Luis Araquistain, El peligro yanqui, Madrid 1921, páginas 147-150
La política internacional · III
La rivalidad británico norteamericana
El viejo lord Grey de Fallodón, casi ciego en fuerza de leer documentos diplomáticos y de mirar a los ojos sin fondo de los diplomáticos profesionales, reanudó sus funciones en el Ministerio de Estado británico, que había dirigido durante varios años antes de la guerra y después de estallada, yendo a los Estados Unidos del Norte de América a persuadirles de la común conveniencia de ratificar el Tratado de Versalles y de ser parte de la Liga de Naciones. Pero Wilson estaba enfermo y lord Grey no pudo trabajar de acuerdo con un convencido. Es simbólica la ceguera de este hombre, que ha tenido la visión más clarividente de los políticos del régimen anterior a la guerra, y simbólica también la invalidez del gobernante más idealista de la guerra. Esa hija espiritual de la guerra, la Liga de Naciones, ha quedado, con la ceguera de Grey y la incurable enfermedad de Wilson –la gran baja del armisticio y de la paz–, sin los ojos que habían de guiarla y sin los brazos que habían de sostenerla. Wilson y Grey eran sus principales creadores, y sus principales creadores son hoy dos ruinas físicas fuera de combate.
Pero lord Grey publicó el 31 de enero de 1920, en el Times, de Londres, una carta que, a juicio de este grave periódico y de otras voces no menos graves, es, probablemente, un caso «único en la historia de la diplomacia». En esa carta pretende el antiguo Ministro de Estado aconsejar calma y comprensión al pueblo británico frente a la actitud de los Estados Unidos hostil a la Liga de Naciones. Pero, en realidad, lord Grey da una lección de historia constitucional del Imperio británico a la República norteamericana. Esa carta, en efecto, es un rompimiento con la vieja diplomacia secreta; lo que en otro tiempo hubiera dicho al oído de los diplomáticos norteamericanos, y probablemente ha dicho, lo dice públicamente desde un periódico. Sin embargo, el procedimiento no es nuevo. Cuando la diplomacia habla en voz alta y apela al público internacional, es que un conflicto ha adquirido tal agudeza, que sus actores temen la responsabilidad histórica y tratan de justificarse ante la posteridad. En este sentido, es sintomática y elocuente la carta de Grey.
¿Cuál es la naturaleza del conflicto entre Inglaterra y los Estados Unidos? Las manifestaciones externas son varias. Una es la cuestión de los armamentos. Entre otras razones, los Estados Unidos fundan su hostilidad a la Liga de Naciones en que no pueden aceptar la idea de reducir los armamentos mientras Inglaterra sea la primera potencia naval. Otra razón es que no pueden pertenecer a la Liga de Naciones con un voto, mientras el Imperio británico cuente en ella con seis votos, uno de la metrópoli y cinco de sus dominios. A esta objeción replica, fundamentalmente, la carta de Grey. Los dominios han dejado de ser peones internacionales de la Gran Bretaña. «Sean los que fueren los dominios autónomos en la teoría y la letra de la Constitución, han dejado de ser, en efecto, colonias, en el viejo sentido del mundo. Son comunidades libres, independientes en cuanto a sus propios asuntos, y socios, en lo que concierne, en general, a los del imperio. Es un estatuto especial y no puede derogarse.» Se abstendrán de votar en todos los problemas de la Liga de Naciones que afecten al Imperio británico. «Pero no hay excepción respecto a su derecho a votar allí donde no sean partes de una disputa, y es admisión general que los votos de los dominios autónomos podrían hallarse en la mayoría de los casos del lado de los Estados Unidos.»
El hecho es claro: en la Liga de Naciones, el Imperio británico tiene seis votos; pero esto no significa que estos seis votos estén siempre unánimemente de parte de la Gran Bretaña. Los cinco que son de los dominios, singularmente el de Canadá, pueden ser contrarios a Inglaterra y favorables a los Estados Unidos o a cualquier otro país. Pero no es este el problema. El problema es este otro: ¿por qué el hecho de que el Imperio británico tenga seis votos en la Liga de Naciones preocupa a los Estados Unidos y no ha preocupado a Francia, ni a Italia, ni al Japón? Tocamos la raíz del conflicto entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña. No es un conflicto objetivo, de objetiva relación política, porque en ese caso, tan celosos como los Estados Unidos de su posición en la Liga de Naciones, lo serían países como Francia y el Japón. Es un conflicto psicológico que arranca del pasado histórico. Es un problema de la personalidad.
Este problema se comprende bien viajando por los Estados Unidos. Los norteamericanos no quieren a los ingleses. Desdeñan su sistema político, su economía, su literatura. Concentran en Inglaterra el desdén que el poeta Walt Whitman sentía por Europa, como residuo de la civilización feudal. Ese desdén era una forma de la afirmación de la personalidad nacional. Al negar a Europa –y sobre todo a Inglaterra–, se afirma la personalidad de los Estados Unidos. Repetidas veces tuve ocasión de oír a norteamericanos inteligentes que su interés, acerca de los países europeos, sentía predilección por España, como antes lo había sentido por Rusia. Este afecto podía ser una reacción contra sistemas de organización social de los cuales eran los Estados Unidos una más completa y más intolerable prolongación. Podía ser un anhelo de retorno a tipos de civilización individualista, anticapitalista. Pero a la vez era, sin duda, un propósito, casi siempre inconsciente, de afirmar la personalidad de los Estados Unidos frente a los países europeos que pretenden, por su pasado, ser superiores. Y especialmente frente a la Gran Bretaña. Cuanto más impopular un escritor inglés en su patria, más popular es en los Estados Unidos. Bernard Shaw, el eterno anglófobo, es el más leído de los escritores británicos en la República norteamericana –el más leído, sobre todo, por la Prensa «amarilla» de Hearst, que es la Prensa más anglófoba–. La simpatía de los norteamericanos por los irlandeses no se debe sólo al hecho de que sus votos en los Estados Unidos son un factor político importante, ni a la hipótesis de que Irlanda sea un pueblo oprimido –porque oprimidos son Santo Domingo, Haití y otros Estados centroamericanos, y pocos en la República del Norte se ocupan de esta opresión, que no es extranjera–, sino a la circunstancia de que, apoyando a los irlandeses, se hiere a Inglaterra.
Los norteamericanos quieren sacudirse el yugo histórico espiritual de Inglaterra. Quieren ser una gran nación independiente de sus orígenes, su cultura heredada y su lengua recibida. Les acontece lo que a algunos sudamericanos respecto de España. Para afirmar su existencia –nada más legítimo– niegan el valor del pueblo en que se engendraron. Pero la lucha por la personalidad en el Sur de América no reza con la política internacional y queda circunscrita a la zona de los individuos. En el caso de los Estados Unidos es un problema de política internacional y puede ser fuente de serios conflictos. Lord Grey ha querido orillarlos y conciliar a sus orgullosos parientes espirituales de allende el Atlántico. Pero tal vez no se ha fijado en la raíz psicológica de su aversión a la Liga de Naciones, que es aversión a Inglaterra, que es deseo de mantener su personalidad histórica. Por eso su carta será estéril y los orígenes del conflicto latente quedan intactos. Solo el tiempo o el talento de los unos podrán resolverlo amistosa, humanamente, y si esto no es posible, lo resolverán la torpeza y la violencia de los menos inteligentes.
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