Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. II. Los instrumentos oficiales

La investigación científica,
acaparada y estropeada

Antonio de Gregorio Rocasolano

Catedrático de la Universidad de Zaragoza
Vicepresidente del Consejo de Investigaciones Científicas

La Institución Libre de Enseñanza, que «silenciosamente», según su táctica, se hizo dueña absoluta de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de sus laboratorios y de otros centros oficiales, disponía «libremente de sus destinos», y, como se propuso, logró residenciar en Madrid exclusivamente, bajo sus auspicios, la investigación científica «oficial y retribuida» acaparando sus manifestaciones más o menos auténticas y realizando, según voceaba su prensa y divulgaban sus amigos, una patriótica labor cultural, adheridos al presupuesto nacional con una firmeza y eficacia verdaderamente ejemplar y digna de mejor causa.

El residenciar en Madrid tales objetivos trajo como consecuencia un caciquismo efectivo en cada rama del saber, personalizado en un capitoste de la Institución. Tal modo de actuar es evidentemente injusto, porque era el presupuesto nacional quien atendía a los cuantiosos gastos de la Junta; pero esta concentración de dinero y de fuerzas en Madrid era un arma que la Institución manejó ampliamente para sus fines.

Esta localización llegó a tal límite, que hasta las tesis doctorales, no por mejores, sino por ser de la casa, comenzaban a ser patrimonio de los centros madrileños gobernados por la Institución, y nuestros jóvenes, [150] tan aficionados a seguir la trayectoria del mínimo esfuerzo, recorrían muy satisfechos este camino, por el que circulaban algunos religiosos que la Institución recibía amorosamente, porque allí se respetaban todas las ideas...

A estos jóvenes doctores les animaba, generalmente, una esperanza: la de que si servían a la Institución mansamente, se les encasillaba para catedráticos y, una vez demostrada su incondicional adhesión a la obra institucionista, se les preparaba, no para realizar unos brillantes ejercicios de oposición, sino un tribunal adecuado, y si aun así no fuera probable el ingreso, se improvisaba una asignatura en los estudios del doctorado o se violentaba la ley para crear nuevas cátedras.

La política de incautación que practicaba la Institución Libre de Enseñanza y sus hijuelas, en relación con la «Investigación» científica, se demuestra con multitud de hechos, pero solamente citaremos algunos bien documentados.

Mi laboratorio de Investigaciones no tenía todavía existencia oficial hace unos veinte años, pero de hecho existía desde 1902, practicando una labor modesta, pero propia. Un día se vio agasajado con la visita del señor Castillejo{78}, secretario y animador de la Junta para [151] Ampliación de Estudios; conversamos un rato y le hablé de los temas que por entonces estudiaba, y me decía que los jóvenes que quisieran hacer estudios de [152] Bioquímica en el Extranjero debían estar previamente un curso en mi laboratorio, y así después aprovecharían mejor las enseñanzas que podían recibir fuera de España. [153]

Quedé encantado de la comprensión del señor Castillejo; pero apenas había transcurrido un año después de aquella visita cuando vi claramente que me había engañado{79}, o que él se habría engañado si me supuso adherido a su obra.

En efecto; el catedrático de Agricultura del Instituto de Toledo, señor Sancho Adellac, conocía mis trabajos, poco tiempo antes publicados (1915-1916), sobre la acción fertilizante del manganeso; él mismo había hecho algunos estudios en campos de experimentación sobre el mismo tema, y para poder ampliar las conclusiones de mis trabajos de laboratorio, el profesor [155] Sancho Adellac solicitó de la Junta, no una pensión, sino la consideración de pensionado, para continuar, durante un curso, sus trabajos en Zaragoza, reforzando su petición con una interesante publicación que sobre él mismo tema había realizado. La contestación de la Junta fue contundente: «No se concede porque sería sentar un mal precedente», afirmando, además, en una conversación el señor Castillejo que no tenía noticias ni de mis trabajos ni de mi laboratorio. Hay que reconocer que, tanto en el manejo de la publicidad como en el del silencio –arma más terrible que la oposición–, los institucionistas son maestros.

Otro caso: el profesor de la Escuela Normal de Huelva doctor Aldea Lafuente, había realizado en mi laboratorio y publicado unos trabajos sobre «Anomalías crioscópicas»; quiso continuar su labor y solicitó de la Junta la consideración de pensionado para continuar sus trabajos en mi laboratorio; del mismo modo que al señor Adellac le fue denegada.

Las consecuencias de estos hechos hágalas, si quiere, el lector; nosotros no las hacemos porque sería [156] demasiado extenso, y quizá violento, este capítulo; basta a nuestro objeto, haber demostrado que la Institución acaparó en Madrid toda «la investigación científica oficial y retribuida».

Sobre el trato que recibían los que fuera del protectorado institucionista actuábamos modestamente en trabajos científicos de investigación, nada decimos por no dar a este capítulo carácter personal, pero mi archivo guarda notas interesantes sobre desagradables incidentes.

¡Mas de cuatro millones cada año!

Es necesario recordar, siquiera sea someramente, la cuantía de los recursos que el Estado español puso a disposición de la Institución Libre de Enseñanza para «posibilitar» (según ellos dicen) su labor política. Tenemos a la vista el presupuesto del Ministerio de Instrucción Pública del año 1935, y es difícil encontrar las partidas de que la Institución disponía para los fines de la «estropeada investigación científica», porque se encuentran atomizadas y en los capítulos más diversos; sin embargo, trataremos de reunir en una nota, y seguramente con error por defecto, los que en una lectura hemos podido encontrar.

La Memoria anual que en 1935 publicó la Junta para Ampliación de Estudios, reúne la mayoría de sus consignaciones en tres conceptos:

Por el Ministerio de Instrucción Pública, 3.263.200 pesetas.
Por otros Ministerios, 386.521.
Otros recursos, 500.000.
En junto, 4.149.721 pesetas.

A las que deben añadirse una serie de pequeñas partidas, [157] entre las que encontramos en el presupuesto y en diversos capítulos las siguientes:

Gratificación al personal del Instituto Escuela, pesetas 170.000; Escuela Central de Idiomas, 32.500; Museo Pedagógico Nacional, 50.000; Escuela Profesional de la Mujer, 74.000; catedráticos que, a propuesta de la Junta, sólo se ocupen de trabajos de investigación, 50.000; otra vez el Museo Pedagógico, 8.100; pensiones para profesores de Segunda enseñanza, 45.000; Seminario de Estudios Superiores de Física y Matemáticas, 24.000; Instituto Nacional de Física y Química, gastos de profesores eminentes (y de otros menos eminentes), 350.000; para adquisiciones que sean precisas, 38.000, etcétera; y no citamos otros centros cuyas subvenciones administraba libremente la Institución, porque ya van citados por R. de Toledo en el capítulo correspondiente.

Para los aprovechados institucionistas no podía pasar inadvertida la conveniencia de un veraneo cómodo y reconstituyente para «los sabios» de la Institución, y a este fin se creó el Asilo de la Magdalena, por otro nombre Universidad Internacional de Verano, de Santander, en donde los cofrades (y algún extraño que situaban para despistar) percibían en miles de pesetas las lecciones que en forma de conferencias magistrales colocaban, disponiendo para estos gastos de gratificaciones en este orden: Universidad de Santander: para gastos de viaje y propaganda, 12.000 pesetas; gratificaciones, 138.240; para servicios, 25.000, etcétera.

Recientemente se ha creado una Fundación nacional, de cuya importancia teórica y práctica tenemos noticia, sabiendo que el señor Castillejo dejó la Secretaria de la Junta para Ampliación de Estudios para pasar a gobernar esta Fundación, que dispone de recursos cuya cuantía no conocemos, pero sus fines ya se han puesto de manifiesto. Algunos profesores adictos a la [158] Institución, que por no tener cargo en Madrid no pudieron permitirse el lujo de una excedencia, tenían que resignarse a vivir en provincias; tal Fundación reconocía las brillantes cualidades de estos institucionistas y les obsequiaba con gratificaciones personales anuales de cinco a diez mil pesetas, que, agregadas al sueldo, permitían al interesado una vida decorosa al servicio de la Institución, interrumpida con la frecuencia posible con estancias en Madrid, porque tales señores eran los jueces de provincias, designados para formar parte de los tribunales de oposiciones a cátedras, en los que actuaban con la libertad que corresponde a un esclavo espiritual, que es la forma más humillante de la esclavitud.

En resumen, bien puede afirmarse que era del orden de «seis millones de pesetas» la cantidad de que disponían los directivos de la Institución Libre de Enseñanza para «posibilitar» su funesta actuación, parcialmente cubierta con el vistoso pabellón de la investigación científica. Tales hechos plantean este dilema: ¿quiénes fueron los más culpables, los que alegremente disfrutaban del presupuesto de la Nación para servir al internacionalismo antiespañol, o los que confiadamente entregaron los medios más eficaces de proselitismo a unos hombres sin Dios y sin Patria, que con su silenciosa e intencionada labor han «posibilitado» la tragedia que actualmente vive España?

Del resultado que la Ciencia española obtuvo del privilegio exclusivo, del que usó y del que abusó la Institución Libre de Enseñanza, poco vamos a decir, porque el espacio apremia; pero mucho puede decirse.

Entre los centenares de temas tratados por pléyade de investigadores oficiales improvisados por la Institución y retribuidos por el Estado, poco aprovechable se encuentra para la industria nacional o para la producción del campo, etcétera; asuntos que si la investigación oficial hubiera estado bien orientada debieran haber sido tratados. La realidad ofrece el contraste de que precisamente son personas que vivieron fuera del radio de la Institución quienes han prestado al país tales servicios de orden científico. Realmente es de éxito más fácil y de más lucimiento investigar por regiones donde la imaginación actúa libremente, que estudiar asuntos para deducir consecuencias que el rigor de la práctica industrial o agrícola admita o rechace; de donde se deduce que Investigar exclusivamente sobre temas teóricos, más que amor a la ciencia pura, pudiera ser una habilidad.

La mayoría de los investigadores oficiales que movilizó la Institución Libre han hecho una labor pobre; pero hay que reconocer que algunos pocos realizaron, en sus primeros años de trabajo, una estimable labor, aunque muy pronto se detuvieron en el buen camino emprendido, porque a la Institución le convenía exhibirlos y utilizarlos para sus fines. Tales personas, indudablemente inteligentes, consumían su tiempo muy ocupados por representaciones oficiales, viajes con dietas no reglamentadas, comisiones bien retribuidas, o con gratificaciones, etcétera. Alcanzado el éxito en sus primeras actuaciones, constituían con otros menos destacados, el grupo de «sabios de exportación», y sus publicaciones quedaron muy pronto reducidas a colaboradores, en las que el segundo que firma es el que trabaja y, por hacer méritos, humildemente se resigna a que delante del suyo vaya en la publicación el nombre del otro titulado maestro.

Si con notas bibliográficas a la vista comparamos el trabajo de los que actuaron fuera de la Institución, sin medios oficiales adecuados, con el de los institucionistas y sus servidores, llegamos a la consecuencia de que la investigación científica oficial y retribuida, acaparada y muy mal dirigida por la Institución, ha costado al país [160] mucho dinero para obtener rendimientos muy escasos.

Del modo de ser de tantos sabios oficiales creados y amparados por la Institución se deduce que la Ciencia, que para algunos es diosa inmortal, para otros es una buena vaca que proporciona alimentos muy estimables. Estos profesionales de la ciencia cuya actuación estamos comentando, no se aplican al estudio por amor a la verdad, sino porque, cómodamente, al servicio de una baja política, tomaron posiciones que en estos últimos años fueron en España largamente lucrativas; para ellos fue la Ciencia un medio de vida, una esclava que consiente lo que un poderoso señor exija de ella.

Con tales artes, ni sirvieron a su país, que tan generosamente les retribuía, ni conquistaron la verdad, que no se prostituye ni se vende; pero a la que debemos someternos para que las inteligencias estén iluminadas por la luz verdadera...

———

{78} Ni don Francisco Giner, ni su lugarteniente Cossío; hubieran por sí mismos alcanzado el éxito destructor, rápidamente conseguido, con una acción de mayor fuerza explosiva que la trilita o la melinita, si no se hubieran sumado a sus aptitudes meramente ideológicas las cualidades extraordinarias, francamente activas, del hombre que, según mi firme convicción, ha sido uno de los más terriblemente funestos que ha visto nacer España.

Como no son estas horas de ocultaciones, ni de veladoras de nombre o de conceptos, estampo aquí el de este colaborador de los fundadores de la Institución Libre: [151] José Castillejo Duarte, catedrático de Derecho romano en la Universidad Central. Sería equivocado y contrario a la verdad el negar una gran inteligencia a esta persona; inteligencia encaminada al daño moral y material de nuestro país. Cajal a menudo decía de él que «era listo», porque en su trato frecuente, en los tiempos en que nuestro gran español fue Presidente de la Junta de Ampliación de Estudios, en la que Castillejo actuaba de Secretario, tuvo ocasiones repetidas y frecuentes de conocerlo. Es Castillejo símbolo de la astucia que perdió a los hombres, y esta afirmación la hago porque he podido conocerle en las épocas de convivencia que con él tuve, con motivo de haber servido juntos en tres Universidades españolas.

Así como las doctrinas de Carlos Marx tuvieron necesidad de esperar muchos años para encontrar en Lenin el hombre adecuado para ponerlas en práctica, del mismo modo los ideales pedagógicos de Giner hallaron, aunque infinitamente más pronto –eran de acción más limitada– en Castillejo el agente que les diese realidad. ¡Y qué realidad más funesta para nosotros! El plan táctico comenzó, en este último personaje, por una perfecta preparación de idiomas. Su poliglotismo impecable, implantado en un actor que sabía tomar el tipo representativo del alemán o del inglés, según tiempos y circunstancias, traducía una superioridad sobre los oyentes y catecúmenos insinuante y sugestiva. De sus labios, en la conversación particular –porque en conferencias y libros la actuación, si alguna vez ha existido, tiene, a mi juicio, mucho menos valor–, han salido todos los argumentos, sofismas y sugestiones capaces de sorprender y dominar a los interlocutores. Esta representación, aunque, como acabo de manifestar, se basaba en temas Extranjeros, variables según épocas y conveniencias, [152] llevaba en su fondo una manera astuta, suave, propia de algunas teocracias; porque ha de Advertirse que en esto de la lucha contra las creencias religiosas y los sacerdotes que las interpretan, los hombres de la Institución, los fundadores y sus predilectos discípulos, han adoptado siempre la máxima del similia similibus, hasta el extremo de que el modo de hablar, de andar, el saludo y la íntima psicología de la conversación dan mucho parecido a los hombres típicos de la Institución con las maneras de algunas Órdenes religiosas.

Si la memoria no me es infiel, Castillejo no fue , al menos en su infancia, alumno de la Institución. Su formación anterior, sin embargo, le facilitó en gran manera la adaptación a las costumbres de los maestros y pontífices de aquélla.

Que el hombre ahora estudiado dedicó como agente de las nuevas ideas su actividad a las mismas, con menoscabo de su labor docente universitaria, lo prueba la parquedad en el número de sus lecciones en Sevilla y Valladolid, de lo que soy testigo. Su actividad como catedrático en ambos centros de enseñanza se puede traducir en la siguiente fórmula: 1 X 4; esto es, para un día de lección y de estancia en la residencia oficial, de cumplimiento de lo que unos cuantos profesores llamamos deber, había cuatro de ausencia. Esta llegó a ser tan significativa cuando Castillejo desempeñaba eco tan menguado esfuerzo su cargo oficial docente en la primera de las mencionadas ciudades, que un ministro de Instrucción Pública, el señor Rodríguez San Pedro, publicó en la Gaceta una disposición para obligar al profesorado a reintegrarse a sus puestos, sin pretexto ni excusa alguna. Este ministro debió de dar en [153] el clavo en lo referente al joven profesor, entonces sevillano de ocasión, cuya silueta, aunque sólo sea con interrumpidos trazos anecdóticos, dibujamos, a juzgar por la cólera de éste, expresada en virulentos artículos publicados en un popular diario de Madrid, en los que, con el pretexto de visitar nuestros monumentos nacionales, entre ellos las famosas ruinas de Itálica, ponía al citado ministro de oro y azul, llegando en su agresividad hasta el empleo de las frases impregnadas de corrosiva tinta.

En resumen, la campaña de prensa por un lado, el apoyo de los elementos sectarios, por otro, la caída de Rodríguez San Pedro y la llegada a la poltrona ministerial de elementos más dóciles y complacientes, dieron el triunfo a los que trabajaban ya por crear, al lado de la Universidad, otros centros propulsores de la cultura, a la par que dispensadores de beneficios para los amigos. Esta fue la obra de Castillejo, concretada primeramente, en la organización e instalación de la Junta para ampliación de Estudios, luego en la creación de la Residencia de Estudiantes, más trascendental para el logro de los tan mezquinos como fatales intereses de los agrupados que la primera, y, finalmente, en la fundación del Instituto Escuela, vivero de un profesorado, salvo raras excepciones, bien adicto a la causa que lo había elegido para la consecución de los fines catequísticos, el primordial de todos: la descatolización de España.

(Del libro Los intelectuales y la tragedia española, por el Doctor Enrique Suñer, catedrático de la Universidad de Madrid.) (N. de los E.)

{79} Algunos días después tuve ocasión de observar una [154] nueva prueba de la falacia del Secretario de la Junta, y del doble juego con que engañaba al General Primo de Rivera, a quien, sin duda, había hecho creer que era un admirador y leal servidor suyo.

El caso se dio con ocasión de las elecciones celebradas por la Universidad de Madrid para el nombramiento de un representante suyo en la Asamblea nacional. Un candidato poseía la confianza del Gobierno: don Pío Zabala, cuyo conocimiento de las mañas e intrigas de la Institución teníalo demostrado repetidas veces, entre ellas cuando, siendo en una anterior Legislatura diputado a Cortes, hizo una declaración cuyo recuerdo nunca se ha borrado de la memoria de cuantos nos interesarnos por este gran problema nacional. En una discusión habida en el Parlamento, el señor Zabala pronunció estas palabras, dirigidas a los institucionistas: «Tienen estos señores la vista puesta en el ideal y las manos metidas en el cajón del pan.» El acierto en la caracterización psicológica, le había colocado entre los atinados conocedores de aquellos intelectuales. Aparte de la mencionada frase, el señor Zabala unía a sus dotes de catedrático eminente, un concepto bien adquirido de persona de orden, de sentimientos cristianos y contrario a las actuaciones demagógicas. Por todas estas razones, los electores no extremistas le votaban.

Los enemigos de la Dictadura, con el fin de molestar al General Primo de Rivera, más aún con el convencimiento del triunfo, presentaron otro candidato: don Miguel de Unamuno.

El día de las elecciones entraba yo casualmente al tiempo mismo que el Secretario de la Junta de Ampliación de Estudios en el salón rectoral para emitir el voto. En la antesala, sobre una mesa, aparecían dos montones ordenados de papeletas, correspondientes a las dos candidaturas. En aquel momento, Castillejo, con ostensible maniobra, tomó una de las pertenecientes a Unamuno, y, abierta, en la mano, a la vista de los concurrentes, la entregó al presidente de la mesa para que éste la depositara en la urna.

No pude menos de recordar en aquel instante las palabras del General: «Debe usted estar entonces tranquilo. El Secretario, señor Castillejo, viene asiduamente a verme...»

(Del citado libro del Doctor Suñer.) (N. de los E.)

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  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 149-160