XIX Congreso Mundial de Pax Romana España 1946

 
El Escorial
Día 4 de julio de 1946 a las cuatro de la tarde

Sesión de clausura

A las cuatro de la tarde, bajo la presidencia del Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Cardiff, Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo auxiliar de Madrid, y el Sr. Ruiz-Giménez, Presidente internacional de PAX ROMANA, se abre la sesión.

El Sr. Ruiz-Giménez dice que como una gran parte de los delegados, sobre todo de América del Sur, no estuvieron en la sesión de apertura ni en la de despedida de Salamanca, donde se hizo referencia y se dio parcial lectura de las cartas y mensajes dirigidos por la Santa Sede a este Congreso, parece oportuno que en el preámbulo de la sesión de clausura, en la cual ya todos están representados, se vuelvan a leer aquellas cartas, para que no quede ningún congresista que no conserve en su mente un eco de las palabras con que las altas jerarquías del Vaticano nos han alentado y bendecido, dándonos normas y pautas para nuestra actuación futura.

(A continuación se da lectura a la carta dirigida por Monseñor Montini, Sustituto de la Secretaría de Estado de Su Santidad, y que se publica en la página 149.)

Y el Cardenal Pizzardo, Director de la Sagrada Congregación de Seminarios y de Acción Católica, en una carta muy larga, que será recogida, como las anteriores, en el folleto que publicará el Comité organizador, insiste en que la finalidad de PAX ROMANA es realizar el desenvolvimiento de la doctrina de la Iglesia, y que PAX ROMANA debe proponerse hacer resaltar los principios fundamentales.

Como remate al telegrama en que se decía que todos los congresistas de cuarenta naciones aquí congregados se postraban ante los pies de Su Santidad, se recibió hace muy pocos días otro telegrama en el que Su Santidad nos envía su paternal bendición apostólica. Una vez más nos sentimos alentados y acogidos por Roma, y nosotros reiteramos ante ella la expresión de nuestra inquebrantable devoción cristiana. (Grandes aplausos.)

Y ahora van los representantes de las distintas naciones aquí presentes a manifestar la impresión que han recogido de estas largas jornadas, llevando la voz de todos sus hermanos. Pero interesa notar, porque durante los días del Congreso han ido llegando, que junto a estas espléndidas representaciones corporalmente presentes en este Congreso, ha habido adhesiones espirituales valiosísimas. Se ha recibido la de los universitarios católicos de Filipinas, e incluso han estado aquí representados por el Gran Canciller de la Universidad de Manila, que hoy nos honra con su compañía. (Grandes aplausos.)

Han llegado telegramas de rincones muy distintos del mundo: De Puerto Rico, cuyos universitarios, en una carta emocionante, a la que no podemos dar lectura por la escasez [133] de tiempo, se adhieren a nuestras tareas y participan de sus resultados; de Santo Domingo, y de varios grupos sueltos de Europa que no han podido estar representados por circunstancias varias. Y tal vez, entre aquéllas, la más significativa es una carta de la Asociación de Estudiantes Católicos de Burdeos, en la que, ante la ausencia de dicha Federación Católica de Estudiantes, han querido hacernos presente, con detalle y afecto, cuán estrechamente se sienten unidos a nuestras tareas y cuánta es la nostalgia por no haber podido participar en ellas.

Gracias a todos los que desde lejos, se han unido a nosotros, y pueden tener la seguridad de que profundamente nos sentimos ligados a ellos.

Ahora concedo la palabra a Mons. Falardeau, de la Delegación canadiense, que va hablar en nombre de los delegados de lengua francesa.

Monseñor Falardeau dice textualmente: «Acepto con sumo placer la designación para representar a todos los delegados de lengua francesa en esta sesión de clausura del XIX Congreso Internacional de PAX ROMANA, en el que ha habido una gran comunión espiritual y en el que se ha realizado una labor extraordinaria y fecunda, que se debe, en gran parte, a todos los congresistas, pero muy especialmente al ilustre Presidente internacional, Sr. Ruiz-Giménez. (Grandes aplausos.) Me voy a mi país maravillado de esta España, católica por excelencia, y altamente satisfecho de la cariñosa acogida que se nos ha dispensado; pero me llevo al mismo tiempo la idea exacta de la responsabilidad que pesa sobre mí después de los asuntos aquí estudiados y de las resoluciones tomadas, basadas no sólo en lo que se refiere a la doctrina cristiana, sino también, y sobre todo, en lo que se refiere a la doctrina social. Confío en que, merced a nuestra labor, este ambiente y esta atmósfera espiritual que estamos respirando todos en este Congreso se extenderá pronto por todas partes, y hará posible que todo el mundo viva sólo para Cristo Rey.»

El Sr. Pascal, de Chile, en representación de todos los países hispanoamericanos, se expresa en los siguientes términos: «Excelentísimo señores, hermanos católicos de todo el mundo: En nombre de aquel continente hispanoamericano, en nombre de todas aquellas naciones que han recibido el ser de España, en nombre de todas aquellas tierras que aspiran a vivir íntegramente el Cristianismo que recibieron de sus mayores, elevo en esta ocasión mi voz para manifestar con cuánto afecto, con cuánto cariño y cuánta devoción hemos venido los jóvenes católicos universitarios de todos los países hispanoamericanos a congregarnos en estas hospitalarias tierras de España. Quiero también dejar constancia de que aquí, en el Congreso XIX de PAX ROMANA, hemos hallado el verdadero espíritu de Jesucristo, la certidumbre de que el Catolicismo es una fuerza viva y la seguridad absoluta, porque tenemos a Jesucristo con nosotros y porque estamos íntegramente sometidos a lo que las jerarquías eclesiásticas disponen, de que nuestra obra se hace, no sólo por nuestro personal interés, sino para ganar las grandes batallas de Dios en la Tierra, con lo que, seguramente, los frutos de este Congreso habrán de ser intensos. Creo también que cada uno de nosotros, al regresar a los países hispanoamericanos, llevaremos la convicción de que el generoso suelo español sigue alentado con el espíritu de aquella mujer extraordinaria a la que nosotros le debemos la existencia, que fue Isabel la Católica. Y al señalar la comunión espiritual, magnífica en esta hora, de todos los congresistas, y hacer nuestro más sinceros y fervientes votos por el éxito de este Congreso, en nombre de todos los países hispanoamericanos quiero testimoniar aquí nuestra más grande, sincera y profunda admiración y respeto a la persona del Presidente, D. Joaquín Ruiz-Giménez. (Grandes aplausos.) Nos llevamos muchas enseñanzas y muchos ejemplos, y sentimos de todo corazón un profundo afecto hacia vosotros, españoles, que contáis en vuestras filas con hombres tan abnegados, tan íntegros y tan santos como Joaquín Ruiz-Giménez. (Grandes aplausos.) Y porque, verdaderamente, hemos escuchados las palabras de los sacerdotes, que nos indicaban que el único camino para conquistar la tierra es la santidad, porque ya lo dijo alguien, no recuerdo en este momento quién, que no es el gobernante, ni el guerrero, ni el labrador, ni el artista, sino el santo quien gana la humanidad para Dios, y porque se nos han repetido siempre las palabras de Jesucristo: «Sed perfectos, como Yo soy perfecto, como mi Padre quiere que seáis perfectos», tratemos de que estos ejemplos y de que estas obras que estamos destinados a cumplir las vayamos realizando.

Gloria a Dios en nombre de todas las naciones hispanas, porque ha realizado el milagro de que se viva por el espíritu, y realizará el otro milagro de ir uniendo cicatrices y disipando odios y rencores personales, para unirnos en la inmarcesible gloria suya.» (Grandes aplausos.)

El Sr. delegado del Brasil, D. A. Kerginaldo Memoria, en nombre de los países de habla [134] portuguesa: «Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo, Rvdmo. Sr. Obispo, Sr. Presidente internacional de PAX ROMANA, queridísimo Clero, señoras y señores: Es la primera vez que universitarios brasileños, masculinos y femeninos, acuden a un Congreso mundial de PAX ROMANA, y gracias a Dios, que nos concedió ayuda, asistimos para poder dar testimonio de la magnífica labor aquí realizada y de la generosa hospitalidad y cultura tradicional de España.

Siguiendo las normas trazadas en este Congreso, todos debemos hacer por conseguir el triunfo de la Iglesia, la victoria de la Verdad; y para consolidar de un modo práctico este imperativo de nuestras almas, será preciso personificar a Jesucristo. Es una obligación que incumbe a los miembros de la Iglesia Católica, vivir modestamente como Jesús de Nazaret. El nombre de cristianos, que nosotros tenemos como un orgullo, no deberá ser sino para personificar a Jesucristo. He aquí la misión de toda la Iglesia, pero sobre todo de la Iglesia hispanoamericana, que recibió esta misión de los países que fueron sus colonizadores y civilizadores. La Iglesia se manifiesta de una forma bien patente personificando a Jesucristo, y nosotros, al pasar por las aguas del bautismo, nos hacemos hermanos del Salvador y nos divinizamos, como afirma la Sagrada Escritura: «Vosotros, hijos del Altísimo, dadle vuestra humanidad, para que Él transforme lo divino en humano y sufra nuestros dolores, para que Él pueda también sufrir con nosotros.» Ya no estamos solos; estamos con Jesucristo, y su cuerpo, vivificado por su sangre preciosísima, ya que Jesús es el enviado, el Mesías por excelencia. La fe nos acompaña siempre en todas nuestras obras como el sustentáculo poderoso, principalmente cuando los vientos nos amenazan como a las olas del mar. Debemos tener el espíritu saturado de la divinidad y estar compenetrados con Dios.

Debe haber entre los católicos una unión fuerte y cristiana; pero sobre todo, los universitarios católicos hemos de estar tan unidos, que nos dé la sensación de que estamos en un solo santuario, el Santuario del Espíritu Santo.

Debemos personificar a Jesucristo en la inteligencia y en la cultura, para que sea el aceite de nuestra linterna, que se levante sobre los montes para iluminar todo el mundo y para que ilumine el camino seguro que ha de conducirnos a la verdadera patria. Debemos personificar a Jesucristo comiendo el pan divino de la Eucaristía, y después, predicando con las palabras; pero sobre todo, con el ejemplo, con la obediencia a las jerarquías y con entera sumisión a sus mandatos. Debemos personificar a Jesucristo con el martirio y con el dolor, ya que el verdadero apóstol debe seguir el camino del Maestro, que es el camino de sufrir y obedecer. Debemos personificar a Jesucristo por la fe, por el amor, por la inteligencia, por la voluntad y por el sacrificio. Esta unión mística permitirá que el Hijo de Dios no continúe sufriendo, pero sí redimiendo y salvando a toda la Humanidad.

Señores congresistas: Sé que vosotros tenéis un sentimiento de expansión y de conquistas cristianas, un deseo apostólico de cruzar los mares y extender vuestra fe hasta las cumbres de las montañas; sé que todos sentís la responsabilidad salvadora que pesa sobre vuestros hombros, y realizar esa expansión y adoptar esa responsabilidad debe ser el motivo principal para conquistar el reinado de Jesucristo dentro del mundo y de la Universidad. Transformando toda nuestra vida en una verdadera vida de Jesucristo, convirtiendo en realidad las palabras del Maestro: «Perseverad en mi doctrina y Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos», y realizando esa personificación, conseguiremos el triunfo de la Iglesia y la victoria de la Verdad.» (Grandes aplausos.)

El delegado de Polonia, Sr. Tarnosowski, en nombre de todos los países del Centro de Europa: «Excelentísimos señores, señor Presidente, señoras y señores: En momentos tan solemnes y tan emocionantes como éste, tengo que hablaros con el corazón. Estamos en el momento cumbre del Congreso de PAX ROMANA, que se ha celebrado en España con muchísimo brillo y con extraordinaria fecundidad. Mi pensamiento y mi corazón convergen en afecto y admiración para esta España heroica, que nos ha recibido con tanta generosidad y con tanto corazón. Sabemos lo mucho que nos quiere esta nación, y nosotros hemos venido aquí, en justa correspondencia, para beber en la fuente del mismo Catolicismo. Hemos venido dominados por la fuerza del catolicismo español, y aquí se nos han dado tantas orientaciones y tantas enseñanzas como nosotros necesitábamos. Hemos visto el alma de España; hemos visto el corazón de España, abatido en unos momentos de su historia; resurgir potente la catolicidad innegable de este pueblo, que supo mantener sus tradiciones milenarias frente a los modernismos actuales. Todo es historia en esta nación, fe y cristiandad. [135]

Nuestro pensamiento se dirige a vosotros, queridos amigos. Nos vamos a separar; pero antes permitidme que os diga que tanto en Salamanca como en El Escorial, hemos pasado momentos de inolvidable alegría; hemos vivido en unión profunda, en verdadera comunión espiritual; hemos visto una Universidad de ideas católicas; hemos sentido profundamente todos nuestros problemas comunes, y hemos sentido latir nuestros corazones al unísono en el mismo Te Deum para Dios.

Y ahora quiero hablar a nuestro querido Presidente: Hemos visto su sinceridad, su gran afecto hacia todos nosotros, que ha permitido la unión bajo su presidencia de todos los corazones católicos. Permitidme, señor Presidente, expresaros el profundo sentimiento de gratitud y de amistad de nuestra patria y de todos los países que hoy están oprimidos, y que no han podido venir aquí para participar de la fe, del cariño y de la solicitud que nos habéis dedicado a nosotros.

Ha habido en este Congreso una verdadera compenetración espiritual en la resolución de todos los problemas que afectan a la Cristiandad. En los momentos actuales por que atraviesa el mundo, hemos visto cosas verdaderamente confortantes y cosas verdaderamente inquietantes; pero en este contacto personal con los dirigentes y delegados de las diversas naciones hemos hallado una comprensión magnífica ante todos los problemas católicos planteados. La vida católica es plena en todas las manifestaciones de este Congreso, que se ha caracterizado por un particular cariño a la doctrina católica, y sobre todo a esa doctrina que emana de la verdadera fuente que es el Espíritu Santo. Y estas ideas debemos llevarlas a todas las partes del mundo llenos de confianza en Dios, llenos de confianza en la victoria, como si fuéramos nosotros los mejores y los más poderosos del mundo. Tenemos que dirigir nuestras acciones de gracias al que ha permitido a tantos países y tan distantes unirse en esta comunión espiritual para lograr un mundo cristiano de paz justa, verdadera y eterna.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Kischka, de Ucrania: «Excelentísimos señores, señor Presidente, señoras y señores: Es para mí un gran honor dirigiros la palabra en este momento solemne, en que, representando a todo el mundo, estamos aquí unidos por un verdadero espíritu de caridad y de fraternidad como yo nunca había visto.

Nuestra situación es terrible. Somos perseguidos; las mujeres, violadas; nuestro catolicismo, sentenciado a ser destruido, a morir en nuestra patria, y nosotros somos héroes que tenemos que defender y sustentar la religión católica. Por eso hemos venido aquí, para recibir aliento y coraje para continuar en nuestra lucha, la lucha de hermanos, de verdaderos mártires, de verdaderos apóstoles, en la que nos sentimos felices sufriendo y siendo mártires por la verdad de Jesucristo, porque sabemos que Jesucristo permanecerá hasta el fin del mundo, y nuestros enemigos tienen que morir, tienen que desaparecer, mientras que nosotros, los católicos, seremos eternos. Este Congreso, estudiando la doctrina católica, ha anunciado al mundo mucho coraje, mucho ánimo para sustentar los principios católicos y enfrentarse con la invasión de la barbarie. Este Congreso y nuestra excelsa doctrina nos alientan y nos retornan héroes firmes, no sólo para seguir luchando ahora, en los momentos actuales, sino como verdaderos católicos y por la Verdad de Jesucristo hasta el fin del mundo, hasta la Eternidad.

Tengo que mostrar mi gratitud a todos los españoles, pero sobre todo al Presidente, Sr. Ruiz-Giménez, que nos ha recibido con tanta amabilidad, con tanto cariño, con tanta caridad. Agradezco infinitamente a todos mis amigos españoles la generosidad que me han mostrado, tanta y tan notable, que no encuentro palabras para expresar mi profundo agradecimiento. Sólo mis lágrimas, que brotan con la emoción de este momento solemne, pueden ser suficientes para expresar la gratitud por todo lo que los amigos españoles han hecho por nosotros, que, en realidad, ha sido mucho más de lo que merecemos y de lo que esperábamos. También agradezco en el alma al señor Obispo auxiliar de Madrid todas sus atenciones para conmigo, y además porque viene representando a las autoridades eclesiásticas españolas. Le agradezco todas las facilidades que me ha dado, todas las licencias que me ha concedido, todas las atenciones que me ha prodigado, y me permito pedirle la caridad de velar y de orar por nuestra nación, que es una verdadera mártir en estos momentos, y por nosotros, que somos tan desgraciados.

Termino diciendo que Dios quiera que nunca acontezca a España la desgracia que está aconteciendo a mi país. ¡Viva España!» (Grandes aplausos.)

El señor delegado de Inglaterra: «Queridos congresistas de PAX ROMANA: Pocas palabras, pero sentidas. Hablo en nombre de los delegados de lengua inglesa, y lo hago verdaderamente emocionado, por la solemnidad de este acto y por las amabilidades y [136] atenciones recibidas en España, que nunca agradeceré bastante. Estoy admirado de la gran obra de apostolado y de la oración que se realiza en España. He visto aquí en estos días el espíritu de aquella España grandiosa de Felipe II, el espíritu mismo de Jesucristo, que continúa hoy en esta tierra más fuerte, más cristiano, más valeroso que nunca. Felipe II, con ser un gran rey y un gran católico, no pudo realizar aquí un Congreso de PAX ROMANA como el que se ha realizado ahora.

Inglaterra e Irlanda deben mucho a esta España católica, que hoy más que nunca tiene que estar unida con los países de habla inglesa católicos. Yo no soy político, y tampoco nuestras ideas de PAX ROMANA son políticas, sino de afirmación de la Verdad. Tengo una gran admiración por España, por este pueblo eminentemente católico, y puedo asegurar que no hay otro pueblo en el mundo tan católico y tan grande como España. Luchamos todos los católicos por conseguir una unidad absoluta en Jesucristo, y por tanto, nuestras acciones deben ir perfectamente unidas. Nuestra gratitud, en fin, para la persona que representa España en este Congreso, el gran católico Sr. Ruiz-Giménez (Grandes aplausos.), y después, para todos los españoles. Esta mañana he celebrado mi misa por toda esta España gloriosa, para que siga iluminando al mundo en los sagrados principios de la doctrina cristiana.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Ruiz-Giménez anuncia que el representante eclesiástico de la Delegación del Paraguay va a dar lectura del mensaje del Decano de los Obispos del mundo entero y el único superviviente del Concilio plenario latinoamericano.

A continuación el señor delegado del Paraguay da lectura al siguiente mensaje:

«ARZOBISPADO DE ASUNCIÓN. PARAGUAY. A los congresistas de PAX ROMANA (Salamanca-España): Con voz cavernosa os presento mi mensaje de salutación, y con un pie ya en la tumba, me yergo al conjuro de vuestro lema: PAX ROMANA.

PAX, privilegio de las almas verdaderamente cristianas. ROMANA, signo de predestinación para esas mismas almas, como las vuestras, que, en apretadas filas, bregan por la «paz de Cristo en el Reino de Cristo» a las órdenes del «Dulce Cristo en la Tierra».

Medio siglo menos en edad y me habríais visto ocupar con vosotros, ante la faz del mundo y a la luz del mediodía, los estrados de esa alta corte de política cristiana.

Ante la imposibilidad, os envío delegados por la patria guaraní. ¡Quiera Dios, a manos llenas, recojan ellos las lecciones de sana doctrina impartidas desde esa cátedra de verdad y regresen luego a sembrarlas y cultivarlas en esta pequeña, pero heroica tierra del Paraguay. Del Señor impetraremos el crecimiento y los frutos.

Como prenda de grandes éxitos en vuestra tarea, os imparto mi pastoral bendición. JUAN SINFORIANO BOGARINT, Arzobispo de Asunción. Asunción del Paraguay, junio de 1946.»

El señor delegado de Suiza, P. Willwoll: «Señores: Ante todo, nuestra sincera e íntima gratitud para la España católica, cuya hospitalidad fue siempre sincera, cordial y tradicionalmente caballeresca. Una palabra de gratitud para todos, y a nuestro Presidente, el testimonio de nuestro más sincero agradecimiento. Yo quería no decir muchas palabras, porque son muchos los delegados que han de intervenir en esta sesión; pero sí quiero decirle a él dos palabras muy significativas: que es un verdadero español. (Grandes aplausos.)

Pero hay algo más que gratitud. Yo quería destacar expresamente, y los delegados, repetidamente, me lo han encargado, nuestra profunda, íntima y alegre satisfacción de que este Congreso de PAX ROMANA haya podido celebrarse en la católica España. (Grandes aplausos.) Es verdad que en España, como en cualquier otro país del mundo, hay luz y hay sombra; pero la cuestión no es ésta; la cuestión es esta otra. Asistimos hoy día en el mundo a un espectáculo indignante: una nación es vilmente calumniada y perseguida, en gran parte, por ser católica (Grandes aplausos.), y sus calumniadores miran exclusivamente las sombras irreales, imaginarias, artificialmente y, por decirlo así, maliciosamente creadas. (Grandes aplausos.) Sus calumniadores no quieren ver la luz radiante de un pueblo que ha dado al mundo hombres místicos, como San Juan de la Cruz, y magníficas mujeres, como Isabel la Católica, y que ha dado la Santa Fe a veinte naciones del continente americano. Los católicos españoles deben saber que no se encuentran aislados en el mundo (Grandes aplausos.), que cuentan con nosotros, que queremos expresar nuestra simpatía profunda por ellos y que sabremos sostenerla siempre, ante todo el mundo y sin que nunca sintamos el menor reparo en manifestarlo así públicamente.

Quiero expresar el último pensamiento: Este Congreso estuvo iniciado bajo los auspicios y la doctrina inmortal del Padre Vitoria, y yo quería en esta hora solemne aludir, a [137] la doctrina de otro maestro, no para suscitar controversias, sino para poner más en práctica y actualidad el magnífico programa de Vitoria. El nombre y la doctrina de este maestro tal vez pudiera escandalizarnos, pero hay un proverbio que dice: «Del enemigo el consejo.» Es triste y hasta vergonzoso que, no PAX ROMANA, pero sí muchos católicos tengan que aprender esta lección, que es sencillamente la siguiente: Todos los comunistas del mundo posponen sus cuestiones personales y hasta sacrifican todos los sentimientos más legítimos y sagrados ante una ideología destructora, y muchos católicos en el mundo anteponen el ideal personal al ideal común, al más alto ideal de la Humanidad; anteponen cuestiones pequeñas personales al más alto ideal de la Humanidad. Aprendamos por lo menos esta lección que nos da el comunismo y no nos dejemos engañar por su táctica. El comunismo sabe que algunos católicos están divididos, y aprovecha esta ocasión para fomentar cuanto le sea posible esta división. PAX ROMANA lo sabe, y sabe también que en el porvenir hay que ponerse frente al comunismo mundial unidos como católicos. La condición sine qua non es que todos los católicos, que tenemos un ideal común, debemos realizar un trabajo fecundo y duradero desde PAX ROMANA, mostrando al mundo nuestra unión, ya que únicamente esa unidad nos dará la garantía de una paz fraterna, universal, católica y profundamente romana.» (Grandes aplausos.)

La Srta. Wintherman, delegada de Holanda: «Para que me entiendan los españoles, quiero hablar en español (Grandes aplausos.) y expresar el sentimiento que anima a la Delegación holandesa, y que es de profunda gratitud por la hospitalidad generosa que se nos ha dado. Me dirijo especialmente a los españoles porque éstas son unas palabras de despedida, y la despedida debe ser a quien nos ha hospedado durante este tiempo. Nuestra gratitud al Comité organizador por la hospitalidad que nos ha dado y por el bien que se nos ha hecho, que no ha sido sólo material, sino espiritual, consistente en las enseñanzas y orientaciones de un grupo de personas profundamente cristianas. Lamento que nuestra Delegación no haya sido más numerosa, porque yo quisiera que Holanda aprendiese mucho del espíritu que anima a esta juventud católica española, espíritu cristiano, que ha de ser el elemento que más eficazmente va a contribuir al resurgir verdadero de la católica España. No terminará nuestra gratitud con este Congreso, ni tampoco en un año ni en dos, porque cuando se empiece a borrar el recuerdo de estos días, permanecerá nuestra gratitud activa, ya que todos los delegados rezaremos por los que nos han hecho el bien material y espiritualmente, no por nosotros mismos, sino por amor de Dios, que es lo que me ha impresionado más profundamente. Por eso digo que nuestra gratitud se prolongará muchos años.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Ruiz-Giménez: «En nombre de las distintas instituciones universitarias e intelectuales católicas que como invitadas han asistido a este Congreso, el profesor García Siñeriz, como representante de la Real Academia Pontificia de Ciencias, os va a dirigir la palabra.»

El Sr. García Siñeriz: «Excelentísimos señores, señor Presidente, señores congresistas: Deseo pronunciar unas emocionadas palabras en nombre de la Real y Pontificia Academia de Ciencias y de la Universidad Católica del Sagrado Corazón para dirigir un saludo a todas las ilustres personas que han honrado a España en estos momentos, con motivo de su asistencia a las sesiones del Congreso de PAX ROMANA, y muy especialmente a Su Eminencia el Arzobispo de Cardiff, que nos honra presidiendo este acto; al Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Obispo auxiliar de Madrid, y a nuestro querido Presidente, Sr. Ruiz-Giménez, a quien todos conocéis por sus excelentes cualidades y por su incansable labor en pro de este XIX Congreso de PAX ROMANA.

He oído con verdadera satisfacción las palabras de los oradores que me han precedido refiriéndose a la católica España, a sus instituciones, a sus santos, como San Juan de la Cruz, a Isabel la Católica, y a tantos y tantos otros que es imposible recordar ni enumerar, y que creo que interpretaré el sentido de todos los españoles agradeciéndoles verdaderamente, de todo corazón, su emocionado recuerdo hacia los que impulsaron y difundieron los principios católicos en España. También debo manifestar que todas las pruebas de afecto y de simpatía que han recibido en su estancia, tanto en la capital de España como en todas las demás que han visitado, eran sinceras y profundas, nacidas del afecto y del cariño que sentimos por todos aquellos que tienen por norma de su vida la observancia perfecta de los principios de la religión cristiana, que también tenemos nosotros.

He seguido paso a paso las deliberaciones de este Congreso y admiro la labor realizada, y felicito a todos, tanto a los congresistas, por la contribución que han hecho para el éxito del mismo, como a su ilustre Presidente, infatigable alentador, a quien todos le habéis [138] visto desde por la mañana a las más altas horas de la noche con su cartera y su lápiz dando instrucciones para preparar las ponencias, organizando actos, disponiéndolo todo, siempre inasequible al cansancio, y que por todo ello merece, efectivamente, aquella calificación exacta de «verdadero español», porque sirve a Dios y a España, poniendo todo lo que puede dar de sí a su servicio.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Deryng, Presidente internacional de Universitas: «Excelentísimos y Reverendísimos señores, señor Presidente, señores congresistas: En primer lugar un saludo a todos los reunidos aquí, en el Congreso. Nosotros estamos en todo momento a vuestro lado para realizar todos aquellos trabajos que sean necesarios en servicio de la Iglesia y para llevar a la práctica todas las conclusiones que aquí se han estudiado con tanto cariño. Quiero al mismo tiempo, aprovechando la ocasión que tan amablemente me ha dado el Presidente, Sr. Ruiz-Giménez, agradecer las atenciones recibidas y expresar mi admiración hacia la obra de este Congreso, que tan brillantemente ha trabajado en Salamanca y en El Escorial, y cuyos proyectos y esperanzas tengo la seguridad de que han de realizarse plenamente para el mejor porvenir de PAX ROMANA.

He asistido con verdadero entusiasmo a algunas sesiones de este Congreso, y he podido admirar el espíritu de cooperación y profundo amor, de honda preocupación por encontrar los medios más adecuados para conseguir los fines que se propone PAX ROMANA en su más amplio sentido. Son éstos precisamente los que detalló con elocuentes palabras el Sr. Ruiz-Giménez en su espléndido discurso pronunciado ayer, palabras magníficas, que expresan de una manera clara y profunda las tareas a las que se ha consagrado con tanta energía y con tanta ilusión, abandonando incluso todo aquello que no conducía directamente hacia el elevado fin de la Universidad y de PAX ROMANA. He seguido de cerca las preocupaciones y los cuidados de la Presidencia de PAX ROMANA, secundada por un eminente grupo de delegados y colaboradores españoles, para asegurar a este XIX Congreso de PAX ROMANA, primero que se celebra después de la Gran Guerra, un completo éxito, a fin de que pueda servir de base sólida en el porvenir de PAX ROMANA, y para que sus tareas puedan continuarse de un modo eficaz en todos los Congresos siguientes.

Tengo la convicción de que el futuro de PAX ROMAMA no se reduce a un problema restringido al porvenir de un movimiento meramente estudiantil. Los problemas planteados al mundo en esta obra de reconstrucción después de la tremenda guerra son ciertamente problemas que desbordan los límites de la vida universitaria y de las preocupaciones a las que se ceñían los estudiantes en los felices tiempos de paz que hemos disfrutado entre las dos guerras; son problemas que deben ser resueltos dentro de los más amplios límites del espíritu que puede y debe dominar la realidad de todas las cosas. Es un problema de reconstrucción integral de todo lo que la guerra ha destruido, descompuesto o pulverizado en el dominio del espíritu. Es el problema del ser o no ser, de dar un nuevo giro a los acontecimientos del futuro, de detener el desbordamiento materialista y asegurar al espíritu una dominación totalmente absoluta sobre la materia. En la lucha entre el espíritu y la materia, el espíritu no sucumbe nunca ni puede sucumbir, si es consciente de sus fines, hacia los cuales debe actuar.

Nosotros, los católicos, los intelectuales, los universitarios católicos, tenemos, porque nos lo ha dado Dios, el privilegio de contar con unos fines definidos en el principio eterno de nuestra fe; pero nos queda actuar, realizar nuestro deber. Para ello, nos hace falta voluntad, constancia y, sobre todo, una perfecta unidad de acción. No podemos permitir que los pequeños problemas relativos a la forma y medios de acción puedan surgir, nos separen en los altos fines que perseguimos. Esto es el gran problema. Es imprescindible una reconstrucción mundial sobre las bases auténticamente cristianas; es imprescindible una renovación de las actividades del hombre dentro del espíritu de nuestra fe; es imprescindible salvar al hombre y sus derechos fundamentales, a pesar de las enormes dificultades surgidas después de la guerra.

En estos tiempos en que nos acosa el hambre, la destrucción; en que ciudades enteras han desaparecido y algunas parecen condenadas a una verdadera exterminación; en estos tiempos en que se debaten los grandes problemas de la reconstrucción material, a nosotros nos queda la gran labor de la reconstrucción espiritual, pero la reconstrucción material es mucho más fácil que la renovación del mundo dentro de las concepciones teológicas y espirituales. Por tanto, la tarea es dura, los problemas son difíciles de resolver, pero indiscutiblemente la victoria será para el espíritu.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Kirchner, Vicepresidente internacional y Presidente de la Delegación de los Estados Unidos, expresa su gratitud al pueblo español por la generosa acogida que les ha [139] dispensado y destaca los méritos y la admirable labor personal en los trabajos de PAX ROMANA del gran español Ruiz-Giménez. Asimismo hace resaltar la magnífica colaboración prestada al XIX Congreso de PAX ROMANA por el Secretario general de PAX ROMANA en España, Sr. Riaza. (Grandes aplausos.)

El Sr. Ruiz-Giménez: «Antes de empezar la segunda parte de este acto, va a hacer un resumen de las conclusiones aprobadas el Sr. Cuadra.»

El Sr. Cuadra: «Hermanos todos: No voy a hacer una lectura ni siquiera un resumen de las conclusiones, porque esto sería imposible, y, además, porque sería ilógico que después de que otros oradores han hablado con el corazón y con el calor de su espíritu fuera yo a hablar con las razones frías, que nada dicen. Por eso sólo trataré de hacer ver el espíritu que late a través de las conclusiones que aquí se han trazado, tras acertadas discusiones y detenido estudio. En Salamanca se terminaron las ponencias primera y parte de la quinta. Aquí, posteriormente, como todos recuerdan, se han visto las ponencias que trataban de la Universidad, de los problemas sociales, de lo referente a los problemas de los Estados modernos y, por último, de los temas que más bien podían corresponder a las tareas próximas de PAX ROMANA.

Con relación a la Universidad, llevaban las ponencias un espíritu verdaderamente cristiano y un deseo de conquistar la Universidad para Jesucristo y hacer de ella el instrumento a través del cual se difunda el pensamiento cristiano y el amor a la Verdad, no solamente entre los universitarios, sino también en las clases rectoras de la Sociedad.

En las ponencias relativas a los problemas sociales, no nos hemos detenido a estudiar los problemas que surgen a diario entre las clases sociales, sino que nos hemos preocupado de ver cuál es el fondo del problema social, de ver un hombre, una persona, que está débilmente protegido en el sentido económico y pensar que ese hombre tiene un alma que salvar, pero que necesita unos medios para andar el camino de la vida temporal.

En las relativas a los Estados modernos, más bien nos inclinábamos a separar la actividad de los universitarios de los pequeños problemas políticos que hoy se plantean en los Estados, y se hacía ver que, si bien los universitarios católicos debían mantenerse alejados de toda política partidista que pudiera dividirlos y perturbar la vida universitaria, no podían, sin embargo, despreocuparse de la gran política, de los grandes problemas del Estado; que su actividad, en relación con el Estado, tenía que ir orientada con las directrices del pensamiento pontificio, que es el de cristianizar la vida pública.

En la sexta ponencia se ha tratado de la asistencia a nuestros hermanos universitarios que se hallan dispersos y necesitan de nuestra ayuda. Los otros temas que rebasan la actividad del Congreso, se tratarán en la Asamblea de Friburgo.

Por último, algo se ha tratado aquí que no ha estado en las ponencias y es ese espíritu de profunda unión y amistad que queda en todos nosotros para trabajar en las tareas comunes.

Todos llevarán a sus respectivos países el folleto que se publique con el resumen de las tareas del Congreso en su desenvolvimiento de todos los días, con las conclusiones y las señas de todos para poder establecer un intercambio mutuo. Yo creo que eso es lo que mejor debe quedar de este Congreso para que, todos unidos, podamos cumplir mejor nuestra misión y trabajar intensamente para restaurar la paz de Jesucristo en la tierra y alcanzar así el reino de los Cielos.» (Grandes aplausos.)

El P. Errandonea, Viceconsiliario general de PAX ROMANA en España: «Me encargan les diga dos palabras a los consiliarios, particularmente y como consiliario. A los consiliarios mis palabras han de ser de satisfacción íntima, porque hemos encontrado espíritus muy nobles y elevados, muy identificados con nosotros y altamente espirituales y consagrados a su santa obra; palabras de regocijo, palabras de esperanza, porque esto nos asegura, nos da garantía cierta de que hemos de seguir colaborando y haciendo el bien e inspirando calor, amor, constancia, comprensión, fidelidad, delicadeza, caridad, en suma, a la obra que vosotros, congresistas, estáis realizando estos días, y nosotros, entre bastidores, procuramos animar; palabras de gratitud a todos porque nos habéis enriquecido con experiencias tan dulces, tan sólidas, tan llenas de garantía del fruto que todos queremos, hijos queridos, obtener de estos días pasados en íntima convivencia en Salamanca y en El Escorial. Esto a los consiliarios. Y también, como Viceconsiliario, con permiso de la autoridad consiliaria, del Excelentísimo señor Consiliario, me considero en el derecho de daros un consejito nada más, tanto más que los consiliarios, hallándose como descabalgados entre las dos vertientes que constituye toda obra gigantesca, una muy espléndida, limpia, de un cielo azul sonriente y glorioso, y la otra, oscura, [140] escarpada, áspera y escabrosa; la primera idea y la primera sugerencia tiene que desenvolverse en su interior para que después salga al exterior y pueda servir de guía y orientación en la resolución de los problemas y de las dificultades que siempre se plantean en toda obra de verdadera trascendencia. Puestos en esa postura única, hemos podido observar muchas cosas, y ello me sugiere que os indique un pensamiento mío, a modo de consejo, y es que no miréis únicamente las cosas desde el punto de vista humano.

Las dificultades que se han tenido que superar parecían verdaderamente insuperables; pero Dios estaba con nosotros y nos ha ayudado, y nosotros, los consiliarios, que tenemos la misión de mirar las cosas desde las alturas y de recoger las peticiones humanas y levantarlas hacia Dios, seguiremos actuando, trabajando y trayendo bendiciones sobre esta obra; pero esperando, como Moisés, con los brazos extendidos, que sea Dios el que dé el primer pensamiento y nos inspire luego para que, con verdadera constancia, lleguemos a la realización perfecta.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Mohedano, Presidente de la Juventud de Acción Católica Española: «Excelentísimos y Reverendísimos señores, señor Presidente, queridos amigos congresistas: Sería verdaderamente injusto en esta hora solemne de la clausura y despedida, no manifestar una acción de gracias sincera en nombre de los universitarios católicos españoles a todos nuestros hermanos que han acudido a esta tierra nuestra para participar en el XIX Congreso Mundial, de PAX ROMANA.

Habéis sido vosotros, universitarios del mundo entero, los que, en definitiva, habéis dado el sentido y el espíritu a este XIX Congreso Mundial, y no sólo por un arranque de generosidad maravillosa habéis venido a esta tierra española en unos momentos en que casi todo el mundo nos coloca en entredicho, sino que también con vuestro ejemplo, espíritu y calor habéis servido de acicate a los universitarios españoles, animándonos a continuar por la ruta que ya teníamos emprendida.

PAX ROMANA es una organización, un espíritu y un ideal, y PAX ROMANA será, en definitiva, lo que sean sus Federaciones nacionales: organización, espíritu e ideal; pero sería en balde que tuviéramos esto si no pudiéramos hacer que los jóvenes de las respectivas naciones entraran en PAX ROMANA con una organización para participar del espíritu que nos anima. Esto tiene que ser PAX ROMANA; en todas las naciones la realización de esta obra debe culminar en una serie de instituciones formativas, que sepan crear y orientar las generaciones jóvenes para que den contenido católico a los tiempos nuevos, a esos tiempos que se acercan y que hemos de conquistar para Jesucristo, so pena de perder enteramente al Padre Celestial.

PAX ROMANA ha de restaurar la cultura en Jesucristo, ha de realizar la unión entre la religión y la vida, ha de ser la continuadora de los esfuerzos católicos y apostólicos de Jesucristo Nuestro Señor, porque los militantes en las filas de esta Organización somos algo así como los apóstoles contemporáneos, los continuadores de la misión de Jesucristo, que seguimos por la tierra curando heridas, enseñando al que no sabe y haciendo que todos participen del espíritu de Jesucristo Nuestro Señor.

Esa es la misión de PAX ROMANA; por eso, al volver vosotros a vuestras tierras llevando en vuestro pensamiento y en vuestro corazón el recuerdo de España, nosotros os decimos adiós con emoción, con cariño y esperando que de nuevo volváis a esta tierra española y que de la comunión espiritual con nosotros salga la fructífera labor apostólica para incorporar a las juventudes del mundo a la vida cristiana, y ya, desde ahora, os emplazamos a todos, y especialmente a los universitarios de las Federaciones hispanoamericanas, para que asistáis a otro gran acontecimiento que os anticipo tendrá lugar dentro de dos años en España: la gran peregrinación mundial de las juventudes católicas a Santiago de Compostela. Recorred vuestra Patria con espíritu apostólico y peregrino para propagar entre las juventudes este sentido de peregrinación, y dentro de dos años os esperamos para que empuñéis el bordón y os pongáis el sayal de peregrinos y caminéis hacia Santiago, la histórica ciudad del Apóstol de Jesucristo, que predicó en tierras ibéricas, para hacer, junto al sepulcro del Apóstol, con los universitarios jóvenes de España y del mundo entero, unidos en un mismo acto de caridad, de amor y de verdaderos hijos de la Iglesia, el público testimonio de cristiandad y de apostolado para salvar al mundo, que es lo que el Papa nos pide, lo que Jesucristo nos reclama y lo que nosotros todos, desde el fondo de nuestro corazón, prometemos hacer para que así, dentro de poco, en el mundo no haya más que un solo rebaño con un solo Pastor.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Ruiz-Giménez: «Ahora una voz del pasado, que es del presente, la de Fernando Martín-Sánchez Juliá». [141]

El Sr. Martín-Sánchez Juliá, ex Presidente internacional de PAX ROMANA: «Excelentísimos señores, querido y fraterno Presidente, queridos congresistas todos: Yo no acostumbro nunca a improvisar, porque, dejando aparte cualesquiera condiciones personales de las que sería inmodesto e inoportuno hablar, creo que el auditorio merece el respeto del estudio previo.

Hoy venía yo a asistir aquí a una sesión de PAX ROMANA como testigo mudo; pero Joaquín Ruiz-Giménez, sacándome de mi rincón, me obliga, advirtiéndome sólo minutos antes, a que os dirija la palabra. Representante del pasado me ha dicho, representante del recuerdo me ha dicho; reliquia de lo que fue, podríamos decir. Pero si sólo fuera eso, mi voz hoy casi sería una voz de ultratumba, y hablar de ultratumba aquí, en un ambiente tan alegre, pese a las despedidas, que son siempre tristes, sería un anacronismo, en contradicción con algo que se ha dicho antes. Mi palabra, por tanto, que desde este asiento en que mi invalidez actual me tiene forzado, demostrando quizá por voluntad de Dios cómo el espíritu puede triunfar sobre la materia, no quisiera que os pareciese la palabra de un retirado ni de un jubilado: Sigo trabajando como puedo, y Dios hace todavía que pueda bastante. Sigo presidiendo, si no organizaciones estudiantiles, porque hace ya bastantes años que dejé de ser estudiante, sí otras entidades católicas que editan grandes diarios en España y que llevan por delante las propagandas católicas por doquier.

Mi capítulo primero debe ser de gratitud, porque, al fin y al cabo, los que llevamos viviendo muchos años tenemos cierta cualidad de agradecidos que nos hace presentarnos siempre de esta manera. Mi primera gratitud, en nombre de este pasado, había de ser para el señor obispo de Cardiff, que el otro día, al terminar un almuerzo fraternal, dijo que sentía dejar a España porque en ella se dejaba el corazón. Pues bien, Señor Arzobispo: si al abandonar España –y al decir España no digo sólo a los españoles con un criterio de nacionalista estrecho, sino que digo a todos los congresistas de PAX ROMANA que se han visto reunidos en esta nuestra España–, el Señor Arzobispo de Cardiff se deja el corazón entre los congresistas de este XIX Congreso de PAX ROMANA celebrado en España, yo, en nombre de todos, me permito decir que no hace más que un cambio: que deja el corazón suyo, pero se lleva todos los nuestros. (Grandes aplausos.)

Y a vos, Señor Obispo auxiliar de Madrid-Alcalá, me habéis de permitir que no os diga nada, porque siendo filial diocesano vuestro, todo elogio podría parecer interesado.

A ti, querido Ruiz-Giménez, que siempre esbelto y delgado ahora lo estás mucho más por el desgaste de estos días del Congreso, te he de decir que si alguna vez el sillón presidencial de PAX ROMANA, el amplísimo sillón de PAX ROMANA, ha estado perfectamente lleno, sin que quepa resquicio ninguno, ha sido cuando lo ocupas tú, a pesar de tu delgadez. (Grandes aplausos.) Y sería injusto que al mencionar al Presidente no nos acordáramos de nuestro Vicepresidente, el carísimo Kirchner.

En este mundo revuelto y hosco, lleno de odios y plagado de rencores, si hubiera lugar para celebrar una olimpíada de la simpatía, el equipo de PAX ROMANA se llevaría el triunfo si presentara un equipo compuesto por su Presidente y su Vicepresidente. (Grandes aplausos.)

Hace, va a hacer, veinticinco años, día a día, porque sólo faltan cinco, de aquella fecha en que los estudiantes católicos de Holanda, de Suiza y de España, convocados como naciones neutrales en la anterior guerra, nos reunimos en Friburgo. La historia es bien sencilla y todos la conocéis. De aquel Congreso salió PAX ROMANA. Yo creo que soy el único que asistió a aquel Congreso fundacional y que se encuentra presente ante vosotros. No se puede encontrar nuestro primer Consiliario, nombrado por Roma; siento que no se encuentren algunos otros que todavía sobreviven de los que entonces fueron fundadores, y lamento que no haya sonado aquí la bella lengua italiana, entonces representada por el Padre Fucci, que hoy es Subsecretario de la Presidencia del Gobierno italiano.

En nombre de todo aquel mundo de recuerdos han querido que hablara, y, sin embargo, yo vuelvo en seguida mi vista al presente y la retorno al futuro. El presente de PAX ROMANA es espléndido, magnífico; el Congreso que acabáis de desarrollar es un éxito completo; creo que fue el Cardenal de Toledo el que al conocer el programa del Congreso dijo que si le dabais cima habríais tratado en él todo lo que se podía tratar por los intelectuales católicos, y de todo ello habéis tratado y habéis tratado muy bien.

Además, hay otro hecho en este Congreso de PAX ROMANA de la mayor importancia. A Friburgo fuimos los delegados holandeses y españoles a pedir que se constituyera cuanto antes una agrupación de representantes católicos que fuera paralela a PAX ROMANA. [142] Ha tardado veinticinco años en madurar esta idea; pero hoy, en este XIX Congreso de PAX ROMANA, ha surgido la deseada organización internacional de universitarios católicos. La cigüeña nos ha traído la Organización de Universitas, que al lado, paralela a PAX ROMANA, vive para difundir el amor a Jesucristo.» (Grandes aplausos.)

(En este momento interrumpe al Sr. Martín-Sánchez Juliá en su discurso el delegado de Italia para agradecer las palabras pronunciadas por el antiguo Presidente de PAX ROMANA y recordar y resaltar el gran valor y la gran actividad que siempre tuvo.)

Continúa el Sr. Martín-Sánchez Juliá y dice lo siguiente: «Voy a despedirme de todos. Yo creo que cuando España se presente al juicio de Dios podrá repetir las palabras del Apóstol San Pablo al Divino Maestro: «Vos sois nuestro gozo y nuestra corona.»

Y para terminar diré que aquí, como en la Torre de Babel, han sonado ya todas las lenguas; claro que allí fue para confundir, porque era una rebelión del error contra el Cielo, y aquí es todo lo contrario, para consolidar la PAX ROMANA, que será el trono del espíritu de Dios, si Dios se digna volver a bajar a la Tierra.» (Grandes y prolongados aplausos.)

El Consiliario general, Mons. Zacarías de Vizcarra: «Excelentísimos y Reverendísimos señores, amados congresistas: Me avisan, por una parte, que se acerca el tiempo de partir; por otra parte, tengo que hablar mañana, cuando se hayan reunido los delegados de PAX ROMANA en la Junta Técnica Nacional; por consiguiente, me voy a limitar a brevísimas palabras. En primer lugar, para cumplir con un encargo que me ha hecho el Presidente de la Junta Suprema de Acción Católica y de la Dirección central, el Excelentísimo y Eminentísimo Señor Cardenal Primado, y es que así como él fue quien comenzó, en cierta manera, estas sesiones en aquel discurso que nos pronunció en el Salón del Trono del Palacio Arzobispal de Toledo, quiere también que exista hoy, en esta solemne sesión de clausura, una palabra de felicitación de su parte por los brillantes trabajos realizados y la expresión sincera de los anhelos que él tiene de que los propósitos aquí formulados tengan plena realización en todas las naciones y que todos ustedes cuando se dispersen puedan llevar buena nueva y los anhelos que todos han formado para la conquista para Jesucristo de todas las Universidades.

Universidad. Aquí se ha explicado que muchas Universidades no merecen este nombre, y debemos procurar que lo merezcan. Universidad significa tendencia a hacer la unidad, como diversidad significa dirigirse a unas partes diferentes. Universidad significa dirigirse hacia la unidad, y esta dirección hacia la unidad no puede tenerla más que la Universidad católica, porque ella es la que tiene unidad dogmática, unidad ética, unidad de dirección, unidad de vida espiritual en los sacramentos; tiene, en fin, toda clase de unidades. Las demás Universidades no son propiamente universidades, son multiversidades, porque cada una tiende hacia un punto distinto y muchas de ellas hacia ninguna parte, porque no tienen ni idea, ni finalidad, ni propósito determinado.

PAX ROMANA viene a traer al mundo la unidad, aquella unidad de que nos habla Jesucristo, en la oración sacerdotal que después de la Cena dirigió a su Padre Celestial: «Conservemos la unidad para que todo el mundo crea que Tú me envías.» Vean cómo Jesucristo propone la unidad nuestra, la unidad interna de los cristianos como medio para convertir a todo el mundo. El día que todos seamos una unidad consumada, el mundo se convertirá, el mundo creerá que el Padre envió a Jesucristo para la redención del Mundo. Vean la trascendencia de todo este movimiento de PAX ROMANA, que quiere dirigirse hacia la unidad por de pronto de las Universidades, que son las rectoras del pensamiento, y por medio de las Universidades a toda la Sociedad, hasta llegar a la consumación de la unidad, que nos dará la conquista del mundo entero para Jesucristo.

Felicito, pues, a PAX ROMANA por esta labor maestra hacia la Universidad y les pido a todos los delegados que cuando vuelvan a sus tierras, si tienen multiversidades, les vayan inculcando el espíritu apostólico de unidad, para que, poco a poco, lleguen a ser Universidades y sean la base para la conquista de todo el mundo para Jesucristo.

Estos son los deseos del Presidente de la Junta Suprema de Acción Católica Española, el Excelentísimo y Eminentísimo Señor Cardenal Arzobispo de Toledo, que lo mismo que les saludó al principio de este Congreso, también quiere ahora decir estas palabras de saludo y felicitación por la brillante labor realizada. A pesar de las dificultades, como decía muy bien el Padre Errandonea, ha tenido un resultado positivo, utilísimo y trascendental, cuyo fruto se verá en los años venideros. Ha tenido este Congreso, a pesar de que hemos hablado demasiado, un fondo positivo, verdaderamente útil, y los esfuerzos y los sacrificios hechos quedarán plenamente compensados. Y como les he dicho que quiero [143] ser breve, y como les voy a hablar mañana, me limitaré a transmitir a todos la felicitación y el saludo de la autoridad suprema de las jerarquías eclesiásticas españolas.» (Grandes aplausos.)

El Sr. Ruiz-Giménez: «Señores: No debiera hablar ya hoy. He hablado demasiado durante las jornadas del Congreso y, además, me resisto a un discurso de despedida, porque no vamos a despedirnos; vamos a seguir caminando juntos durante mucho tiempo más.

Con la guerra se alargó extraordinariamente mi mandato. De un año pasó a dos, a cuatro, a siete, y vosotros, por una decisión del día pasado, aun lo habéis prolongado, no diré mi martirio, porque es martirio con gusto, por dos meses más. No es despedida, porque vamos a encontrarnos todavía como Presidente y congresistas en la Asamblea Interfederal de Friburgo.

Siento una emoción honda, pero no es hora de entristecer la alegría, de un trabajo que cumplo. Os puedo decir que os estoy profundamente agradecido, que todos, sin excepción, en las horas difíciles –que han sido más de una– me habéis acompañado, me habéis alentado y me habéis sostenido con vuestros consejos y con vuestro ejemplo. Os estoy más agradecido por eso que por todos los elogios inmerecidos e injustos que esta tarde y en los días anteriores, por boca de alguno de vosotros, habéis hecho llegar hasta mí. Pero yo quisiera que ahora mirásemos al futuro. Unicamente una cosa es verdad de cuantas me habéis dicho: que he puesto en PAX ROMANA una gran ilusión y un gran empeño, que todos los fracasos y todos los defectos son por mi causa, mientras que todos los éxitos, si los hubo, se deben a Dios, a quien constantemente hube de recurrir para no caer en el camino. Y hoy, a esta PAX ROMANA, tan hondamente querida, le pido dos cosas: que no pierda el dinamismo de milicia, que no se quede en un quietismo muelle y blando, que recoja, si algo hay de bueno en estas tierras cristianas de España y entre estas piedras augustas de El Escorial, un sentido de vida heroica, pero que tenga en cuenta que tampoco puede caer nunca en un mero activismo sin vida sobrenatural. El activismo sin esa actitud valiente y batalladora y de milicia, sería ejemplo de parálisis; el activismo sin el fuego del amor de Jesucristo, sería agitación histérica.

Yo quiero para PAX ROMANA estas dos cosas: sueño para ella con el ideal de un cristianismo militante, lleno de amor, pero también de afán de justicia armada con esa armadura invencible de Dios que cantaba el genio iluminado del Apóstol.

Este es mi único consejo: hasta Friburgo, y que os mantengáis con este espíritu de milicia y de honda caridad cristiana, y que si miráis hacia atrás, hacia este Congreso, lleno, sin duda, de defectos y de lacras, os acordéis de dos pasajes evangélicos: el primero, para los enemigos; el segundo, para los amigos. El del enemigo es aquel pasaje del hombre que siembra cizaña en el campo. Decía un viejo amigo mío que si el mundo va mal no es porque crea poco en Dios, sino porque cree menos en el diablo. La acción del diablo la olvidamos muchas veces, y sólo ella explica que entre hombres de vida cristiana profunda y comunión frecuente puedan darse desesperaciones y rencores que ciertamente no parten de su espíritu, sino de la intención especial sinuosa del maligno. (Grandes aplausos.) Y para los amigos, de aquel otro pasaje de los discípulos de Jesús que no reconocieron al Maestro más que a la hora de partir el pan. Yo quisiera que de lo que aquí hayáis visto se os quede en la memoria no ya lo malo, –pensad que, como hombres, tenemos mucho de malo también los españoles–, ni siquiera aquello bueno de arte, de gusto estético, de alegre incluso, sino un estilo de vivir, ese estilo que el Señor daba, que proyectaba la figura del Maestro a la hora de partir el pan. Hemos compartido el pan cada mañana, el Pan divino de la Eucaristía, y lo hemos compartido de una manera y a una usanza que no debemos olvidar nunca, y hemos compartido el pan de nuestras preocupaciones intelectuales, de nuestras convicciones e inquietudes; pues bien, que esto os lo llevéis muy hondo y que cualquiera de vosotros, en cualquier situación del mundo en que os encontréis, aunque os digan que los católicos españoles hacen esto o aquello, recordéis que supieron partir con vosotros el pan de una forma que sólo los que aman a Jesucristo pueden llegar a partirlo. Pensad en esto y todas las sombras se desvanecerán. Es el único ruego que a la hora de despedirse de vosotros os hace un católico que más que un Presidente es él amigo y el hermano vuestro.» (Una larga y prolongada ovación cierra sus palabras.)

El Excelentísimo y Reverendísimo señor Obispo auxiliar de Madrid: «Excelentísimos señores, amados congresistas: El programa de esta sesión clausural anuncia unas palabras del señor Obispo de Madrid-Alcalá. Yo siento mucho meterme con Kirchner, pero él ha tenido la culpa de que no esté aquí el Obispo de Madrid-Alcalá. Kirchner, por hacerse más español, se metió a torero, y, en justa correspondencia, el Obispo de Madrid-Alcalá ha [144] tenido que hacerse norteamericano, estando presente en la celebración de la Fiesta Nacional de los Estados Unidos. Esa es la razón por la que él no se encuentra entre vosotros, y a Kirchner y sólo a Kirchner, tenéis que echar la culpa.

Yo voy a procurar en estas muy breves palabras traducir, lo más fielmente que me sea posible, el pensamiento de mi Reverendísimo Prelado hacia vosotros, congresistas de PAX ROMANA, y ante todo os tengo que decir que hemos sentido estremecerse de gozo y de júbilo las entrañas espirituales de la Diócesis de Madrid al sentir vuestra presencia, y muy especialmente la de esa muchachada hispanoamericana que ha llegado aquí, y a nadie creo que le ha de parecer mal que especialmente diga esto a los hispanoamericanos, porque ellos son hijos de la misma madre que nosotros, y nos ha parecido que han venido, tras de luengos años de ausencia, a hacer una visita y a morar por unos días en la casa común de todos los hispanos. Por ello, al llegar, hemos sentido cruzar por delante de nosotros la sombra de una mujer santa, Isabel la Católica, y hemos sentido también las huellas, las pisadas de un Rey prudente que rigió el mundo en nombre de Jesucristo y hacia Jesucristo. Vosotros, hispanoamericanos; vosotros, gente de habla portuguesa, a quien especialmente consideramos hermanos nuestros, no os iréis nunca de España, porque en España está vuestra casa, vuestro hogar, y si vosotros no estáis físicamente presentes en él, nosotros os guardaremos todos los tesoros espirituales que en él se encierran.

Pero no quiero dejar especialmente de mencionar a otros países, a esa Polonia católica, en la que ahora reconocerán todos que está sometida a una disciplina, a una tiranía de hierro bajo el casco del caballo de Atila. Por esa Polonia católica, último baluarte en el Oriente de la Europa cristiana y católica, y por todas las demás naciones que se encuentran en parecidas circunstancias, yo pido al Cielo que abrevie los días de su tribulación, y os pido a vosotros que en una efusión que incite a la plegaria hacia Dios Nuestro Señor, pidáis también haga abreviar estos días tristes, que acaso contengan para Europa un castigo de Dios Nuestro Señor, por las injusticias que Europa comete con estos países. (Grandes aplausos.)

Quiero también decir unas palabras que sinteticen la razón de nuestro estremecimiento de gozo por la presencia de los delegados anglosajones y de todos aquellos que genéricamente se comprenden en esta denominación. Ellos son hoy, porque la Providencia así lo ha querido, los dueños de los destinos del mundo, y porque son dueños de los destinos del mundo, tienen –¡quién lo puede dudar!– mayor responsabilidad que los demás; pero esa responsabilidad, si efectivamente la tienen delante del mundo todo, la tienen principalmente delante de Dios Nuestro Señor. Medid, pues, en cada uno de los momentos de vuestra vida la grandeza y profundidad de vuestra responsabilidad para que, en todo instante, busquéis un mundo mejor, más de Jesucristo, más humano en la fe y en el cariño, a fin de que las generaciones venideras bendigan vuestro nombre y la hora de vuestro dominio, prosperidad y hegemonía material.

Y ahora, una sola palabra para terminar, porque son demasiados los discursos que se han pronunciado y, además, porque este venerable señor Arzobispo de Cardiff, que nos preside, ha de cerrar el acto con unas palabras que, como suyas, han de ser acogidas por todo el Congreso con filial veneración.

Aquí se ha hablado de la romanización de PAX ROMANA, y yo quiero volver sobre este tema, porque me parece demasiado importante. El romanismo no puede ser en PAX ROMANA una adjetividad, ha de ser una cosa sustantiva. Pero más que a las circunstancias geográficas o de cualquier otro carácter que se hayan de considerar, debe irse al espíritu, y PAX ROMANA será romana por esencia, romana en su actividad, romana en su espíritu, sobre todo si tiene en cuenta aquello que todos los días decimos en el Credo. La apostolicidad, la catolicidad, la santidad y la humanidad, han de ser notas distintivas y características de esta gran asociación internacional de estudiantes de todo el mundo. Apostolicidad, en primer lugar, porque todos vosotros, cualquiera que sea vuestra nacionalidad, cualquiera que sea vuestra opinión personal en aquellas cosas que se han dejado a la libre disputa del hombre, sois hijos de una Diócesis; por consiguiente, hijos de un Obispo a quien el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios, a la que vosotros pertenecéis, y los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, y vosotros, bajo las órdenes y orientaciones que vuestro Prelado os quiera dar, tenéis que vivir, y habéis de ser siempre sumisos y obedientes, respetando y cumpliendo ante todo su voluntad dentro de la Diócesis a que pertenecéis.

Aquí se ha hablado y aludido a la doctrina del Cuerpo Místico. Pues bien, el Cuerpo místico, aun teniendo una vida sobrenatural y siendo fuente de vida inagotable porque [145] es la misma vida de Jesucristo, cuyos méritos son infinitos; el Cuerpo Místico de Jesucristo necesita también complementarse con las acciones virtuosas de los hombres; necesita que todos y cada uno de los miembros, o la mayor parte, por lo menos, de los mismos, aporten al acervo común los méritos, las virtudes y las obras santas, todo lo que ellos puedan dar, y PAX ROMANA, que se ha de sentir un miembro vivo dentro del Cuerpo Místico de Jesucristo, necesita de grupos, de minorías selectas dentro de la organización, que lleven espíritu sobrenatural, vida sobrenatural, miras sobrenaturales, a todos los ángulos de su actividad y de su apostolado.

Pero católica también ha de ser PAX ROMANA; católica no solamente por unos anhelos de catolicidad que se quedan en el terreno de lo puramente teórico, sino, sobre todo, en la realización de su obra apostólica; católica dentro de los países en los cuales las Federaciones adheridas a PAX ROMANA tienen puestas las bases de su organización, procurando unir a todos y hermanar a todos en el anhelo y afán de servir a Jesucristo y conquistar para Él la Universidad y los estamentos todos de la vida del país; pero católica asimismo en la generosidad de espíritu con que deben llegar a todos los pueblos, sean de la raza que sean, tengan las ideas que quieran tener.

PAX ROMANA debe ser también una, porque, señores, hace siglos que estamos sintiendo los efectos de una gran confusión, una gran desintegración, mucho más temerosa que la atómica, y que tiene asustado al mundo. Y fue la que produjo la reforma luterana, protestante; una gran desintegración, una disociación de los pueblos con la Iglesia, de los Estados con Jesucristo Nuestro Señor, de las clases sociales unas con otras, de las familias en su mismo seno, disueltas, desintegradas, y es necesario que PAX ROMANA una sus esfuerzos todos con los esfuerzos constantes de la Iglesia, esfuerzos a veces sobrehumanos, para integrar, para unir, para de nuevo asociar todas aquellas cosas de la Reforma y las doctrinas que después sucedieron y nacieron de la Reforma y se fueron acentuando y agravando. Vosotros tenéis que unir las clases sociales en la caridad cristiana; tenéis que unir las Universidades y las ciencias con Dios Nuestro Señor, fuente de todas las ciencias, y, por consiguiente, rector magnífico y único de toda la Universidad. Tenéis que unir la Iglesia de Jesucristo Nuestro Señor a todos aquellos que en mala hora para ellos dejaron o abandonaron la Iglesia. En esto es en lo que yo creo que sustantivamente ha de consistir la romanidad de PAX ROMANA, a la que todos vosotros habéis aludido y en la que quizá no hayáis visto aquello que nosotros consideramos esencial, permanente y, por consiguiente, distintivo y característico de esta querida Organización, que nos ha proporcionado la grata dicha de teneros entre nosotros. A PAX ROMANA damos gracias, porque nos ha permitido conocer una juventud católica que en todo el mundo trabaja con el mismo entusiasmo que la juventud española y para la que yo pido al señor Arzobispo de Cardiff que en el momento de terminar esta solemne sesión dé su bendición, a la que uniré la mía, para que la bendición de un Obispo anglosajón y un Obispo español sea como el símbolo de dos mundos cristianos que recorren paralelamente el camino del Señor, en busca del Reino del Señor y de su justicia duradera.» (Grandes aplausos.)

El Excelentísimo señor Arzobispo de Cardiff: «Querido señor Presidente, queridos congresistas todos: Ha sido para mí un gran placer el haber pasado estos días en España siguiendo los trabajos de PAX ROMANA.

Antes de separarnos, quiero decirles: Primero, que estoy muy agradecido a todos los españoles que he encontrado en mi camino y, de un modo especial, al Eminentísimo señor Cardenal de Toledo, al Excelentísimo señor Obispo de Madrid-Alcalá, a los Obispos auxiliares de Madrid y de Valencia, a las autoridades de Salamanca, que tan gentiles estuvieron con nosotros, y a los Padres Agustinos de El Escorial, por su generosa hospitalidad, por su agradable compañía y delicadas atenciones.

En segundo lugar, quiero daros a conocer el gran interés con que las jerarquías de Inglaterra, País de Gales y los católicos ingleses siguen los problemas de España, y daros a los españoles la seguridad de que no sólo os comprendemos y simpatizamos con vosotros, sino que también pedimos en nuestras oraciones a Dios que salve a España de las maquinaciones de todos sus enemigos. (Grandes aplausos.) Yo puedo aseguraros que hay una solidaridad de religión y de cariño entre los católicos ingleses y los españoles, a pesar de las propagandas falsas y calumniosas en contrario que con frecuencia aparecen en la prensa inglesa. (Grandes aplausos.) La verdad se va abriendo camino también en Inglaterra y aun entre los protestantes ya son muchos los que se van dando cuenta de que España, en su guerra contra los rojos, ha salvado a Europa, como lo hizo otra vez en Lepanto. (Grandes aplausos.) La victoria le costó muy cara; pero conquistó una esplendente corona de miles [146] de mártires que sacrificaron su vida como garantía de un glorioso porvenir. (Grandes aplausos.) En realidad, España cumplió su misión como miembro del Cuerpo Místico de Jesucristo, y, por consiguiente, no debe sorprendernos que muchos no la comprendan y otros la odien. El gran San Agustín, comentando el Evangelio de Jesucristo, dice: «El que no quiere sufrir el odio del mundo en Jesucristo, no quiere pertenecer al Cuerpo Místico de Jesucristo.» (Grandes aplausos.)

Del futuro glorioso de esta España, estoy seguro, y nosotros, los extranjeros que gozamos de su hospitalidad, se lo decimos de corazón y le damos las gracias en nombre de todos los católicos del mundo por haber salvado a Europa en circunstancias bien difíciles, y sabemos que Dios la premiará por ello. También debemos dar gracias a Dios por las condiciones satisfactorias en que se halla la juventud española, que es la esperanza del futuro bajo la égida y gracias a la ayuda de la Acción Católica.

El Congreso de PAX ROMANA ha sido un verdadero éxito. Para mí ha sido un vivísimo placer encontrarme con lo más escogido de la inteligencia católica de cerca de cuarenta naciones y haber trabajado con ellos, primero en la artística Salamanca, y después en el histórico Escorial. Entre este número de personas no podemos olvidar al Presidente, Sr. Ruiz-Giménez, que con su gran ánimo y maestría nos ha dado un gran ejemplo a los ingleses en su lucha contra el materialismo y la herejía.

Dejo a España con gran sentimiento y me llevo de ella los mejores recuerdos de mi vida, que me acompañarán siempre. Siento no haber venido antes para aprender mejor el español, y de esta manera expresarme mejor; pero aprendí lo bastante para saber, que cuando los intereses de Dios están en peligro, siempre se puede contar con España. (Grandes aplausos.)

Doy gracias a Dios y a Nuestra Señora por todo lo que he visto en este maravilloso país, y a las jerarquías españolas, y al Sr. Ruiz-Giménez, por haber sido causa de mi venida. Nunca me olvidaré de los magníficos católicos que he encontrado en mi visita.

No os quepa duda de que dejo parte de mi corazón en España, y como veis, pido a Dios y a su Inmaculada Madre que bendiga a esta nación generosa, que se sacrifica por salvarnos a todos, y permitidme que termine con un ¡Viva España!»

Es contestado en medio de grandes aplausos.

A las siete de la tarde se levantó la sesión y quedó clausurado el XIX Congreso Internacional de PAX ROMANA.

Actuó como Secretario de
Actas, Eduardo Ibáñez
García de Velasco.

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Pax Romana
XIX Congreso
XIX Congreso Mundial de Pax Romana
Madrid 1946, páginas 132-146