Filosofía en español 
Filosofía en español

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M. Romera Navarro
de la universidad de pensilvania
 

El hispanismo en Norte-América
Exposición y crítica de su aspecto literario

 
 
 
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Renacimiento
San Marcos, 42
Madrid 1917

 
Libro de 125×185×35 mm. xii+451 páginas + cubiertas. [Cubierta] “M. Romera Navarro (de la Universidad de Pensilvania). El hispanismo en Norte-América. Renacimiento”. [i = anteportada] “El hispanismo en Norte-América. Exposición y crítica de su aspecto literario”. [iii = portada] “M. Romera-Navarro de la Universidad de Pensilvania. El hispanismo en Norte-América. Exposición y crítica de su aspecto literario [logotipo editorial] Renacimiento. San Marcos, 42. Madrid”. [iv] “Imprenta de J. Poveda. Príncipe, 24 – Madrid, 1917”. [v] “Dedicado a la memoria bendita de mi padre”. [vii-xii] “Índice”. [1-2] “Al lector”. [3-13] “Introducción”. [15-433] texto.[435-451] “Índice” [de nombres]. [contracubierta] logotipo editorial “4 pesetas. Poveda - Madrid”.


Índice

Al lector, 1

Introducción, 3

I.– Los precursores

Cap. I.– Washington Irving (1783-1859), 15

Cronista de la España romancesca.– Su exacta visión de la península.– Obras históricas.– La Alhambra.– Leyendas arábigo-españolas.

Cap. II.– Guillermo Hickling Prescott (1796-1859), 27

Historiador de España.– Producciones.– Juicios sobre Cortés y Felipe II.– Origen de la leyenda negra de este monarca.– Su vindicación por los historiadores posteriores a Prescott.

Cap. III.– Jorge Ticknor (1791-1871), 43

Historiador de nuestra literatura.– Visita a la península, su correspondencia y opiniones acerca de la vida nacional.– Historia de la literatura española.– Tícknor, Amador de los Ríos y Fitzmaurice-Kelly.

Cap. IV.– Enrique Wadsworth Longfellow (1807-1882), 54

Maestro y traductor de la literatura peninsular. El poeta en España, carácter y creencias de sus habitantes.– Traducción de las Coplas de Manrique.– El Estudiante español.– Sus versiones del castellano.– Ligera noticia sobre Guillermo C. Bryant.

Cap. V.– Jaime Russell Lowell (1819-1891), 69

Observador y crítico de la vida pública nacional. Impresiones de España; espíritu democrático, hidalguía, incapacidad mercantil y corrupción administrativa.– Sus poesías de tema español.

Cap. VI.– La Sociedad Hispánica de América, 81

Museo, Biblioteca e Institución cultural.– Fundación, fines y obra de esta sociedad.– Edificio; el museo y la biblioteca.– Sorolla y Zuloaga en el museo.– Influjo de los maestros españoles en la pintura norteamericana.

II.– Los contemporáneos

Cap. VII.– Eruditos y poetas, 89

I.– Huntington: Su traducción, anotada del poema del Cid.– Facsímiles.– Apuntes del noroeste de España.– Causas de la decadencia nacional.

II.– Rénnert: Vida de Lope de Vega.– Calderón y el Fénix de los Ingenios: La escena española en tiempos de Lope de Vega.– Otras producciones.

III.– Fitz-Gérald: Estudios críticos sobre Gonzalo de Berceo.– Opiniones acerca de Valera y Menéndez y Pelayo.– Versión inglesa de Un drama nuevo.

IV.– Clark (C. U.): Conferencias de tema español.– Collectanea Hispánica.– Impresiones de la península.– Semejanzas entre españoles y norteamericanos.

V.– Ford: Antiguas silbantes españolas.– Antología de líricos castellanos.– Influencia británica en nuestro romanticismo literario.

VI.– Walsh: Poemas de España.– Traductor de las poesías originales de Fray Luis de León, de Las coplas, &c.– Ensayos sobre el gran místico, los Manriques y las artes populares.– Salamanca y Sevilla.

Cap. VIII.– Expositores y críticos, 228

I.– Buchánan: Estudios cervantistas.– Calderón: La vida es sueño.

II.– Schévill: Ovidio y el Renacimiento en España.

III.– Cráwford: El drama pastoral en la península.– Biografía de Cristóbal de Figueroa y análisis de sus obras.

IV.– Bóurland (C.B.): Reminiscencias y plagios del Decamerón en nuestra literatura clásica.– Las paredes oyen, de Ruiz de Alarcón.

V.– Post: Orígenes y caracteres de la alegoría española medioeval.– Influencias italianas y francesas.

VI.– Chándler: Nuestra novela picaresca, su desenvolvimiento y predominio en las literaturas extranjeras.– Su bosquejo histórico, por Fonger de Haan.

VII.– Chúrchman: Trabajos acerca de Espronceda.– Sus imitaciones de Byron.– Estudio comparativo entre el bardo británico y el español.

VIII.– Hówells: Juicios literarios: Valera, Galdós, Palacio Valdés y Blasco Ibáñez.

IX.– Varios.

Cap. IX.– Biógrafos e historiadores, 278

I.– Bourne: Vindicación de la conquista española de América.– Legislación filantrópica y tratamiento humanitario y liberal de la población india.– Verdadero alcance de la labor cultural de los españoles en tierra americana.

II.– Lummis: Puramente española es, por espacio de siglo y medio, la obra del descubrimiento, exploración, conquista y civilización del Nuevo Mundo.– Los exploradores, conquistadores y misioneros.

III.– Mac Nutt: Biografía del P. Las Casas. Vida tempestuosa, hechos e ideales del Protector de las Indias.– La Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

IV.– Lea: Historia de la Inquisición española. Organización, funciones y procedimientos de esta institución.– Procesamientos, prisiones, confiscación y censura inquisitorial.– Lea restablece en parte sólo la verdad histórica.

V.– Caffin: Historiógrafo de nuestra pintura. Sus caracteres y desenvolvimiento.– Los grandes maestros del siglo XVII.– Goya, profeta del moderno impresionismo.– Los pintores contemporáneos.

VI.– Bacon: Vida y obras dramáticas del doctor Juan Pérez de Montalván.– Su personalidad literaria.

VII.– Varios autores.

Cap. X.– Colectores y comentaristas, 332

I.– Lang: Cancioneros españoles, textos anotados.

II.– Marden (C. C.): Edición crítica del poema de Fernán González.

III.– Knapp: Las obras poéticas de Boscán.

IV.– Nórthup: La selva oscura, de Calderón, y Troya abrasada, del mismo y Juan de Zabaleta.

V.– Espinosa: Canciones, baladas y otros géneros de la poesía popular.

VI.– Rósenberg: La española de Florencia, de Calderón, y Las burlas veras, de Lope de Vega.

VII.– Otros colectores.

Cap. XI.– Traductores y prologuistas (Bíshop, Undehill, Bell, Shówerman, Smith, &c.), 357

I.– Obras de Pérez Galdós.– Su primacía literaria.– Las dos versiones de Marianela.

II.– Dramas traducidos y representados de Echegaray.– Significación y alcance de su labor dramática.– La versión de Mariana, por Sarda y Wúpperman.

III.– Palacio Valdés: Su puesto en el campo de las letras españolas.– Traducción de sus novelas y en particular La alegría del capitán Ribot, por M. C. Smith.

IV.– Guimerà: Tierra baja y María Rosa. Su versión y opiniones emitidas acerca del dramaturgo catalán.

V.– Pardo Bazán (Insolación, El cisne de Vilamorta, &c.); Blasco Ibáñez (La catedral, Sangre y Arena, &c.); Benavente (Los intereses creados, La sonrisa de Gioconda); y otros.

Cap. XII.– Viajeros (Láthrop, O'Reilly, Marden (F. S.), Bates, Clark (C.), Chátfield-Taylor, &c.), 397

I.– El paisaje ibérico.

II.– La raza viril, realista y conservadora.

III.– El español.– La perfecta casada.– Los niños.

IV.– Los campesinos, nervio de la raza.

V.– Dignidad, cortesía y orgullo de los peninsulares.

VI.– ¿Laboriosidad o indolencia?

VII.– Democracia.– Corrupción política.

VIII.– Renacimiento de España y su porvenir.

Tabla alfabética, 435

[ Miguel Romera Navarro, El hispanismo en Norte-América, Madrid 1917, páginas vii-xii ]

Al lector

La historia y exposición del hispanismo literario en Norte-América están por escribir. Ni un solo estudio, comprensivo o superficial, popular o erudito, se le ha dedicado. Llevado de férvido amor por las letras patrias, tanto como de una cordial estimación literaria por estos españolistas, he compuesto el presente ensayo. Y por bien empleado daría todo el trabajo, el tiempo, papel y tinta que consumen aun los más humildes frutos del ingenio, si lograra, amén de ilustrar al lector discreto, que ello va de suyo, prenderle en el alma ese tibio calorcillo de la humana gratitud, y avivar su interés, por la callada y prolífica labor de estos hispanistas.

La parte primera, de las tres en que divido mi trabajo, está consagrada a los precursores. Superfluo hubiera resultado entrar en la exposición y detallado examen de sus producciones, ya que, por lo general, son bien conocidas; bastará, pues, una ligera impresión crítica. Se refiere la segunda parte a la «Sociedad Hispánica de América», que tan poderosa energía ha impreso a la corriente del hispanismo. Versa la tercera sobre los españolistas contemporáneos. Allí encontrará el lector un resumen de sus principales producciones, acompañado de observaciones críticas, y general bibliografía de sus demás libros, monografías e importantes artículos, la cual presento al lector con esa confianza de lo compuesto y cotejado de primera mano. Como no sólo han de discutirse obras de pura erudición, sino también otras de variados géneros –poéticas, políticas, impresiones de viaje, &c.–, no sorprenderá al lector erudito que, abandonando a veces la frase disciplinada y el tono frío de la crítica, el autor ponga en algunas páginas cierto calor y viveza.

Duélese el autor, finalmente, de que circunstancias ajenas a su voluntad le impidan corregir las pruebas del presente ensayo.

Filadelfia, Abril de 1917.

[ Miguel Romera Navarro, El hispanismo en Norte-América, Madrid 1917, páginas 1-2 ]

Introducción

Cuando parece haber descendido un poco la fiebre españolista en Alemania, lejano ya el día de los Dieze, Bouterwek, Schlégel, Grimm, Wolf y Schack, de tan grata memoria, surge el movimiento hispanista de Norte-América. Son sus precursores Irving, Prescott, Tícknor, Longféllow y Lówell. Existen en la actualidad núcleos de críticos e investigadores de nuestras letras en varios países. Fresco aún el recuerdo del prócer Fastenrath, cabe citar entre otros Hórneffer y Máyer (A. L.), en la misma Alemania; Munthe y Staaff, en Escandinavia; Farinelli y Crece, en Italia. Respecto a la Gran Bretaña, no es posible pasar en silencio los nombres de cuatro hispanistas ilustres: Martín Hume, muerto en 1910, Fitzmaurice-Kelly, Hávellock Ellis y Calvert. Ni tampoco sería justo omitir el hecho de que continúa siendo aún poco menos que la fragua literaria de nuestra historia, así como el país donde más libros de viajes acerca de la península se publican. Tan copiosa y excelente es en aquel ramo su producción, que bien pudiéramos repetir al cabo de un siglo la frase de Prescott, diciendo que sus escritores hacen más por ilustrar la historia de España que la de cualquier otro pueblo, excepto el suyo. Pero los grupos más compactos y nutridos del hispanismo se encuentran en los Estados Unidos y Francia, e hijos de esta última son dos de los más devotos eruditos extranjeros que jamás pisaron el campo de las letras españolas, los infatigables Foulché-Delbosc y Morel-Fatio; valiosa también en la vecina República, la labor de Enrique Mérimée.

Las visitas a Norte-América de nuestros pedagogos, escritores y artistas, las conferencias de los señores Altamira, Menéndez Pidal y Bonilla y San Martín, las exposiciones de Sorolla, Zuloaga, Villegas, Benedito, Anglada, y otros artistas; los conciertos de nuestros primeros violinistas y pianistas; la representación de los dramas de Echegaray y Guimerá, y hasta el reciente estreno de las Goyescas del malogrado compositor Granados, que puso de moda en la gran Metrópoli norteamericana todo lo español, desde la música hasta las peinetas de nuestra abuela, la maja goyesca, y el color y dibujo de las sedas; todo ello, el alma y la voz de la raza hablando aquí por boca de sus más preclaros representantes, ha contribuido a estimular en los últimos años un interés siempre creciente por las cosas españolas. Aparte la Sociedad Hispánica de América, única en su género, existen algunas otras instituciones y sociedades en los Estados Unidos que gozan de vida próspera y prestigio –como el Club Español y el Círculo Castellano de Boston, por citar algunas–; las cuales, formadas por yanquis amantes de España, tienen por fines el estudio de nuestro lenguaje, literatura, historia, etcétera, así como contribuir, con investigaciones y conferencias públicas, al mejor conocimiento de nuestro país y de los pueblos hispano-americanos.

En dos claras y paralelas corrientes se manifiesta el hispanismo norteamericano: es la una de carácter puramente literario, y se encauza especialmente a España; es la otra de orden económico, y se dirige a la América latina. La primera está representada por un nutrido grupo de catedráticos, escritores y artistas interesados en nuestras artes, historia y literatura, y que a su investigación, difusión y crítica consagran su laboriosidad. Está representada la segunda por una muchedumbre de banqueros, exportadores, industriales, comerciantes de todo género, que con miras económicas siguen de cerca el desenvolvimiento de los países hispano-americanos y estudian su vida y nuestro común idioma. Forman los primeros una aristocracia intelectual, a la cual deberán sumarse los políticos, que han de cultivar estrechas relaciones con los demás pueblos del continente y gobernar colonias donde todavía se conservan el idioma, las costumbres e instituciones españolas. En el primer grupo hay que incluir, además, a los millares y millares de estudiantes que con fines mercantiles, la mayoría, estudian nuestra lengua y literatura en los centros docentes de la vasta federación.

La más elemental manifestación del movimiento hispanista de los Estados Unidos es el estudio del castellano. El político, el industrial, el comerciante, se dan clara cuenta de que para fomentar sus relaciones con el Sur y Centro de América y conquistarse sus mercados, han de conocer primeramente el idioma. Y no sólo el idioma, sino las instituciones políticas y mercantiles, la historia de la raza, su psicología, ambiente e ideales. La enseñanza del español en los Estados Unidos, inaugurada por los misioneros franciscanos en la Florida el año de gracia 1528, la prosiguen en la actualidad más de 200 Universidades y Centros de estudios superiores{1} y 765 escuelas secundarias, de carácter técnico o comercial la mayoría{2}, sin contar las academias y colegios privados. En la Escuela naval de Anápolis y en la militar de West Point, el estudio del castellano es obligatorio.

Ahora empiézase también a hacer una poca justicia a los pueblos hispano-americanos. Ya no se les mira con desdén, al menos con tanto desdén como antes. Y es que, aparte los nuevos vínculos económicos y literarios entre la América sajona y la América latina, la importancia del estudio de un idioma extranjero es mucho mayor de lo que a primera vista pueda imaginarse. Porque el aprender un idioma implica la adquisición de ciertos conocimientos geográficos, históricos, políticos y literarios del país donde se habla, y esto nos conduce, naturalmente, a juzgarle con mayor rectitud, benevolencia y simpatía. «El estudio de una lengua extranjera – escribe D. Federico Bliss Luquiens{3}– nos despierta cierta simpatía por la gente que la habla. Sin duda, es debido en gran parte al mejor conocimiento de ella que primero nos proporciona. Cuanto mejor se conoce a una persona, más suele gustar –con tal, por supuesto, que merezca la pena de conocerse–, y lo mismo pasa tratándose de una nación… Pero, aparte la superior inteligencia que el lenguaje nos facilita, éste promueve la amistad per se, de un modo misterioso que no cabe explicar. Su poder de simpatía es difícil de analizar; pero el poder en sí mismo es innegable.»

Los norteamericanos no pueden olvidar que dos terceras partes de su madre patria ha sido tierra española; que en el Sur, en el Oeste y en el Centro habitan nutridos grupos de población que aún hablan el español y sienten y piensan en castellano; que comarcas, pueblos, montañas y ríos de la vasta y poderosa federación fueron descubiertos o fundados por el misionero o el guerrero español, conservando hoy sus castizos nombres de pila: California, Florida, Colorado, Nuevo León, San Pablo, San Francisco, Los Ángeles, Sierra Nevada, Río Sacramento, &c., &c.

Pero claro está que no todo es aquí tortas y pan pintado. Abundan también los mal prevenidos contra España y los españoles, los que emiten juicios poco o nada lisonjeros para nuestro país y nos desdeñan. Pero los tales se encuentran en minoría; así lo creo, y ojalá no me dejen mentir. Y ni siquiera ha faltado el lamentable espectáculo de una dama española de elevada, elevadísima alcurnia –quien, antes de establecerse en París, tuvo su domicilio en la plaza de Oriente–, la cual publicó no hace mucho en cierta revista neoyorquina una escandalosa autobiografía en la que del Rey abajo nos ponía a los españoles, y a España, de oro y azul. Aquí, como en otras partes, ¡como en todas partes! –¿por qué no decirlo, aunque mucho nos duela?–, quedan por combatir leyendas absurdas y ridículas que todavía corren acerca de España, como si viviésemos en tiempos de Troya, y el telégrafo y el ferrocarril estuviesen por inventar. Para muchos extranjeros, España continúa siendo la Esfinge. Y sabido es que, cuanto más vecinos, más ignorantes suelen ser en las cosas de España. Ahí están para patentizarlo nuestros vecinos del otro lado del Pirineo, aunque no falte entre ellos quien se pregunte: «¿Cómo un país que ha producido tan grandes genios… y creado tantas obras admirables, es tan desconocido? Se revuelve el suelo de Egipto, de la Caldea y de la Siria; se exhuman de tierras griegas vestigios de civilizaciones desaparecidas, y detrás del Pirineo existe una nación que durante el siglo de oro contribuyó con inmensa parte a la gloria de las letras y al esplendor de las artes, y se ignoran sus artistas y se ponen en duda sus obras»{4}.

La opinión más general que se tiene de España en el extranjero es aquella que nos pinta como un pueblo moribundo. Esto pudo decirse –desde luego se dijo hasta atronarnos los oídos– en el último tercio del siglo XIX, pero no hoy en día. En presencia del actual y pujante renacimiento nacional, creo, por el contrario, que su sintomatología no es la de una raza que está muriéndose, sino la de un pueblo que se reconstituye. La pérdida del último vestigio de nuestro poderío colonial en 1898 cerró la historia de la España desorientada, indisciplinada y romántica. Los años transcurridos desde entonces han sido años de briosa resurrección. Su rápido progreso de estos últimos años, en todos los órdenes, en el económico, político y cultural, parece prodigio venido de la mano de Dios. A la hora presente, en España alienta la misma pujanza redentora que en la Italia del Risorgimento. Visiblemente se opera igual cambio en todas las esferas de la vida nacional.

Al hablar del renacimiento de España no quiero dar por sobrentendida y aceptada la popular leyenda de nuestro atraso, con las más sombrías pinceladas que ha solido trazarlo la mano poco piadosa de Europa. Mientras no traspasamos las fronteras de nuestra patria, hasta nosotros vivimos en la sincera creencia, con cierto ruborcillo patriótico, de que estamos muy atrasaditos y muy a la cola de Europa, casi, casi en África. Pero más tarde, cuando en nuestra peregrinación educativa por el Continente, ojeamos otros pueblos y otras gentes, nos parece la diferencia mucho menor de lo que se nos había dicho. Con una particularidad muy digna de anotarse: la de que en pocas tierras se ven hombres tan sobrios, tan hospitalarios, tan leales; hombres tan hombres y tan caballeros como en aquellos patricios campos de Castilla y Aragón, donde hasta los labriegos parecen señores; con lo cual quiero decir que el tronco de la raza, de dura encina, está vivo y sano.

Y la verdad es que si en el extranjero se nos juzga mal, no es tanto porque lo merezcamos como por la ignorancia que de nosotros tienen. Tanto los que suelen visitarnos sin más bagaje que el que puede colocarse sobre la redecilla del vagón, sin conocimiento de nuestro lenguaje, costumbres, historia, geografía, etcétera, como los autores desaprensivos que sin haber visitado a España escriben acerca de ella –y entre éstos, entre los más grandes e ignorantones de nuestras cosas en el pasado siglo, pudiera contarse al mismísimo Thiers, que apenas si llegó a deshacer su equipaje en Madrid, cuando ya partía de regreso a Francia–; tanto los unos como los otros, suelen hacernos mucho daño con sus libros parciales y miopes, en los que llaman la atención del lector sobre lo que por resultarles más extraño y pintoresco les parece lo más importante. Y desde tiempo remoto viene pasando así. Parece ser nuestro sino histórico… Y sabido es que sanan cuchilladas, mas no malas palabras. Cosa de un siglo hará que un ilustre viajero inglés, Ricardo Ford, escribía a este propósito: «Pero es el destino de España y de las cosas españolas que vengan a ser juzgadas por aquellos que jamás la han visitado y que no se avergüenzan ni de la indecente desnudez de su ignorancia geográfica»{5}. Y el profesor Guillermo R. Shépherd observa: «Tener la propia biografía escrita por enemigos ha sido el desgraciado sino de muchas nobles almas, y la nación, así como el individuo a quienes tal suerte cupo, han de aguardar a que la posteridad suministre los medios necesarios para su justificación. Tal ha sido el destino de España. Nacida entre mayores adversidades que las que suelen rodear la génesis de otros Estados, habiendo intentado una empresa civilizadora superior a sus fuerzas y obligada al fin a rendirse a rivales que regocijáronse con su caída tanto como se beneficiaron con su debilidad, España ha seguido viviendo para ver desacreditados sus designios, tergiversadas sus acciones y negado su legítimo puesto entre las naciones»{6}. Ahora es cuando se empieza a hacer justicia a la obra colonizadora de España y apreciar su gigantesca labor civilizadora en tierras de América. España tiene derecho a que los hijos de América, de toda América, la respeten y honren. El finado profesor de Historia de la Universidad de Yale, E. G. Bourné, ha escrito las siguientes palabras: «Lo que los españoles llevaron a cabo en América en el siglo XVI… fue una de las grandes hazañas de la historia humana… Ellos emprendieron la magnífica, aunque imposible, obra de levantar una raza entera que contaba millones al nivel del pensamiento, vida y religión de Europa»{7}.

La España contemporánea, de hoy en día, es apenas conocida. En el extranjero se nos juzga con el criterio de antaño. En Bélgica, por ejemplo, aún nos descalifican por las crueldades y fanatismos de los tiempos de Felipe II. Y los que se modernizan, por la muerte de Francisco Ferrer… Ignoran que España no es, ni jamás ha sido, un país fanático, ni siquiera devoto. Y si hasta la terminación de la Reconquista hubo de serlo, fue para llevar a cabo esa magnífica epopeya que termina en Granada en 1492, el mismo año precisamente en que se inaugura la segunda epopeya nacional con el descubrimiento y colonización de América. El fanatismo español, desde entonces a las primeras décadas del siglo XIX, fue fanatismo de gobernantes, Las víctimas españolas de la Inquisición son el mejor testimonio. En Inglaterra, que es nuestro socio comercial, el mejor mercado de nuestros productos –y no diré nuestra mejor amiga porque «hasta las piedras», hasta el peñón de Gibraltar, me desmentirían–, sólo muy contadas personas saben que la industria de tejidos catalana es tan perfecta que los obreros británicos no pueden distinguirla de su propia perfecta fabricación. En Francia, los que entre el vulgo se creen poco menos que al corriente de las cosas de España, nos conocen por las obras publicadas en la primera mitad del siglo XIX. En los Estados Unidos es donde el pueblo mejor opinión tiene de nosotros; al menos aquí se sabe la historia de España, bien o mal interpretada, y se admira su pasado; aunque no falten a menudo quienes crean que España está en el Sur de América. «Yo veo, en esta cultura de la América de origen y de idioma ingleses –escribía D. Juan Valera{8}–, cierta amplitud de miras, cierto cosmopolitismo y cierta comprensión afectuosa de lo extranjero, extensa como el continente que habitan los yankees, y que se contrapone a la estrechez exclusiva de los ingleses isleños… y en estas calidades fundo mi esperanza de que los frutos del ingenio español, en general, han de ser mejor conocidos y estudiados aquí que en la Gran Bretaña.»

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{1} Véase en particular el Bulletin of United States Bureau of Education, núm. 510. Washington, 1913.

{2} Yale Review, July, 1915, pág. 709.

{3} Yale Review, July, 1915, pág. 708.

{4} Marcel Auguste Dieulafoy, La statuaire polycrome en Espagne, 1908. París.

{5} Richard Ford, Gatherings from Spain. London, 1861, página 52.

{6} William R. Shépherd, The Independent, de Nueva York. Noviembre, 1910, pág. 1031.

{7} E. G. Bourne, Spain in America (1450-1580). New-York and London, 1904, págs. 195 y 196.

{8} Prólogo a la edición norteamericana de Pepita Jiménez. Nueva York, 1913, págs. 14 y 15.

[ Miguel Romera Navarro, El hispanismo en Norte-América, Madrid 1917, páginas 3-13 ]