Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 53

La restauración socrática

Al periodo cosmológico que acabamos de historiar sucedió en la Filosofía griega lo que podemos apellidar periodo psicológico, o digamos mejor, antropológico, porque en él se desarrollan y son cultivadas con preferente esmero las ciencias que dicen relación al hombre considerado como ser inteligente, moral y social, las mismas en que apenas se había ocupado la Filosofía durante el periodo anterior. Esta nueva cuanto fecunda dirección filosófica, fue debida principalmente a los trabajos, enseñanzas y ejemplos de un genio extraordinario en muchos conceptos, cuyo nombre va unido con justicia a esta evolución del pensamiento filosófico, y de aquí las denominaciones de periodo socrático, de restauración socrática, que suelen darse a este movimiento.

Porque, en efecto, los trabajos, la enseñanza y los ejemplos de Sócrates, representan la regeneración de los elementos sanos y verdaderamente filosóficos que entrañaba el periodo precedente, la restauración de la dignidad y nobleza de la ciencia, envilecida y desprestigiada por la venalidad, el escepticismo y la impiedad [197] de los sofistas; la investigación racional y sobria de la verdad en casi todas sus esferas; la importancia real de la idea ética junto con la depuración y perfeccionamiento del método científico. En este sentido, el movimiento iniciado por Sócrates merece el nombre de restauración socrática.

Empero si la denominación de socrático corresponde a este periodo, considerado desde el punto de vista histórico, o sea por parte de su iniciador, no es menos cierto que lo que principalmente distingue a este periodo por parte de su contenido real, es su carácter antropológico. Durante su primer periodo, la cuestión capital y casi única para la Filosofía griega era la cuestión cosmológica; la actividad del espíritu se concentra sobre el objeto; la especulación científica marcha en derechura hacia la naturaleza material, hacia el mundo externo, sin acordarse a penas del sujeto que investiga, del espíritu que piensa. Durante este segundo periodo, la indagación de la esencia, atributos y relaciones de este sujeto, representa y constituye la cuestión más capital y fecunda de la Filosofía griega.

Y no es que esta especulación abandone por eso la indagación del problema cosmológico, sino que antes bien lo perfecciona y completa; porque a esto equivale y esto significa la creación de la metafísica, ciencia que, como es sabido, ocupa lugar importante en la especulación platónica y en la aristotélica, y ciencia que representa y significa el desarrollo y como el coronamiento de la cosmología.

Así, pues, en el segundo periodo y con el segundo periodo de su movimiento, la Filosofía griega, sin abandonar la indagación del problema físico, y sin [198] negar la importancia científica de la cuestión cosmológica, entra en una nueva fase de su evolución, dedicando atención preferente al examen y solución del problema antropológico. El hombre, como ser inteligente, como ser político-social, y sobre todo como ser moral, viene a ser el objeto y el centro de las discusiones y sistemas de los filósofos. Aparecen entonces por vez primera, además de los tratados que versan sobre metafísica, los diálogos de Platón, que tienen por objeto investigar la naturaleza, atributos e inmortalidad del alma humana, los que tratan del bien, de la república y de las leyes, así como los tratados De Anima, los Magna moralia y los Politicorum de Aristóteles. Al mismo tiempo, la dialéctica adquiere notables proporciones y sustituye a la dogmática instintiva del primer periodo; la lógica reviste condiciones rigurosamente científicas; la psicología aparece como una ciencia propia y relativamente independiente; pululan teorías político-sociales concretas, y, sobre todo, los estudios y sistemas éticos adquieren extraordinaria y general importancia, como se observa en las escuelas cirenaica, cínica, estoica y epicúrea, en las cuales el pensamiento ético domina y se sobrepone a los demás problemas filosóficos.

Platón y Aristóteles son los principales y los más genuinos representantes de este periodo de la Filosofía griega; porque ellos son los que, sin abandonar ni olvidar el problema cosmológico, antes bien desenvolviendo y completando sus soluciones por medio de la especulación metafísica, condujeron de frente las demás partes de la Filosofía, dieron ser y unidad y conjunto y método científico al problema filosófico en todos [199] sus aspectos, y sobre todo comunicaron a este nueva vida y dirección fecunda por medio del elemento antropológico. De entonces más, el hombre viene a ser como centro principal de la especulación filosófica por medio de la dialéctica, la psicología, la moral, la política y la teodicea.

En los demás sistemas y filósofos de este periodo, predomina la fase moral del elemento antropológico, y en este sentido pueden apellidarse incompletos con respecto a Platón y Aristóteles; pero esto no quita que la idea capital de todos esos sistemas, la concepción que palpita en el fondo de todos, a contar desde Sócrates como iniciador de este periodo, sea la idea antropológica, estudiada y desenvuelta, ora en todas sus fases, ora en algunas de éstas solamente. De aquí la denominación de periodo antropológico que damos al movimiento iniciado por Sócrates en la Filosofía griega.

Y no se diga que los sofistas habían comunicado ya a esta Filosofía el carácter antropológico, puesto que habían apartado la atención del objeto, de la naturaleza exterior, para fijarla en el sujeto. Porque el subjetivismo de los sofistas es un subjetivismo puramente escéptico y digamos antidogmático, que no tiene más fin que echar por tierra las afirmaciones y sistemas de la antigua Filosofía naturalista, sin crear nada nuevo, sin sustituir nada real y sólido al edificio destruido. Los trabajos de los sofistas, según la acertada observación de Zeller, no pueden considerarse como fundamento positivo de la nueva dirección filosófica que forma el contenido del periodo que nos ocupa, sino a lo más como una preparación indirecta de la misma. [200] Cierto que la sofística anterior y contemporánea de Sócrates, al negar la cognoscibilidad de las cosas, apartaba del mundo externo la actividad del pensamiento y la dirigía hacia el sujeto que siente y piensa, pero sin elevarse en manera alguna a concepciones universales y científicas acerca de este mismo sujeto, de sus atributos y relaciones. Y es que los sofistas consideraban los actos y representaciones del hombre como la medida y norma de las cosas; pero al hablar de esta manera se referían, no al hombre en general, no a la esencia o idea de hombre, objeto de la ciencia y de la investigación científica, sino al hombre individuo, al ser contingente y sujeto a perpetuas e infinitas transmutaciones. Entre el subjetivismo escéptico de los sofistas y el subjetivismo propiamente antropológico de Sócrates y sus sucesores, hay toda la distancia que media entre el fenómeno y la esencia, entre la apariencia y la realidad, entre la representación sensible y la idea racional.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 196-200