os llamais ministros! ¡Ministros que fuisteis algún día el ídolo del pueblo a quien hoy tiranizais!…» Aunque a finales del mismo mes de octubre de 1843, La Tarántula parecía pasar ya por serios apuros:

«Del Eco del Comercio y del Espectador, periódicos de Madrid del 25 de octubre, copiamos las interesantes noticias que a continuación insertamos:
"Ayer mañana a las once se ha observado que los agentes de policía auxiliados con tropa arrancaban de las esquinas los carteles de anuncios de cierto folleto, y al propio tiempo la redacción de La Tarántula, se hallaba invadida por militares que al parecer aguardaban a sus redactores, no sabemos con qué objeto. Sin entrar nosotros en la índole de las producciones ni del folleto ni del periódico en cuestión, y apoyados en la ley, hallamos muy extraño que en la capital de la monarquía sucedan estos hechos. La ley escrita marca los trámites que deben seguirse en toda clase de impresos; y cuando a la vista del gobierno y de las cortes se permiten esos pasos, no podrá decirse que las prácticas constitucionales se observan. Un gobierno compuesto en su mayoría de personas que han sido escritores públicos, un parlamento en el que hay diputados que actualmente escriben en periódicos, parece debían ser una garantía para que sólo con la espada de la ley se castigaran los desmanes de imprenta, si por tales se califican los que producen esos actos. Así que, esperamos que los más interesados en el sostenimiento de la prensa, base primera de los gobiernos representativos, cumplirán con el sagrado deber que les impone su misión; de lo contrario, sabremos que imperan las pasiones, a las que si se da pábulo, bien pronto se desquiciará el orden social, sin que sepamos a donde podremos llegar."» (El Constitucional, Barcelona, sábado 4 de noviembre de 1843, año VII, nº 1635, página 1.)

Apuros que, a finales de 1843, parece ser que habían pasado de las manos de los agentes de policía auxiliados con tropa a las actuaciones de los incontrolados:

«Ultima hora. Reunidos hoy a las dos de la tarde, los redactores del Heraldo, Corresponsal, Posdata, Observador de Ultramar, Fray Gerundio, Boletín del ejército, y los del nuestro, han acordado firmar la siguiente protesta; y es la misma que en la reunión de ayer, hubiese firmado el Eco y la Tarántula, sin la oposición del Espectador y 1º de Setiembre. Dice así: "La prensa periódica de todos los colores políticos, ha visto con sentimiento el atentado cometido en la noche de ayer contra las redacciones del Eco del Comercio y la Tarántula, sin que prejuzgue cuestión alguna política ni judicial, protesta altamente contra un atropellamiento que ningún exceso de los periódicos puede cohonestar. Heraldo, Corresponsal, Posdata, Observador de Ultramar, Boletín del Ejército, Fray Gerundio, Bien del País." (Bien del País.)» (El Genio de la Libertad, Madrid, lunes 1 de enero de 1844, año 6, trimestre 1, nº 1, página 3.)

[Un ejemplar de La Tarántula. Periódico satírico, de política, costumbres, noviembre y diciembre de 1843 y enero de 1844, encuadernado en piel, 24 cm. y 300 páginas, era ofrecido en abril de 2007 por la Librería Hijazo, de Logroño, al precio de 540 euros.]

Algunas referencias sobre Inocencio María Riesco Le-Grand

«Tratado de Embriología Sagrada, por Riesco Le-Grand, colegial mayor que fue en el insigne de pasantes teólogos de Alba de Tormes; antiguo profesor de filosofía, matemáticas, y fundamentos de religión; socio de mérito y catedrático de geografía del Instituto Español; individuo de la academia literaria de profesores de primera educación de esta corte, y de otras sociedades y academias, &c. Se halla venal el cuaderno primero en la imprenta, calle de la Torrecilla del Leal, a donde se dirigirán los que quieran tomarla por docenas; en las librerías de Hidalgo calle de Carretas, Monier carrera de San Gerónimo, Gutiérrez calle de la Abada, Heredia calle de la Magdalena, y García calle de la Concepción Gerónima, a 8 rs. rústica. Los pedidos para las provincias se harán con carta libranza por correos a favor de D. Francisco Yañez, franca de porte.» (Gaceta médica. Periódico de medicina, cirugía, farmacia y ciencias auxiliares, Madrid, 30 de diciembre de 1848, año IV, nº 144, página 288.)

«Bibliografía. Tratado de Embriología Sagrada, por Riesco Le-Grand. No hemos querido hablar de esta obra que acaba de ver la luz pública, porque aguardábamos para hacerlo a que saliera la segunda y última parte de ella. Ahora que ya la hemos examinado con detención, creemos de nuestro deber manifestar que el autor ha desempeñado con tacto y maestría cuanto se había propuesto al formar un cuerpo de doctrina de esta materia, que tan íntimo enlace tiene con los cuidados del médico y las obligaciones del sacerdote. La obra de que nos ocupamos, es una obra escrita concienzudamente y con filosofía: en ella se desenvuelven las importantes cuestiones de la animación, la espiritualidad del alma, de las razas, monstruos, &c.
En la primera parte el autor habla de la preñez, sus enfermedades y tratamientos; la higiene de las embarazadas, y la conducta que el sacerdote y el médico deben observar en los casos más dificultosos que puedan ocurrir; en los tres capítulos que forman esta primera parte, el Sr. Riesco es claro, exacto y se conoce el profundo estudio con que ha meditado tan importantes cuestiones.
En la segunda parte trata de las preñeces anormales, y desenvuelve las cuestiones legales del aborto, examinando las leyes civiles y eclesiásticas sobre esta materia: inserta también las bulas de Sixto V y Gregorio XIV, que son raras. Sigue después examinando del mismo modo las cuestiones de la operación cesárea en la mujer viva y en la muerta, la sinfisiotomía, tomando de los más acreditados autores cuanto conduce a que el médico y el sacerdote formen juicios exactos y no procedan nunca de una manera errónea. Inserta también la pragmática de Carlos III, relativa a la operación cesárea de los abortos. En el capítulo tercero habla del alumbramiento tanto natural como artificial, de la asfixia y apoplejía de los recién nacidos, y de los cuidados que se deben a la madre y al hijo.
El capítulo cuarto y último versa sobre el bautismo, su necesidad, de la materia, forma, sujeto y efectos del bautismo, concluyendo con un apéndice de nociones generales de medicina para inteligencia de los profanos, y un diccionario de voces técnicas.
En toda la obra el Sr. Riesco se manifiesta profundo filósofo, buen moralista y teólogo católico. El lenguaje es correcto y elevado. Insertaríamos algunos trozos de esta interesante obra, si los estrechos límites de nuestro periódico no nos lo impidiera.» (Gaceta médica. Periódico de medicina, cirugía, farmacia y ciencias auxiliares, Madrid, 20 de abril de 1849, año V, nº 155, página 87.)

«Con sumo placer publicamos la decorosa réplica que nuestro apreciable y estudioso amigo don José Jiménez y Teixidó ha creído conveniente remitir a La Esperanza, en justa vindicación de las tabernarias calificaciones con que ha intentado mancharla un don Inocencio Riesco Le Grand. El señor Jiménez y Teixidó apoya sus razones con argumentos canónicos, con gran copia de datos deducidos de la historia eclesiástica; y sobre todo, con mesurado y digno lenguaje. Combátanse en buen hora sus proposiciones, sin en ellas hay error o pasión; pero tómense las armas con que se las impugne, del mismo arsenal de donde el autor ha tomado las que emplea en defensa de sus opiniones, que tanto han alterado la bilis ultramontana. Nosotros no prejuzgamos en manera alguna la cuestión dogmática: así pues nos limitamos solo a pedir datos contra datos; raciocinios contra raciocinios; y buena educación en pago de buena educación. He aquí lo que no vemos en la chabacana frase canonista mamantón, y otras del mismo jaez con que Riesco Le Grand insulta a un contrincante a quien no ha vencido aún, ni acaso está llamado a vencer en el terreno de la ciencia canónica, al cual cita a sus adversarios el autor del folleto en cuestión.
He aquí el comunicado a que nos referimos, y que debe haces a La Esperanza más cauta en esto de admitir remitidos, en que en vez de razones no se estampa otra cosa que soeces diatribas:
"Señor director de La Iberia. Muy señor mío y apreciable amigo: Ruego a Vd. se sirva dar cabida en el periódico que tan dignamente dirige, a la siguiente comunicación que con esta fecha dirijo a La Esperanza, cuyo obsequio agradecerá S. S. Q. S. M. B., José Giménez y Teixido. Madrid 30 de enero de 1855."
"Señor director de La Esperanza. Muy señor mío: Acabo de leer en el núm. 3152 de su periódico, correspondiente al 27 del actual, una comunicación suscrita por don Inocencio Riesco Le Grand, y dirigida exclusivamente, sin duda, a desacreditar al autor, no a rebatir las ideas del folleto recientemente publicado en demostración de la nulidad de la definición dogmática de Su Santidad Pío IX, acerca del misterio de la inmaculada Concepción. Ni ahora ni nunca pienso contestar a escritos de semejante género; pero como se dirige entre otras indignas imputaciones la de que el autor del folleto no tiene valor para arrostrar la censura pública, cumple a mi decoro manifestar que firmé con iniciales mi escrito, porque no se creyera que aspiraba a adquirirme nombre ni a conquistarme reputación literaria. Por lo demás, nunca he temido y nunca temeré la censura pública, porque nadie me puede echar en cara apostasías de ningún género; porque mis antecedentes no son deshonrosos; y en fin, porque aunque me precio de altamente liberal, nunca he manchado mi pluma con versos tan asquerosos como los que publicó en La Tarántula el que hoy trata de demostrar en La Esperanza que no ha olvidado su antigua manera de escribir. Ruego a Vd., señor director, se sirva insertar estas líneas, a cuyo favor le quedará reconocido su atento S. S. Q. S. M. B., José Giménez y Teixidó, doctor en jurisprudencia."» (La Iberia. Diario liberal de la mañana, Madrid, viernes 2 de febrero de 1855, año II, nº 194, página 2, columnas 1-2.)

«Sección Religiosa. Cultos. Se gana la indulgencia plenaria de Cuarenta Horas en la iglesia de la V. O. T. de San Francisco, donde se celebrará la fiesta de su santo titular, con la solemnidad posible: será panegirista el señor don Inocencio Riesco de Legrand.» (La Iberia. Diario liberal de la mañana, Madrid, domingo 4 de octubre de 1857, año IV, nº 1001, página 3, columna 6.)

«J. de la Rosa: Gacetilla. […] San Francisco el Grande. Suceden algunas cosas extrañas en esta iglesia. Parece que en virtud de un oficio que se le ha pasado, por el señor vicario eclesiástico de esta corte, al rector de San Francisco el Grande, don Inocencio María Riesco Le-Grand, ha sido cerrada la Bóveda de dicho edificio, a la conclusión de un novenario de Ánimas, y posterior a haberse celebrado algunas misas, ya rezadas, ya cantadas, en la expresada Bóveda. Elogiamos el celo de esta respetable autoridad, que tan acertadamente desempeña sus funciones. Según nuestras noticias, en las obras de nueva planta de este suntuoso convento e iglesia, se invirtieron nueve años, y el coste que ocasionaron a los fondos de la Obra Pía de Jerusalén, fueron 22.643.484 reales vellón y 30 maravedís. En las obras que se están haciendo de reparación de esta iglesia, van ya empleados cerca de tres años, y, según las voces que circulan, se han invertido 15 millones de reales. ¿Y cuándo quedará dicha iglesia habilitada para celebrar los divinos oficios?» (La Iberia. Diario liberal de la mañana, Madrid, viernes 19 de noviembre de 1858, año V, nº 1348, página 3, columna 5.)

«Política. […] Con placer hemos visto en El Pensamiento Español el comunicado en que el señor Riesco-Le-Grand explica la presencia de los dos frailes que han dado tanto que hablar en la iglesia de San Francisco; y decimos con placer, no porque las explicaciones del señor Riesco nos hayan satisfecho, ni porque por el tono, ni por la forma, nos parezcan muy propias de quien viste el traje sacerdotal, sino porque sirven para poner de manifiesto algunas tendencias que no se agitan menos por estar escondidas en la oscuridad, y que en estos últimos tiempos, por lo que todos saben, han cobrado demasiados ánimos. El señor Riesco-Le-Grand, rector hoy de San Francisco, declara que él solo ha sido el autor, el instigador del hecho, en que unos han visto solamente una mascarada, y otros además una trasgresión de las leyes, penada por el Código vigente. Los misioneros no sabían la prohibición legal; el señor Riesco les aconsejó que se presentaran como se presentaron, y ellos incurrieron inocentemente en la pena. Al leer esta explicación se ocurre desde luego preguntar: ¿Sabía el señor Riesco, el antiguo redactor de La Tarántula, esa ley que se propuso hacer violar? Él mismo habla de ella diciendo que no la cita entera por no buscar el Código, señal de que tiene su sustancia en la memoria: ¿qué pensar, pues, de quien sabiendo que la ley prohíbe una cosa, se vale de la ignorancia de dos pobres misioneros para hacerles quebrantar la prohibición? Si en el templo hubiese habido las personas que dice el señor Riesco que buscaban un arma (lo cual es una calumnia gratuita lanzada al pueblo de Madrid), y se hubiese armado un tumulto y los misioneros hubieran sufrido las consecuencias, el predicador de la plaza de la Cebada en 1854 hubiera quedado satisfecho con decir: "¿Por mi culpa ha sucedido todo eso?". Ni es bastante disculpa para el señor Riesco decir que la ley no le parecía aplicable a este caso, y echar un epigrama a los que llevan cruces que no les corresponden, pues ni el señor Riesco tiene autoridad para explicar las leyes, ni podía menos de dudar de su explicación privada, ni en la duda debiera haberse atrevido a lo que se atrevió sin meditar, sin duda, las consecuencias.
Pero apresurémonos a decirlo: se nos figura que el señor Riesco toma sobre sí más responsabilidad de la que le corresponde, pues no es solo en San Francisco donde se han presentado frailes con hábitos. Los periódicos de Madrid han dicho que se había presentado por las calles un hombre vestido de gilito; en Barcelona, según La Corona, se ha presentado otro también con hábitos, y no sabemos si en otras provincias habrá sucedido lo mismo. El señor Riesco no puede haber sido el instigador de todas estas infracciones de la ley, que cuesta trabajo creer coinciden casualmente, y es preciso, por consiguiente, preguntar si el señor Riesco fue inspirado al instigar a los religiosos, solo por el deseo de tomar esa inocente venganza, según se dice, o por otras personas que hayan creído como él que las órdenes religiosas en España no están suprimidas sino comprimidas, que el Concordato es una ley más fuerte que las demás del reino, y que el Concordato ha derogado la ley del 34.
No buscaremos nosotros contestación a esta pregunta, porque por tales asuntos pasamos como sobre ascuas, merced al celo del fiscal, y ayer mismo nos abstuvimos de comentar el comunicado del señor Riesco, dudando si se nos permitiría. Hoy le comentamos, por haber visto que a los demás periódicos se les permite, y que le censuran hasta los ministeriales (excepto La Época, que se limita a extractarle, publicando algunos de sus párrafos como si los aceptase), y aun no estamos muy seguros de que el señor fiscal, que ayer mismo nos tachó lo que decíamos de la aparición de otro fraile, no nos vede lo que a los demás consiente, que a todo eso, dicho sea sin enojo de El Diario Español, estamos acostumbrados. Pero mientras los ministeriales contestan si lo tienen por conveniente, séanos permitido deplorar haber llegado a tal extremo, que hasta en los templos se hace gala de reaccionarismo, y mientras se predica un empréstito en los púlpitos, donde tantas voces santas han declamado las ceremonias más solemnes de la Iglesia; las ceremonias a que asisten los altos dignatarios de España constitucional; las ceremonias a que asiste la Reina, cuyo Trono está cimentado en tumbas de mártires de la libertad, para pisotear las leyes que consignan las reformas liberales. ¿A dónde vamos por ese camino? Solo Dios lo sabe. Nosotros apartamos la vista, con el vértigo de quien mira a un precipicio sin fondo.» (La Iberia. Diario liberal, Madrid, sábado 21 de julio de 1860, año VII, nº 1840, página 2, columnas 2-3.)

«Política. […] A continuación publicamos un comunicado en que un religioso franciscano contesta al del padre Riesco. Aunque no estamos enteramente conformes con alguna apreciación de este escrito, le damos a luz en nuestras columnas para esclarecimiento de la verdad, al mismo tiempo que para que se vea cuan justas eran nuestras observaciones sobre la manifestación del rector de San Francisco. El público observará el contraste, favorable para nuestro comunicante, que resulta entre el escrito del señor Riesco y el del franciscano, cuyo nombre sentimos no estar autorizados para publicar, aunque el estilo y la doctrina pueden suplir a la firma cuando se trata de una persona conocida tan ventajosamente.
"Señor director del periódico La Iberia. Muy señor nuestro: No dudo por un instante de su bondad y atento carácter dé cabida en las columnas del periódico que tan oportunamente dirige, a las siguientes líneas que a mi nombre y de otros de mi clase, expongo para aclarar ciertos hechos y contestar al comunicado que se ha permitido publicar en algún periódico el padre Riesco-Le-Grand, actual rector de San Francisco el Grande; y de hacerlo así, de antemano le da a Vd. las debidas gracias su atento seguro servidor y capellán que lo es. Un fraile franciscano.
Tres veces he tomado la pluma y otras tantas la he dejado. Enemigo de polémicas que más distraen al público que le ilustran e instruyen, por caridad, por prudencia y por otras muchas razones que se dejan conocer, temía dar esta respuesta, y esperaba a la vez que alguno más competente cumpliera esta misión, de suyo enfadosa.
El espíritu de fraternidad, único lazo evangélico que une a los hombres en la tierra, clamaba y exigía el más completo silencio. La dignidad de nuestra religión ofendida, y la de una clase vilipendiada en el escrito del P. Riesco, exigen aclaraciones importantes, a fin de que desaparezcan mil errados conceptos y calificaciones improcedentes. Todo esto me impele a tomar la pluma, satisfaciendo en ello mis deseos y los de varios compañeros.
Dejando a un lado la cuestión legal y la mayor o menor infracción de nuestras leyes, de parte del P. Riesco, sin comentar la idea que se propusiera atacando instituciones vigentes, voy solo a contraerme a varios asertos que, relativos a elevadas personas y clases, no pueden dejarse pasar desapercibidos.
Dice dicho padre en su comunicado, que él ha sido y fue el instigador para que presenciasen un acto religioso en San Francisco el Grande dos misioneros de Palestina, y puedo asegurar a dicho rector que, en esto, como en muchas cosas, no ha estado exacto, lo cual es muy extraño en un hombre de su dignidad y categorías.
Permitese también decir en el párrafo tercero: 'en el día en que una Reina católica se presenta por primera vez en el templo más augusto de la corte; en este templo restaurado por su voluntad y por su protección; en ese templo, donde había que deshacer un grande agravio y había de lavarse una profunda mancha; en ese templo, donde pocos días antes un pontífice venerando había ungido con el óleo y crisma sagrado el ara preciosa recién colocada en el altar, desterrando de la vista de los fieles la antigua, profanada por la impiedad' con lo demás contenido en dicho párrafo; y en verdad que en todo lo en él expresado, no veo más que injustas acusaciones dirigidas, por desgracia, a las personas más augustas y respetables que encierra nuestra sociedad.
¿Quién ha dicho al P. Riesco que el intento de S. M. la Reina al restaurar el templo de San Francisco, era solo el de proporcionarse ocasión de deshacer un grande agravio, y el de lavar una profunda mancha? ¿Por qué, faltando a los respetos y consideraciones debidas a su Reina, la hace en ese día instrumento de su inocente venganza, como dice en otra parte? ¿Ni quién le ha permitido tampoco interpretar la mente de un Pontífice, por tantos títulos para nosotros respetable, asegurando que al ungir con el crisma el ara nueva, se propusiera desterrar de la vista de los fieles la antigua, profanada por la impiedad?
¿No ha quedado ya este venerable anciano más que para venir a ser también el instrumento de la inocente venganza del P. Riesco?
En verdad que este señor ha estado demasiado atrevido, al querer interpretar la mente de personas tan augustas y elevadas. Porque ¿cuál era esa profunda mancha que S. M. la Reina había de lavar? ¿Cuál era, pues, la impiedad con que estaba mancillada la antigua ara de San Francisco? ¿No era en ella sobre la que en años no remotos elevaba sus preces a Dios y le ofrecía el gran sacrificio de propiciación y reconciliación? ¿Pues cómo se permitía celebrar sobre un ara de impiedad? ¿Cómo, abrigando en su corazón deseos de tan inocente venganza, esperó tanto tiempo, sabiendo que la antigua estaba contaminada? Y si la ungida de presente es completamente nueva, ¿por quién y en dónde ha sido mancillada y contaminada?
Comprendo, hermano carísimo, a dónde va a parar en su meditación de venganza. Pero ese recuerdo, ese recuerdo triste que por su mente ha vagado, debiera, cual noble sacerdote, a imitación de su maestro pendiente de la Cruz, haberlo sofocado, invocando aquellas palabras del Salvador: 'Perdónalos, Dios mío, que ignoran lo que se han hecho.' Ciertas páginas de las que solo toma acta el historiador, son siempre improcedentes e impropias en boca de un ministro de Dios. Valiera más que el P. Riesco, en lugar de gastar el tiempo en invocar recuerdos de épocas ya remotas, lo pasara orando por sus enemigos, que es la verdadera misión del sacerdote católico en la tierra.
¡Llama inocente a su venganza! Y como si para conseguirla necesitara darle colorido y variación a la escena, quiere que jueguen en ella una Reina y un Pontífice, en unión con los sacerdotes y ungidos de Dios, dando también parte en ello a los difuntos, colocando la sombra del P. Sabater en la rotonda de San Francisco.
Por Dios, querido hermano; por Dios le suplico que no profane así nombres tan sagrados, pues sin miedo de equivocarme, ni el intento de la Reina ha sido reedificar para lavar profundas manchas, ni la mente del cardenal Cirilo pudo nunca ir tan allá, que quisiera borrar iniquidades en un ara nuevamente consagrada. Nuestra soberana, presentada como juguete del P. Riesco, para su inocente venganza, tendrá de este compasión y lástima, y se reirá con indulgencia de quien tan mal sabe interpretar sus intentos.
El prelado, venerable y venerando, dirá, aunque con disgusto, que perdona un agravio hecho a sus religiosas intenciones, que no fueron otras que las de preparar más dignamente el ara santa de Dios, desde la cual, como el humo del incienso, habrán de elevarse nuestras preces, dando en aquel día gracias porque el templo que había sido casi su cuna, se ofrecía al Dios de las grandezas como una hostia pura, como el holocausto más ingenuo de los que a su restauración contribuyeran. Permitese también estampar en su comunicado el P. Riesco, que la vista de los religiosos en el templo de San Francisco, excitaba en unos la admiración, y en otros, ímpetus de sangre y exterminio.
Tan equivocado como ha estado dicho señor al interpretar el intento y fines de S. M. la Reina, del cardenal y demás sacerdotes, instrumentos de su inocente venganza, de la misma manera lo ha estado, creyendo que cerca de aquellos varones hubo quizá quienes llevaban maquinalmente la mano, buscando un instrumento de terror. ¿No supo el P. Riesco que la invitación y el convite para la función de aquel día lo hizo el ministro de Estado? ¿No reparó en lo escogido de la concurrencia, y que en ella no había gente de blusa, única a quien él también dice se deba temer?
En una reunión presidida por SS. MM., a la que asistía casi todo el ministerio, los directores de las diferentes armas, los presidentes de los Cuerpos colegisladores, altos dignatarios y personas distinguidísimas de todas clases y sexos, ¿pudo creer el P. Riesco que había gente de puñal, ansiosa de verter la sangre de religiosos ni de nadie? En verdad que este es un grande agravio lanzado al rostro de una concurrencia tan escogida. Pida inmediatamente el humilde franciscano, pida perdón de rodillas por una calumnia tan marcada y tan improcedente. Designe, si no, quiénes eran los que, buscando el instrumento de terror, señalaban víctimas tan inocentes. Deje el hijo de San Francisco, deje ese lenguaje impropio de su ministerio, y no venga a manchar realmente, siquiera con sus delirios, un acto tan venerando y tan satisfactorio.
Queriendo este religioso franciscano establecer cátedra de política, pretende dar algunas lecciones de ella, y se permite decir: 'El que desea el exterminio de las asociaciones religiosas, como el orden franciscano, no comprende la libertad', y yo diré al P. Riesco, que todo aquel que las defiende y las califica con un nombre determinado, fuera del orden religioso, es un profano en política, y su mente se ha extraviado. Quien llame, como el P. Riesco lo hace, liberales a los misioneros, los desvirtúa, los mata, los asesina desde aquel momento. El varón apostólico, el que llevando un nombre tan sagrado es además el ministro de Dios, se gloriará, como dice San Pablo, en la cruz de sus privaciones, y cuando lanzándose por esos mundos, atraviese los mares, desde aquel instante, más que nunca, es el amigo del persa, del indio, del etiope, del tártaro, del árabe, del cismático y de todos aquellos que, bajo cualquier nombre y bajo cualquier forma de su gobierno, necesiten de sus auxilios y de su luz. Lo mismo el absolutista que el demócrata, el constitucional que el republicano, el noble que el plebeyo, todos a sus ojos deben formar una familia, y él ser hermano de todos, sin nomenclatura especial. Nos inviste con la calificación de liberales, y en religión esa palabra tiene otro significado; a ella apelamos; con ella sólo queremos honrarnos; somos hijos del amor, y nuestro reglamento es la caridad.
Demasiado difuso y largo se ha hecho este escrito y lo sentimos, en verdad, porque quisiéramos dar a nuestro querido hermano un consejo, y es el de que no vuelva la vista atrás, porque de hacerlo, él propio se encontraría avergonzado de haber sido redactor de un periódico tan incalificable cual fue La Tarántula. El propio se encontraría vestido quizá de blusa en el seno de ciertas veladas de artesanos, en las que no había figura tan contradictoria como la suya. Tendría, además, que recordar sus disgustos en las cárceles, quizás por escritos tan impremeditados e impropios de su carácter sacerdotal, como el que estamos rebatiendo. Y se escucharía a sí mismo, predicando las honras de Riego, en cuyo discurso lanzara palabras de fatal recuerdo. Y últimamente se definiría a sí propio, enclavando en tiempos pasados, y no se hallaría buscándose en estos instantes. San Pablo nos da un programa político que no debemos olvidar.
Qui resistit potestati, Dei ordinationis resistit. Obedice Praepositis vestris etiam discottis. Por caridad, y solo por caridad, no publicamos escritos sobre que tenemos la mano, pues de hacerlo, amenguaríamos nuestro propio carácter, que aún estimamos en mucho. Mayor análisis merece el comunicado del P. Riesco, y acaso no falte pluma que lo patentice y lo esclarezca con más oportunidad, pero no con mejores deseos que el que se firma con el nombre de
Un capellán, religioso franciscano."» (La Iberia. Diario liberal, Madrid, miércoles 25 de julio de 1860, año VII, nº 1843, página 3, columnas 2-3.)

«Santo de hoy. San Francisco de Asís, fundador. Cultos. Jubileo de Cuarenta Horas en la iglesia de San Francisco, donde se celebrará a su titular con misa solemne y sermón, que predicará D. Inocencio Riesco Legrand, y por la tarde se cantarán completas y se hará procesión de reserva.» (La Correspondencia de España, Madrid, 4 octubre 1861.)

«Anteayer a pesar de la tormenta, estuvo animadísima la procesión de la Virgen del Olvido que salió de San Francisco. […] La procesión estuvo presidida por el teniente hermano mayor D. Ignacio de Santiago, yendo a su lado entre otras personas el prefecto de la misma congregación D. Inocencio Riesco de Le Grand, rector de San Francisco, los presbíteros señores Berrocal y corral, el secretario de la Orden de San Juan, el barón de Andilla, y D. Francisco Froilán y Aguirre gentil-hombre de su majestad.» (La Correspondencia de España, Madrid, 2 septiembre 1862.)

«El rector de la iglesia de San Francisco el Grande de esta corte, Sr. Riesco Le-Grand, ha sido atacado de un acceso de demencia que le ha imposibilitado de continuar ejerciendo aquel cargo.» (La Época, Madrid, 21 junio 1864, pág. 4.)

«El rector de la iglesia de San Francisco el Grande de esta corte, Sr. Riesco Le-Grand, ha sido atacado de un acceso de demencia que le ha imposibilitado de continuar ejerciendo aquel cargo.» (La Correspondencia de España, Madrid, 22 junio 1864.)

Homenaje póstumo en 1882 como fundador del Fomento de las Artes

«El 28 del actual es el aniversario del nacimiento del que fue fundador del Fomento de las Artes de Madrid, P. Inocencio Riesco Le-Grand, fraile franciscano. Deseando la sociedad consagrar a su respetada memoria una sesión, en la que se expongan los servicios y merecimientos del distinguido y ya difundo escritor y sacerdote, ha acordado celebrar una velada el día del aniversario, donde los profesores, los alumnos y las clases obreras, recordarán con gratitud el nombre del señor Le-Grand, nacido y muerto en Madrid.» (Crónica de la música, Madrid 13 de diciembre de 1882, pág. 7.)

«Hace años que la Sociedad denominada Fomento de las Artes se distingue por el carácter un tanto avanzado de sus ideas, pues allí han ejercido su magisterio hombres de doctrinas funestas, y aunque neutral a todos los partidos, ha dominado entre sus socios el elemento democrático. Pues bien, esta Sociedad va a celebrar, justamente el día de Inocentes, el aniversario del nacimiento de su fundador, y, ¡oh pícara fatalidad! su fundador resulta que fué… ¡un fraile! El P. Inocencio Riesco Le-Grand perteneció a la Orden de San Francisco, y el fue quien por verdadero y legítimo amor al pueblo instituyó el Fomento de las Artes, que andando el tiempo había de ser cátedra de sacerdotes apóstatas como D. Fernando de Castro o D. Cipriano Tornos. Los impíos podrán clamar cuanto les plazca contra los tiempos pasados y entonar himnos en loor de los presentes; pero la historia imparcial dirá a las generaciones futuras que todas las grandes instituciones, como los insignes monumentos, tienen por primera página el nombre de un religioso, o de un sacerdote o de un caballero cristiano, mientras que la última pertenece a cualquier revolucionario que medró a costa de la institución disuelta y del monumento destruído. La historia enseña cómo empiezan y cómo acaban las instituciones y los monumentos con que se engrandecen y honran los pueblos cristianos.» (La Ilustración Católica, Madrid 15 diciembre 1882.)

«El sacerdote D. Inocencio Riesco Legrand, cuyo natalicio conmemoran hoy las clases obreras de Madrid, fundó la sociedad El Fomento de las Artes en 1847. El Sr. Legrand fue franciscano de la provincia de Santiago, catedrático y escritor público, y nació en Madrid el día 28 de Diciembre de 1807. El ex-diputado a Cortes D. José Hilario Sánchez leerá esta noche la biografía del que fue en vida incansable propagandista de la enseñanza popular.» (Crónica de la música, Madrid 27 de diciembre de 1882, pág. 7.)

«Fomento de las Artes. Mañana jueves, a las nueve de la noche, celebrará sesión pública esa sociedad, para honrar la memoria de su fundador el sacerdote D. Inocencio Riesco Le-Grand, entusiasta propagandista que fue de la educación popular. Tomarán parte en la velada escritores, literatos y artistas distinguidos. Asistirán al acto señoras.» (La Correspondencia de España, Madrid, jueves 28 de diciembre de 1882, pág. 4.)

«La sesión celebrada anoche por el Fomento de las Artes en honor de su fundador el fraile franciscano D. Inocencio Riesco Legrand, se vio sumamente concurrida. Asistieron a esta brillante velada, entre otros, los Sres. Ortega, Morejón, Escosura y Manuel del Palacio. La parte de música estuvo encomendada a la señorita Esmeralda Cervantes, Vila Prados Campos y Manresa, y a los Sres. Mondéjar, Hidalgo y Páramo. En el salón estaba colocado el retrato del Sr. Legrand, hecho al lapiz por el Sr. Campesino.» (La Época, Madrid, 29 de diciembre de 1882.)

Sobre Inocencio María Riesco Le-Grand en el Proyecto Filosofía en español

1852 Censura a Tratado de Embriología Sagrada · La Censura, agosto de 1852, 92:731-733

Textos de Inocencio María Riesco Le-Grand en el Proyecto Filosofía en español

1848 Tratado de Embriología Sagrada

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