Filosofía en español 
Filosofía en español


Capítulo I

Positivismo (Justo Arosemena)

1. Significación histórico-filosófica de Arosemena, 2. Bentham y Arosemena, 3. Positivismo, 4. Valoración y crítica

1

Arosemena es sin lugar a dudas el cerebro istmeño de mayor capacidad filosófica y de más hondo sentir universalista. Ninguno como él ha asimilado tan a cabalidad un sistema europeo y, aunque en nivel secundario y en grado relativo, no sólo receptividad filosófica, sino también creación ideológica, son distintivos de su pensamiento. Su importancia trasciende la esfera histórico-política –con ser ésta muy grande– para proyectarse en el campo de la abstracción y de la especulación ética, filosófico-política, y aun metafísica hasta donde lo permita o implique su espíritu agnóstico.

A la importancia que en sí tengan sus ideas, agréguese la simbólica de ser las primeras, en tal sentido, de solidez indiscutible en Panamá, y las de mayor envergadura en todo su pasado. La República no ha producido aún, desde este punto de vista, un Justo Arosemena. No quiere esto decir que la Colonia o la República no hayan dado individualidades con preocupación, y aún, con manifestaciones literarias de sus inquietudes filosóficas. Pero Arosemena marca una etapa, la más importante, en el devenir del pensamiento panameño. Trataremos de explicarnos.

Sea que el sistema filosófico constituya una superestructura de la realidad socio-política y económica, determinada por ésta, sea que conlleve en sí mismo la potencia de su intrínseco desarrollo orgánico, es evidente que las ideas filosóficas durante el período colonial se mantuvieron a la zaga de las europeas. Salvo raras y honrosas excepciones no se rompieron los moldes aristotélico-tomistas. Tal situación en las colonias no era más que el reflejo de la española, cuya carencia de modernidad, independientemente de notables precedentes, se prolongó hasta aquella revolución ideológica que proclamó la generación del noventa y ocho. Este estado de cosas, en Hispanoamérica, persistió hasta principios del ochocientos con el nuevo orden político establecido.

Pero la revolución americana sería incompleta sin la revolución del pensamiento. Independientemente de su génesis, la nueva evolución política debía dar ocasión al desarrollo de la modernidad en la cultura; tal es el supuesto que, en Colombia, mueve por ejemplo la acción educativa de José Manuel Restrepo desde 1825, no obstante su anti-benthamismo. Este, ministro de lo interior en Colombia, planteó diáfanamente el problema. El movimiento se produce en todos los pueblos latinoamericanos, aunque no paralelamente desde un punto de vista cronológico.

En la imposibilidad de encontrar para la acción docente una tradición cultural americana que no fuese la colonial, ya desacreditada por la Revolución, los forjadores de las nuevas nacionalidades tuvieron necesariamente que recurrir a los sistemas y pensadores en boga. Entre los primeros, señalaremos el liberalismo y el positivismo; entre los segundos, con particularidad en Colombia, podemos mencionar a Bentham, Wattel, Labage, Constant, &c. La modernidad penetró en nuestras naciones fundamentalmente a través del pensamiento revolucionario de la Filosofía de la Ilustración; sin embargo, los autores que hemos mencionado merecen más atención de parte de la historiografía americana, tanto desde el punto de vista de su influencia política, como de su repercusión en la historia de las ideas. Si su actualidad académica, por ejemplo, en las universidades colombianas de la época, llega a dar la impresión de exclusivista, su influencia en la gestación de la Revolución americana es particularmente característica, sobre todo con la figura de Bentham –de tanto ascendiente en la formación de Arosemena–. Dice por eso el Dr. Vicente Azuero: “Desde los ominosos tiempos del antiguo gobierno, los tratados de Legislación de Bentham hacían ya el objeto de estudios y las meditaciones secretas de los Camilo Torres, de los Camachos, los Pombos y otros ilustres mártires y primeros fundadores de la independencia”.{1}

El benthamismo señala un período trascendental en la historia del pensamiento y de la doctrina colombiana y, por extensión, de la panameña. La polémica encendida en torno a sus obras, la proporción de la misma, los actos y decisiones del Poder Ejecutivo, y aun del Congreso, al respecto, son indicios claros y sintomáticos que permiten una visión precisa del espíritu modernista –según la ocasión, utilitario– insuflado en Colombia por los escritos del célebre tratadista inglés. Los jesuitas en particular, y el clero en general, habían saturado de escolasticismo, y por tanto de medievalismo, la cultura colonial hispanoamericana. No importa que el movimiento antiescolástico tenga sus primeros representantes dentro del mismo clero, como sucedió en México; la estructura misma del sistema colonial español impedía el éxito de tal movimiento. De ahí que su fecunda proliferación tuvo lugar cuando destruido el poder político imperante solo obstaculizaba su plena floración la autoridad que la tradición concedía a la reacción, simbolizada por el clero.

En 1826 Santander, amigo personal de Bentham, establece como textos de cátedra sus Tratados de Legislación civil y penal, pero Bolívar, en su dictadura, prohibió su enseñanza (Marzo de 1828), lo que no impidió que anteriormente pareciera haber insinuado, según Hoenigsberg, la conveniencia de difundir estas obras. La prohibición, negativa en sí, lo es aún más si consideramos que iba acompañada de estipulaciones tendientes a restablecer en algo los cánones académicos coloniales. Ejemplo de ello es la imposición a los jóvenes de asistir a cursos de historia y apología de la religión católica, cursos que no contemplaban las disposiciones de Santander. Este no deja, empero, menguar su espíritu modernista –interpretado como antiescolástico– y en 1835 restablece los estudios benthamistas. Un año más tarde el Congreso rechaza una petición de supresión de los textos de enseñanza de Bentham.

La influencia, como hemos insinuado, del benthamismo, no se limita al campo de los decretos oficiales en pro y contra. La polémica sostenida entre el Dr. Vicente Azuero, defensor del utilitarismo, y el padre Margallo, corifeo del viejo orden, cuyo remate fue el encarcelamiento del último, es sólo uno de los tantos ejemplos que aducirse pueden al respecto. Un investigador de estos problemas concluye así:

La batalla benthamista librada durante largos años del siglo XIX en Colombia, es una prueba evidente de que había inquietud por las ideas, se conocían los libros de los escritores europeos y se buscaban nuevos rumbos al pensamiento. Estas disputas dejaron un saldo favorable en la historia de la cultura colombiana.{2}

Uno de los grandes hombres forjados por esta doctrina fué precisamente Justo Arosemena. La impronta en sus ideas del utilitarismo inglés queda asegurada históricamente –sin hacer mención por ahora de lo que evidencian sus escritos– si tomamos en consideración el hecho de que recibió su grado de Bachiller en Jurisprudencia en Julio de 1836 y de Doctor –después de algunos meses de permanencia en el Istmo– en Diciembre de 1837{3}; es decir, que, necesariamente, dado el restablecimiento de los estudios de Bentham en 1835, Don Justo adquirió, como tantos otros de su tiempo, los fundamentos teóricos del utilitarismo.

La integración de estas ideas debía ser –no podía ser otra– la primera alborada de modernismo efectivo que Panamá contemplara en su horizonte cultural. Ese movimiento que no influyó grandemente en la “España invertebrada”, la Reforma, ese otro que sólo tocó alguno de sus elementos, no el principal evidentemente, el Renacimiento; y por fin ese último, el humanismo, de más repercusión en la Península, pero de no tanta en sus colonias, habían de recogerlo los sistemas y pensadores europeos del XIX (con la inevitable elaboración de siglos) que con avidez y pasión estudiaban los hombres destinados en Hispanoamérica a dar orientación a su futuro político y cultural. El resultado no habría de ser otro que la imitación servil o la admiración extática, huérfana de toda crítica científica.

Pero la circunstancia americana, a su pesar si posible, habría de modificar, consciente las menos, inconscientemente las más de las veces, el paradigma europeo. Y a través de las teorías de moda se impuso a la cultura americana el libre examen reformista, el antropocentrismo humanista, y el modernismo renacentista. La Península aún no acaba, en contraste, de impregnarse de tal espíritu. Tal es en nuestra opinión la genuina significación de hombres como José del Valle en Centroamérica, Bilbao en Chile, José de la Luz y Caballero en Cuba, Azuero y Pombo en Colombia, Arosemena en Panamá.

Lo imperativo, lo perentorio de las circunstancias, impedía estructurar una cultura que por otra parte carecía de la larga tradición europea. Pero había necesidad de encontrar una Filosofía Política que justificase la Revolución, y otros patrones culturales que suplantasen los ya desacreditados de la Colonia. La democracia liberal y el positivismo agnóstico cumplieron esta función. Los factores negativos acarreados por la improvisación de una y otro no son más que el precio de la fundamentación político-cultural de las nuevas nacionalidades, exigido además por ineludible necesidad histórica. La preocupación periodística y docente se imponía en virtud de los factores señalados; los motivos pedagógicos llegaron a ser así en Latinoamérica el cauce obligado de las ideas filosóficas y políticas.

Arosemena consulta dentro de la realidad panameña cada una de estas necesidades surgidas de la Revolución. Se hace eco del movimiento pedagógico en su célebre carta a Pineda, introduce la modernidad a través del Benthamismo, postula una Filosofía Política en el federalismo y el Liberalismo. Si no hemos de adoptar, en tal circunstancia, una actitud de cerrada incomprensión con respecto a la cultura colonial, sí debemos de aceptar que el surgimiento de la modernidad, preparado por los acontecimientos político-culturales de fines del XVIII, alcanza en Justo Arosemena el impulso necesario, la eclosión fecunda que precipite el pensamiento panameño por los cauces del modernismo. De las dos independencias –cultural y política– que implica la gesta libertadora del XIX, Arosemena es en Panamá la manifestación cumbre de la primera, el símbolo y la expresión suprema de nuestra revolución intelectual.

La Historia de la cultura panameña presenta rasgos peculiares de insospechable fundamentación en el no menos peculiar devenir histórico-político y económico del Istmo. A los factores que informaron la vida intelectual hispanoamericana a principios del decimonono, destruyendo una educación medievalista, se agregan en nuestros lares circunstancias de nítida procedencia regional, de genuina extracción istmeña. Esto, desde los albores mismos de la colonia. Es que el papel de país tránsito ha insuflado en nuestra cultura un espíritu de superficialidad en donde lo improvisado y lo provisional campean. No obstante, la consciencia de tal eventualidad ha creado como reacción fecunda en nuestros próceres políticos e intelectuales una mentalidad que se escinde en dos actitudes fundamentales –cuyo acaecer es objeto del presente trabajo– y que podemos señalar: a) en la tendencia hacia lo universal a través de doctrinas básicas cuya actualización se deja a la Pedagogía, y b) en la afirmación decidida de la nacionalidad, pese a los elementos transitorios que una situación geográfica ha entronizado en su estructura política. Nos referimos, pues, respectivamente al Pensamiento panameño y su Concepción del Istmo.

Con lo dicho hemos adelantado algo sobre las características esenciales de la actividad intelectual panameña: la influencia del “país tránsito” y la reacción contra éste; la importancia concedida a la acción pedagógico-educativa; la teorización de la patria. Pero estos factores sólo fueron posibles en el siglo XIX, en virtud de la presencia del fermento revolucionario. Por eso comenzamos este estudio con la figura de Justo Arosemena, símbolo de auténtica panameñidad y personalidad primera que consulta a cabalidad las características enunciadas para el pensamiento panameño.

2

La Filosofía Moral europea se encontraba bajo la impronta del utilitarismo hacia mediados de siglo. Por motivos que no es del caso analizar, la especulación ética kantiana, no obstante constituir por si sola una etapa del pensamiento moral universal, no había calado en las corrientes ideológicas vigentes en el período. La Filosofía Moral inglesa se desarrolla paralela a la del idealismo alemán, sin que se observen interacciones apreciables. Con la quiebra de la Metafísica germana, los módulos y pautas de su teorización ética perdieron actualidad en la especulación filosófica occidental y, en tal virtud, el utilitarismo inglés se impuso, no sólo en el resto de Europa, sino en América inclusive. De todo esto se desprende que es tan ilegítimo pretender en el occidente europeo una concepción moral que suponga la integración histórica de los sistemas del pasado y del presente, como en América, esa misma integración, estando el Nuevo Mundo, como en efecto estaba, apenas en el umbral de la dinámica filosófica de la civilización. La Filosofía Política inglesa fundamentada en el utilitarismo, contribuyó efectivamente a realizar la trascendental reforma británica de 1832. Esa misma Filosofía Política, basada en idénticas premisas, influyó decisivamente en la estructuración legislativa y pedagógica de la democracia colombiana. No podemos encontrar ejemplo más característico de la incorporación hispanoamericana al flujo histórico-cultural de la modernidad, una vez asentada la Revolución.

Desde un punto de vista filosófico el utilitarismo no resiste una dialéctica prolija. Su superación histórica se hizo por ello imprescindible. Los puntos débiles del sistema radican, fundamentalmente, al menos en la formulación benthamista, en la ausencia de una posición metafísica (o anti-metafísica), y de un substrato gnoseológico. La primera encontró solución histórica con la figura de Stuart-Mill; la segunda, sobre todo en el pragmatismo contemporáneo. Justo Arosemena ensayó una fundamentación gnoseológica empirista, y aun sensualista; y una base metafísica agnóstica, pero de un agnosticismo de tipo positivista.

Arosemena publica en 1840 sus Apuntamientos para la Introducción a las Ciencias Morales i Políticas.{4} De extremada juventud, en ese entonces, su obra es con mucho, la más importante desde el punto de vista filosófico. En Europa se continuó el benthamismo a través de la aplicación de la teoría asociacionista (James Mill) y de la diferenciación cualitativa de las jerarquías éticas (Stuart-Mill). En Arosemena encontramos una continuación, o más bien, una fundamentación positivista del utilitarismo, lo que es fundamental, pues en esto mismo radica la significación intrínseca de las ideas filosóficas de Don Justo. La extraña terminología por él empleada, la forma dogmática y sentenciosa de sus escritos morales de menor importancia (Principios de Moral Política, y Código de moral fundado en la naturaleza del Hombre) son ciertamente, de evidente influencia benthamista, cuya Deontología más parece, en algunas partes, no obstante la celebridad del autor inglés, un manual de urbanidad que un tratado de Ética.

Importa, por todo lo dicho, precisar el influjo de los sistemas europeos en el pensamiento moral de Arosemena. Se ha considerado por parte de alguno de sus exegetas que la indubitable filiación positivista de Don Justo refleja el conocimiento y la adaptación a su ideario de las conclusiones comtianas. Tal interpretación la creemos ilegítima y de fácil refutación con base a un simple criterio cronológico. En efecto la única obra de Augusto Comte, de genuina importancia para su concepción cientificista posterior, que pudo conocer Arosemena antes de ver la luz pública sus Apuntamientos, es el Cours de Philosophie Positive (1830-1842) cuyo último tomo fue publicado dos años después que la obra del escritor istmeño. Por otra parte Don Justo no cita en lugar alguno al filósofo francés, y, si eventualmente menciona a Comte, se refiere al homónimo del creador del positivismo, Carlos Comte, autor del Traité de Législation ou exposition des lois générales suivant lesquelles les peuples prospérent, décroissent ou restent stationnaires, traducida al castellano casi que inmediatamente, y obra, esta sí, de importante influjo en el pensamiento de Arosemena{5}. Por idénticas razones de anomalías cronológicas tampoco es posible pensar en Stuart-Mill, como mentor de su principal estudio filosófico. Hemos quedado reducidos, pues, al benthamismo y escuelas precedentes, como las determinantes, en el sentido de inspiración filosófica, de su obra especulativa fundamental.

Delimitar la originalidad del pensador istmeño requiere considerar que sus concepciones, en cuanto fundamenten su utilitarismo, son el desarrollo lógico del tradicional empirismo inglés, acomodado a los problemas inherentes a toda especulación ética. Su Filosofía teórica es la necesaria premisa de su más importante interés, la moral o filosofía práctica. No hay originalidad en sus ideas principales al respecto, como tampoco las hubo en Bentham, quien las heredó de Grecia y de la gran tradición de la ética inglesa, pero supo conferirles unidad y plausibles proyecciones filosófico-políticas. Es así como, modificando sustancialmente el individualismo inglés, renuente a conferir realidad a la sociedad atribuye al “común” una realidad social definida por una homogeneidad a la vez determinada por intereses idénticos y por instancias extrautilitarias, como lo son por ejemplo la Geografía y la Historia. Para Bentham, en cambio, “la comunidad es un cuerpo ficticio”. Vemos en esto hasta donde había adelantado Don Justo algunas corrientes sociológicas contemporáneas.

El utilitarismo de Bentham encuentra su fundamentación última en la Psicología, en el estudio de la Naturaleza Humana. Arosemena tiene una visión más amplia, la misma que ha hecho posible decir de él que fue positivista. Bentham “está de acuerdo en que lo bueno concuerda con la voluntad de Dios”. Arosemena no introduce ente metafísico alguno en su pensamiento. Esto no implica, empero, que haya en el maestro inglés un Deus ex machina que no se encuentra en el discípulo istmeño; se quiere decir solamente que la prescindencia de la Metafísica en Arosemena es más radical aún. Otra diferencia, ésta esencial –más adelante se desarrollará esta idea– se puede observar en la aserción benthamista, que también lo es de Epicuro y Sócrates, de que el conocimiento racional, la sabiduría, es la base de la moral, frente a la posición de Don Justo, muy dentro de la corriente anti-racionalista del romanticismo literario, y del positivismo filosófico, que busca una legitimidad empírico-cientificista para toda doctrina ética y sociológica.

Las eventualidades surgidas del hecho de haber aparecido traducidas una serie de obras de Bentham, inéditas algunas{6}, pocos años antes de la publicación del ensayo filosófico de Arosemena, nos permite suponer, habida cuenta el influjo de aquel filósofo, la función estimuladora que en el campo filosófico hispanoamericano desarrolló el célebre tratadista inglés. En el caso particular del escritor panameño se evidencia, además de una tutela en algunas ideas fundamentales, una adaptación terminológica y formal. No obstante, el contenido doctrinal de las concepciones de Arosemena no se agota en el empleo servil del utilitarismo benthamista. Hay puntos de contacto y divergencias notables, pero, principalmente, una visión orgánica de problemas y una Concepción del Mundo coherente, lógicamente planteada y esforzadamente defendida.

3

Hemos anotado la ausencia en el utilitarismo benthamista de una fundamentación gnoseológica explícita. Sus supuestos epistemológicos –necesarios, imprescindibles, empero, a todo sistema– fluctúan entre un sensualismo radical y un empirismo atenuado, que incluso hace posible la concepción de una sanción religiosa en la teoría “de las penas y de los placeres considerados como sanciones”. Esto, claro está, no puede ser explicado más que reconociendo la dirección pragmática del benthamismo. Dentro de esta corriente lo religioso puede jugar importante papel; no dentro de la dirección positivista, no ya pragmática, seguida por Arosemena. Es que el sentido de la sanción religiosa en Don Justo es diferente del benthamista, pues en aquél tiene exclusivamente realidad psicológica. (Nos referimos, en lo expresado, y en lo que se ha de añadir, a los Apuntamientos, única obra filosófica de Don Justo de auténtico valor intrínseco e histórico). Esa misma dirección positivista constituye, en virtud de su formulación en el tiempo (1840) y en el espacio (realidad cultural americana), el puntal significativo que permite la inclusión de su pensamiento, no por desestimado menos valioso, en toda Historia de las ideas en América; si es que esa Historia se respeta en la escogencia de su caudal heurístico indispensable. Es oportuno recordar aquí, en favor de nuestro aserto, la posterioridad –es solo un ejemplo– de las corrientes positivistas mejicanas. Estas últimas, como es sabido, encontraron plena floración en el último cuarto del siglo pasado.

Arosemena parte del conocimiento sensible como fuente legítima, la única legítima, que posibilita la teorización sobre las ciencias que más tarde se llamarán del espíritu. Se impone consecuentemente un estudio “pracciológico” que investigue la realidad sensible. Las fuentes de este estudio remiten, históricamente, al empirismo inglés y al materialismo de la Ilustración francesa, pero sus proyecciones demuestran el positivismo que desarrollado frente al europeo, en sus dimensiones analógicas, evoluciona en Don Justo paralela y autonómicamente frente al comtiano. En efecto el motivo positivista de la existencia referida ineludiblemente a la experiencia, y por ésta determinada, no puede encontrar en Arosemena formulación más categórica:

Obsérvese que la existencia es una cosa relativa a la sensibilidad que la percibe. Cuando decimos tal objeto existe, no queremos significar sino que nosotros lo sentimos así… Fuera es de toda duda, que la idea de la existencia es relativa a alguna sensibilidad, que una cosa que se siente existe para alguno, y que lo que nadie siente, para nadie existe.{7}

Con estas premisas se ensaya una clasificación de las ciencias con el criterio de la referencia al objeto. Según que los hechos sean de existencia o de sucesión, la ciencia a ellos referida se denominará experimental o descriptiva, respectivamente. Sus métodos: observación y experimentación. Las ciencias morales y políticas, incluidas dentro de las experimentales, son caracterizadas, como éstas, por la determinación causal propia de los hechos que “suceden”. La etiología de las acciones adquiere así fundamental importancia en la Ética, en la Política y en la Legislación.

Después de disquisiciones de tan indudable calificación positivista como las expuestas se hace factible, en las concepciones de Don Justo, el empleo del principio utilitario en las ciencias referentes al hombre y su conducta. El psicologismo que supone el utilitarismo benthamista encuentra ahora cabal significación, en tanto que los estudios psicológicos se presentan dependientes de la común problemática y planteamientos metafísicos de una Concepción del Mundo materialista. Esta es precisamente la innovación de Arosemena. Bentham concibió su utilitarismo en un sentido más estricto; y aun, en lo que se refiere a las ciencias políticas, casi que exclusivamente metodológico. Arosemena, por el contrario, supo armonizar el principio utilitario con su cientificismo, armonía a la que había renunciado Bentham, siempre reticente a prolongar o, si se quiere, fundamentar su doctrina, independientemente de toda referencia a entidades metafísicas sobrenaturales.{8}

Una de las características esenciales que permiten deslindar el materialismo de la Ilustración del positivismo del XIX consiste precisamente en la integración de racionalismo y materialismo que informan los sistemas filosóficos del Iluminismo y Enciclopedismo francés, y el divorcio de todo racionalismo gnoseológico, que define el positivismo comtiano.

que legitiman la calificación de positivista conferida a Arosemena, y que invalida toda suposición que ubique su pensamiento únicamente, exclusivamente, dentro de la corriente materialista ilustrada. “El silogismo de los peripatéticos, y que tanta boga ha conservado hasta estos últimos tiempos –dice Don Justo– adolece principalmente del vicio de consultar el método sintético más que otra cosa”. Y más adelante agrega: “Cuando el raciocinio nos hace sacar una consecuencia contraria a la que vemos que sucede, el raciocinio es falso, aunque no lo percibamos”.{9} El pasado cultural americano se critica apresuradamente como “mala imitación” del europeo. Arosemena, sin contar otras individualidades, desmiente tal apreciación al desarrollar en América una concepción positivista independiente de la comtiana, aunque, bien es cierto, revele la misma influencia que la del filósofo francés. Esta no puede ser otra que el tantas veces mencionado empirismo inglés e iluminismo francés.

Pero Arosemena no se limita a fundamentar positivamente el utilitarismo de Bentham. En este fundamentar va implícita una estructuración doctrinal no ajena ciertamente –aunque tal relación sea breve– a toda vinculación consciente con los sistemas filosóficos históricos. En efecto, partiendo del mecanicismo newtoniano, y formalizando su agnosticismo positivista al reconocer que “la primera causa nos es siempre desconocida”, condena incluso los sistemas que, como el suyo, tienen una Concepción del Mundo naturalista, pero que suponen entidades metafísicas naturales, y por lo mismo ajenas a su posición filosófica positivista y cientificista. “Véase pues, según esto –nos dice– lo que deberemos pensar del Caos del paganismo, del fuego de Heráclito, de los átomos de Epicuro, del movimiento de Holbach, y en fin, de todo lo que se ha asignado por causa primera de las cosas”.{10} Con igual criterio se pasa revista sumariamente al ideario de los escépticos, Protágoras, y Platón.

Las dificultades inherentes a la posición cientificista y sensualista son conscientes en el pensamiento de Don Justo. Mas el procedimiento que las salve encuentra coherente planteamiento en su empirismo epistemológico. Así, a la objeción tradicional del apriorismo gnoseológico según la cual los errores de la sensibilidad prueban su inoperancia metodológica y metafísica, responde nuestro joven filósofo con un prudente relativismo, que no conduce, por otra parte, a un escepticismo doctrinal, sino que más bien agudiza la capacidad investigadora a través de un escepticismo metódico, análogo al cartesiano. Es por ello que lo mostrado por los sentidos en este tipo de pensamiento tiene solo una validez cuantitativa. (Según la cantidad de sentidos que intervengan en una experiencia determinada). La verdad absoluta es solo el producto de la experiencia, es decir, de la experimentación. De ahí que los análisis –en virtud de la mencionada falibilidad de los sentidos– requieren la dilucidación específica de su validez operante. Se impone, pues, un análisis del análisis, si se nos permite la expresión. Tal investigación nos revela –en virtud de la variedad, a la vez que peculiaridad de la acción cognoscente– las causas fundamentales de los errores, a saber: 1) La multiplicidad de causas factibles de producir un solo hecho; 2) La variedad de hechos producidos por una variedad de causas (remotas); 3) La asignación a un hecho de una causa que no lo es; la circunstancia de que “la vemos a su lado”. Esto en relación a las causas; igual se puede decir en relación con los efectos, con las alteraciones indispensables.

Se posee ya, lo hemos visto, la concepción positivista y el método científico, que posibiliten la fundamentación de las ciencias morales y políticas. Va contra la ciencia, por tanto, erigir como base de las mismas principios o sistemas por el estilo de los de Constant, Juan B. Say, Carlos Comte, &c. Las instancias postuladas como principios de las ciencias morales adolecen de inefectividad científica. En tal virtud la conciencia no puede fungir de principio ya que el conocimiento es sólo propio de la experiencia, sin contar que el conocimiento (es decir, la consciencia) no puede ser utilizado para adquirir conocimiento; el sentido íntimo o moral, y el sentimiento, tampoco pueden ser principios de ciencia alguna por su evidente relatividad. La única fundamentación posible es la positivista. Nuestro autor se aparta en ello radicalmente del benthamismo y en esto consiste su intrínseca significación filosófica:

Las ciencias no son sino descripciones de lo que es o pasa, según lo tenemos repetido, y es por tanto, la más vana idea intentar que ellas descansen sobre ninguna cosa, llámese principio, sistema, o como quiera. Por esta razón, ni aun aquel principio, que no es por otra parte sino la emisión de un juicio exacto, y que ha sido proclamado con exclusión de todo otro por algunos hombres sabios, como Bentham y Dumont, ni aún ese, digo, puede ser lo que se quiere que sea: base de las ciencias morales y políticas. Hablo del principio de utilidad.{11}

Que paralelamente al europeo se desarrolló un positivismo americano, al menos en uno de sus representantes, no tiene simplemente significación para la Historia del pensamiento panameño, sino inclusive para la Historia de la Filosofía en Hispanoamérica; sobre todo si, como parece ser el caso que nos ocupa, tal positivismo se desarrolló en la obra de Arosemena independientemente del europeo, aunque con sus mismas fuentes históricas. Esta circunstancia demuestra también la irresponsabilidad de quienes fascinados por la antiquísima tradición cultural europea piensan en una impotencia congénita al americano para producir cultura de valor universal, sin meditar primero en la peculiaridad de nuestra historia colonial y republicana. Arosemena no progresó filosóficamente, inmerso en el acontecer histórico-político panameño y colombiano. A tal acontecer ofreció en el campo jurídico y político los frutos de su talento, pero, independientemente de su trascendencia histórica en tal sentido, habrá de mirarse siempre como contribución permanente para la Historia de la Filosofía americana el ideario y planteamientos filosóficos que dejamos señalados.{12}

Alejandro Korn habla de un “positivismo autóctono” refiriéndose a la influencia de tal corriente filosófica en América. Ya hemos visto que lo “autóctono” se da no solamente como trasunto americano de doctrinas europeas, sino también, en la obra que nos ocupa, como dirección genuinamente autóctona de corrientes del pensamiento occidental.

Es que el Positivismo hispanoamericano tiene causas que no dependen exclusivamente de las influencias filosóficas europeas. Por ello se ha podido hablar del Positivismo sui generis de Alberdi y Sarmiento, caracterizado principalmente como actitud positiva, ante la concreta, tangible, realidad socio-política a que se abocan sus respectivos pensamientos. Pero esta actitud positiva es el resultado precisamente de la particularidad de nuestra historia latinoamericana, y no, en modo alguno, como pretenden Korn y en algún lugar Romero, predispuestos a ver reflejos europeos en todas las ramas de nuestra cultura, la repercusión de motivos filosóficos similares en todos los ámbitos de la civilización occidental.{13} En todo caso es preciso distinguir las anticipaciones americanas de la actitud positivista, de las anticipaciones teóricas, doctrinales, de esta escuela filosófica. Arosemena es representante de las últimas. Todo esto es tanto más significativo cuanto se considera que la cultura occidental no acababa de desembarazarse de actitudes tan poco positivas como las románticas. En realidad, pese a las observaciones de Korn, el romanticismo filosófico europeo, en sus proyecciones políticas, no arraigó profundamente en Hispanoamérica. El pensamiento hispanoamericano, por el contrario, se abocó desde el principio a la solución práctica de los problemas nacionales concretos, terminando, fenómeno de nuestros días, por convertir la propia realidad nacional en objeto de especulación. Sobra señalar, por otra parte, que la Filosofía de la Historia que aborde estos fenómenos habrá de partir además, de la señalada efectiva incorporación a la civilización occidental moderna operada en Hispanoamérica después de la Revolución, incorporación que hizo posible precisamente, el fenómeno de la creación cultural independiente americana (americanismo cultural) de la cual no es más que un ejemplo la mencionada dirección filosófica de Arosemena.

Pero la circunstancia del Nuevo Mundo solo permitía esporádicas manifestaciones de originalidad. Don Justo no podía ser la excepción, menos aún dentro del agitado devenir histórico colombiano. De ahí que la tensión creadora disminuye, y, con el prurito de demostrar científicamente las reglas morales y los principios (Don Justo no acepta el término, sin embargo) políticos capaces de fundamentar la conducta individual y colectiva, retorna nuevamente a Bentham, bien que con menor dependencia de la que generalmente se le supone.

Aceptando la posición de la existencia de la sociedad ab initio y en consciente oposición con las ideas al respecto de Cabanis y Voltaire (por él citados) hace objeto de particular refutación el contractualismo de Rousseau. En efecto, la imposibilidad de demostrarlo históricamente se presenta a los ojos de nuestro autor como razón suficiente para impugnar su eficacia doctrinal. Pero la crítica al sistema roussoniano deriva pronto hacia la exégesis que de tal sistema esboza Carlos Comte. No obstante, la aplicación que de sus motivos “factológicos” o “pracciológicos” hace a las ciencias morales y políticas tiene sin embargo importancia filosófica e interés histórico.

El carácter descriptivo (consecuentemente, no normativo) de las ciencias morales es el resultado lógico de su vinculación con las ciencias en general denominadas “factológicas”. El sentido psicologista conferido a las teorías éticas de Don Justo encuentra precisamente en la particular modalidad de los hechos de conducta su cabal explicación. En efecto, la conducta humana está determinada por los móviles internos que en última instancia se reducen al principio hedonista de la búsqueda del placer. La doctrina de Helvecio es explícitamente prohijada y defendida; y a través de los primeros capítulos de los Tratados de Legislación{14} y de la Deontología{15} de Bentham, llega Don Justo al radicalismo filosófico (Philosophic Radicalism, así fue conocida la corriente utilitarista inglesa, terminología poco empleada hoy). Pero la amplitud, lo abarcador de su visión filosófica, dentro de su particular Concepción del Mundo, es una de las características del pensamiento de Arosemena. Así, el principio de utilidad es la explicación última de la conducta individual y colectiva, pero las excepciones que a tal principio nos ofrece la experiencia, no son explicadas, al estilo de Diderot y Bentham, por instancias de cómodo empleo. Para comprender el ascetismo, por ejemplo, no se recurre a conceptos de intención peyorativa cual hicieron sus maestros. Arosemena utiliza al respecto el concepto de educación en un sentido parecido a la significación antropológica hoy conferida al término “cultura”. Y llega a aserciones que ahora son postulados indispensables de la psico-pedagogía contemporánea: “No es menor el influjo de la educación en la conducta de los hombres, que lo es la naturaleza especial de cada uno”. Natura y nurtura diría el léxico de moda.

No deja de ser curioso reconocer la poca o ninguna referencia del benthamismo a sus precedentes ideológicos. En todo caso tal referencia no llega a la categórica formulación que dejara el escritor istmeño, formulación que implica el espíritu revisionista que inspiró a Guyau en la revaloración del epicureísmo.

Véase pues cuan poca justicia han tenido los que, demasiado ligeros y preocupados, han censurado amargamente a Epicuro acusándolo de proclamar un sistema subversivo de la moral. Epicuro no ha dicho sino la verdad; porque lo es indudablemente que todo placer es apetecible en si (...). El mismo S. Gregorio se penetró de que las imputaciones hechas al discípulo de Demócrito eran calumniosas, e hijas de una emulación rastrera.{16}

En Arosemena encontrarnos indudablemente ideas latentes, ideologías en gestación, sistemas en perspectiva; pero no es menos evidente que tales ideas, ideologías y sistemas necesitan de la actualización, de la organización sistemática (esto no quiere decir que necesariamente el pensamiento sistemático implique el sistema. –Romero), en fin la interrelación lógica de los elementos descubiertos, o simplemente utilizados, para que podamos hablar de un pensamiento orgánico, coherente, que exija un puesto modesto o de relieve en la Historia de las ideas. Lo último no lo encontramos en Don Justo; pero no por ello es menor su significación concreta en los movimientos ideológicos americanos. Sus intuiciones profundas, sus agudas observaciones, la asimilación juiciosa de los sistemas europeos, son cualidades de manifiesta importancia que ayudan a comprender en su tiempo y espacio, la proyección plausible, no menos que la gestación trabajosa de un ideario que recoge como el suyo las ideas dispares, los conceptos de la época, las intuiciones de su tiempo. Queremos decir con esto que Arosemena a la vez que se impregna del espíritu de su tiempo lleva a su culminación estos factores generales de la época a través de su personal Cosmovisión. Con tales elementos elaboró, en efecto, el opúsculo pleno de inspiración filosófica, trasunto fiel de una Concepción del Mundo que por ese entonces parecía imponerse.

Hemos hablado de intuiciones en Don Justo, aún con más razón podemos referirnos a ideas latentes de un pensamiento prematuro, y que, por lo mismo, no llegó a plasmarse con irrecusable efectividad. Esas ideas y esas intuiciones son, es cierto, el producto de un ambiente, y de una génesis histórica; pero también significan, en cuanto no maduradas todavía, la actualización del porvenir, para emplear la frase de un gran argentino que inspiró a un gran panameño. Don Justo, ciertamente, actualizó el porvenir, se adelantó a su época en muchas ideas. Dentro de sus premisas positivistas alcanzó inclusive la visión de una ciencia social positiva, años antes de su clara y nítida formulación por Comte:

Tenemos ya indicado en varios lugares de este opúsculo que todos los hechos correspondientes a las ciencias morales y políticas consisten por lo general en acciones, y que afectando éstas al hombre esencialmente en su estado de sociedad, pueden considerarse como componiendo una gran ciencia que podría denominarse la ciencia social.{17}

[ 4 ]

De todo lo dicho se desprende que si bien hemos de renunciar a encontrar en Arosemena al creador universal, si hemos de ver en él una de las figuras máximas del pensamiento americano cuya trascendencia no puede pasar desapercibida a todo intento serio de reconstruir la historia de las ideas en América. Para tal aserción nos fundamos en las siguientes conclusiones que creo suficientemente comprobadas en los párrafos precedentes: 1) Arosemena representa en el Istmo la figura máxima de la revolución cultural nacida de la revolución política hispanoamericana de principios del siglo XIX; y es en Colombia, en igual sentido, una de las personalidades de mayor relieve; 2) Su positivismo constituye una dirección genuinamente autóctona, independiente de la europea, aunque con idénticas fuentes ideológicas históricas;{18} 3) Adelantó muchas de las contemporáneas teorías filosóficas y sociológicas, principalmente las nacidas del positivismo de Augusto Comte.

El pensamiento de Don Justo presenta la curiosa circunstancia de comenzar en su rama filosófica estricta, con ideas y supuestos avanzados para su época, y continuar después, con el transcurso del tiempo, en evidente paralelismo, cuando no rezago, de los módulos culturales contemporáneos{19}; en tanto que en la rama de la filosofía política empieza con reticencias casi reaccionarias para continuar después encaminado hacia los predios del más acentuado radicalismo. Esto se explica si consideramos que la revolución cultural hispanoamericana no podía marchar sincronizada con la evolución institucional de las nacientes nacionalidades. La preocupación teórica de Arosemena declinó ante la perentoria realidad socio-política que reclamaba su actividad de pensador y político. Por otra parte la inmadurez de estas Repúblicas para la organización republicana, presentida por los mismos que les dieron libertad, no podía ser ya obstáculo, avanzadas las décadas, para romper definitivamente las reticencias mencionadas. Oportunamente nos referimos a este aspecto del pensamiento de Arosemena.

——

{1} Citado por Hoenigsberg, Julio: Santander, el Clero y Bentham, A. B. C., Bogotá, 1940, pág. 166.

No se crea, por otra parte, que la influencia de Bentham se limitó a los pueblos grancolombianos. “At Buenos Ayres, and in Chili, Rivadavia, was his disciple and propagandist. In Guatemala, José del Valle aimed at substituting Bentham's codes for the Spanish codes”. Halévy, Elie: The Growth of Philosophic Radicalism, Faber & Faber Limited, London, MCMXXXIV, pág. 297. “Tuvo trato personal o epistolar con Leandro Miranda, hijo del célebre general venezolano; con el sociólogo mejicano José María Luis Mora; con Pedro Molina, prócer de la independencia de Guatemala; y con Próspero Herrera, diplomático centroamericano: Farré, Luis: Los Utilitaristas, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1946, págs. 66-67. Agréguese a todo esto, la relativamente pronta traducción a nuestro idioma, de sus principales obras filosóficas y políticas.

{2} Rojas, Armando: La batalla de Bentham en Colombia, “Revista de Historia de América”, Núm. 29, Junio de 1950, pág. 65.

{3} Ermilo Abreu Gómez apunta como fecha del recibimiento de Doctor, el año de 1831. Por la importancia del error nos permitimos señalarlo. Cfr. Arosemena, Justo: Ensayos Morales, Unión Panamericana, Washington, 1949, pág. 2.

{4} Con el pseudónimo de Joven Americano. Imprenta de Don Juan de la Granja, Calle de Liberty, New York, 1840.

{5} Don Justo cita, es cierto, a Carlos Comte sin anteponer el nombre al apellido, y sin mencionar la obra y página de donde tomó la cita. Así, por ejemplo, dice: “Bentham y Diderot parecen haber pensado que el sistema de los filósofos ascéticos no provenía sino de la envidia hacia los que no se entregaban a una vida tan austera; pero yo creo con Comte que esta opinión no es fundada”. “No puedo persuadirme (dice éste) de que Catón de Utica envidió los Placeres de Antonio, Epitecto los de Epafrodito”. (Apuntamientos para la Introducción a las Ciencias Morales i Políticas, Manuscritos Originales, 4, Capítulo 5º, Sección 2ª). La cita en mención la encontramos en la obra de Carlos Comte: Tratado de Legislación, o exposición de las Leyes Generales según las cuales los pueblos prosperan, decaen o quedan estancados. Tomo I, En la Librería de F. Rosa, (Imprenta de Migneret), París, 1827, Libro II, Cap. V, pág. 38.

En las citas que hagamos nosotros de Arosemena en el presente capítulo se modernizará la ortografía.

Como su opúsculo filosófico que más nos ocupa (los Apuntamientos) quizás sea una obra perdida (en todo caso, imposible de adquirir en nuestro medio) citamos los manuscritos originales. Para la confrontación de las citas indicamos el Capítulo y la Sección (si la hay) de donde han sido tomadas. Con tal objeto, y también con el fin de que se conozcan los temas de una de las primeras obras filosóficas modernas, no escolásticas, escritas en Hispanoamérica, ofrecemos a continuación su Índice, tal como aparece en los manuscritos mencionados. Conservamos en este caso la ortografía del autor.

Índice

Prólogo

Capítulo 1. Factolojía
  Sección 1ª De los hechos en general
  Sec. 2ª De las ciencias i sus instrumentos
  Sec. 3ª De la investigación de la verdad.
  Sec. 4ª De la imperfección en la análisis.

Cap. 2. De los Principios en las Ciencias Morales i Políticas.

Cap. 3. Del Estado Social

Cap. 4. De las Acciones
  Sec. 1ª De los Móviles de la Conducta.
  Sec. 2ª Del modo de obrar los Móviles

Cap. 5. Del bien i del mal
  Sec. 1ª De la Felicidad
  Sec. 2ª Diversas especies de Placeres i Penas.
  Sec. 3ª Estimación de los Placeres i de las Penas.

Cap. 6. De las Circumstancias que influyen en la sensibilidad.
  Sec. 1ª Circunstancias Elementales i directas
  Sec. 2ª Circunstancias colectivas e indirectas.
  Sec. 3ª Aplicación práctica de estas nociones.

Cap. 7. División de las Ciencias Morales i Políticas.

{6} Véase bibliografía.

{7} Arosemena, Justo: Apuntamientos para la Introducción a las ciencias Morales y Políticas, Manuscritos Originales, 4, Capítulo 1º, Sección 3ª. Para mayor abundancia de textos, citas, &c. del pensamiento de Arosemena, véase: Méndez Pereira, Octavio: Justo Arosemena, Imprenta Nacional, Panamá, 1919, págs. 24-33.

Este punto de vista positivista resalta aún más, si tomamos en consideración que los utilitaristas colombianos hacían gala de una clara fundamentación teológica del principio de utilidad. Así, el Dr. Ramón Gómez afirmaba que “La misión que Dios ha dado al hombre sobre la tierra es la de hacerse feliz; esta misión no sólo se demuestra con la imposibilidad de suponer en el autor de todo bien la creación del ser más sublime con el destino de sufrir”... &c. Citado por: Valenzuela, Mario: Apuntamientos sobre el Principio de Utilidad, Bogotá, Imprenta de Ortiz, 1857, pág. 10.

{8} “Cómo sabemos la voluntad de Dios?, cómo conoceremos que Dios no quiere tal o tal cosa? Porque sería perjudicial a la felicidad de los hombres, responde el partidario de la utilidad”: Bentham, Jeremías: Compendio de los Tratados de Legislación Civil y Penal, por Joaquin Escriche, Segunda Edición, Librería de la viuda de Calleja e Hijos, Madrid, 1839, pág. 11. (Subrayado nuestro).

{9} Arosemena, Justo: op. cit., Manuscritos Originales, 4, Capítulo 1º, Sección 3ª.

{10} Arosemena, Justo: op. cit., Manuscritos Originales, 4; Nota C de la Sección 3ª del Cap. 1º.

{11} Ibid, Manuscritos Originales, 4; Capítulo 2º. Subrayado nuestro.

{12} El Lic. Víctor Florencio Goytía ha apuntado, sin referirse concretamente a la figura de Arosemena, ideas semejantes a las por nosotros expuestas. “Podría decirse –afirma– que el Istmo anticipó el positivismo de Augusto Comte; pero a condición de que se incluya en la esfera del conocimiento empírico sus profundas convicciones religiosas”. Tal como la expone, su tesis es inaceptable como quiera que es ilegítimo hablar de un positivismo que incluya convicciones religiosas sobrenaturales. Este no es el caso de Arosemena, por otra parte, cuando se podía decir de él, con razón, que anticipó el comtismo. Ignoramos a que otra figura pudo referirse el Lic. Goytía, a no ser el médico-naturalista panameño Sebastián López Ruiz, en cuyo caso es también inaceptable su interpretación por no ser operante la identificación entre un científico experimentalista y un positivista. Véase para lo expresado: Goytía, Víctor F.: 1903 Biografía de una República, Panamá, 1953, pág. 16.

El Dr. José D. Moscote, por otra parte, no obstante aludir a las probables anticipaciones positivistas de Arosemena, afirma que tales anticipaciones no responden más que a “una simple actitud mental derivada, por asimilación, de la lectura intensa de pensadores que vislumbraron la necesaria supremacía de los hechos en la constitución de las ciencias morales”. Cfr. Vocación Filosófica del Doctor Justo Arosemena, Biblioteca Selecta, Año I, Núm. I, Panamá, Enero de 1946, pág. 20. Que el positivismo de Justo Arosemena en 1840 no es simple actitud mental, al estilo de Alberdi y Sarmiento, Sino elaboración teórica, es lo que hemos querido demostrar. Precisamos el año porque harto es sabido que para la fecha de publicación de los Estudios Constitucionales (1870-1878-1888) ya Arosemena trataba de aplicar a sus investigaciones los supuestos positivistas de Comte y de Spencer.

{13} Cfr. Romero, Francisco: Sobre la Filosofía en América. Editorial Raigal, Buenos Aires, 1952, págs. 22-23.

Alejandro Korn incluso, sobre tema diverso, aunque análogo, afirma que el romanticismo contra-revolucionario de Europa determinó en Hispanoamérica, en alianza con el dogmatismo escolástico, la reacción anti-liberal que se observó lustros después de la independencia, cuando es históricamente irrefutable que el énfasis hay que hacerlo en el dogmatismo escolástico de cepa española, quizás sí, en alianza con el romanticismo contra-revolucionario europeo. Cfr. Korn, Alejandro: Influencias Filosóficas en la Evolución Nacional. Colección Claridad, Buenos Aires, pág. 129.

{14} Cfr. Bentham, Jeremías: Compendio de los Tratados de Legislación Civil y Penal, Segunda Edición, Librería de la Viuda de Calleja e Hijos, Madrid, 1839. Véase particularmente en este libro los Principios Generales de Legislación, Cap. I (pág. 1), II (pág. 3), VI (pág. 12), VII (pág. 16) y VIII (pág. 18).

{15} Cfr. Bentham, Jeremías: Deontología o Ciencia de la Moral, Librería de Gouas, París, 1839.

{16} Arosemena, Justo; Op. cit., Manuscritos Originales, 4, Capítulo 5º, Sección 2ª.

{17} Ibid, Manuscritos Originales, 4. Capítulo 7º.

{18} Este es un fenómeno perfectamente posible. “Muchas veces –afirma Romero– al hablar del Positivismo de este o aquel pensador argentino, se discute la calificación con el argumento de que no conocía o no pudo conocer ni a Comte ni a Spencer, sin reparar en que sí pudo beber en la misma fuente que ellos”. Arosemena ratifica, en nuestros lares, la aserción que el pensador argentino formuló para su patria. Véase para la cita transcrita: Sobre la Filosofía en América, op. cit., pág. 22.

{19} Aunque fuese cierto, como se afirma, que la crítica inglesa atribuyó a Spencer la obra de Arosemena: The Institution of Marriage in the United Kingdom (London, 1879), esto no dice nada sobre el estancamiento filosófico del pensamiento arosemeneano en virtud de la temática de esa obra, ajena, en su esencia, de la filosófica.

(Ricaurte Soler, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX, Panamá 1971, páginas 11-38.)